Montevideo, años sesenta |
Perspectivismo y contraste en "Primavera con una esquina rota"
por Manuel Cifo González
en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
"De las distintas técnicas narrativas empleadas por Mario Benedetti para configurar la estructura de su novela Primavera con una esquina rota, una de las más relevantes es la del perspectivismo.
En esta obra, a la que podríamos calificar como «novela del exilio», el uso de la perspectiva le permite al escritor uruguayo ofrecer una interesante y atractiva suma de puntos de vista en torno a la situación generada tras el golpe de estado de 1973. Y ello gracias a la acumulación de sucesivos episodios protagonizados por los distintos personajes, a quienes se sitúa en un permanente conflicto interior y exterior, de los que irán surgiendo situaciones paradójicas o antitéticas, muchas de ellas impregnadas de humor e ironía, las cuales se vendrán a sumar a ese cúmulo de perspectivas y contrastes que integran la novela. Ésta se estructura mediante la imbricación de episodios vividos y narrados por los propios protagonistas, a través de los cuales asistimos casi en directo al establecimiento de un primer contraste entre ellos. Por un lado, están quienes, como Santiago, se encuentran encarcelados y privados de libertad en su propio país, en lo que constituye un verdadero exilio interior. Por otro, los que se sitúan fuera del país, aparentemente libres, pero marcados por un exilio exterior derivado de su condición de expatriados. Además, entre estos personajes se establecen continuas referencias, de modo de que los que están fuera de la cárcel miran continuamente hacia Santiago, y éste lo hace hacia aquéllos, lo cual supone un juego de perspectivas recíprocas. A su vez, podemos ver que muchos de estos personajes están marcados por unos rasgos inalterables, como pueden ser los que se refieren a su manera de expresarse o a su forma de entender algunas cosas y situaciones. Pero, aunque no cambien en lo esencial, en algunos aspectos concretos sí que se puede observar una cierta evolución, lo que vendría a significar un contraste más a tener en cuenta. Si nos fijamos en la distribución de los capítulos de la novela, podemos comprobar que al protagonista principal, Santiago, le corresponden ocho apartados: seis de ellos bajo el epígrafe «Intramuros» -cuando está preso- y dos bajo el de «Extramuros», cuando ya está en libertad. Al resto, se les ha reservado siete secciones, bien sea bajo su nombre propio -como es el caso de Beatriz y Don Rafael-, o bien bajo un rótulo concreto: Graciela, bajo el de «Heridos y contusos», y Rolando Asuero, al que se le califica como «El otro». Además, aparecen otros nueve capítulos en los que Mario Benedetti deja constancia de «hechos efectivamente acaecidos» y protagonizados, de forma directa o indirecta, por él mismo. Una vez realizada este breve introducción, pasaremos a estudiar algunos ejemplos de perspectivismo relacionados con cada uno de los personajes de la novela, empezando por el protagonista principal.
1. Santiago
Nada más comenzar la narración, empieza a hablar de una serie de contrastes entre su situación actual y la de los primeros momentos de su entrada en prisión. Ahora no tiene luz eléctrica; pero no se queja, porque durante los dos primeros años ni siquiera había luna. Además, tras haber conocido a ocho compañeros de celda, ha conseguido adaptarse y ya no tiene la desesperación de los primeros momentos. El único problema es que, cuando las desesperaciones de los compañeros no coinciden, se puede llegar «a una soledad total». Uno de sus entretenimientos es mirar las manchas de la pared y fantasear con las cosas o las caras que le pueden sugerir. Ésta es una costumbre de la infancia; pero, mientras en aquellos años trataba de imaginar animales, objetos o fantasmas que le producían pánico, ahora procura no deleitarse en esa búsqueda del temor. En tal sentido, nos ofrece un ejemplo de perspectivismo en relación con la mancha que hay sobre la puerta. Si a su actual compañero de celda le recuerda el perfil de De Gaulle, a él tan sólo le parece un paraguas. De este contraste de perspectivas surge, en esta ocasión, la risa, algo que, según Santiago, es sumamente bueno cuando se está en la cárcel. En cambio, cuando le da por pensar en el tiempo que hace que no ve a su mujer, a su hija y a su padre, la risa desaparece, y a punto está de echarse a llorar. No obstante, el llanto no llega a aflorar, aun a sabiendas de que no es bueno el «estreñimiento emocional», pues impide un cierto desahogo purificador. Otra transformación que se ha operado en él es que, si antes lo dominaban los recuerdos, ahora es él quien los controla, aunque sólo sea de forma parcial. Así, decide qué es aquello que quiere recordar: el colegio, los amigos, su padre, su hija y su mujer. Pero en lo que se refiere a su matrimonio hay algo que le hace daño y le provoca grandes depresiones: rememorar los momentos en los que hacía el amor con ella. Por eso trata de evitarlos en la media de lo posible. Uno de esos recuerdos marca un profundo contraste con el estado actual: cuando tenía doce o trece años iba a pasar las vacaciones de verano en casa de sus tíos, en el Río Negro. Allí gozaba de una soledad muy en la línea de los conocidos tópicos del locus amoenus y del beatus ille...:
Fue una de las pocas veces que escuché, vi, olí, palpé y gusté la naturaleza. Los pájaros se acercaban y no se espantaban de mi presencia. Tal vez me confundieran con un arbolito o un matorral. Por lo general el viento era suave y quizá por eso los grandes árboles no discutían, sino simplemente intercambiaban comentarios, cabeceaban con buen humor, me hacían señales de complicidad (...) Y yo me sentía parte de esa vida y llegaba a la extraña conclusión de que no debía ser aburrido ser pino o sauce o eucaliptus.
Ahora, cuando escribe esto, también viene del río, mas la situación y las emociones son muy distintas a las de entonces. Por eso el lugar ya no es tan agradable, ni Santiago es tan dichoso. Otro de los contrastes que se establece entre el pasado y el presente es que, antes de ingresar en prisión, no tenía tiempo para nada y ahora le sobra tiempo para todo, especialmente para reflexionar y madurar, para conocer sus debilidades y sus fortalezas, para soñar despierto y hacer proyectos para el futuro. Y es que resulta curioso el contraste espacio-temporal que se deriva de la prisión que sufre el cuerpo y la libertad de la que goza la mente:
Cuando uno tiene que estar irremediablemente fijo, es impresionante la movilidad mental que es posible adquirir. Se puede ampliar el presente tanto como se quiera, o lanzarse vertiginosamente hacia el futuro, o dar marcha atrás que es lo más peligroso porque ahí están los recuerdos, todos los recuerdos, los buenos, los regulares y los execrables.
Dentro de este juego de perspectivas y contrastes, Santiago evoca los veranos que pasaba en Solís, cerca de la playa. Ya entonces, a pesar de lo agradable que resultaba todo, surgían momentos en los que Graciela y él se encontraban sombríos y melancólicos, cuando comparaban su situación, a pesar de lo austera que era, con la de quienes no tenían nada, ni siquiera «una hora especial para la melancolía porque su amargura era de tiempo completo». A propósito de los recuerdos de aquella época, surgen dos rasgos de ironía achacables al destino. El primero, relacionado con la panza que tenía por aquel entonces; ahora, han pasado unos años y, cuando lo normal sería que ésta hubiese aumentado, lo cierto es que ya no la tiene, «claro que por otro tratamiento que tal vez no sea el más recomendable», apunta Santiago. El segundo, en relación con la constatación de que su amigo Rolando, al que él consideraba un mujeriego, es precisamente quien está ahora liado con su mujer. Cuando se entera de la posibilidad de salir en libertad, se produce un nuevo contraste. Como él mismo pone de relieve, «anteayer admitía como probable que permanecería aquí varios años», y hoy la idea de pensar que en un año o menos pueda salir le hace insoportable la espera. Ahora los cinco años que lleva en la cárcel se le antojan eternos, sobre todo si el objeto de referencia es la hija. «Cinco años sin ver a un hijo, y sobre todo si es un niño, significan una eternidad. Cinco años sin ver a un adulto, por querido que sea, son sencillamente cinco años y también es tremendo».En otra ocasión, se plantea los cambios que se han podido producir en su mujer durante esos cinco años, y aprovecha para establecer una antítesis entre la forma como se escribía a comienzos de siglo y como se hace ahora. Con cierto tinte irónico apunta:
A veces las angustias pasadas dejan un rictus de amargura; así al menos escribían los novelistas de comienzos de siglo. Los de ahora ya no emplean giros tan cursis, ah pero los rictus en cambio no pasaron de moda; será que las amarguras siguen tan campantes.
