31 de des. 2024

resum 2024


 

Resum, en imatges, de les activitats del grup durant aquest any que s'acaba.

 


22 de des. 2024

decca, 6

 




Los Beatles de Mitford

por Anthony Haden
The New Yorker
16 de abril de 1995



    Hablemos de Jessica Mitford, la aristócrata inglesa que ahora vive en el norte de California y que acaba de sacar un CD de pop. No debería sorprendernos que Jessica Mitford haya sacado un CD de pop. Después de todo, era la única, entre seis hermanas cuya historia ni el más descarado novelista pulp se atrevería a inventar.

    Nancy Mitford, la mayor de las hijas de un aristócrata inglés de carácter notablemente malo, Lord Redesdale, se convirtió en novelista. Pamela Mitford fue descrita por el poeta John Betjeman como "la dulce Pamela, la más rural de todas". Diana Mitford se casó con Oswald Mosley, que fundó la Unión Británica de Fascistas. Unity Mitford sentía pasión por Adolf Hitler y fracasó en un intento de suicidio, y Deborah Mitford es ahora la duquesa de Devonshire. ¿Y Jessica? Se fugó y huyó a España durante la Guerra Civil, y más tarde al Partido Comunista. Ahora es escritora y lleva cuarenta años viviendo en Oakland, California, con su marido, Robert Treuhaft, abogado laboralista. 

    Su carrera como cantante, por otra parte, empezó hace apenas un año y medio, en la fiesta del cuadragésimo aniversario de The Paris Review, en San Francisco. Fue una de las muchas escritoras que cantaron en la celebración. Para su debut, Mitford eligió un tema de los Beatles, "Maxwell's Silver Hammer". El otoño pasado, le pidieron que actuara de nuevo. Las cosas se calentaron, como suele ocurrir en el pop, y pronto Mitford se encontró en un estudio de grabación, al frente de una banda real: Decca and the Dectones (Decca es el apodo de Jessica desde hace mucho tiempo). El CD se publicó a finales de marzo. La canción de los Beatles aparece primero en el CD, y luego se escucha una balada victoriana, "Grace Darling", sobre un naufragio y la valiente hija de un farero. La escritora termina con una descripción de la canción.”


21 de des. 2024

decca, 5

 

Red Sheep

por Thomas Mallon
The New Yorker
8/10/2006

    “La carta más importante que Jessica Mitford escribió jamás fue una falsificación, dirigida a ella misma (“Darling Decca”) a la edad de diecinueve años, el 3 de febrero de 1937. Fingiendo ser una novia que viajaba por el continente, la futura periodista lanzó una efervescente pseudoinvitación para cruzar el Canal: “Hemos alquilado una casa en Dieppe, es decir, ¡la ha alquilado la tía! Tenemos la intención de convertirla en el centro de una especie de viaje en coche a todos los lugares divertidos de los alrededores. Iremos allí desde Austria el miércoles y nos encantaría que nos acompañaras el próximo fin de semana en algún momento”.

    El verdadero destino de Mitford era la España desgarrada por la guerra, a la que pretendía llegar tras fugarse con su primo segundo Esmond Romilly, sobrino de Winston Churchill que había alcanzado un estrellato precoz tanto por su extravagante rebelión contra la cultura de la escuela pública británica como por su posterior servicio con la Brigadas Internacionales en defensa de Madrid. La artimaña de Dieppe funcionó. Cuando le mostraron la carta de invitación, la madre de Mitford, Lady Redesdale, dejó que su hija saliera de Inglaterra y, al poco tiempo, Decca y Romilly estaban en el Bilbao lealista, transmitiendo noticias de la guerra española para una oficina de prensa que las había contratado. 

    En términos de clase y época, todo esto podría considerarse una rebelión juvenil normal. Lord Redesdale, conocido por sus hijas como «Farve», era un mercenario ceñudo que utilizaba un cronómetro para medir el tiempo de los sermones del vicario que contrataba para el pueblo de los Cotswolds que dominaban los Mitford. Su esposa («Muv») insistía en que sus seis hijas, muy espaciadas en edad pero que compartían una complicada matriz de juegos, apodos y lenguaje sin sentido, recibieran gran parte de su educación en casa. Tal confinamiento fue especialmente resentido por Decca, que desde el principio poseyó un tremendo coraje: «La ventana de nuestra guardería daba al cementerio», recordaba cuando tenía setenta años. «Una vez un tío me preguntó si no tenía miedo de ver todas esas lápidas por la noche. Ni un poco (se supone que respondí), cuando hay luna llena disfruto viendo a Farve desenterrar los cadáveres para alimentar a las gallinas. ¡Qué niña más querida debí de ser yo!».

    Fue la quinta de las hermanass. Todas tenían presencia, ingenio y una agresividad increíbles; cada una era “una odiadora terrible”, recordó Decca. Las escapadas de las mayores habían sido bastante inofensivas durante el apogeo de los Bright Young People en los años veinte (Evelyn Waugh incluso hizo una referencia oculta al cordero mascota de Decca, de doce años, en “Vile Bodies”), pero resultaron mucho menos divertidas cuando se llevaron a cabo bajo las nubes más oscuras de la década siguiente. Fueron las grotescas acciones de sus hermanas, más que las excentricidades y la severidad de sus padres, lo que impulsó la huida de Decca en 1937.

    “Siempre que veo las palabras 'La hija de Peer' en un titular”, suspiró Muv, “sé que será algo sobre alguna de ustedes, niñas”. En 1936, después del fracaso de su matrimonio con Bryan Guinness, heredero de la fortuna cervecera, Diana, la más bella entre las chicas, se casó con Sir Oswald Mosley, el jefe de la Unión Británica de Fascistas. Esta nueva conexión encendió el entusiasmo nazi en Unity (segundo nombre Valkyrie), que pronto entabló amistad con Goebbels, Göring y Hitler. El Führer expulsó a algunos judíos de un apartamento selecto de Munich para que Unity pudiera quedarse con él en su lugar. (Farve y Muv visitaron Alemania y también se manifestaron muy impresionados por los nazis.) Nancy Mitford, la mayor y más cáustica de las hermanas, satirizó las aventuras políticas de la familia en una novela llamada “Wigs on the Green”, pero incluso ella tenía el don Mitford para odiar a los grupos; En su caso, un antiamericanismo extrañamente virulento. Cuando Decca, la única izquierdista del clan, logró escapar, Nancy unió fuerzas con la familia para intentar recuperarla.

    Tras un periodo en España, los jóvenes Romilly volvieron, brevemente, a Inglaterra, donde las luces y los calentadores eléctricos de su piso de Londres «ardían día y noche», ya que nadie había informado nunca a Decca «de que había que pagar por la electricidad». Tras el pacto de Múnich de 1938, la pareja se marchó a Estados Unidos, decidida a quedarse allí mientras se solucionaban los problemas internacionales de Gran Bretaña. Esmond y Decca se abrieron camino a lo largo de la Costa Este a base de sablazos, conspiraciones y chapuzas; él robó puros al padre de Katharine Graham y luego le pidió prestados mil dólares para financiar una participación en un restaurante de Miami. Durante la primavera de 1940, en respuesta a las invasiones de Hitler hacia el oeste, Romilly se alistó en la Real Fuerza Aérea Canadiense. Murió al año siguiente.

    Decca permaneció en Washington con su hija pequeña, Constancia (Dinky), y encontró trabajo en la Oficina de Administración de Precios y una vida social entre los jóvenes partidarios del New Deal. Vivía con Clifford y Virginia Durr, liberales sureños cuyos invitados a veces incluían al congresista Lyndon B. Johnson y su esposa. (“¿Quién es Lady Bird?”, escribió Muv a Decca. “La busqué en la Nobleza, pero no pude encontrar ni rastro”). A mediados de la guerra, Mitford se había mudado a San Francisco y se había casado con un abogado de la OPA llamado Robert Treuhaft. Se convirtió en ciudadana estadounidense para unirse al Partido Comunista, en cuyas actividades ella y su esposo participaron ávidamente durante los siguientes quince años.

    Su marco de referencia era decididamente inusual para una miembro del Partido Americano. En sus memorias “A Fine Old Conflict” (1977), Mitford recordaba que la habían elegido para dirigir la campaña local de recaudación de fondos de People ’s World , una campaña que “me recordaba a la temporada de Londres”. Los miembros del personal de una clínica psiquiátrica de California, a quienes les confió la historia de su juventud durante una consulta sobre la costumbre de chuparse el dedo de Dinky, concluyeron: “Como la madre vive en un mundo de fantasía propio y es incapaz de dar respuestas racionales y creíbles a las preguntas, es imposible seguir tratando a la niña”.

