Las viudas de los jueves
Claudia Piñeiro
Alfaguara, 2007
páginas: 256
FRAGMENTO:
“Abrí la heladera, y me quedé así, descansando con la mano apoyada en la manija, frente a esa luz fría que iluminaba los estantes, con la mente en blanco y la mirada inútil. Hasta que la alarma que indicaba que la puerta abierta dejaba escapar el frío empezó a sonar, y me recordó por qué estaba ahí, parada frente a la heladera. Busqué algo que comer. Junté en un plato algunas sobras del día anterior, las calenté en el microondas y las llevé a la mesa. No puse mantel, apenas un individual de rafia de aquellos que había traído hacía un par de años de Brasil, de las últimas vacaciones que pasamos los tres juntos. En familia. Me senté frente a la ventana, no era mi lugar habitual en la mesa, pero me gustaba comer mirando el jardín cuando estaba sola. Ronie esa noche, la noche en cuestión, cenaba en la casa del Tano Scaglia. Como todos los jueves. Aunque ese jueves fuera distinto. Un jueves de septiembre de 2001. Veintisiete de septiembre de 2001. Ese jueves. Todavía seguíamos espantados por la caída de las Torres Gemelas, y abríamos las cartas con guantes de goma por temor a encontrarnos con un polvo blanco. Juani había salido. No le había preguntado con quién ni adónde. A Juani no le gustaba que le preguntara. Pero igual yo sabía. O me imaginaba, y entonces creía que sabía.
Casi no ensucié platos. Ya hacía unos años había aceptado que no podíamos pagar más personal doméstico de jornada completa, y sólo venía una mujer dos veces por semana a hacer el trabajo grueso. Desde entonces aprendí a ensuciar lo mínimo posible, aprendí a no arrugarme, a casi no desarmar la cama. No por la carga de la tarea en sí misma, sino porque lavar los platos, hacer las camas o planchar la ropa me recordaban lo que alguna vez había tenido, y ya no tenía más.
Pensé en salir a caminar, pero me detenía el temor de cruzarme con
Juani y que él creyera que lo estaba espiando. Hacía calor, era una noche
estrellada y luminosa. No tenía ganas de acostarme y empezar a dar vueltas en
la cama, sin sueño, pensando en alguna operación inmobiliaria que no terminaba
de poder concretar. Por aquel entonces parecía que todas las operaciones
estaban destinadas a caerse antes de que yo pudiera cobrar una comisión.
Veníamos de varios meses de crisis económica, algunos lo disimulaban mejor que
otros, pero a todos de una manera u otra nos había cambiado la vida. O nos
estaba por cambiar. Fui a mi cuarto a buscar un cigarrillo, iba a salir a pesar
de Juani, y me gustaba caminar fumando. Cuando pasé frente al dormitorio de mi
hijo pensé en entrar y buscar ahí un cigarrillo. Pero sabía que no habría
encontrado lo que buscaba, que hubiera sido sólo una excusa para entrar y
mirar, y ya había estado mirando esa mañana cuando había hecho su cama y
ordenado su cuarto, y tampoco entonces había encontrado lo que buscaba. Seguí,
en mi mesa de luz tenía un atado nuevo, lo abrí, saqué un cigarrillo, lo prendí
y bajé la escalera dispuesta a salir.”
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada