6 de maig 2023

madrid, crónica 3

 


    Tras reponer fuerzas, la jornada vespertina del domingo prosigue dirigiéndonos hacia el Prado, donde realizaremos una pequeña visita.

    La pinacoteca abría sus puertas por primera vez el 19 de noviembre de 1819. El edificio que Juan de Villanueva había diseñado como Gabinete de Historia Natural acogía una parte importante de las colecciones reales. Con los años, donaciones particulares y compras fueron ampliando los fondos.

        Durante la Guerra Civil las obras de arte se protegieron de los posibles bombardeos con sacos de arena en la planta baja del museo. Finalmente, por recomendación de la Sociedad de Naciones la colección viajó primero a Valencia y luego a Ginebra, de donde tuvieron que regresar rápidamente a Madrid tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

    A través de sus salas podemos viajar al siglo XI, delante de los murales mozárabes de la iglesia de San Baudelio de Berlanga, seguir con las obras de Bartolomé Bermejo, Pedro Berruguete, Juan de Juanes o Luis de Morales, muestra de la pintura gótica hispanoflamenca al Renacimiento. Las salas dedicadas a El Greco conservan algunas de sus pinturas, como El caballero de la mano en el pecho o la Santísima Trinidad.

    El Siglo de Oro está representado por obras de Ribera, Zurbarán y Murillo, que ayudan a comprender el contexto en el que surge la pintura de Velázquez, como Las meninas o Las hilanderas. A caballo entre el siglo XVIII y el siglo XIX, las salas de Goya muestran desde los cartones que hizo para la Real Fábrica de Tapices a Las pinturas negras con las que el artista cubrió los muros de su casa. También hay salas dedicadas a la pintura del siglo XIX, con obras de Fortuny, los Madrazo y Sorolla.



    La pintura italiana, muy presente en la pinacoteca, es imprescindible visitarla para comprender el paso del arte medieval al Renacimiento y su influencia en el arte barroco español. Del Quattrocento destacan La Anunciación de Fra Angelico, las vírgenes de Rafael sirven para explicar el Cinquecento. Los cuadros de Tiziano, Tintoretto y Veronés, representantes de la escuela veneciana, como los del arte barroco italiano de Caravaggio, Guido Reni y Annibale Carracci están representados.

    La escuela flamenca goza de una nutrida representación; así podemos contemplar el descendimiento de la cruz de Van der Weyden, el Jardín de las Delicias de El Bosco, las obras del esplendor barroco, con Rubens, la familia Brueghel, Jordaens y Teniers. La pintura francesa, holandesa y alemana también tienen presencia: Durero, Claudio de Lorena, Rembrandt o Watteau.

Para finalizar jornada tan intensa, asistimos, en el teatro Figaro, a la representación de la obra “Una terapia integral”.

    
    Cristina Clemente y Marc Angelet escriben y dirigen esta comedia producida por la compañía La Villarroel. La pieza está protagonizada por Antonio Molero, Marta Poveda, Esther Ortega y César Camino.

    Toni Roca se ha convertido en panadero estrella y gurú social; desde hace una década imparte un curso intensivo de cuatro semanas para aprender a hacer pan. Oferta muy pocas plazas, tres concretamente, las cuales se disputan multitud de personas. Su éxito radica en que ayuda a los alumnos a arreglar todo aquello que no funciona bien en sus vidas porque, según su teoría, el mejor pan se consigue solo cuando la persona que lo hace es plenamente feliz. Así, una corteza poco crujiente puede ser sinónimo de problemas laborales, una miga demasiado densa seguramente se ha visto influida por una crisis de pareja y un pan soso es indicativo de alguna insatisfacción.

    Para conseguir superar el curso, los estudiantes se someten a una serie de pruebas que les llevan a mostrar sus conflictos más íntimos, liberarse de sus miedos, llorar o gritar a pleno pulmón.

    Con estos ingredientes se cuece una comedia, con toques de drama, que indaga en el negocio de la búsqueda de la felicidad de una sociedad necesitada de creer en algo para que sus existencias adquieran sentido.









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