    Sin duda, las inclinaciones izquierdistas naturales de Mitford se vieron sobreestimuladas por la “muy solitaria oposición” que había mantenido dentro del nido de plumas de su familia. Su capacidad para seguir siendo miembro del Partido mucho después del “discurso secreto” de Jruschov denunciando a Stalin en 1956, y más allá de la invasión soviética de Hungría ese mismo año (necesaria, razonó, “para preservar un sistema socialista… contra lo que parece un golpe fascista”), sugiere una penitencia ostentosa y sustitutiva por los pecados nazis de los Mitford. Su renuncia al Partido, en 1958, se produjo “no por ninguna cuestión de principios”, sino sólo porque el PC se había “vuelto bastante monótono e inútil”.

    Un lector de “Decca: The Letters of Jessica Mitford”, sus cartas reunidas, no puede sino maravillarse de cómo un espíritu tan vivaz y una desacreditadora tan instintiva se mantuvo tan devota de los comisarios soviéticos. Unity Mitford duró varios años en la Alemania nazi antes de suicidarse cuando estalló la guerra con Inglaterra (sobrevivió). Es difícil imaginar a su traviesa hermana logrando pasar un mes en la Rusia soviética sin que la enviaran a algún lugar frío para reeducarse. A Mitford le encantaba burlarse de la jerga estadounidense del Partido (su primer escrito extenso fue una parodia titulada “Lifeitselfmanship”), y siempre exhibió su dificultad con cualquier forma de piedad o corrección política: “Nunca debí dejar que lo engatusaras para que fuera a esa Escuela Dominical Unitaria”, le escribe a una amiga en 1959, después de que su hijo la criticara por generalizar sobre la gente. Varios años después, le explica a su hermana Debo, ahora duquesa de Devonshire, que no acepta invitaciones “para unirse a comités contra los juguetes malvados que tienen [en los EE. UU.]”, no cuando sabe que “debería haber anhelado un modelo de bomba H si hubieran existido cuando éramos pequeñas”. Tal vez lo peor que ha escuchado sobre el LSD es que “hace que uno quiera a todos”.

    El Partido Comunista de California era conocido por ser más laxo que otros grupos, pero las bromas de Mitford aún la metieron en problemas, y en ningún momento de sus cartas o de “A Fine Old Conflict” cuestiona el derecho del Partido a castigar y rechazar a sus miembros por las desviaciones más pequeñas. En 1948, mientras esperaba que se relajara la tensión aún considerable entre ella y su madre, preguntó seriamente a la jerarquía local del Partido si correría el riesgo de ser expulsada si permitía que Muv visitara Oakland. Sus peores rasgos ideológicos y sus mejores rasgos de autocrítica se muestran en una carta escrita diez años después:

El sábado por la noche fuimos a casa de Dobby, donde se debatió hasta el final sobre el Dr. Zhivago (Pasternak), y Dobby adoptó la postura de que la Unión Soviética estaba completamente justificada [al ordenar la supresión del libro]; el resto de nosotros coincidimos con Laurent, que señaló que los ganadores del Premio Nobel le habían tendido una trampa jugosa a la Unión Soviética, en la que cayeron como una tonelada de ladrillos.

No hace falta decir que nadie había leído el libro.      

    Pero la mayor parte de su actividad política era local, e incluía el trabajo para el Congreso de Derechos Civiles de East Bay (CRC) en numerosos casos de brutalidad policial perpetrados por el departamento de policía de Oakland. Mitford demostró mucha valentía cuando viajó al sur en 1951 con otras mujeres comunistas para hacer campaña contra la condena de Willie McGee, un negro de Mississippi condenado a muerte por violar a una mujer blanca que probablemente había sido su amante. A pesar de las citaciones que recibió y los pasaportes denegados, Mitford mantuvo una sensación general de comodidad en Estados Unidos, cuya “falta de desolación” contrastaba con gran parte de lo que recordaba de Inglaterra. “¿Podría ser”, le escribió a su madre con cierto asombro en 1951, “que yo sea, después de todo, la única que está realmente asentada, como dicen?”

    De todas las hermanas, probablemente ella fue la que tuvo el matrimonio más feliz; Treuhaft, un hombre de gran ingenio, es el “querido viejo Bob” en décadas de cartas de ella, cuyos temas domésticos van desde Pablum (“una especie de serrín que mezclan con agua y dan a los niños aquí”) y las tareas domésticas (Dinky, de cuatro años, le enseña a limpiar bien la estufa) hasta una fase en la que los niños tienen edad suficiente para repartir folletos y arreglárselas con bocadillos para cenar en días de mayor actividad política. El peor dolor de los Treuhaft —la muerte de su primer hijo, atropellado por un autobús en 1955— recibe escasa mención en las cartas; en las memorias de Mitford, ella no podía soportar escribir sobre ello en absoluto.

    Treuhaft apoyó plenamente el tardío comienzo de Mitford como escritora, que se produjo hacia finales de los años cincuenta, cuando la disolución del CRC dejó un “vacío” en su vida. Entre sus primeros esfuerzos periodísticos (un artículo de 1957 para The Nation sobre la condena injusta a un acusado de un delito sexual por parte de periodistas en busca de sensaciones), produjo un primer volumen de memorias, que se publicó en los Estados Unidos con el título de “Daughters and Rebels”, aunque Mitford prefirió “Red Sheep”. El libro requirió una gran lucha y mucha ayuda de amigos y vecinos, que formaron lo que Mitford, con una inusual ausencia de ego autoral, llamó “el Comité de Redacción de Old Dec”. Incluso después de su tremendo éxito, ansiaba ser editada y estaba dispuesta a conceder puntos a los críticos. (En 1984, respondió a un comentario que le había hecho sobre sus memorias al periodista Philip Toynbee escribiendo: “Me encantó tu reseña, una vez que superé mi condición de personaje escurridizo. Y espero que tengas toda la razón en eso, Alas”).

    La muerte le sentó bien. Treuhaft, que trabajaba en el departamento legal de una cooperativa del área de la Bahía que organizaba entierros baratos, la llevó a hablar del tema. Mitford vio que la industria funeraria estadounidense era una máquina para obtener ganancias, por no hablar de un paraíso de eufemismos macabros y técnicas fantásticas: “Si [el cadáver] tiene dientes salientes, se le limpian los dientes con Bon Ami y se le cubren con esmalte de uñas incoloro”, escribió en “The American Way of Death” (1963). “Mientras tanto, le cierran los ojos con tapones de color carne y cemento para los ojos”.

    Todo esto la dejó “rugiendo” (su palabra favorita). Había nacido una periodista sensacionalista, una cuyo ánimo siempre estaría tan alto como su enojo. Disimulando su nerviosismo (a veces precedía una llamada telefónica difícil con una copa), aprendió a buscar el secreto sucio y el hecho que levanta sospechas. “Lo que me encantaría saber”, escribió a sus viejos amigos Philip y Kay Graham en el Washington Post , “son algunas de las negociaciones internas que se llevan a cabo entre la gente de las flores y los departamentos de publicidad de los periódicos”. Antes de “The American Way of Death”, las páginas de obituarios a menudo cedían a la presión de los floristas y se negaban a incluir la frase “Por favor, omita las flores” en los avisos de defunción.

    El capítulo exquisitamente repugnante de Mitford sobre el embalsamamiento, que contribuyó a convertir “The American Way of Death” en un éxito de ventas, casi fue eliminado por sus editores. El libro también tuvo que sobrevivir a la propaganda de la industria funeraria sobre el aún reciente pasado comunista de la autora, noticia que Mitford eludió señalando que “todos los mejores embalsamadores son comunistas, según Lenin”. Después de haber esquivado a los periodistas durante dos décadas, ahora se deleitaba con ser reconocida como una celebridad literaria.

    Las revistas empezaron a llamarla con ideas para artículos y pronto tuvo “montones de cosas en proceso de elaboración”. Los resultados más sabrosos, incluida su crítica al spa de belleza Maine Chance, de Elizabeth Arden, que era exorbitantemente ineficaz, se recopilaron finalmente en “Poison Penmanship” (1979), y sus cartas recién reunidas a veces muestran que escribe a casa como una forma de tomar notas para sus artículos: “He revisado el libro de visitas”, le dice a Treuhaft desde Maine Chance en noviembre de 1965. “Parte de él se lee como una lista de productos anunciados en la prensa diaria (Heinz, Ford, Fleishmann, etc.)”. Mitford, que conservaba la sensación de ser una especie de aficionada afortunada, siempre se sorprendió de su éxito en el periodismo de investigación. Se sintió especialmente complacida cuando tras su denuncia de 1970 a la Escuela de Escritores Famosos, un fraude de pedidos por correo que se habían enriquecido con promesas a los aspirantes a escritorzuelos, se vio obligada a cerrar.