Una vez liberado, en el avión que le conduce al reencuentro con sus seres queridos, le sobrevienen una serie de reflexiones espontáneas y a veces inconexas. Entre éstas cabe destacar el contraste entre él y su amigo Andrés: mientras Santiago no se dejó llevar por el odio, a Andrés lo arrastraron hasta la locura. Por eso, dado que consiguió soportar los cinco duros inviernos con los que simboliza su estancia en la cárcel, no está dispuesto a permitir que nadie le robe la primavera de la libertad. Una primavera a la que representa con el símil de un espejo, sólo que el suyo tiene una esquina rota-he aquí el motivo que da título a la novela-, una esquina que, como él bien intuye, la ha roto su mujer.También en algunas de estas reflexiones aparecen destellos de ironía, como, por ejemplo, cuando piensa en Rolando, ese soltero impenitente de quien afirma que «ya caerá», sin sospechar que ya ha caído y que lo ha hecho precisamente en los brazos de Graciela. O cuando habla de que la culpa de todo lo que ha sucedido se le suele achacar al exilio y, a cambio de ello, «se jode al contiguo al prójimo más próximo», tal y como han hecho con él Graciela y Rolando, aunque este dato lo desconoce Santiago en el momento de hacer su aseveración. Para concluir el apartado dedicado a Santiago, nos vamos a referir a dos nuevos ejemplos de perspectivismo en relación con el diferente enfoque que se produce cuando se está libre y cuando se está encarcelado:
cuando uno está libre y es aprehensivo siente de pronto dolores imaginarios y cree que son reales/ en la cana es distinto/ cuando se siente un dolor real hay que pensar que es imaginario/ a veces ayuda afuera para que la solidaridad se sienta hay que reunir un millar de personas y colectas y denuncias y derechos humanos/ adentro en cambio la solidaridad puede tener el tamaño de media galletita.
2. Graciela
La mujer que compartía planteamientos políticos y sociales e inquietudes personales y familiares con Santiago, al cabo de un cierto tiempo empieza a ver las cosas de su marido desde otra perspectiva. Así, por ejemplo, le resulta enigmático que su marido le hable en su carta de las manchas de las paredes y de las figuras que imaginaba cuando era niño. Eso, que le pasaba a todo el mundo, como ella misma reconoce, lo interpreta en esta ocasión como algo extraño, pues su marido «antes se atrevía a más». Ahora bien, si esa costumbre de mirar las manchas puede ser interpretada como una manía de Santiago, lo mismo cabe decir de lo que le ocurre a Graciela. Cuando va sentada en el ferrocarril mirando hacia adelante, al ver venir el paisaje hacia ella, se siente optimista; en cambio, si va sentada hacia atrás, se deprime al ver que el paisaje se va alejando, se va muriendo. Esta variación del estado anímico en función de la perspectiva óptica le sirve para establecer un parangón con la relación existente en la actualidad entre ella y su marido. Es como si cada uno fuera mirando en dirección opuesta.
Él, que está en la cárcel, escribe como si la vida viniera a su encuentro. A mí, en cambio, que estoy, digamos, en libertad, me parece a veces que ese paisaje se fuera alejando, diluyendo, acabando.
