2 de set. 2024

el acontecimiento, lectura 2

 

“El Acontecimiento» y Annie Ernaux: la crudeza que incomoda a la crítica

per María Rodríguez Velasco
a “amanece metrópolis”
26 diciembre, 2022

    "Podría avergonzarme de ello, pero no voy a hacerlo. Todo lo contrario. Reconoceré que aún me faltan infinidad de lecturas y autores por descubrir. De algunos poseo una ligera idea, un nombre, ciertas frases que me llamaron la atención en alguna entrevista; de otros, el peso de su memoria, de las alabanzas recibidas durante décadas o siglos. También están aquellos de los que apenas he oído hablar y que, al concederles algún galardón, voy encontrando en publicaciones de forma reiterativa y casi tediosa. Como ya he dicho, podría avergonzarme de ello, pero no voy a hacerlo. Eso me demuestra que tengo mucho que aprender y que, prácticamente, no soy experta en nada.

    Así, llegué a Annie Ernaux (Lillebonne, 1940). Suelo comparar nuestra inesperada coincidencia con una circunstancia personal, con el viaje fortuito a una ciudad. La escritora francesa, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2022, es como Sintra para mí. Me bajé del autobús una mañana de diciembre y estaba cubierta de niebla, hacía frío. Alguien me había insistido en que tenía que visitarla, aunque fuera sólo un día, aprovechando mi estancia en Lisboa. No me dio tiempo a recorrerla como me hubiera gustado, pero me perdí en sus rincones y esa huella todavía está presente en mi psique.

    Esa misma sensación tengo con “El acontecimiento” (2000), la novela donde narra su aborto clandestino en 1963, cuando aún era una estudiante de filología. En ella he podido identificar elementos característicos de su escritura, que ya tenía muy accesibles en mi mente gracias a la interesante charla que se mantuvo en la Tertulia de Justo Sotelo, celebrada virtualmente el pasado quince de noviembre. Tal y como se ha comentado, la autora ha rechazado en repetidas ocasiones el concepto de autoficción al referirse a su estilo literario. Podríamos afinar más si usáramos términos como etnotextos o autosociobiografías, ya que evoca en soledad recuerdos íntimos con la voluntad de compartirlos en sociedad. A diferencia de otros relatos donde se aborda esta misma situación con la ausencia de detalles desagradables y multitud de elipsis, Ernaux intenta plasmarlo tal cual lo vivió, aunque resulte repulsivo. Obliga al lector a pasar por ese trance; lo enfrenta a la exposición y al juicio, a la desesperación y a la vulnerabilidad femenina en una época y ante una ley. “Había traído al mundo una vida y una muerte al mismo tiempo” y no podía asimilar que ella tuviera el papel protagonista en esa historia sin guion, ni dirección.

    “A un lado estaban las otras chicas, con sus vientres vacíos, y al otro me encontraba yo”, que quería hacer desaparecer el fruto de su vientre. Sólo por ese hecho, se emplazaba en un peldaño inferior de la escalera que lleva al techo de cristal; esa que imprime etiquetas tan restrictivas, como eficaces, en una trayectoria de siglos de moral y clases sociales. Ser mujer y no morir en el intento. Ser mujer y asumir responsabilidades que deberían ser compartidas, sin olvidar jamás que tu cuerpo y tu pensamiento te pertenecen. Ser mujer y no declinar, a pesar de vivir sujeta a una sociedad y a una década que penalizan ciertas decisiones con multa y prisión. Ser mujer y sentirte sola, con el único desahogo de un diario y algunas amigas indecisas, que tampoco saben reaccionar. Ser mujer y culparte. Ser mujer y no resignarte al silencio. Ser mujer y “vengar a tu sexo”, en palabras de la propia Ernaux.

    Por ello, su escritura es natural, objetiva, “blanca” o “plana”, sin metáforas, ni signos de emoción; es como la desnudez sin retoques, la que ruboriza frente al espejo. Somos todos y cada uno de nosotros. Carece de elegancia y ornamento. Huye de la retórica burguesa, porque es un instrumento de resarcimiento. Una mujer que siempre quiso escapar de su pueblo, de los orígenes de su familia obrera, humilde; que, con el paso del tiempo, consiguió reconciliarse con su estirpe y sumergirse en la manera de existir de “los suyos”. Escribir para entender por qué los rechazaba. Su lengua, la herramienta imprescindible que le hacía acceder a los clásicos y que constituía el motivo de su profesión, era el problema. Debía inventarla, modificarla para que hablara por y como las personas a quienes describía. La literatura, que la ayudó a salir de un ambiente muy limitado por las necesidades, ahora la invitaba a rebelarse contra ella y a transformarla.

    A finales de 2019, afirmó con rotundidad que la contraposición entre ficción y realidad es un falso problema, que lo importante es escribir de verdad. Y una muestra de ello es su trayectoria, con novelas como “Los armarios vacíos” (1974), “La mujer helada” (1981), “El lugar” (1983), “Una mujer” (1987), “No he salido de mi noche” y “La vergüenza” (1997), “Los años” (2008) o “La otra hija” (2011). Entre los muchos galardones que ha recibido pueden destacarse el Premio de la Lengua Francesa 2008 o el Premio Formentor de la Letras 2019. Es la decimoséptima mujer que gana el Nobel de Literatura y en su discurso de aceptación declaró que el hecho de habérselo otorgado era una señal de esperanza para todas las escritoras.

    Puedo considerarme una recién llegada al universo de esta autora. Ni siquiera debería osar a reseñar una de sus obras, pues no poseo conocimiento suficiente, ni tampoco recursos que desarrollen un comentario ilustrado y creativo; pero, quizás, esta sea mi forma de pronunciarme, de iniciar un vínculo con su recorrido literario y humano. Sospecho que todavía tengo que abrir puertas y adentrarme en sus textos breves, huecos, de prosa triste y sobreactuada –tal y como he leído en algunas críticas-, para comprobar por mí misma qué se esconde tras la niebla, más allá de las opiniones ajenas.

    Debo volver a Sintra. Debo volver a Annie Ernaux."

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