    La otrora revolucionaria era en realidad una meliorista nata, que arrojaba su alegre luz sobre lo venal y lo falso, aunque nunca volvió a encontrar un objetivo tan glorioso como la industria funeraria. Su otro tema más importante era el sistema penitenciario de los Estados Unidos, que, según ella, presentaba varias similitudes con su anterior campo de investigación: los alcaides eran a menudo "tan patosos, como los enterradores", y explicaban con seriedad que se habían dedicado a ese trabajo porque "aman a la gente"; la preparación cutánea Flextone del embalsamador tenía una especie de contraparte en la granada de gas lacrimógeno 'Han-Ball' que vio expuesta en una convención penitenciaria. Pero el libro sobre prisiones que publicó, " Kind and Usual Punishment" (1973), aunque estaba lleno de material excelente sobre cuestiones como la experimentación médica abusiva ("La Dra. Hodges rastrea la aparición gradual del escorbuto en los cinco prisioneros con el entusiasmo de una madre joven que registra los primeros pasos de su bebé"), era demasiado deprimente para los talentos naturales de la autora. En “El modo americano de morir”, el cadáver, completamente fuera de sí pero completamente maquillado, parece a menudo estar tan divertido como el lector; no así, por supuesto, el miserable convicto.

    Al menos una parte de la habilidad de Mitford para denunciar prácticas fraudulentas provenía de su propio gusto por las estafas y los engaños. Durante décadas, engañó a la compañía telefónica para que le cobrara llamadas de larga distancia a la inversa («simplemente llame aquí a cobro revertido para Wanda Spikdec, quien recibirá el número para llamar de inmediato») y, en ocasiones, viajaba con un gran vendaje en el brazo que le garantizaba un trato especial en el aeropuerto. Incluso engañó al Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, cuya compra en masa de sus papeles y «materiales asociados» resultó incluir, en el momento de la entrega, algunos restos incinerados pertenecientes a un cliente de Treuhaft.

    El prólogo de “Daughters and Rebels” incluye la confesión, extraña en una autora de memorias, de que “mirar hacia atrás no es algo propio de mi naturaleza”. Aun así, la segunda mitad de la vida de Mitford se dedicó a menudo a reconciliarse con la primera. Viajó varias veces a la casa de Lady Redesdale en Inch Kenneth, una isla de las Hébridas en la que Decca había recibido, de su único hermano, una sexta parte. (Un intento de donar su parte al Partido Comunista de Gran Bretaña resultó infructuoso). En 1960, su reconciliación gradual con Muv se había convertido en una fuente de profundo placer, aunque puede que haya acabado distorsionando “Daughters and Rebels”: “Me pareció más justo retratarla como es ahora, mejorada, ya que mejorar en cualquier momento de la vida es una lucha, ¿no crees?”, escribió Mitford a Virginia Durr.

    Sus hermanas eran un asunto más insoluble. Unity, que murió en 1948 a causa de las secuelas de su intento de suicidio, acudía a Mitford en sueños que reflejaban el amor perdurable y horrorizado de Decca: “Bueno, no hay perdón posible (ni lo habría buscado esa alma irresponsable e irregenerada)”. En los años setenta, la voluntad de ayudar al biógrafo de Unity, David Pryce-Jones, a descubrir toda la verdad sobre su protagonista casi acabó con la relación de Mitford con Decca.

    Con Diana, hacía tiempo que no había nada que esperar. A Mitford no le gustaba ni hablar ni escribir con casi nadie, pero al final de una carta a Muv le enviaba cariños a sus familiares “con las excepciones habituales”. Estaba dispuesta a hacer todo lo posible para evitar ver a los Mosley durante una visita a París en 1959, donde no solo estarían presentes Nancy sino también la familia de Diana: “Imaginamos escenas como en cursis farsas de dormitorio francesas, los Mosley saliendo de una habitación, bajando por una mazmorra, [los Treuhaft] escondiéndose en la estufa, etc. Como le señalé a Nancy, de todos modos es el lugar que ellos eligieron para nosotros”.

    Nancy Mitford —la más brillante y personalmente cruel de las hermanas— siguió siendo la única cuya aprobación Decca más deseaba, la única de la que podía convertirse en su “felpudo” una y otra vez. Lady Redesdale señaló una vez que las cartas de Nancy “normalmente contienen una daga hábilmente escondida que apunta directamente al corazón”, pero, cuando se comparan con las de Decca, las cartas reunidas en “Love from Nancy” (1993) resultan pequeñas interpretaciones irritantes, falsamente astutas y extrañamente vacilantes, autocomplacientes incluso cuando son autocríticas. La satisfacción que proclaman, incluso por el largo y manifiestamente insatisfactorio romance de Nancy con un coronel francés casado, no es en lo más mínimo convincente. Si Decca, tan molestada y desequilibrada por su hermana mayor, hubiera estado interesada en reírse la última, podría haberlo hecho.

    Sus propias cartas están tan llenas de escenas cómicas, narrativa vívida y un discurso maravillosamente reproducido (incluida una página entera de jerga sureña paródica escrita durante una visita a los Durr en 1961) que uno se pregunta por qué Mitford nunca intentó escribir una novela. El miedo a imitar el éxito de Nancy en el género puede haber sido un factor; Decca incluso temía que el título británico de su primera autobiografía, “Hons and Rebels”, pudiera hacer que la hermana mayor, famosa por popularizar las distinciones entre el habla “U” y “no U”, “pensara que estaba sacando provecho de sus cosas”. Sin embargo, uno sospecha que hay una razón más fundamental; a saber, que la novela habría parecido una forma demasiado preciosa y artificial para una amante de los alborotos de la vida real y de las medidas correctivas.

    En cambio, la escritura de cartas siempre conservó su elemento de urgencia práctica, que le permitia a Mitford rugir, entretener y hacer equivalentes verbales de las muecas que le gustaba poner en el atril frente a multitudes de carne y hueso. Si bien a veces se excedía en sus tendencias hacia lo crudo y lo tierno, esto sólo se tradujo en pequeñas manchas en sus contribuciones a un género que nunca estuvo diseñado para la perfección estética. “Decca: The Letters of Jessica Mitford” es una acumulación sensacional, una oferta boyante que se suma a la última ola de una forma literaria que ahora, tras haber desaparecido en el éter electrónico, yace tan muerta como uno de los cadáveres Flextonizados de Mitford. Durante el breve momento del fax, entre el correo postal y el correo electrónico, Mitford se comunicó con Miss Manners sobre la etiqueta que regía la nueva máquina, y logró adaptar al menos una vieja convención epistolar a la nueva instantaneidad del mundo: “Recién recibidos los años de las 9:54 de Chatsworth”, le informó a Debo.

    Mitford prefería los aparatos a la vegetación (“Naturaleza, naturaleza, cómo te odio”) y creía que mantenerse en forma sólo prolongaba las miserias de cualquier aflicción cancerosa que acabara por arrebatarle. Los asilos de ancianos habrían sido un tema maravilloso para ella, mejor que su exploración tardía de la obstetricia; se describió a sí misma como “de la tumba a la cuna” con “The American Way of Birth”, en 1992. Dejó de beber después de una mala caída, pero recayó en sus esfuerzos por dejar de fumar, que incluyeron el intento de su marido de aplicar una terapia de aversión: “Bob coleccionaba un montón de colillas y cenizas repugnantes, y todo lo que yo hacía era respirar profundamente y decir ‘¡Qué divino!’”. Su matrimonio sobrevivió a un romance de Treuhaft a mediados de los ochenta, y pronto volvieron a “todos los viejos sentimientos de agrado y diversión” entre los dos.

    Cuando sus amigos se fueron muriendo, Mitford se dio cuenta de que echaba de menos la llegada de sus cartas más que a las personas mismas: “¡Oh, por la escritura del sobre!”. En mitad de la noche, dos semanas antes de morir de cáncer de pulmón, escribió una espléndida despedida a Treuhaft, que dormía en otra habitación: “Bob, es tan RARO estar muriendo, así que debo anotar algunas ideas”. La mayoría de ellas se referían a la buena suerte que habían tenido juntos, pero Mitford pasó a darle algunos consejos a su marido: “Necesitarás a alguien; quiero decir, tienes todas esas habilidades domésticas, cocina, etc., es una pena desperdiciarlas, ¿no te parece? Piensa en alguien agradable. No tendrás que hacerlo, porque seguro que vendrán en masa. Tengo algunas ideas, pero temo mencionarlas por miedo a molestar o ser intrusiva, no es asunto mío, dirás”. Concluyó con una expresión de avidez por la siguiente cosa sencilla: “Por cierto, ve a ver esa película esta noche [y] a cenar... “Tengo muchas ganas de escucharlo todo... Debería ser muy interesante”. Murió el 23 de julio de 1996; su cremación costó cuatrocientos setenta y cinco dólares.

    Mitford se consideraba, acertadamente, “alguien poco introspectiva”. “Nunca se sintió 'defraudada'” por nadie y, por mucho que le gustara Estados Unidos, la “búsqueda de la felicidad” le parecía “una idea absurda”. No obstante, la encontró, en la compañía de enemigos y amigos por igual. A quienes le habían asegurado que una semana en el spa Maine Chance la dejaría sintiéndose maravillosamente bien, les dijo más tarde: “Como siempre me siento perfectamente bien, no he notado la diferencia”. Una semana dedicada a sus cartas hace que todos los demás parezcan aburridos. Uno se pregunta cómo lo soportó, y con tan buen gusto."