La nueva situación queda perfectamente plasmada en las conversaciones que mantiene con su amiga Celia, con Rolando y con su suegro. Hablando en tiempo pasado, se refiere a la buena pareja que hicieron Santiago y ella y a la identificación que tuvieron en lo político: su unión era física y espiritual y, por tanto, llegó a pensar que no podría soportar su ausencia ni la necesidad que tenía de él en los primeros años. Pero, con el paso del tiempo, ha acabado por descubrir que él cada vez la necesita más y, en cambio, ella cada vez lo necesita menos. Considera que siguen unidos en cuestiones políticas y sociales, pero no en las sexuales. Por eso llega a preguntarse si es que la cárcel ha convertido a su marido en otro hombre y el exilio a ella en otra mujer. Su estado emocional es tal, que llega a hacer lo mismo que minutos antes había censurado a su hija: cruzar el semáforo con luz roja. E incluso llega a husmear entre la basura o a tratar con dureza a una mendiga que pide limosna por amor de Dios. Y otra muestra más de su propia extrañeza es que, cuando está dormida, no sueña con ningún hombre; mas, cuando está despierta, sueña con Rolando. Una de las veces en que ha hecho el amor con éste, se da cuenta del contraste existente entre la rutina que hay en el exterior del dormitorio y la novedad que hay en el interior. No sólo se trata de que en su cama reposa el cuerpo dormido de su amante, sino de que esta nueva relación la ha ayudado a liberarse de antiguos prejuicios. Con su marido sólo quería hacer el amor de noche, pues la oscuridad era el mejor aliado de su única pasión, el tacto. En cambio, con Rolando todo sucede por la tarde, aprovechando la ausencia de casa de su hija Beatriz. De ese modo, «no sólo no se había distraído del tacto, sino que había descubierto casi a pesar suyo, cuánto agregaba al tacto la decisión de mirar al otro cuerpo en todas sus maniobras y rutinas y nuevas propuestas, y cuánto agregaba al tacto el ser mirada en todos sus valles y musgos y colinas». Todos estos cambios son lo que impulsan a Rolando a poner de manifiesto la tremenda ironía de lo que le espera a Santiago cuando recupere la libertad:
Puta vida, ¿no? Que el tipo salga, después de tantos años, y lo espere esto. Quiero decir: que lo esperemos nosotros con esta buena nueva.
3. Rolando Asuero
Como él mismo señala en uno de sus monólogos, entre él y Santiago hay profundas diferencias. Si a éste lo considera un padre vocacional, él se ve como un mujeriego acostumbrado a contactos clandestinos y esporádicos con mujeres. Admira en Beatriz su gracia y su inteligencia, e incluso le gusta hablar con ella, pero reconoce que no puede sentir por ella lo mismo que su padre. Y sabe que la niña llegará a ser la mejor aliada de Santiago y la peor enemiga suya. Rolando siempre había tomado la iniciativa en las relaciones amorosas, imponiendo como condición que éstas fuesen provisionales, transparentes y sin promesas. Además, a las mujeres de sus amigos las había respetado como si de sus propias hermanas se tratase, concediéndose tan sólo la esporádica licencia de dedicarles algunas miradas incestuosas, las cuales habían sido más abundantes en el caso de Graciela. A propósito de los recuerdos de las estancias en el balneario de Solís, aparecen dos notas de humor e ironía. La primera de ellas está relacionada con la malla de dos piezas que solía ponerse Graciela, una prenda que «no era bikini sin embargo, pues hasta ahí no llegaba el cauto liberalismo de Santiago Apóstol», afirma Rolando en clara referencia a su amigo Santiago, tan aficionado a predicar las excelencias físicas de su mujer. La segunda, referida a la célebre frase que en una ocasión había dirigido Rolando a un gerente general de la empresa en donde trabajaba, y a quien se había ofrecido diciendo: «para servir a usted y a su señora», algo que ahora está poniendo en práctica con la señora de su amigo preso. Rolando, que había iniciado una especie de galanteo con Graciela, buscando encuentros casuales, dejándole caer algunas indirectas y ofreciéndole su ayuda desinteresada, no podía imaginar que fuese ella quien acabase enamorándolo a él. Ante esta jugada irónica del destino, el conquistador conquistado «se había quedado turulato, había sentido un repentino bochorno en las orejas, nada menos que él, buena pieza y donjuanísimo, se había mordido un labio hasta sangrarlo pero sin advertirlo hasta ahora después». Cuando llega el momento de afrontar la liberación de Santiago y, consiguientemente, la nueva situación, Rolando opta por dejarlo todo en manos de la improvisación. Imagina que su amigo tratará de conservar la calma y a su mujer y, por lo tanto, surgirá una pugna entre ambos, en la que cada uno intentará echar mano de sus respectivas y opuestas ventajas. Según sus cálculos, la de Rolando consiste en que «en la semántica de los cuerpos Graciela y él se entienden de maravilla»; la de Santiago se llama «Beatricita».
