31 de gen. 2025

vozdevieja, fragment 2

 

    "Al llegar a casa el domingo me meten en la bañera a la fuerza. Los cambios de estado no son lo mío. Los pudores que aprendí al nacer me torturan, y no me refiero solo a que me muera de vergüenza de pensar en enseñarle a alguien el chocho de verdad. Hay otros aspectos que me inquietan más. La forma en que nos expresamos está jodida de alguna forma, la mía y la de muchos niños, por lo que he observado. Es extraño sentir que no puedo pronunciar la palabra chocho delante de nadie. Cuando el otro día dije coño en alto por error casi me da un infarto. La susurro a veces o la saco a través de las muñecas, pero me gustaría tener libertad para decir lo que quiera. ¿Qué daño pueden hacer las palabras? ¿Se empieza por las palabrotas y se acaba debajo de un puente? A mi alrededor fluye tanto terror a que me eche a perder que apenas puedo dar un paso sin cagarme de miedo. Pero lo peor no sé si tiene que ver con el exterior. Hasta hace poco la palabra madre me resultaba obscena. Me incomodaba escucharla. Aceptaba mamá, pero madre me parecía totalmente fuera de lugar, algo demasiado grande y sucio, impronunciable. Ha dejado de ocurrir, pero me acuerdo bien. En aquel tiempo mi madre y yo nos bañábamos juntas. Hace mucho y ya no cuenta. Se fue haciendo cada vez más dura y exigente. No fue por Domingo y tampoco creo que fuera por pudor. Desde que se cortó el pelo su expresión se hizo otra, como si de repente se hubiera hecho mayor y se le hubieran venido todos los problemas juntos encima. Trata de que yo no los vea. Cuando vamos por la calle y alguien la saluda se pone en guardia. Esa gente me mira a veces con sorpresa. El caso es que no quiero salir de la bañera. Quiero añadir más agua caliente y quedarme a vivir entre la espuma, lavando ponis de plástico, merendando con los dedos arrugados. Así que la misma pataleta que monté para entrar, la monto luego para salir. Ahora estoy en la cocina con el pelo mojado y los brazos cruzados. El reloj de la pared lleva parado desde el otoño pasado, pero diría que son las ocho de la tarde. Mi madre quiere que pruebe una fresa.

—¡Que no!
—Pruébala, coño, mira lo bonita que es.
—Que no, que me da igual.
—Pero si es que te va a gustar.
—No quiero ni pensarlo.
—Mira, este trocito rojo, mira qué chico es.

    La verdad es que tiene buena pinta. Lo cojo. Lo huelo. Está fresco. Ya no me da tanto asco. Es bastante pequeño. Le doy un mordisco diminuto. Está bueno. Me da vergüenza cambiar así de opinión, pero la alegría de descubrir un placer nuevo es mayor.

—¡Están buenas!
—¿Has visto?
—Sí, dame más.

    Nos comemos las que quedan entre las dos. Si cambio todo el tiempo, ¿cómo voy a saber quién soy? Pronto me siento cansada, hecha un lío. Todavía no ha caído la noche cuando me como una tortilla francesa en el sofá y me voy a la cama aguantando las ganas de llorar."

Vozde vieja
Elisa Victoria
Blackie Books, 2018
pàg.: 78-80

30 de gen. 2025

vozdevieja, fragment 1

 

    "El vestido de gitana de mi madre acecha oscuro encima del armario. Es verde con grandes lunares negros. Cuando se lo pone es la mujer más guapa que ha pisado el planeta, pero lleva muchos meses ahí tirado y estoy harta de verlo desde la cama. De día no me inquieta demasiado, pero al quitarme las gafas para dormir los volantes borrosos se convierten en una enorme serpiente enroscada y cada noche me tapo la cabeza con la manta para que no me vea. Sería más fácil confesar que me da miedo, pedir que lo guarden en otro sitio, que sería también mejor para el vestido, tratar de imponer algo de razón al espejismo, pero esas ideas ni me las planteo. Las cosas son como son. Ya da igual de todas formas, en cuanto apagola luz sigo viendo la serpiente por mucho que cierre los ojos.

    Hay ruido en el salón. Mi madre duerme allí porque vivimos en casa de la abuela y no hay cuartos suficientes. Antes hemos pasado por otros sitios, pero apenas me acuerdo. Yo tengo mi propia habitación. Eso me hace sentir muy culpable. Un lujo desagradable. Aunque la pared esté forrada de un papel rosa con nubes blancas, es demasiado tenebrosa y no hago más que empeorarlo cubriendo la ventana de pegatinas. No puedo evitarlo, colocarlas ahí me da sensación de riqueza.

    Tengo miedo, ganas de quejarme, de llorar un poco, más que de saber lo que ocurre. Pero me aguanto y espero. Mi madre entra a oscuras, me coge en brazos y me saca de la cama. Ocupo poco más que un bebé y la altura de su pecho resulta vertiginosa. Me lleva al salón como una ofrenda valiosa. Me cuesta despegar los ojos. Las luces duelen. No sé qué va a pasar y sigo sin gafas. Ella está nerviosa, perdida en una mezcla de cansancio y precipitación. Se nota que no es más que otra niña asustada en medio de un lío del demonio. En el sillón hay algunas cajas de juguetes sin envolver. Mi abuela está junto a la puerta de la casa. Intuyo que lleva puesta la bata azul y que tiene la cara muy seria. Abre la puerta y entran tres hombres con ropas brillantes armando jaleo. Dicen que son los Reyes Magos. Mi madre ni está contenta ni me pide que lo esté ni me suelta. Su pecho palpita como el de un toro. No piso el suelo. Baltasar acerca mucho la cara y habla sobre una cabalgata cargada de regalos que está por venir en mi honor, con tantos camellos que colapsarán la calle. Por qué no hoy, Baltasar, si hoy es el día. Me dan asco sus churretes negros derritiéndose y no quiero que me pringue. Preferiría ir a ver los juguetes de cerca y abrirlos ya, pero todavía no puede ser. Hay que esperar a que amanezca.

    En menos de cinco minutos vuelvo a la cama como si nada, desorientada y confundida, imaginando esa poco probable procesión de interminables presentes. No recibo ninguna explicación. Los ronquidos de mi abuela no tardan en marcar la tranquilidad del hogar como un sereno insistente. Todavía no he cumplido cuatro años, pero se me dan bien las cuentas. Esos no podían ser los Reyes Magos. Olían fuerte y raro. Ácido, ahumado. Han llegado con trajes deslumbrantes, pero mal puestos. Venían con las manos vacías. Los regalos estaban ya sobre un sillón cuando ellos entraron, y les abrieron la puerta a destiempo. Está bastante claro que no es el tipo de majestad en el que me han enseñado a creer. Además, aquí venía liderando Baltasar, era el protagonista, el que daba más miedo, y todos los que me conocen saben de sobra que mi rey es Melchor.

    No sé quiénes serían esos tres, pero lo único que han conseguido es quitarme el sueño y chafarme la sorpresa de mañana. Los verdaderos Reyes no mantienen conmigo la conexión mental que esperaba y no han traído lo que pedí. Yo quería un peluche grande de Snoopy vestido de piloto y una Chabel Lluvia, la del anuncio de ambiente nocturno basado en aquella película con bailes que vi a trozos. Me encantan las películas viejas con música y coreografías en grandes escenarios, donde todo está limpio y pulido, donde los colores parecen pintados y los rizos nunca se vienen abajo. También me gustan las de romanos. Ojalá pudiera ser mayor y escapar a tanto desconcierto. Elegiría una vida en blanco y negro con tacones de los que no hacen daño. Colocaría un árbol de Navidad que llegara hasta el techo y ahogaría a mis amigos en regalos. Todo sería más fácil si no fuera tan repipi. Intento ocultarlo, pero se me ve el plumero. Los anuncios de colonia, los bailes de la tele, las casas de muñecas, Xuxa. Adoro las cursiladas. La serpiente mansa y gruesa sigue encima del armario, pero ahora tengo otras cosas en la cabeza."

Vozde vieja
Elisa Victoria
Blackie Books, 2018
pàg.: 3-5



29 de gen. 2025

vozdevieja, i 3

 



Niña de periferia

    Elisa Victoria navega sin traumas entre lo perverso y lo inocente en Vozdevieja, que narra la infancia de miedos y anhelos de quien vivió en un barrio humilde de Sevilla la época burbujeante del 92

por Elvira Lindo
El País
4/3/2019

    "Hay libros que emanan un aroma, y es extraordinario que esto suceda desde las primeras líneas: “El vestido de gitana de mi madre acecha oscuro encima del armario”. En este Vozdevieja, de Elisa Victoria, ocurre el milagro. Desde la primera página se anticipa un universo que nos seduce. Es parecido a un amor a primera vista y no hay por qué desconfiar de esa rendición, sino entregarse de la manera más inocente posible. El aroma de esta historia es el de los veranos sofocantes de Sevilla, una mezcla de la flor de azahar que brota hasta en la esquina más hostil y de los olores domésticos propios de barrios de la periferia en donde el sol cae ardiente sobre las calles peladas y desiertas a la hora de la siesta. Estamos en el verano del 92, en ese año en el que solo los aguafiestas se rebelaban ante la abrumadora celebración del despilfarro, del triunfalismo, del lavado de cara de las ciudades que no modificó los barrios populares. A la Expo llegaban turistas de toda España, pero también de la propia Sevilla, de esa periferia física y sentimental que es el territorio en el que se mueven los personajes de este libro.

    Mientras una ciudad se adorna con edificios de arquitectos estrella, la otra combate el calor en pisitos con paredes de papel. En uno de ellos pasan el verano la niña Marina, Vozdevieja, como así la llaman en el colegio, y su abuela, sumidas en un espacio de libertad mucho mayor que el que les permiten los escasos metros cuadrados del piso. Hablan de romances, de maridos y amantes, o del ídolo (más sexual que ideológico) de la abuela, el entonces presidente González, de todos esos asuntos que no se consideran apropiados para los niños. Marina disfruta de ese diminuto universo de costumbres relajadas y tiempo sin horario en el que habita con su abuela, y al mismo tiempo acusa la ausencia de su madre, que prefiere mantener a la niña alejada mientras trata de vencer una grave enfermedad. Siente la cría ese bienestar que proporciona la compañía de las abuelas que nos preparan filetes empanados, pero a su vez sufre con el habitual sentimiento de exclusión de las niñas que pasan demasiado tiempo con adultos. Es consciente de una rareza que la mantiene a menudo alejada de los chiquillos de la calle. Como consuelo o vía de escape, se entrega con pasión a los cómics para adultos, a las muñecas y a unos indefinidos deseos sexuales que, como contraste a esta época en que todo lo relacionado con criaturas y sexo ha de permanecer silenciado, nos ofrecen algunas de las escenas más cómicas de la novela.

    Ha encontrado la escritora una manera sutil de narrar esta infancia que, aun pareciéndose a la suya, es pura recreación: cuando se trata de dialogar, hace uso de una gracia inusual para reproducir el habla del pueblo llano en el que se crio, volviéndose orgullosamente costumbrista; pero si se trata de penetrar en el pensamiento de la niña, utiliza sin reparos un lenguaje poético, sofisticado, filosófico por momentos, que parte de la creencia de que el mundo interior de los niños es más complejo de lo que su manejo aún precario de la lengua les permite expresar. El resultado de estos dos planos del lenguaje nos permite convivir con la niña tanto en aquello que es visible para los demás como en el territorio íntimo de sus miedos y anhelos incumplidos, en la ansiedad que le provoca la sospecha fundada de ser peculiar. ¿Todas las niñas lo son? Sin duda alguna, pero más aquellas que ven sus constantes deseos de gregarismo frustrados por una vida inestable y por la recepción constante de enseñanzas contradictorias: las de una madre áspera y lejana, a la que idealiza, y las de una abuela sin normas, con la que disfruta una transitoria anarquía.

    Querer comportarse como las otras niñas y no lograrlo; desear ser tan salvaje como los niños que se ríen de ella, soñar con gustar a esos chavales que la desprecian por llevar un vestidito cursi confeccionado por la abuela. Solo la niña conoce la existencia del animalillo que lleva dentro, el que alimenta en su mente pensamientos tortuosos, oscuros, prohibidos, que nadie imagina. De esa conciencia de las rarezas que la distinguen nace esta novela que transita sin traumas entre lo perverso y lo inocente, componiendo ese tipo de hondo retrato de la infancia que solo puede ser escrito por quien no la ha abandonado del todo y recuerda con propiedad la complejidad de ser niña.

    Miraflores, Rochelambert, Sevilla Este, nombres de lujo para los barrios humildes en los que Marina y su autora, Elisa Victoria, vivieron su infancia para contarla, en aquella época burbujeante del 92, aunque el libro transcienda el momento concreto y cuente cualquier infancia de quien vivió en la periferia de la historia, de donde suele nacer, por cierto, la gran literatura."

28 de gen. 2025

vozdevieja, 2

 



Vozdevieja:
 Infancia y Matria

    Vozdevieja, de Elisa Victoria, es una obra entrañable, compleja en su sencillez, llena de detalles y brutalmente bien escrita, que nos devuelve la dignidad de las infancias. 

por Mar Gallego
Pikara magazine
05/2/2020

    "La Expo’92 ha terminado y comienza un largo y reseco verano en los barrios de “los bloques” de Sevilla. Marina Marrajo, de nueve años, narra sus vivencias en primera persona, sin filtros ni mayores juicios. El costumbrismo andaluz de los lunes de colegio se plasma en el subidón que vive su barrio obrero cuando Felipe González –el galán número uno en el top ten de su abuela-vence en las elecciones: “Se supone que han ganado los nuestros. Hay gente del Betis y del Sevilla, de Izquierda Unida y del PSOE, pero del PP ni uno. Nunca he escuchado a nadie decir que fue del PP. Tienen que ser un montón. ¿Dónde estarán?”.

    Ante estas categorías político-futboleras, el tiempo transcurre denso en las tardecitas de infierno en las que está terminantemente prohibido salir a la calle. Croquetas, filetes empanaos, control de esfínteres y ver la tele son actividades y recetas cotidianas en la vida de la niña. No hay internet ni wifi. Hay aventuras cotidianas contadas por madres que se reparten en diferentes nombres: “La Tata no es familia, pero vive en el piso de arriba y la conozco desde que nací. La palabra Tata tiene un significado ambiguo y tierno muy concreto. Creo que es menos que abuela pero más que tía, y sin duda más que vecina”.

    También hay una masculinidad hegemónica que se mete con los vestidos estampados de Marina y hay padres ausentes que son aburridos cuando están presentes. “¿Dónde estás, papá?”. Marina no se hace la pregunta ni le importa. En su árbol genealógico sólo recuerda a quien está en cuerpo y alma: “Han pasado treinta años desde que el abuelo se murió y cuatro desde la última vez que vi a mi padre. Los apellidos paternos no significan nada, incluso estoy agradecida de no haberme visto obligada a identificarme con ellos. Mi herencia viene transmitida solo por mujeres, nadie más cuenta las historias familiares, nadie más toma las decisiones importantes”.

    Marina tiene claras algunas prioridades de su existencia. La fascinación por su abuela que, según ella, “se concentra en la alegría básica de seguir existiendo” y por su madre. Sus preferencias para las amistades las tiene también de un claro meridiano. La niña que Marina está buscando tiene que verse afectada “por una curiosidad voraz hacia los temas prohibidos”. Tiene que ser, además, divertida y no dejarla nunca plantada. ¿La encontrará?

    La niña Marina ya ha aprendido a identificar qué cosas cataloga la sociedad como “débil”. Va tomando apuntes de lo que es bueno y lo que no y estudia su apariencia para no convertirse en una repudiada: “Todo sería más fácil si no fuera tan repipi. Intento ocultarlo pero se me ve el plumero”. Las cosas parecen ir muy rápidas “allá fuera”: “Se empieza por las palabrotas y se acaba debajo de un puente”.

    El personaje creado por Elisa Victoria (Sevilla, 1985) se va haciendo mayor con sigilo en un universo adulto lleno de escondites secretos donde se guardan las revistas guarras que a la niña le dan la vida. Los anuncios de colonia, las casas de muñecas y la cantante brasileña Xuxa son su debilidad. Pero también reconoce que esto no contradice sus otras facetas y su gusto por la literatura dirigida a un público no infantil: el Víbora, el Tótem, el Creepy, el Makoki y Zona 84. Las devora a escondidas y a solas hasta que no encuentre a una cómplice con quien compartirlas.

    Elisa Victoria nos devuelve en Vozdevieja, una obra entrañable, compleja en su sencillez, llena de detalles y brutalmente bien escrita, la dignidad de las infancias: su agenda, su mirada, su espacio-tiempo, su sed por vivir a enteras, su terror porque ser adulta tenga que ver con saber mentir y cuidar las apariencias. Su preocupación por convertirse en una futura superviviente. A su personaje protagonista le ha tocado vivir, como ella expresa, en un hogar frágil y cambiante pero también fuerte, resistente y admirable. La voz de vieja de Marina genera un relato donde las mujeres son protagonistas únicas de nuestro sostén y nuestra cotidianidad. Ella las comprende y las abraza con compasión y admiración: “Ella sabe que no he nacido para ser su hija y yo sé que ella no podía sentirse más lejos de estar preparada para ser madre cuando parió. Estamos aquí por casualidad, resistiendo las tentaciones como un favor de la una para la otra”.

    Sorprende que en esta descripción certera llena de “hitos” de la cotidianidad algunas críticas hayan destacado la falta de tensión en el libro o la ausencia de un conflicto central como algo negativo. Es precisamente esa ausencia de binomios enfrentados, propios de los relatos heroicos y masculinizados, lo que hace a la obra única.

    Es ese lenguaje de las mujeres de su entorno lleno de hilos, costuras, ollas, vecinas, uniones y retazos lo que permite a Marina encontrar a la niña de sus sueños pasando por alto aquello que podría enfrentarlas: “Somos de porno y del Betis, ¿qué importa lo demás?”.

    Desde ese idioma propio y ordinario en el que se gestiona la supervivencia diaria es de donde Marina decide empezar a hacer su genealogía. Si para Rilke la verdadera patria del hombre es la infancia; en Vozdevieja no hay patria, sino matria."

27 de gen. 2025

vozdevieja, 1

 


Elisa Victoria: 
“La gente que se cree el papel oficial de adulto está medio secuestrada por el sistema”

    La editorial Blackie Books ha publicado ‘Vozdevieja’, la primera novela de Elisa Victoria. Mucho más que una novela nostálgica, un libro divertido y tierno sobre el principio del fin de la niñez en uno de esos veranos eternos que solo se dan en la niñez.

por Pablo Elorduy
El salto,  Literatura
8/09/2019

    "Elisa Victoria (Sevilla, 1985) es autora de Vozdevieja, una novela divertida y dura que transcurre durante el verano de 1993 y protagoniza Marina, una niña de nueve años en el seno de una familia con problemas. Se trata de la primera novela de Elisa Victoria y de un carrusel de emociones para quienes crecieron en los años preinternet.

    Con referencias que van desde los mikolápiz —un tipo de helados—, hasta Felipe González —un expresidente— y que, inevitablemente, anclan la novela a un tiempo y puede ser mejor comprendidas por lectores y lectoras de esa época, Vozdevieja es mucho más que una novela para el gran mercado del “yo fui a EGB”. Primero, por la ternura y el humor que despliega Victoria, segundo, porque habla de temas inmemoriales, como el paso a la edad adulta, la enfermedad, la pena y la libertad.

¿Qué entendemos por ser adulto? ¿es un gran disfraz que nos ponemos?

    Eso creo, a veces hablo con personas que también se extrañan ante la forma en que se separan las edades vitales, que consideran que la conciencia se desarrolla a través de una línea que va oscilando pero en la que no se producen cortes secos. Incluso si no conservan muchos recuerdos del pasado sienten firmemente que no han dejado de ser lo mismo a lo largo del tiempo, con cambios y evoluciones pero con cierta consistencia. Creo que la gente que se cree el papel oficial de adulto está medio secuestrada por el sistema, con el cerebro lavado, y que confunden ser responsable con ser un tostón rígido y presuntuoso. Algunos parecen llevar el disfraz con gusto a todas horas pero a otros se les nota torturados por el tema, deseosos de quitárselo en la intimidad. De los que pertenecen a la primera clase no me fío un pelo.

Entre esa especie a la que llamamos “adultos” en la novela destacan, por su torpeza, los hombres de mediana edad, los conocidos como “padres”. ¿Qué falla en la educación afectiva o en el sistema, para que este tipo que aparece en el libro (de padre que no sabe comunicarse con sus hijos) se reproduzca?

    Supongo que se reproducen patrones aprendidos por imitación, muchos niños criados por padres torpes y distantes a la hora de comunicarse acaban heredando esa torpeza una y otra vez durante siglos, aparte de que la afectividad en los hombres suele estar muy censurada. Por supuesto hay montones de excepciones de todo tipo, y en cualquier caso el padre de la novela es especialmente ajeno a su hija. Se trata de una situación muy concreta y extrema.

Hay referencias en la novela que hacen de ella un libro generacional, con el valor y el riesgo que eso supone. ¿Es un ejercicio de nostalgia o una reivindicación del costumbrismo?

    Si tengo que elegir entre ambas opciones es sin duda una reivindicación del costumbrismo, aunque tampoco es que yo pretenda reivindicar nada, es sólo que las historias que más disfruto están llenas de referencias así. Ese tipo de elementos forman parte de la vida cotidiana y me parecen necesarios para representarla en plenitud. Creo que aportan riqueza y exploran la forma en que la psicología humana se relaciona con los diferentes contextos, así que me sale seguir por ese camino. Hay novelas escritas en siglos pasados que mencionan productos de la época o canciones populares y siento que a menudo eso propicia una inmersión profunda en la historia, que se puede conectar con ellas desde cualquier época y edad. Cuando se hace con la intención nostálgica de resaltar las virtudes de otro tiempo no me convence el enfoque, pero cuando se pretende sencillamente retratar con detalle una realidad concreta lo valoro mucho como lectora.

¿Por qué el verano está tan presente en la obra? ¿Qué significación tiene en la toma de conciencia de la protagonista del libro?

    El verano y el calor han sido elementos constantes tanto en mi vida como en mi escritura. Soy sevillana y he crecido muy impactada por la intensidad que alcanzan la temperatura y la luz durante casi medio año en mi tierra, la forma en que dilata ese ardor amarillo las sensaciones, como si el tiempo avanzara a un ritmo distinto, viendo cómo el paisaje se abrasa hasta casi desintegrarse alrededor, sorteando constantemente la amenaza del sofoco, la quemadura, la deshidratación. Por otro lado me parece que durante las vacaciones de verano, el único periodo largo que los niños tienen para sí mismos, se suelen dar eclosiones gracias a la libertad para experimentar que da no tener que cumplir con la rutina escolar y a los estímulos que suelen propiciar los cambios en esa costumbre tan rígida que marca sus vidas. El verano de 1993 en el que se ambienta la novela fue especialmente largo y duro, se sufrió una sequía extrema, y me interesaba que esa aridez acompañara la psicología de la protagonista.

Otro de los temas que planea en Vozdevieja es la sexualidad infantil. En concreto, la protagonista, de nueve años, está algo así como salida. ¿Qué idea tenías al tratar este tema?

    Pretendía tratarlo como cualquier otro tema, con realismo y naturalidad, creo que este asunto es bastante frecuente en el mundo infantil. Aunque en muchos casos se despierte en estados más avanzados del desarrollo vital, el interés por la sexualidad está muy extendido entre los niños y así he intentado reflejarlo, tal como es.

Un último aspecto sobre el argumento, ¿cómo se afronta desde la infancia la enfermedad de los progenitores? ¿crees que la naturalidad con la que se asume tiene que ver con falta de información sobre lo que es la muerte?

    Creo que variará en cada caso pero aquí he intentado reflejar cierta mezcla de pasividad, resignación y terror que me parecen características muy propias de la forma en que se afrontan los problemas graves a esta edad cuando no puedes acogerte a la religión ni la fantasía. Si a los niños se les cuentan historias de ángeles, estrellas en el cielo o cualquier tipo de vida después de la muerte será frecuente que encuentren consuelo más allá de la tragedia de no ver más a un ser querido, sobre todo si la teoría incluye un reencuentro cuando todos los que quedan vivos mueran a su vez. Supongo que esto le funciona también en gran parte adulta.

    La protagonista de Vozdevieja no puede sostenerse sobre ninguna idea similar y afronta las posibilidades del futuro con practicidad, imaginando claramente el giro que daría su vida en caso de que su madre muera. Lo que creo que le falta es la empatía suficiente para entender el vértigo que siente alguien enfermo porque aún no ha tomado conciencia de su propia mortalidad, no porque no se lo hayan explicado sino porque su desarrollo cognitivo aún no está listo para asumir el concepto en plenitud.

Después de escribir Vozdevieja, ¿qué crees que es la infancia? ¿cuándo empieza una a dejar de ser una niña y cómo se vive el desfase entre ese momento y la conciencia por parte de la gente mayor de que se ha dejado de ser una niña?

    Diría que la infancia es el periodo de la vida humana que va desde el primer chispazo de conciencia hasta la pubertad, me interesa especialmente porque el proceso de adiestramiento hacia la inmersión en el sistema aún lleva poco tiempo en marcha y a menudo es posible encontrar en los niños atisbos de frescura y lucidez que se suelen perder en el camino hacia la llamada madurez. También me conmueve mucho la infancia en el sentido de que me compadezco de los niños, se les exige mucho, están cansados, llegan a lidiar con un terror existencial desmedido como si nada, se les subestima y a menudo se sienten incomprendidos. No sólo poca gente es consciente del sufrimiento que entraña su momento vital sino que se insiste en que su situación es envidiable, lo que puede provocar enormes dosis de frustración.

    Sobre cuándo empieza una a dejar de ser niña y a ser percibida de otra manera, me parece que ese cambio de percepción se da tanto desde la gente mayor como desde la de la propia generación, porque en la pubertad las actitudes clasificadas como infantiles empiezan a ridiculizarse con mucha dureza. A esa edad de metamorfosis a veces se adopta un comportamiento pretendidamente adulto en espacios públicos mientras se mantiene uno más pueril en el núcleo familiar. Los cambios hormonales también resultan decisivos, cuando el cuerpo se desarrolla notas que se te empieza a tratar de otra forma. A partir de la primera menstruación en muchas casas se empieza a tratar a las niñas distinto de un día para otro y esto puede dar pie a un montón de sentimientos negativos.

    De todas formas he observado que estos cambios de estado pueden tomarse de diferentes maneras dependiendo de si tu autoconcepto coincide con cómo te ven los demás: se puede aceptar con gran satisfacción, como algo largamente deseado que por fin sucede, como experiencia traumática que acaba en una adaptación resignada, en ocasiones en la familia quieren mantener el papel de inocencia fantasiosa y falta de autonomía en los hijos eternamente y se acaba dando una rebelión en toda regla, también se puede llegar a la asunción de que tu entorno va a marginarte por no adoptar el rol digno que en teoría te corresponde. Supongo que se darán mezclas muy heterogéneas, yo misma pasé por varias de estas fases."

26 de gen. 2025

exposició amazònia

 



    Avui els de Vespres Literaris hem visitat l’exposició AMAZÔNIA al Museu Marítim de Barcelona, un recorregut fotogràfic per la regió de la mà de Sebastião Salgado, una de les persones que més s'identifiquen amb la lluita per la preservació d'aquest espai natural i la vida dels seus habitants.



    Amb més de 200 fotografies en blanc i negre, aquesta mostra ens trasllada a l’interior de la selva amazònica. Les imatges, extretes de set anys d’expedicions, ofereixen una visió única d’aquest entorn natural, que avui dia lluita per sobreviure davant múltiples amenaces que l’assetgen.


    Les instantànies de Salgado alternen paisatges únics amb retrats íntims, capturant l’essència d’aquest món ancestral que es troba en perill.



    A la selva amazònica, considerada el pulmó del món, hi viuen més de 300.000 indígenes repartits en 169 grups ètnics diferents. El seu estil de vida, basat en un profund respecte per la natura, ressona amb força en cada imatge. La mostra és una invitació a reflexionar sobre la urgència de preservar tant la selva com la seva gent, que són fonamentals per a l’equilibri del nostre planeta.

    L’exposició, comissariada per Lélia Wanick Salgado (esposa y sòcia del fotògraf) , dona vida a un univers sensorial que va més enllà de la fotografia. Les imatges es fusionen amb una banda sonora creada pel compositor Jean-Michel Jarre, que combina música amb sons naturals de la selva, com els cants d’ocells i el murmuri dels rius. Aquest diàleg entre la imatge i el so crea una experiència que connecta directament amb l’ànima de l'Amazònia.



    Més enllà de la seva bellesa visual, AMAZÔNIA és també un crit d’alerta. Salgado no busca exposar la devastació directa, sinó mostrar la grandesa d’aquest paisatge com a recordatori del que està en joc. La seva obra ens porta a contemplar l’Amazònia com el laboratori natural més gran del món, una regió que acull una desena part de les espècies de flora i fauna del planeta i que és crucial en la lluita contra el canvi climàtic.




Fins al 28 de febrer de 2025.







25 de gen. 2025

crònica presentació mammalia

 




per Fina Guasch

    El passat dimarts 21,  a la tarda,  l’Associació Cultural Vespres Literaris, va organitzar la presentació del llibre Mammalia d’Elisenda Solsona. La sessió va ser conduïda pel nostre company Joan Francesc i va tenir lloc a la sala Enric Granados de la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès amb la presència de més d’una trentena d’assistents, que vam poder gaudir de la presència de l’escriptora i de la seva claretat i generositat en explicar la seva motivació per escriure un relat tan colpidor.


    La novel·la, que narra una realitat distòpica situada en un present-futur no gaire llunyà, enllaça molts temes, com els problemes de fertilitat, la indústria de la reproducció assistida, incloent-hi termes com l’ovodonació o la maternitat subrogada, i els límits ètics que es presenten davant de tots aquests temes, correlacionant-los entre si com a capes pràcticament invisibles que s’intercalan en tota la narració fins a arribar a un gir final del tot inesperat. 

    L’autora va trigar cinc anys a fer la novel·la. Va dedicar gairebé tant de temps a escriure-la com a les revisions posteriors, ja que, segons ens va explicar la pròpia Elisenda, és molt perfeccionista, i va afegir… “havia d'anar donant les pistes de manera dosificada, d'una manera que el lector s'enganxés, però que no intuís massa què és el que havia passat, perquè el final fos sorprenent”. I efectivament, el resultat final així ho demostra, perquè la novel·la ha estat nominada com a finalista al premi Òmnium Cultural d’aquest any.

    I com a mostra del que vam viure a la presentació, aquí trobareu l’enregistrament de l’audio de l’entrevista

    La claretat d’Elisenda tant en l’explicació de com va anar construint la novel·la com la seva generositat en fer-nos partícips de l’experiència vital que va viure i que va ser el motor principal per explicar aquesta història, així com la bona sintonia amb el nostre company conductor de l’entrevista, van fer que els assistents poguéssim aprofundir en la història i ens va deixar a tots amb ganes de descobrir els detalls d’aquesta novel·la tan prometedora.


    I res millor per acabar aquesta crònica que recollir les paraules de Joan Francesc tancant la sessió:

    “Com hem vist Mammalia no és només una novel·la sobre la maternitat; ens trobem davant d’una obra que explora la recerca d’identitat, que s’endinsa als racons més profunds de la psique femenina i que qüestiona les nostres pròpies nocions de família, desig i memòria. Moltes Gràcies Elisenda per la teva meravellosa prosa i sobretot per compartir-la amb nosaltres”.

24 de gen. 2025

elisa victoria, obra i 8

 


Elisa Victoria una escritora que te hará sentir

    Sus obras describen una generación actual y nos muestran su punto de vista, miedos y sufrimientos con una lenguaje directo, ameno y que en momentos te abre el alma. Una escritora que se arriesga. En Literaturbia la describen como un regalo inesperado, un tesoro único.

en “innovadoras”
23/11/2023



    “Seguro que alguna vez has oído hablar de Elisa Victoria, una de las autoras más originales y frescas del panorama actual.

    Cómo dice la critica en Literaturbia: “Cada nuevo libro de Elisa Victoria es un regalo inesperado y un tesoro único. No solo porque nadie escribe como ella -con ese desparpajo, con ese asomarse a los escondrijos del cuerpo, con esa poesía escatológica, con esa añoranza por lo que fuimos en otros tiempos-, sino porque cada obra es capaz de teletransportarnos a un mundo y a una época vital diferentes.”

    Elisa Victoria nació en Sevilla en 1985 y estudió Filosofía y Magisterio Infantil pero a ella le atraía escribir y pronto comenzó a colaborar con diferentes revistas culturales como Tentaciones, La Nueva Carne, Telva hasta el punto que en el 2016 creó su propio magazine cultural llamado Ardemag.

    En el año 2013 escribe su primer libro Porn & Pains, un libro que nos regala la mirada de una adolescente ante el porno en las pantallas. En 2018 publicó La sombra de los pinos, un libro donde Elisa Victoria explora sus miedos de niñes y adolescencia, aquello que nos perturba y nos roba la inocencia.

    Su primera novela y éxito entre los lectores es Vozdevieja, en el año 2019, Nos cuenta el verano de 1993 en una Sevilla, tras la expo. Marina se encuentra sola con una madre enferma, un padre que quiere desaparecer y una amiga, su abuela. Un retrato generacional protagonizado por una niña de nueve años que narra la vida de una generación.

    Tras el éxito de Vozdevieja, Elisa Victoria publicó en 2021 dos novelas más: El Evangelio y El quicio. La primera cuenta la historia de una profesora que acaba dando clases en un colegio privado católico de Sevilla por no pedir destino tras las prácticas de magisterio. La segunda es una novela gráfica ilustrada por Mireia Pérez que narra la relación entre una mujer y un hombre que se conocen por internet y se mudan juntos a un piso con un quicio en la puerta. Ambas novelas mantienen el tono ácido y desenfadado que caracteriza a la autora.

    Y recientemente ha publicado Otaberra, con la editorial Blackie Books.

    Renata vuelve a ese año una y otra vez, no puede escapar del año 1989 y de Otaberra, su vida se quedo detenida en un momento, en un lugar, detenido en Otaberra. Renata abandonó su pueblo, Otaberra, hace muchos años, pero su cabeza sigue viviendo en ese pueblo, ese lugar en el que creció y en el que se hizo adulta de golpe. Un hecho ocurrido entonces que vuelve una y otra vez en el presente, la imagen de su cabeza; una acequia, un cadáver, un abrigo largo y dos piernas finitas que asoman.

    A través de recuerdos grabados a fuego, viajes en el tiempo e inesperados puntos de vista, seremos testigos del paso de la vida y la muerte por Otaberra, el lugar del que no se sale nunca, y cruzaremos por este retrato sentimental de una mujer rota en cien piezas y de dos adolescentes obsesionados con el cine de Iván Zulueta, la oscuridad y todos los secretos que tienes claro que te llevarás contigo a la tumba.

    Elisa Victoria es una escritora que nos apasiona con un estilo que mueve el corazón y el alma. Historias donde vernos reflejados o conocer a una generación que por cercanía desconocemos. Elisa Victoria no deja indiferente a nadie con un estilo directo, honesto y lleno de humor negro, consigue crear personajes inolvidables y situaciones hilarantes."

23 de gen. 2025

elisa victoria, obra 7

 


“El mundo adulto es un sitio indeseable 
porque está lleno de fingimiento”

por Lucía Tolosa
en ethic
11/10/2023

    "Decía Marcus Zusak que a veces lees un libro tan especial que quieres llevarlo contigo durante meses, incluso después de haberlo terminado, solo para estar cerca de él. Ocurre algo así con ‘Otaberra’ (Blackie Books), la última novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), tan oscura como luminosa, tan tierna como dolorosa. La escritora sevillana vuelve al ruedo después de sus dos anteriores novelas ‘Vozdevieja’ (2019) y ‘El Evangelio’ (2021) para presentarnos la historia de Renata, una mujer que carga con un episodio conflictivo de su pasado, concretamente en 1989, y parece incapaz de vivir el presente, como si estuviera atrapada en un bucle de distanciamiento con la realidad.

En esta tercera novela se nota especialmente tu interés por el paso del tiempo. ¿Dirías que esa es la génesis de la historia?

    Ese fue el punto de partida. A mí desde pequeña me ha parecido rarísima nuestra forma de existir y cómo normalizamos que todo sea tan fugaz y a la vez irreversible, porque realmente el tiempo solo se mueve en una dirección: hacia delante. Me interesaba esa extrañeza ante el paso del tiempo y cómo lo aceptamos porque es la única opción que conocemos. También me inquieta mucho la forma tan diferente en la que percibimos el paso del tiempo según la edad que tenemos. Cuando eres niña ves a la gente adulta y te parece lejanísima la posibilidad de ser como ellos, pero cuando te haces mayor, lo que parece imposible es haber sido niña.

Eso conecta con lo que siente la protagonista, que es incapaz de vivir el tiempo presente y parece anclada en el pasado. ¿Es un síntoma de nuestro tiempo?

    Se está hablando más de ello últimamente, se ha popularizado el término de la disociación. La gente se siente un poco fuera de plano mientras vive las cosas, como si lo que están ejecutando fuera parte de una película que están observando desde fuera. Era un buen inicio para ir mostrando la complicada relación que tiene Renata con sus vivencias y la relación tan particular que tenemos los humanos con este tema. El presente es algo que casi no existe, apenas lo mencionas y ya se ha ido, es como si fuéramos incapaces de atrapar lo que nos está ocurriendo. El tiempo me daba cabida para tocar un montón de asuntos, los personajes también evidencian los cánones que como sociedad hemos construido en torno a qué debe ser lo correcto, lo que se espera de nosotros para cada edad.

Tengo la impresión que tus personajes tienen un aire tardoinfantil, como si estuvieran desajustados con el paso a la edad adulta y no quisieran crecer.

    No es tanto que no quieran crecer, es más bien que entran en conflicto con el concepto de adulto entendido como esa persona que está completamente adaptada al mundo. Mis personajes no han perdido la mirada crítica que se tiene en la infancia y la adolescencia, cuando miras a la adultez dándote cuenta de que hay muchas cosas que no tienen sentido, que el mundo adulto es un sitio indeseable porque está lleno de fingimiento, de obligaciones y de sacrificios. De hecho, cuando los adultos están en confianza, muchas veces se quitan ese disfraz en el que aparentan tenerlo todo controlado y muestran su vulnerabilidad. Mis personajes conservan aún la mirada crítica de los que dudan de ese papel que se nos asigna cuando eres adulto.

En ellos también está presente cierto desajuste con la realidad, como si nunca llegaran a entenderse con el mundo. ¿Hay cierta parte autobiográfica?

    Es cierto que están un poco fuera de lugar. Yo siempre me he sentido un poco así, me interesan los personajes desubicados que muestran su fragilidad, que rompen el hielo y no entienden por qué la sociedad funciona de este modo y cuestionan el orden de las cosas. En mi anterior libro la protagonista no tiene nada que justifique su desaliento, pero no hace falta, porque el mundo ya es lo bastante raro y difícil como para sentir extrañeza sin arrastrar ningún contexto desagradable. También me interesa sacar a la luz las dudas y vulnerabilidades que uno puede tener en secreto, pero no expresa. Es como si la adultez fuera un teatro donde todo el mundo finge controlar todo, y a mí me interesaba dialogar sobre estos asuntos. Creo que la escritura puede mostrar ese diálogo interior de la gente que se siente desubicada en el mundo.

De hecho, en Otaberra la protagonista vive la escritura como un consuelo. ¿Concibes la literatura como un vehículo para sanar heridas?

    Cualquier actividad artística puede tener ese efecto sanador. En esta novela me hacía gracia escribir sobre un personaje que escribía, ese juego de capas me divertía mucho. A mí la escritura me supone un juego y es mi trabajo, pero también me soluciona muchos problemas, como el de la desconexión con el presente. Lo malo es que solo funciona de forma pasajera… Cuando escribo siento que los problemas se me olvidan, la escritura me ancla a lo que está pasando y me reconcilia con el tiempo.

La escritura se vuelve catártica en procesos de duelo, como en el caso de la muerte del amigo de Renata. ¿El duelo era un tema que buscabas priorizar?

    La muerte era indispensable porque es algo impactante en torno al comportamiento del tiempo. Quise introducir un duelo muy conmovedor que le diesen al personaje protagonista más calidez, y que con él pudiera ir ampliando la psicología de Renata hacia capas más sentimentales. Al principio ella está más blindada emocionalmente, y se va abriendo poco a poco. Mientras escribía el libro perdí a un par de amigos de manera repentina, y el sentimiento tan abrumador que sentí y observé a mi alrededor me sirvió, por desgracia, para explorar la frustración y el cambio de perspectiva a raíz de un evento traumático.

El libro también plantea ese descrédito hacia los mayores, como si envejecer fuera una condena. ¿Hay una brecha generacional a la hora de concebir la vejez?

    Me interesaba el juicio tan quisquilloso que se había configurado a finales de los 90 y principios de los 2000 en torno al canon estético físico, que era muy duro. Considero que mi generación ha sido muy cruel con este tema; de hecho, en la novela presento a dos personajes jóvenes que miran con especial dureza a la gente de más edad. Yo creo que esto está cambiando ahora, al menos se ha tomado conciencia y se señala que no está bien.