20 de des. 2024

decca, 4

 


Publicat per primera vegada el 1974,  Kind and Usual Punishment: The Prison Business ("Càstig amable i habitual: El negoci penitenciari", un joc de paraules basat en la frase jurídica "Càstig cruel i inusitat") estudia les bogeries, els deliris i el funcionament intern del negoci de les presos nord-americanes. Des de la primera evidència que el centre penitenciari és un invent nord-americà que va ser iniciat pels reformadors de finals del segle XVIII, fins a les sorprenents revelacions, en el capítol anomenat "Més barat que els ximpanzés", de com les empreses farmacèutiques lloguen presoners com a conillets d'índies humans, cada pàgina sorprèn el lector.

Jessica Mitford descriu, entre altres, les tècniques químiques, quirúrgiques i psiquiàtriques utilitzades per reeducar presoners “violents” ; de perquè els empresaris acostumen a mostrar-se més entusiastes que els presos que participen en el pla “rent-a-con”; i la dieta especial pels presos en aïllament, que té gust de menjar per a gossos.

 L'anàlisi financera de Jessica Mitford del negoci de la presó o l’examen dur de com funciona realment la llibertat condicional és una revelació i un impuls al moviment per l'abolició de la presó. El llibre proporcionarà fets i documentació per una profunda reflexió sobre el sistema penitenciari nord-americà.


19 de des. 2024

decca, 3

 


    Publicat l'any 1970, el llibre The Trial of Dr. Spock, the Rev. William Sloane Coffin, Jr., Michael Ferber, Mitchell Goodman and Marcus Raskin ("El judici del Doctorr. Spock, el reverend William Sloane Coffin, Jr., Michael Ferber, Mitchell Goodman y Marcus Raskin"), és un resumen del judici contra els cinc homes jutjats per conspiració i violació de les lleis de servei militar.

    L'autora narra de primera mà el judici contra els encausats, per una acusació presentada a Boston l'any 1968, del gairebé llegendari metge de nadons i els seus quatre co-acusats per un càrrec de conspiració per assessorar, ajudar i fomentar les violacions de la Llei de Servei Selectiu. 

    El seu relat complet del judici narra tot el procés pel qual el govern va aconseguir una condemna per conspiració contra quatre homes que amb prou feines es coneixien i que mai havien ocultat les seves activitats individuals contra la guerra.

18 de des. 2024

decca, 2

 


Decca Jessica Mitford, la periodista muckraker

por Rosa Belmonte
ABC
11/01/2009


    "No hay como empezar el año con una Mitford. Con la comunista, la que se escapó a nuestra Guerra Civil con el primo rojo de Churchill. La que en 1939 se marchó a Estados Unidos, donde construyó una notable vida de activista y periodista de investigación. Después del éxito de su autobiografía, «Hons and Rebels» (1960), Jessica Mitford, «Decca», se dedicó a escribir y acabó convirtiéndose en la reina de los muckrakers. El muckraking, sobre el que se la invitó a dar cursos en las universidades, es ese tipo de periodismo que desvela los escándalos (o airea la mierda). Ella misma decía al respecto: «Tal vez no podamos cambiar el mundo, pero al menos avergonzaremos a los granujas». Si su libro sobre el juicio del doctor Spock es uno de los pilares de la lucha contra la guerra de Vietnam, antes se había centrado en las funerarias (en los granujas de las funerarias). De eso trata «Muerte a la americana. El negocio de la pompa fúnebre en Estados Unidos» (Global Rhythm), cuyo título original es «The American Way of Death». La obra fue publicada en 1963 y se actualizó poco antes de su muerte, ocurrida en 1996 (la versión publicada en 1998 es la que ahora se edita en España).


Muerte a la americana: El negocio de la pompa fúnebre en Estados Unidos

Jessica Mitford

Global Rhythm Press, 2008

440 páginas

    Jessica Mitford murió antes de que Alan Ball creara «A dos metros bajo tierra», así que ella fue la primera a la hora de aplicar el humor negro al negocio funerario. Si al contemplar las pirámides egipcias dijo aquello de «He aquí una sociedad donde el negocio de la pompa fúnebre se salió completamente de madre», leyendo su tronchante y documentadísimo libro (vamos, que ni Philippe Aris) se comprende que los americanos han superado con creces a los egipcios. El libro surgió de un artículo, que a su vez surgió de la actividad laboral de Bob Treuhaft, su segundo marido. Como abogado laboralista (Hillary Clinton fue pasante en su bufete en Oackland) representaba a varios sindicatos y estaba harto de que las indemnizaciones por fallecimiento se las fundiera la funeraria. Por ello, creó una sociedad sin ánimo de lucro para llevar a cabo sencillos funerales. Las publicaciones del sector que su marido llevaba a casa la introdujeron en un mundo fascinante (se hizo con unos «adaptapiés Oxford», zapatos que se acomodaban a los pies de los difuntos cuando aparecía el rigor mortis). El libro donde lo macabro y lo jocoso se fundían fue un éxito y los 20.000 ejemplares de la primera edición se agotaron el primer día. Por supuesto, se convirtió en la bicha de las funerarias y, dado su historial, se llegó a hablar de complot comunista por proponer funerales baratos. Era un nombre de referencia, tanto que Robert Kennedy (lo recordaba Arthur Schlesinger en «Robert Kennedy and his times»), tuvo en cuenta lo que la Mitford había escrito al preparar el funeral de JFK, aunque luego fueron los directores de funerarias los que decidieron y colocaron el féretro más costoso. Por no hablar del embalsamamiento, uno de los temas más caros a Jessica Mitford. La funeraria Gawler dejó al presidente con tal careto que cuando Schlesinger y Nancy Tuckerman entraron en la Sala Verde se quedaron blancos. Parecía de cera y estaba maquillado como una puerta. Le pidieron a Bobby que cerrara el féretro porque no parecía el Presidente. Luego la agencia UPI publicó que Jackie Kennedy decidió que el féretro se cerrara siguiendo el deseo de muchos líderes religiosos, que no consideraban cristiano centrar la atención en el cuerpo del difunto.

    Contestando a un periodista, Decca dijo que en su entierro quería una carroza tirada por seis caballos negros con penachos blancos (muy «Imitación a la vida»). El 29 de julio de 1996, seis días después de su muerte a los 78, seis caballos negros la llevaron al cementerio de San Francisco. Las esquelas pedían que los donativos se enviaran a la asociación «Send a piana to Havana», fundada por su hijo y que mandaba pianos a Cuba."

17 de des. 2024

el descobriment

 

    Com ja vam comentar dissabte passat, la tercera sessió del Cinefòrum ha canviat de dates i tindrà lloc el divendres 14 de febrer. de 2025

    En aquesta sessió veurem la pel·lícula Jo, capità, del director italià Matteo Garrone, una cinta que aborda el drama de la immigració africana.

  Els companys  Fina i Juan Antonio han passat uns dies en un altre lloc de frontera i somnis trencats, aquesta és la crònica d'una trobada casual a l'illot de Lobos (Canàries), on va tenir lloc el passat dia 13 la vuitena espiral poètica en homenatge a Miguel de Unamuno (desterrat a la propera Fuerteventura del febrer al juny de 1924).

    Al Projecte Espiral la paraula final d'un poema és l'inici del poema següent. Cap dels poetes participants no coneix el text que precedeix, només la paraula final. El seu compromís queda establert en el moment que decideix quedar-se la paraula per iniciar la seva aportació i enviar-la un cop finalitzada.

    La materialització consisteix en una instal·lació amb els poetes formant una espiral i la lectura al lloc elegit, que canvia en cada edició. Amb els textos es publica un llibre.


“El descobriment de la Isla de Lobos"

per Fina

    Quan sembla que serà difícil que et sorprengui alguna de les coses que trobes pel camí, una inesperada trobada a la “Isla de Lobos” et fa redescobrir la il·lusió de les troballes inesperades…

T    an aviat com vam arribar a l’Illa amb el ferri procedent de Corralejo (Fuerteventura) vam veure un grup d’unes quince persones que volien fer-se una foto i allà estàvem nosaltres fent fotos al paisatge espectacular de l’illa, quan una de les noies em va preguntar si els podia fer la foto de grup…

    Un cop feta, s’apropa a mi i em va dir… “si esta tarde a partir de las ocho no tenéis nada que hacer acercaros a los Hornos de Cal de la Playa de Los Pozos de Puerto del Rosario porque hacemos un encuentro unos treinta y ocho poetas y escritores nacionales para celebrar la octava edición de ‘Espirales Poéticas del Mundo’ en homenaje a Miguel de Unamuno”.