4. Beatriz
Éste es el personaje más simpático y más tierno de la novela, tanto por su inocencia y su humorística ingenuidad, como por sus originales razonamientos, especialmente los relativos al lenguaje. Ella parece ser la elegida por Benedetti para expresar los más finos rasgos de humor e ironía de la novela, disimulados bajo la ternura y la candidez de la niña. De ese modo, lo que en palabras de Beatriz se podría entender como un simple detalle de humor, visto desde la perspectiva del autor, que habla por su boca, conllevaría una mayor carga de ironía. Según Beatriz, sólo hay tres estaciones: el invierno, «famoso por las bufandas y la nieve», que permite el contraste entre los viejecitos y los niños, en función de si tiritan o no por efecto del frío. Su gusto por la exactitud en el lenguaje le hace corregirse a sí misma y afirmar que se debe decir anciano y no viejo:
Un niño de mi clase dice que su abuela es una vieja de mierda. Yo le enseñé que en todo caso debe decir una anciana de mierda.
Otra estación es la primavera. Para ella trae dos cosas buenas: las flores y el monopatín que le deja su amigo Arnoldo. Pero a su madre no le gusta porque fue cuando aprehendieron a su papá. Y añade: «Aprendieron sin hache es como ir a la escuela. Pero con hache es como ir a la policía». Además del verano, «la campeona de las estaciones porque hay sol y sin embargo no hay clases», hace referencia a una cuarta estación que, según su madre, se llama «el otoño». Esta estación, que ella no conoce, se caracterizaría por la gran abundancia de hojas secas y porque no hace ni frío ni calor, con lo cual no sabe qué ropa ponerse. En cambio, para su padre es una estación en la que se siente muy contento «porque las hojas secas pasan entre los barrotes y él se imagina que son cartitas mías». Su peculiar visión de las cosas suele ir asociada con ese humor infantil que la caracteriza. Así, dice que los rascacielos poseen muchos cuartos de baño, lo cual «tiene la enorme ventaja de que miles de gentes pueden hacer pichí al mismo tiempo», y habla de lo hermoso que es el verbo cundir, pues «cuando hay un apagón en los ascensores de los rascacielos cunde el pánico. En mi clase cuando llega la hora del recreo cunde la alegría». Además, en el momento de mencionar una de las diferencias existentes entre su país titular y su país suplente, escribe: «en mi país hay cabayos y aquí en cambio hay cabaios. Pero todos relinchan». En alguna ocasión, en cambio, ese humor cede paso a la ironía o al sarcasmo, como sucede cuando trata de definir la palabra libertad:
Libertad quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, si una no está presa, se dice que está en libertad. Pero mi papá está preso y sin embargo está en Libertad, porque así se llama la cárcel donde está hace ya muchos años. A eso el tío Rolando lo llama qué sarcasmo.
