27 de set. 2024

catedrales, fragment 2

 




    "Somos una cicatriz. Mi familia es la cicatriz que dejó un asesinato. Unos años antes de que yo naciera, descuartizaron y quemaron —en ese orden— a mi tía Ana. A pesar de que no la conocí, a pesar de que no había fotos de ella por la casa, a pesar de que mis padres evitaban mencionar aquel hecho brutal con la ridícula idea de que lo que no se nombra no existe, desde que supe que mi tía había sido quemada y descuartizada me convencí de que al hablar con alguien debía contarlo inmediatamente, advertirle al otro que en mi familia había habido una muerte violenta, salvaje. Me había acostumbrado a mostrar mi cicatriz familiar casi como carta de presentación. Más aún si se trataba de una chica, y en sus ojos descubría que yo le gustaba. En ese caso, sentía que no sólo debía contarle, sino advertirle: “Ojo que no soy lo que ves, ¿querés escuchar mi historia?”. Y si decía que sí —siempre decían que sí—, le describía en detalle la cicatriz familiar. No porque de ella pudiera resultar ningún riesgo para terceros, sino porque sentía que no había manera de soslayarla al hablar de mí. No podía callar ni la cicatriz ni la historia que se escondía detrás de esa marca. La muerte de Ana forma parte, irremediablemente, de lo que yo soy. De lo que somos. Tal vez, mis padres no me habrían criado con los miedos con que me criaron, si la vida de Ana no hubiera terminado de ese modo. Tal vez, mi abuela no habría sido el ser amargo y dañino que fue hasta sus últimos días, si no hubiera muerto su hija. Tal vez, mi abuelo no habría tenido esa luz triste en los ojos, si su niña menor aún viviera y su niña del medio no se hubiera ido a vivir a otro continente. Sin nuestra cicatriz, tampoco habrían existido las tres cartas que yo llevaba en mi mochila el domingo en que llegué a Santiago de Compostela, dispuesto a encontrar a Lía.

    A fuerza de rechazos, aprendí a simular. Poco a poco logré postergar el anuncio, no contar lo de la muerte de Ana de inmediato. Sobre todo después de aquella cita con una ex compañera del colegio secundario que me gustaba mucho, muchísimo. Me había tomado un largo tiempo antes de invitarla a salir, me sonrojé al hacerlo pero, cuando lo hice, ella dijo: “Sí, salgamos”, casi sin pensarlo, y yo fui feliz. La invité a tomar una cerveza y, antes de que el mozo trajera los balones, en lugar de intentar darle un beso como hubiera hecho alguno de mis amigos, le estampé mi cicatriz sin ningún tipo de advertencia, amortiguación o rodeo. “A mi tía Ana la quemaron y descuartizaron cuando tenía diecisiete años, nadie supo nunca quién ni por qué.” No podía estar frente a ella y no decirlo. Callar me hacía sentir sucio. Por un momento, pensé que sus ojos se ponían más verdes, que algo le hacía ganar intensidad a un tono que yo pocas veces había visto tan de cerca. Pero no se trataba de que los ojos de mi amiga ganaban color, sino que la piel de su cara lo perdía. La chica se había puesto pálida, la frente se le llenó de sudor, se paró torpemente, me dijo que iba al baño un instante y no volvió más. Ahí quedé yo, toda la noche con las dos cervezas frente a mí, sin poder tomar la mía y sin entender qué era lo que había hecho mal.

    Crecer rodeado de adultos a los que un día les cambió la vida por una muerte con descuartizamiento e incineración no puede ser igual a crecer en otro sistema familiar. La familia es un sistema. “Un objeto complejo cuyas partes o componentes se relacionan con al menos alguno de los demás componentes”; según se define “sistema” en el Diccionario de Filosofía, de Mario Bunge. Yo me relacionaba con mi abuelo, hasta que murió. Mis padres se relacionaban entre sí. Mi abuelo se relacionaba con todos. Aunque en los últimos tiempos su trato con mis padres fue cada vez más distante. En ese entonces, pensé que era porque el abuelo guardaba su energía para él y para mí, para las cartas que se escribían con Lía y no mucho más. A partir de su muerte, el sistema quedó trunco, faltaron enlaces y empezó a dar “error”. Mis padres quedaron haciendo loop entre ellos. Yo desconectado, out of system, excluido.

    Soy hijo de un ex seminarista y una profesora de Teología. Hay que remontar ese barrilete. Los ingresos que nos permitieron tener una vida más holgada fueron producidos por la casa de electrodomésticos que mi padre heredó de su familia. Los dos son activistas católicos y están relacionados íntimamente con la Iglesia de muchos modos: retiros, cursillos, novenas, colectas, comedores, misionar —lo que significa convencer a otros de que crean en aquello en lo que ellos creen—. Durante mucho tiempo dieron cursos prenupciales en los que explicaban cómo tener un matrimonio que durara toda la vida, condición de extra large que parecía definir el éxito del sacramento. De hecho, aún deben de estar convencidos de que su propio matrimonio es exitoso. En cambio a mí, imaginarme casado, si estar casado es vivir como viven ellos, me parece un fracaso absoluto, el más grande al que uno puede aspirar."

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