    Jo vaig entendre que eren un grup com nosaltres que venien a homenatjar a Unamuno pel que li vaig dir… “que casualidad, nosotros también formamos parte de un grupo de lectura de Cerdanyola del Vallès, cerca de Barcelona que se llama Vespres Literaris y de vez en cuando hacemos salidas literarias haciendo el seguimiento de la vida de algunos autores…” aleshores em van tornar a dir que ells EREN ELS POETES I ESCRIPTORS, que de tant en tant feien aquet tipus de trobades…

    Suposo que la cara que havíem de fer Tonio i jo devia de ser tot un poema… Una de les noies es va quedar xerrant amb nosaltres mentre el grup anava marxant. Aquesta noia, Mª Jesús Alvarado ens va explicar que li havia cridat l’atenció el que menciones Cerdanyola, perquè hi havia viscut uns anys mentre estudiava Psicologia a la UAB i que el seu marit, Juan Ramón Tramunt també escriptor, va viure a Barcelona, va estudiar a la UAB on es van conèixer, es van casar i van viure un temps a Sabadell on van treballar en un institut d’alta complexitat i fins i tot ens va explicar l’anècdota de que després de 20 anys es van retrobar amb els alumnes dels quals havien estat professors…


    Després d’una agradable conversa ens vam acomiadar intercanviant els telèfons i amb la intenció de que si el dia ens ho permetia intentaríem anar a l’acte al què ens havien convidat.

    Així doncs a les 20:00 en punt allà estàvem… Feia una nit freda i molt ventosa i la lectura dels poemes era a l’aire lliure…però allà estaven els 38 poetes disposats com si fossin una espiral a punt de donar sortida al acte.


    Cadascú va llegir el poema que havia escrit utilitzant com a primera paraula del seu poema, l’ultima paraula del poema anterior, teixint una lectura que anava connectant tots els poetes com si fossin una espiral perfecta. Va ser una nit màgica que quedarà impresa a la nostra memòria i en la què Mª Jesús i Juan Ramón ens van obsequiar no només amb la seva lectura sinó també amb un dels seus llibres resum en què es recullen els trenta vuit poemes com a rècord de l’acte, per a Vespres Literaris.

    Entre les converses que vam tenir durant el dia amb Mª Jesús i Juan Ramón, que ara viuen a Las Palmas de Gran Canària i es dediquen, ell a escriure i ella a més d’escriure és cineasta, va sortir la pregunta de si anaven sovint a Barcelona. Ens van dir que tenien moltes ganes d’anar-hi (ell hi té família) entre altres coses per promocionar els seus llibres…

    Com no, li vam parlar de que Vespres no és només un “club” de lectura, sinó que fem moltes més activitats, entre elles el cinefòrum i que el mes de febrer visionarem pel·lícula “Yo Capitán”. Mª Jesús ens va explicar que per diversos circumstàncies els dos estan molt implicats en el tema de la immigració subsahariana i ens va recomanar el llibre del seu marit “Traficante de historias” que de ben segur il·lustrarà molt bé la propera pel·lícula que veurem i també ens va recomanar que veiéssim el seu curtmetratge “Cuando llegue” que us recomanem visioneu perquè completa molt bé la pel·lícula que veurem…





    Així doncs la Isla de Lobos ens ha descobert no només el seu entorn volcànic que avui dia està considerat com a parc natural sinó també les “Espirales Poéticas”, i el més important, ens ha permès descobrir la humanitat, la sensibilitat i la calidesa de dos ESCRIPTORS, amb majúscules, que de ben segur donaran molt a parlar.”

16 de des. 2024

decca

 


Decca: la quinta de las hermanas Mitford

    «Nobles y rebeldes» eran todas las hermanas Mitford. Quizá por eso Jessica (Decca) tituló así sus memorias. En ellas está su paso por nuestra Guerra Civil y los disgustos familiares

por Rosa Belmonte
ABC
07/07/2014



    “Al igual que Noël Coward o P. G. Wodehouse , Nancy y Jessica Mitford consideraban a la clase alta inglesa una fuente inagotable de comedia. Al contrario que Coward, hijo de un vendedor de pianos, y P. G. Wodehouse, hijo de un juez de distrito, ellas practicaban el noble arte de la burla desde dentro, como hijas de un par del Reino. Nancy, desde la ficción (A la caza del amor, 1945, y Amor en clima frío, 1949) y su ensayo sobre qué palabras son U o no U (por upper class). Jessica, Decca, desde sus memorias, Nobles y rebeldes (1960).

    Nobles y rebeldes es el retrato de los Mitford y su primer matrimonio con un sobrino anarquista de Churchill. Y de cómo la sociedad inglesa se debatía en los 30 entre el fascismo y el comunismo. O de cómo su familia se dividió con la Guerra Civil. Nancy («rojilla de salón») se declaró republicana. Sus padres eran defensores de Franco. Pero no tanto como Deborah y Unity, que anunciaban emocionadas que el Führer había proclamado a Franco «ario honorario».

Fea impresión

    También es el esbozo de la vida en Swinbrook, la fea casa familiar. Y el recuerdo de su vida como la quinta de esas Mitford que nunca fueron a la escuela. En 1977 llegaría el segundo volumen, A fine old conflict, ya con McCarthy, su abandono del Partido Comunista y la lucha por los derechos civiles en EE.UU.

    Jessica era la roja de la familia. También una de las dos buenas escritoras. Las memorias de Diana Mosley , A life of contrasts (1977), no tienen nada que ver con lo contado por Nancy y Jessica. Diana aborrecía Nobles y rebeldes (y cualquier libro de Decca). Hasta escribió una carta al Times Literary Supplement para defender a sus padres. A Evelyn Waugh, amigo y mentor de Nancy, tampoco le gustó: «No sólo da una fea impresión de la gente que la había agraviado, también de esos a los que presumiblemente quiere».

    Nancy Mitford dijo a un periodista inglés: «Es bueno tener hermanas cuando una debe enfrentarse a las más crueles circunstancias de la vida». El periodista pidió después su opinión a Jessica: «Yo diría que las más crueles circunstancias de la vida son las hermanas».

    Resulta impensable nombrar la vida y obra de una Mitford sin referirse a las demás. Una puede escribir sobre Jane Eyre sin nombrar ni a Emily ni a Ann, sólo a Charlotte Brontë . Pero resulta impensable nombrar la vida y obra de una Mitford sin referirse a las demás. Así, se acaba recordando a Nancy (1904-1973), la más bruja, porque el wit y la mala leche tienen demasiado en común. A Pamela (1907-1994), la más rural. A Diana (1910-2003), la belleza fascista. A Unity (1914-1948), la frivolidad del mal, la amiga de Hitler que fue concebida en Swastika, ciudad canadiense. A Jessica (1917-1996), la comunista y periodista. A Deborah (1920-2014), la duquesa de Devonshire, que adoraba a Elvis por encima de todas las cosas. (Hubo un hermano, Thomas, muerto en 1945 durante la Segunda Guerra Mundial.) Ni Pamela ni Unity escribieron libros pero forman parte del cuerpo literario de las Mitford porque lo que mejor las refleja son las cartas, como demuestra el extraordinario volumen de 833 páginas que editó Charlotte Mosley , The Mitfords. Letters between six sisters (2007).

    Nobles y rebeldes es la respuesta de Decca a las novelas autobiográficas de Nancy. También intentó contestar al lenguaje U o no U con una investigación sobre L o no L (por Left Wing Usage, palabras de izquierda).

¡Pobre chica!

    Nobles y rebeldes fue la primera obra de una carrera que, ya en EE.UU., tiró por el periodismo. Era «la reina de los muckrakers» (el muckraking es ese tipo de periodismo que destapa escándalos). Su libro más destacado es el delirante Muerte a la americana (1963), sobre la industria funeraria estadounidense. Llegaron a poner su nombre a un ataúd, al más normalito. Cuando A dos metros bajo tierra llegó, Decca ya estaba allí.

    Con un estilo que Hitchens veía entre Trotsky y Wilde, Decca cuenta su pasado y cómo escapó del mismo. Cómo acabó en la Guerra Civil española. Entre el disgusto familiar, los telegramas de Anthony Eden y el escándalo en la prensa, las quejas de la niñera porque no se había llevado «ropa de combate». Y el lamento de Hitler cuando Unity le contó que su hermana se había fugado con los rojos. «Armes Kind» (pobre chica), dijo llevándose las manos a la cabeza.

    Jessica mandó el libro a sus hermanas. Sólo contestó Nancy, la que (literariamente) le importaba. «Creo que es rematadamente bueno: fácil de leer y muy divertido.» La carta tardó seis semanas. No le parecía aristocrático enviarla por avión: «Es muy de clase media dar muestras evidentes de que tienes prisa». En España, con la obra de las Mitford, y teniendo en cuenta el retraso de su publicación, nos sentimos muy aristocráticos."

15 de des. 2024

las mitford

 



Las hermanas Mitford

    Guapas, rebeldes y privilegiadas, las hermanas Mitford, hijas de un excéntrico lord inglés, vivieron uno de los períodos más convulsos de la historia.

por Eva Millet
La Vanguardia
11/09/2017



    “Si lord Radlett, el personaje más célebre de Nancy Mitford, hubiera votado en el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea, habría optado por el Brexit.