Curioso resulta también su concepto de la amnistía, una especie de vacación que se extenderá por todo el país, y que para ella significará que se acaben las tablas de multiplicar, «especialmente la del ocho y la del nueve que son una basura»; que ya no le salgan más granos; que su madre le compre una muñeca y su abuelo un reloj de pulsera, y lo mejor de todo es que «capaz que Graciela le dice al tío Rolando, bueno chau». En relación con la idea de la amnistía también podemos ver otra irónica reflexión de Benedetti puesta en boca de Beatriz. Ésta habla de que se había peleado con su amiga Teresita y que, como llevaban dos semanas sin hablarse, temía que pudiera acabar suicidándose. Por eso la llamó y le dijo:
mirá Teresita yo te amnistío pero ella entonces creyó que la había llamado nada más que para insultarla y se puso a llorar a lágrima cada vez más viva hasta que no tuve más remedio que decirle Teresita no seas burra yo te amnistío quiere decir yo te perdono y entonces empezó a llorar de nuevo pero con otro llanto porque éste era de emoción.
Finalmente, mientras espera la llegada de su padre, nos vuelve a ofrecer otras dos imágenes contrastadas. En primer segundo lugar, afirma que los pasajeros siempre traen regalos «a sus hijitas queridas pero mi papá que llegará mañana no me traerá ningún regalo porque estuvo preso político cinco años y yo soy muy comprensiva».
5. Don Rafael
Como no podía ser menos, también a él le afectó el contraste entre el «allá» y el «aquí». De allá añora la rutina del camino de regreso a casa. Aquí, en un primer momento, hubo sorpresa y fatiga, y no llegaba nunca a su casa, sino a «la habitación», e incluso tuvo que echar mano de un bastón como apoyo frente a tanta sorpresa. Cuando ya se fue adaptando dejó de ver máscaras y empezó a ver rostros; dejó de usar el bastón y empezó a ver la habitación como un apartamento o «una habitación con agregados». Los años y las experiencias vividas lo han convertido en una persona un tanto escéptica que gusta de poner de manifiesto algunas de las tremendas paradojas de la vida. Así, nos habla de la que él considera una trampa divina: «Dios da pan al que no tiene dientes, pero antes, mucho antes, le dio hambruna al que los tenía». Y, a la hora de aconsejar a Graciela que no confiese la verdad a Santiago hasta que éste salga de prisión, afirma que «la hipocresía es un vicio, pero no estoy tan seguro de que la franqueza sea siempre una virtud». Cuando se plantea la posibilidad de regresar algún día a su país, en lo que él considera que sería un desexilio tan duro como el exilio anterior, y se pregunta sobre quiénes podrán levantar de nuevo el país, opina que habrán de hacerlo quienes hoy son niños. Y entonces establece una antítesis entre los niños exiliados y los que viven allá. El futuro no lo forjarán quienes han vivido el exilio europeo o americano, por muy duro que éste pueda haber sido, sino quienes estuvieron y están allá y vieron y vivieron los asesinatos de otros jóvenes, así como la desaparición, el encarcelamiento o la muerte de sus mayores. En otro momento se pregunta si la condición de extranjero puede depender del estado de ánimo en que uno se encuentre, porque hay días en que él está completamente convencido de que lo es, otros en que no da la más mínima importancia a ese hecho y otros en que no admite esa condición de extranjero. Aunque, finalmente, llega al convencimiento de que no debe de serlo porque, siguiendo el criterio establecido por un escritor alemán, él aún no ha aprendido los insultos y la jerga del país al que ha llegado, sino que continúa haciéndolo en la que le era habitual. Además, había optado por vincularse y trabajar con la gente del nuevo país, y qué mejor manera de hacerlo que «vinculándose» con la joven Lydia, a la que no considera su extranjera, sino algo así como su mujer. Por último, habría que señalar que también con Don Rafael se cumple lo que hemos dado en llamar la ironía del destino. Su esposa Mercedes había comentado, dos años después de casarse, lo mucho que le gustaría morir escuchando alguna de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Y he aquí que muchos años después, «cuando estaba leyendo y de pronto quedó inmóvil para siempre, en la radio (ni siquiera era el tocadiscos) estaba sonando la Primavera». Así pues, tanto a Don Rafael, como a su hijo Santiago, la primavera les jugó la mala pasada de presentárseles, en momentos claves de sus respectivas vidas, con sendos espejos con una esquina rota.