    Lord Radlett –o tío Matthew– es uno de los protagonistas de A la caza del amor, la novela más autobiográfica de la mayor de las Mitford. Colérico y belicoso, amante del campo y nacionalista hasta la médula, considera que más allá de las islas británicas nada merece la pena.

    Décadas después de su publicación, A la caza del amor y la siguiente novela, Amor en clima frío, siguen siendo long sellers. La autora se basó en su familia para escribirlas: en sus padres, David Freeman Mitford y Sydney Bowles –lord y lady Redesdale–, y en sus cinco hermanas: Diana, Pamela, Unity, Jessica y Deborah Mitford, auténticas celebridades en su época.

    Tan amadas como criticadas, las Mitford representaron diferentes formas de ver el mundo en un período en el que mundo se polarizó como nunca. Mientras que Diana y Unity abrazaron el fascismo, Jessica optó por el comunismo y la lucha por los derechos civiles. Deborah, la más pequeña, se convirtió en duquesa, y Pamela, en la perfecta ama de casa inglesa. Nancy, la más intelectual, plasmó esas vidas excéntricas, privilegiadas y polémicas con una gracia que ha convertido su obra en un clásico.

    Como escribe Mary S. Lovell en The Mitford Girls, las hermanas “vivieron unas vidas plenas y extraordinarias, muy independientes de las otras”, y destacables por sus conexiones con personajes claves de la política, la cultura y la alta sociedad del siglo pasado. De Winston Churchill a Adolf Hitler, pasando por Joseph Goebbels, Benito Mussolini, el general De Gaulle, los duques de Windsor, John Fitzgerald Kennedy, el Aga Khan, George Bernard Shaw, Lytton Strachey, Evelyn Waugh, Cecil Beaton y Katharine Graham.

    El contacto, en muchos casos, fue estrecho: Churchill era primo hermano de su padre, y su sobrino, Esmond, fue el primer marido de Jessica. Se dijo que Unity fue la amante de Hitler, mientras que la segunda boda de Diana se celebró en casa de los Goebbels. Dora Carrington, compañera de Lytton Strachey, se suicidó con una pistola que, inocentemente, le prestó Diana.

    La correspondencia entre Nancy y Evelyn Waugh ha sido recopilada en un grueso libro, mientras que Cecil Beaton fotografió a casi todas las Mitford, aunque su gran amistad fue con Deborah. A la duquesa de Devonshire –que llamaba al primer ministro británico Harold McMillan “tío Harold”– también la retrató el pintor Lucien Freud, de quien fue íntima amiga, como también de John Fitzgerald Kennedy.

    Cuando David Mitford y Sydney Bowles se casaron, el 6 de febrero de 1904, él tenía veintiséis años y ella, veinticuatro. Más que por su pedigrí –David era un miembro menor de la aristocracia–, el matrimonio llamaba la atención por su porte. Poseían unos ojos de un impactante tono azul, que heredó casi toda su prole.

    Cuando se convirtió en heredero de los Redesdale, en 1915, ya tenía cinco hijos: Nancy (1904), Pamela (1907), Thomas (1909), Diana (1910) y Unity (1914), concebida esta en Swastika, Canadá, donde sus padres fueron a la búsqueda de oro. Este dato, así como el segundo nombre de Unity, Valkyrie, adquiere un tono profético. Ante la desesperación de su padre, las dos siguientes criaturas fueron también mujeres. Jessica (“Decca”), nacida en 1917, y Deborah (“Debo”), en 1920.

    En sintonía con la Inglaterra posvictoriana, las Mitford se educaron con un mínimo contacto con sus progenitores, a los que veían, como mucho, una hora al día. David no creía en la educación de las mujeres, y no hizo provisión alguna para que sus hijas fueran a la escuela. Mientras Tom era enviado a Eton con ocho años, las hermanas recibieron básicamente lecciones en casa con una ristra de institutrices.

    Esta falta de educación formal afectó especialmente a Nancy y a Jessica, las más inquietas intelectualmente. “En algún lugar arreciaría la lucha por una educación igualitaria para las mujeres [...] pero a Swinbrook nunca llegó ni el más leve eco de la polémica”, escribió Jessica en Nobles y rebeldes, sus memorias. “Nancy se moría por aprender más de lo que tenía a su disposición en casa”, reitera Mary S. Lovell.

    Sin embargo, los Mitford consideraban que el colegio era “innecesario y demasiado caro”. A lord Redesdale le preocupaba, sobre todo, que sus hijas pudieran conocer a un tipo de chicas “inadecuado” y que las obligaran a jugar a hockey y desarrollaran las pantorrillas.

    Su esposa tenía otros prejuicios, en su caso, contra la medicina. Salvo casos de extrema urgencia (como una apendicitis), los doctores estaban vetados. Tampoco quiso vacunarlas.

    Pero el excéntrico número uno en la familia fue lord Redesdale, cuyos divertimentos (como organizar “cacerías” de niños a modo de juego) fueron debidamente reflejados por Nancy en sus novelas. También sus filias (la primera, como es de esperar, la caza) y sus fobias.

    Como el personaje de “tío Matthew”, lord Redesdale era básicamente un misántropo: “Según mi padre, los forasteros no incluían solo a alemanes, franchutes, yanquis, negros y el resto de extranjeros, sino también a los hijos de los demás [...]; de hecho, a la ingente población sobre la faz de la Tierra, con la excepción de algunos parientes, aunque no de todos”, escribió Jessica.

Las Mitford vuelan

    Pese a la cerrazón paterna, las Mitford empezaron a casarse, prácticamente la única opción para salir de casa en aquel entonces. Diana, que llegó a ser considerada la mujer más bella de la época, fue la primera. A los 18 años contrajo matrimonio con Bryan Guinness, de la dinastía cervecera.

    El matrimonio Guinness fue uno de los puntales de la Bright Young People: jóvenes aristócratas y bohemios que se divertían en el Londres de finales de los prósperos años veinte. Este grupo fue reflejado por Evelyn Waugh en la sátira Cuerpos viles, donde describió el sinfín de fiestas que conformaban su principal actividad.   

    Durante aquel tiempo de relativa calma para los Mitford, la familia aparecía únicamente en los ecos de sociedad. En especial, Diana, la favorita de la prensa. La tranquilidad duraría poco. En 1932, la joven protagonizó el primer escándalo de los Mitford: abandonó a su esposo tras haberse enamorado locamente de Oswald Mosley, el fundador de la BUF (British Union of Fascists), primer partido fascista británico.

    En la década de los treinta, muchos ingleses se debatían entre el fascismo y el comunismo, una cuestión que llegó a dividir familias. Y fueron muchos los miembros de la clase alta (como Mosley, que era un aristócrata) que se sintieron seducidos por Hitler y su ideología.

    En el caso de los Mitford, la fascinación por la Alemania nazi de algunos de sus integrantes se inició cuando Tom decidió estudiar Derecho en Berlín. Diana siguió la estela de Tom. Convertida en una paria social por su affaire con Mosley, encontraría en el régimen de Hitler un ideario afín, así como una probable fuente de financiación para la BUF.

    En su primer viaje a Baviera, en 1933, la acompañó su hermana Unity. Ambas asistieron al congreso del partido nazi en Núremberg, que les provocó una honda impresión. “Sin duda, este viaje ha cambiado la vida de Unity”, escribió Diana en su diario. No se equivocaba. La joven, de veinte años, quedó deslumbrada por aquella experiencia y se marcó un objetivo: conocer a Adolf Hitler.

    En cierto modo, Unity fue una de las primeras groupies de la historia. Su estrategia para aproximarse al Führer es un ejemplo de enamoramiento platónico y de perseverancia ciega. Se limitó a esperar durante semanas en la Osteria Bavaria, el restaurante al que Hitler acudía de vez en cuando en Múnich.

    Unity había logrado estudiar alemán en la ciudad, idioma que iba a necesitar el día en que conociera al canciller. Altísima (medía 1,80 m), rubia y de ojos azules, su presencia no pasaba inadvertida: “Hitler se acostumbró a ver a aquella chica de aspecto nórdico, a menudo sola, sentada en el mismo sitio cada vez que iba a la Osteria, mirándolo”, relata Mary S. Lovell.
    
    Empezaron los saludos discretos con la cabeza, hasta que, el 9 de febrero de 1935, Hitler mandó a un miembro de su séquito para que la llevara hasta su mesa y así poder saludarla.

    Hasta el día de la declaración de guerra entre Reino Unido y Alemania, Unity Mitford vivió por y para Adolf Hitler. La intensidad de su relación es todavía una incógnita, pero se sabe que llegaron a intercambiar motes (ella le llamaba “Lobo” y él, “Niña”) y que se vieron en 140 ocasiones.

    Aquella familiaridad con Hitler hizo posible que Unity le presentara a sus padres, a Tom, a Pamela (que lo comparó a “un granjero viejo con traje”) y, por supuesto, a Diana. Con ella también entabló una estrecha relación, hasta el punto de que, en 1936, el Führer fue invitado de honor en la boda de los Mosley en casa de Joseph y Magda Goebbels. Les regaló una fotografía suya, firmada.

La otra cara de la familia

    Y mientras parte de su familia vivía un romance con el líder mundial del fascismo, en Inglaterra, otra hermana Mitford, Jessica, emprendía la aventura de su vida, impulsada por la ideología opuesta y, como sus hermanas, por el amor.

    En febrero de 1937, Decca se fugó a la Guerra Civil española junto a Esmond Romilly, sobrino de Churchill. Apodado “el sobrino rojo”, Esmond estaba vetado por los Redesdale. Al poco de ser presentados, Jessica le pidió que la llevara con él.

    Un par de semanas después, la pareja llegó a Bilbao, donde Esmond trabajó como corresponsal de guerra y ella como su secretaria. Decca definió aquella vida en una ciudad al borde la hambruna y cercana al frente “como salida de un sueño”. El sueño, sin embargo, se rompió cuando Anthony Eden, ministro de Exteriores, envió al consulado británico un telegrama urgiendo “el regreso de Jessica Mitford”.    

    Los angustiadísimos Redesdale habían echado mano de todos sus contactos para que su hija volviera a casa. Incluso Churchill intervino, pero hizo falta un chantaje para convencerla de salir de España: el gobierno británico tenía previsto destinar un destructor para el rescate de refugiados, pero solo lo enviaría si Decca embarcaba en él.

    En mayo, Esmond y Decca se casaron civilmente en Bayona, en una ceremonia discreta pero publicitada por la prensa británica, que había encontrado un filón en las hermanas Mitford.

    El siguiente bombazo informativo llegó en septiembre de 1939, cuando, al conocer la declaración de guerra de Inglaterra a Alemania, Unity trató de suicidarse. Ya había advertido que si sus dos amados países se enfrentaban, ella no podría soportarlo. Se pegó un tiro en la sien en el Jardín Inglés de Múnich, y, aunque no perdió la vida, le quedaron graves secuelas. Hitler se hizo cargo de los gastos hospitalarios y ordenó su traslado a Suiza, donde la recogieron su madre y su hermana Deborah.

Los Mitford en guerra

    En 1940 el mundo había estallado, como también las relaciones entre los Mitford. Por su ideología fascista y su cercanía a Hitler, los Mosley fueron privados de libertad hasta el fin de la guerra.

    Entretanto, el matrimonio de David y Sydney hacía aguas. Si bien él había comprendido que el fascismo no era una alternativa posible, su esposa seguía viendo a Hitler como un personaje encantador, que se había portado como un caballero con su hija Unity. “Creo que se odian”, sentenció Nancy.

    Los estragos de la guerra, sin embargo, no habían hecho más que empezar. En 1941, el avión de la Fuerza Aérea Canadiense que pilotaba Esmond Romilly fue derribado en el mar del Norte. Tenía 23 años. Tras la muerte de su primera hija a causa del sarampión, Esmond y Jessica se habían instalado en Estados Unidos a principios de 1939.

    La noticia del fallecimiento de su marido le fue comunicada a Jessica por Winston Churchill en la Casa Blanca, donde el primer ministro era huésped del presidente Roosevelt. La contienda acabó asimismo con la vida de Tom Mitford, que murió en marzo de 1945 en Birmania, en el frente asiático.

    También falleció el hermano mayor del marido de Deborah, Andrew Cavendish, hijo de los duques de Devonshire y con quien se había casado en 1941. Como relata Deborah en sus memorias, la guerra fue un doloroso reguero de pérdidas que hoy puede resultar incomprensible: “Una vez, durante una entrevista con una joven periodista, le hablé de las muertes de mi único hermano, del único hermano de Andrew, mi cuñado, y de cuatro de mis mejores amigos”. Como respuesta, escribió Deborah en su memorias, “la joven me dijo: ‘Entonces, ¿le afectó a usted la guerra de algún modo?’”.

La duquesa inesperada

    La pequeña de las Mitford despertó el interés informativo al convertirse en duquesa de Devonshire en 1950. Con el importante título, su marido heredó Chatsworth, una de las casas señoriales más magníficas del país.

    Gracias a la gestión de Deborah, la vasta vivienda, abierta al público, se convirtió en un negocio autosuficiente. Emparentada con la familia Kennedy por vía de su esposo, la vida de Deborah fue intensa y glamurosa, aunque exenta de los escándalos que protagonizaron sus hermanas más famosas. Fallecida en 2014, Deborah fue la última superviviente de las Mitford. Unity murió en 1948 a causa de una meningitis provocada por la bala que tenía incrustada en la cabeza. Nancy falleció en París en 1973 víctima de un cáncer, mientras que Pamela, la más discreta, lo hizo en 1994.

    Diana murió con 93 años en París, donde se instaló con su esposo al final de la guerra. Nunca renegó del fascismo ni de Hitler: aunque reconoció que el dictador había hecho “cosas terribles”, siempre sostuvo que sentía “muchísimo aprecio” por él.

    No volvió a dirigirse la palabra con su hermana Decca, que murió en 1996 convertida en ciudadana estadounidense y en una reconocida escritora y activista. Su legado lo gestiona su única hija, Constancia Romilly, a quien su padre, el idealista Esmond, nunca llegó a conocer.”

14 de des. 2024

perquè ser feliz quan podries ser normal, fragment i 3

 


"Soc aquí.

Ja no tornaré a anar-me'n.

Soc a casa"



Jeanette Winterson
Per què ser feliç quan podries ser normal?
traducció de Dolors Udina
Periscopi, 2021
pàg.: 250


cuines literàries

 


Manchester tart


    El pastís Manchester és un pastís tradicional fornejat que consisteix en una base de massa brisa untada amb melmelada de gerds, coberta amb un farcit de crema i coronada amb flocs de coco i una cirera. Hi ha una variant molt comuna, amb una capa de plàtans a rodanxes fines sota la crema.

    La recepta va ser publicada per primera vegada a The Book of Household Management per la senyora. Beeton sota el nom de Manchester Pudding. La recepta consistia en pasta de full amb una capa de melmelada i natilles abocades a sobre, rematat amb un pessic de sucre.

    Durant les dècades de 1970 i 1980, els pastissos Manchester se servien regularment als menjadors escolars, juntament amb crema calenta. Els pastissos generalment contenien coco i una cirera, i de vegades també una capa de plàtan picat entre la crema i la melmelada.

RECEPTA

Quantitats per a un motlle d'uns 23 centímetres de diàmetre (aproximadament 6 porcions)

Ingredients per a la massa:

200 g. de farina
2 cullerades de sucre glas
100 g. de mantega freda, tallada a cubs
1 ou
1 culleradeta de suc de llimona.

Ingredients per al farciment:

400 g. de llet de coco
1 beina de vainilla o una cullerada d'extracte de vainilla
6 rovells
125 g. de sucre
3 cullerades de farina
150 g. de melmelada de gerds
50 g. de coco ratllat.

Elaboració:

De la massa:

    1. Poseu la farina, el sucre i la mantega a la pastadora. Ha de quedar una massa “sorrenca”. Afegir l'ou i el suc de llimona i integrar-ho bé.

    2. Retirar la massa i embolicar-la en paper film, aixafant-la lleument. Guardar a la nevera com a mínim una hora.

    3. Passat el temps de nevera, engegueu el forn a 180°.

    4. Abocar la massa al motlle, i punxar-la amb una forquilla. Cobrir amb paper alumini i col·locar-hi un pes a sobre (cigrons secs, per exemple).

    5. Enfornar 12-15 minuts, retirar el paper i enfornar uns 5 minuts més, fins que la massa estigui lleugerament daurada. Retirar del forn, refredar completament a temperatura ambient i desemmotllar.

Del farciment:

    1. Poseu a bullir en un cassó la llet de coco juntament amb la vainilla.

    2. Mentrestant, barregeu els rovells amb el sucre i la farina.

    3. Un cop la llet comença a bullir, afegiu-la gradualment a la barreja dels rovells, sense deixar de batre-la. Passar la barreja resultant a un cassó i cuinar a foc mitjà remenant constantment fins que comenci a espessir-se.

    4. Quan estigui espessa la crema, apagar el foc i passar-la a un recipient i cobrir a pell amb paper. Refredar a la nevera el moment d'utilitzar.

Muntatge:

    Cobrir la massa de pastís amb una capa de melmelada de gerds, col·locar a sobre la crema pastissera de coco i allisar amb compte. Escampar-hi coco ratllat i decorar al gust (amb gerds, cireres, etc.)