6. Mario Benedetti
Para finalizar este estudio, vamos a realizar algunas consideraciones en torno a la figura de ese otro «personaje» de la novela llamado Mario Orlando Benedetti, cuyas reflexiones y vivencias aparecen recogidas, en letra cursiva, en los nueve capítulos agrupados bajo el rótulo de «Exilios». Al incluirse como personaje de su novela, Benedetti consigue que sus testimonios sobre el exilio se hilvanen con los relatos de los personajes de ficción y, de esa forma, dota de un mayor aporte de verosimilitud a las historias de éstos, por cuanto se puede percibir un claro paralelismo entre las peripecias vividas por el autor y las protagonizadas por sus criaturas. Para citar un solo ejemplo, nos referiremos al capítulo titulado «La acústica de Epidauros», que se cierra con los siguientes versos:
y así pude confirmar que la acústica era óptima
ya que mis sigilosas salvas no sólo se escucharon en las graderías
sino más arriba en el aire con un solo pájaro
y atravesaron el peloponeso y el jónico y el tirreno
y el mediterráneo y el atlántico y la nostalgia
y por fin se colaron por entre los barrotes
como una brisa transparente y seca.
Y he aquí que, en el capítulo siguiente, dedicado a Santiago, éste habla de que su abogado le había comunicado el día anterior la posibilidad de ser liberado en un futuro próximo. Por otra parte, al comienzo de la novela, asistimos a la presentación de un personaje innominado -muy probablemente el mismo Benedetti- que convalece de una reciente operación de retina, y una de cuyas diversiones -al igual que sucedía con Santiago- consiste en «proponerse imágenes». En una ocasión, ese hombre decide jugar con un caballo verde bajo la lluvia; pero una llamada telefónica obliga a su mujer a quemar libros y periódicos. Tras este episodio, cuando vuelve a pensar en el caballo verde, se encuentra con que éste es «negro retinto» y va montado por un jinete sin rostro. Entre los recuerdos de Benedetti surge el del doctor Siles Zuazo, a quien había conocido en Montevideo veinte años atrás. En aquella época el escritor uruguayo y el exiliado boliviano solían hablar de literatura y, sobre todo, de Proust. Cuando el doctor regresó a Bolivia, estuvieron varios años sin verse. Hasta que una noche de 1974 se reencontraron bajo la lluvia de Buenos Aries. Entonces hicieron recuento de las veces que habían tenido que exiliarse: tres, en el caso de Benedetti; catorce, en el de Siles Zuazo. Pero ya no hablaron de Proust. Según el escritor uruguayo, uno de los momentos más trágicos del exilio es el de la muerte. Ésta, cuando se produce en el exilio, significa la negación del regreso a los orígenes que implica toda defunción y, además, la privación de «nuestra muerte doméstica». De ahí que se puedan establecer dos etapas bien diferenciadas: «En los primeros tiempos el exilio era, entre otras cosas, el duro hueso de vivir distante. Ahora es también el de morirse lejos». Para concluir, pondremos dos ejemplos más de perspectivismo en relación con dos hechos históricos que menciona Benedetti. En primer lugar, relata el caso del periodista H., quien, tras su exilio en Argentina y Cuba, regresó a su país natal, Bulgaria. Cuando Benedetti fue a Sofía en 1977 para participar en el Encuentro de Escritores por la Paz, supo de la muerte de H. Pero, en contra del diagnóstico oficial de una muerte por hemiplejía, él afirma que fue una muerte por soledad. Y, para reforzar su teoría, compara su muerte con un episodio sufrido por el escritor uruguayo en 1975, durante su exilio argentino: una crisis asmática en soledad. En segundo lugar, se refiere a la liberación en 1980 del uruguayo Daniel Cámpora, gracias a la labor realizada por la escuela alemana en donde estudiaban sus tres hijos. A su llegada a la ciudad alemana de Colonia, Cámpora pronunció un discurso en el que agradecía a los ciudadanos alemanes todo lo que habían hecho por él. En cambio, es una muchacha alemana la que le expresa su gratitud por lo que él les ha dado: la ocasión de que esa comunidad haya podido expresar lo mejor de sí misma."
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