13 de des. 2024

perquè ser feliz quan podries ser normal, fragment 2

 

    "Un dels sis llibres de casa era inesperat; un exemplar de La mort d’Artús de Thomas Malory. Era una edició molt bonica amb imatges i havia pertangut a un oncle bohemi i culte: el germà de la mare de la mare. Per això ella el guardava i el llegia.
    Els relats d’Artús, de Lancelot i Ginebra, de Merlí, de Camelot i el sant grial, van fondejar dins meu com la molècula perduda d’un compost químic.
    He continuat treballant amb les narracions del grial tota la vida. Hi ha històries de pèrdua, de lleialtat, de fracàs, de reconeixement, de segones oportunitats. Tot sovint interrompia la lectura i anava al tros on un dia Percival, cercant el grial, en té una visió, i llavors, com que és incapaç de fer la pregunta crucial, el grial desapareix. Percivales passa vint anys rondant pels boscos, buscant allò que va trobar, que li va ser donat, que semblava tan fàcil però no ho era.
    Més endavant, quan treballant em trobava algun entrebanc i pensava que havia perdut o m’havia allunyat d’una cosa que ni tan sols era capaç d’identificar, la història de Percival era el que em donava esperança. Podia haver-hi una segona oportunitat…
    De fet, hi ha més de dues oportunitats, n’hi ha moltes més. Ara sé, després de cinquanta anys, que el cicle de trobar/perdre, oblidar/recordar, anar-se’n/tornar, no s’atura mai. Tota la vida gira entorn d’una altra oportunitat i, mentre som vius, fins al final de tot, sempre hi ha una altra oportunitat.
    I, és clar, m’encantava la història de Lancelot perquè tot va d’enyorança i d’amor no correspost.
    Sí, les històries són perilloses, la mare tenia raó. Un llibre és una catifa màgica que et porta a una altra banda. Un llibre és una porta. L’obres. La travesses. Tornes?
    Jo tenia setze anys i la mare estava a punt de fer-me fora de casa per sempre per haver violat una norma molt important, més important encara que la dels llibres prohibits. La norma no era simplement «Res de sexe», sinó de manera categòrica «Res de sexe amb el teu propi sexe».
    Jo estava espantada i era infeliç.
    Em recordo anant a la biblioteca a buscar els llibres de lladres i serenos. Un dels que havia demanat la mare es deia Assassinat a la catedral, de T. S. Eliot. Es pensava que era una història d’horror sobre monjos perversos… i li agradava qualsevol cosa que fos dolenta per al Papa.
    Em va semblar que el llibre era una mica curt —normalment els de misteris són bastant llargs—, i me’l vaig mirar i vaig veure que estava escrit en vers. Definitivament no estava bé… No havia sentit parlar de T. S. Eliot. Vaig pensar que devia estar relacionat amb George Eliot. La bibliotecària em va dir que era un poeta nordamericà que havia viscut la major part de la vida a Anglaterra. Va morir el 1964 i havia guanyat el Premi Nobel.
    Jo no llegia poesia perquè el meu objectiu era fer-me tota la LITERATURA ANGLESA EN PROSA DE LA A A LA Z.
    Però això era diferent…
    Vaig llegir: «Aquest és un moment, / però sàpigues que n’hi haurà un altre / que et traspassarà amb una sobtada joia dolorosa».
    Vaig esclafir en plors.
    Els lectors em van mirar amb reprovació i la bibliotecària em va renyar, perquè en aquells temps no es podia ni tan sols estossegar en una biblioteca, ja no diguem plorar. Vaig endur-me el llibre a fora i me’l vaig llegir de dalt a baix, asseguda a les escales, amb l’habitual temporal del nord.
    Aquella obra tan bonica i estranya em va fer suportables les coses aquell dia, i les coses que va fer suportables eren el fracàs    d’una altra família: la primera vegada no va ser culpa meva, però els nens adoptats es donen la culpa de tot. El segon fracàs era definitivament culpa meva.
    El sexe i la sexualitat em tenien confosa, i em preocupaven els problemes pràctics i immediats d’on viure, què menjar i com superar els exàmens.
    No tenia ningú que m’ajudés i T. S. Eliot em va ajudar.
    Per això, quan la gent diu que la poesia és un luxe, una opció, que és per a les classes mitjanes amb educació o que no s’hauria de llegir a l’escola perquè és irrellevant, o alguna d’aquestes coses estranyes i estúpides que es diuen sobre la poesia i el seu lloc a les nostres vides, jo sospito que la gent que ho diu ho ha tingut sempre tot bastant fàcil. Una vida dura necessita una llengua dura… i això és el que és la poesia. Això és el que la literatura ofereix: una llengua prou poderosa per dir com és la vida.
    No és un lloc on amagar-se. És un lloc on trobar-se.

    En molts aspectes ja era el moment d’anar-me’n. Els llibres havien tret el millor de mi i la mare havia tret el millor dels llibres. 
    Els dissabtes anava a treballar al mercat i els dijous i divendres, en sortir de l’escola, hi anava a fer paquets. Feia servir els diners que guanyava per comprar llibres. Els entrava a casa de contraban i els amagava sota el matalàs.
    Qualsevol persona amb un llit individual de mida estàndard i una col·lecció de llibres de butxaca de mida estàndard, sabrà que sota el matalàs se’n poden acomodar setanta-dos per capa. A poc a poc, el meu llit es va anar elevant visiblement, com en el conte de la princesa i el pèsol, de manera que no vaig trigar a dormir més a prop del sostre que de terra.
    La mare sospitava molt de tot, però encara que no fos així, es veia molt clarament que la seva filla començava a pujar de nivell.
    Una nit va entrar a la meva habitació i va veure la punta d’un llibre sortint per sota el matalàs. El va estirar i el va examinar amb la llanterna. Vaig tenir mala sort: era Dones enamorades de D. H. Lawrence.
    La senyora Winterson, que sabia que Lawrence era satànic i pornogràfic, va llançar el llibre per la finestra i va anar furgant i escorcollant, llançant al pati un llibre rere l’altre, fins que jo vaig caure del llit. Jo n’agafava algun i mirava d’amagar-lo, el gos corria amb els llibres a la boca i el pare estava allà dret amb pijama sense saber què fer.
    Quan va haver acabat, va agafar la petita estufa de parafina que fèiem servir per escalfar el bany, va baixar al pati, va tirar parafina sobre els llibres i hi va calar foc.
    Vaig mirar com resplendien les flames i recordo haver pensat en l’escalfor que desprenien i la llum que feien en aquella nit glaçada i saturnal de gener. I els llibres sempre m’han donat escalfor i llum.
    Els tenia tots folrats amb plàstic perquè eren preciosos. Ara havien desaparegut.
    Al matí hi havia trossos de text escampats per tot el pati i el carreró del darrere. Trencaclosques de llibres cremats. Vaig recollirne alguns fragments.
    Segurament és el motiu pel qual escric com ho faig: recollint fragments, insegura de la narració contínua. Què diu Eliot? Aquests fragments que he aplegat contra la meva ruïna    
    
    Vaig estar un temps molt calmada, però m’havia adonat d’una cosa important: et poden prendre qualsevol cosa externa en qualsevol moment. Només el que tens a dins està segur.
    Vaig començar a memoritzar textos. Sempre havíem après de memòria llargs trossos de la Bíblia i sembla que els pobles amb tradició oral tenen més facilitat per recordar que aquells que confien en el text conservat.
    Hi va haver un temps en què el registre no era un acte administratiu; era una forma d’art. Els primers poemes eren per commemorar, per recordar, a través de les generacions, tant una victòria en batalla com la vida de la tribu. L’Odissea i Beowulf són poemes, sí, però amb una funció pràctica. Si no el pots escriure, com el transmetràs? Recorda’ls. Recita’ls.
    El ritme i la imatgeria de la poesia fan que sigui més fàcil de recordar que la prosa, més fàcil de cantar. Però com que també necessitava la prosa, vaig fer les meves versions concises de novel·les del segle XIX: hi buscava la màgia i no em preocupava gaire de l’argument.
    Tenia frases dins meu: un enfilall de llums de guia. Tenia la llengua.

    La ficció i la poesia són dosis, medecines. El que curen és la ruptura que la realitat provoca en la imaginació.
    M’havien fet mal i una part molt important de mi havia quedat destruïda: aquesta era la meva realitat, els fets de la meva vida; però, a l’altra banda dels fets, hi havia qui podia ser jo, què podia sentir, i mentre tingués paraules, imatges i històries, no estava perduda.
    Hi havia dolor. Hi havia joia. Hi havia la joia dolorosa que havia escrit Eliot. La primera sensació d’aquesta joia dolorosa la vaig tenir pujant al turó de darrere de casa, els llargs carrers serpentejants amb la ciutat a baix i el turó al capdamunt. Els carrers amb llambordes. Els carrers que anaven directes al barri de Factory Bottoms.
    Mirava cap enfora i no em semblava veure un mirall ni un món. Era el lloc on era, no el lloc on volia ser. Els llibres havien desaparegut, però eren objectes; el que contenien no podia ser destruït tan fàcilment, i amb això me n’aniria.
    I dreta al costat de la pila de paper i de lletres que cremava, encara calenta l’endemà al matí malgrat el fred, vaig entendre que hi havia una cosa que podia fer.
    «A la merda», vaig pensar. «Els escriuré jo mateixa.»"

Jeanette Winterson
Per què ser feliç quan podries ser normal?
traducció de Dolors Udina
Periscopi, 2021
pàg.: 52-57