Otro tema que vertebra la historia es el sentimiento de culpa por unos hechos que ya no se pueden solucionar, el sentimiento de irreversibilidad de los errores pasados.

    Es un tema que se ha mencionado mucho, pero no era mi intención hacer una novela sobre el concepto de culpa. Yo buscaba más un estudio sobre la frustración relacionada con la irreversibilidad del tiempo, ese bucle mental al que te puede llevar el no poder hacer las cosas de otra manera, incluso habiendo cambiado tu perspectiva después de los hechos. He conocido casos de gente que solo encontraba consuelo imaginando una realidad en la que hacían las cosas de forma diferente, y encontraban un consuelo pasajero con esa fantasía imaginaria, pero el dolor volvía cuando veían que era imposible cambiar las cosas, aunque se arrepintieran. Ese bucle temporal deja a la persona inhabilitada, y tiene que ver con la culpa, pero sobre todo con la incapacidad de reconciliarse con su pasado. También me interesaba la rabia, ese enfado por toparse con las condiciones físicas de no poder volver atrás en el tiempo y hacerlo mejor. Si ya sabes cómo deberías haber hecho lo correcto, es doloroso que no se te permita volver atrás y estés condenado a arrastrarlo para siempre.

A la culpa se suma la vergüenza, que también es un elemento muy presente en la novela. ¿Quisiste plasmar cómo nos condiciona la mirada ajena y los juicios de valor?

    Me parecía interesante plantear cómo el deseo de aprobación por parte del grupo te puede pesar tanto en tu forma de actuar. El rechazo del grupo que te rodea cada día es algo dolorosísimo, te reduce a la marginalidad. Quería mostrar cómo en la adolescencia pesa tanto esa pertenencia del grupo, porque es una edad en la que te estás ubicando y el rechazo puede ser especialmente violento. En esta etapa, hace falta mucho valor para atreverse a ser diferente, y Renata admira mucho que Eusebio desafíe las normas, pero a la vez quiere encajar por su propia tranquilidad. Y de esa contradicción deriva luego todo lo que sucede y le atormenta con el paso del tiempo.

¿Había una voluntad por elogiar la figura del disidente?

    Es una mezcla de crítica a quienes no aceptan las diferencias y también una carta de amor para toda la gente que ha tenido la valentía de romper con ese engranaje que busca que todos los seres humanos seamos iguales. Me apetecía mostrar a un personaje que no provoca ningún conflicto ni hace nada escandaloso, su diferencia se basa en vestirse un poco diferente, tener otros referentes culturales y una orientación sexual que no es normativa. Eso causa un desajuste muy grande y genera un rechazo absolutamente desproporcionado. En realidad, Eusebio es pacífico, amable y buena gente, y aún así tiene que lidiar con el dolor que provoca el rechazo grupal.

El personaje de Eusebio representa ese rechazo social en una época concreta por no ser heterosexual. ¿Buscaste plantear el tema de la bifobia?

    No me gusta que sea el foco de la historia ni lo que defina al personaje, porque se estereotipa demasiado a los personajes no heteros, pero sí quería representar cómo la bisexualidad estaba en un limbo aún más obtuso que ahora. Siempre hay un salpicón de bisexualidad en mis personajes, me interesa esa ambigüedad y describir cómo esa importancia que se le da a la orientación sexual viene más desde fuera. Cuando tu entorno te obliga a etiquetarte y tú no quieres hacerlo, se genera una situación muy violenta. También quería plasmar esa presión que sienten los bisexuales por etiquetarse o esos prejuicios que siguen persistiendo en torno a lo que se considera correcto.

Otra cuestión que planteas son las diferentes masculinidades, a través de dos modelos muy diferentes de hombres.

    El modelo de masculinidad que lleva construyéndose durante siglos es el de un tipo de hombre que no muestra su fragilidad, que siempre está seguro de sí mismo, que arrasa con todo sin preocuparse por los demás y busca su propio placer. Este patrón lo muestro claramente en uno de los dos novios, mientras que el otro tiene una masculinidad más afeminada. Eusebio es un niño apartado que sufre constantemente a pesar de ser empático y no hacer daño a nadie, mientras que el otro se lo pasa en grande actuando mal. Ese contraste entre lo que se premia y se castiga en el espectro masculino me parecía clave.

¿Crees que esta concepción de la masculinidad está cambiando en los últimos tiempos?

    El cuestionamiento de esa figura masculina por fin ha aterrizado en todas partes, porque antes solo estaba en sectores minoritarios. Hay que celebrar que ya no se premie como antes la figura masculina arrasadora, que se planteen preguntas que antes se pasaban por alto. De todos modos, creo que estamos viviendo el efecto reaccionario a ese cuestionamiento de la masculinidad y aún queda mucho por avanzar.

Hablando de contrastes, sitúas la acción en un pueblo que tiene unas dinámicas opuestas a la gran ciudad.

    Yo quería construir un espacio que fuese muy cenizo y opresor. Quería que el personaje fantaseara con las grandes ciudades, pensando que allí encontraría una forma de hacer comunidad. Quería que fuese un pueblo muy monótono y mal conectado con otros sitios para que así pudiesen fantasear un poco más con el exterior.

¿Como escritora, dirías que el recogimiento del pueblo facilita la escritura, en comparación con ciudades grandes?

    La ciudad te da mucha inspiración para escribir porque siempre están pasando muchísimas cosas y solo hace falta fijarse un poco para sacar infinitas historias, pero en el pueblo también pasan cosas. Yo escribo mejor aquí que en Madrid, porque la ciudad te ofrece muchos compromisos sociales y a mí eso me interrumpe el hilo de la construcción de la novela. Hay gente a la que socializar no le deja ninguna secuela, pero a mí siempre me desestabiliza un poco. No me disgusta, pero tardo en hacerme a la idea de que voy a socializar y luego tardo aún más en volver al estado de reposo. Para escribir una novela yo necesito mucha concentración, meterme a fondo y no perder el hilo de la historia."

22 de gen. 2025

elisa victoria, obra 6

Otaberra

Elisa Victoria


Blackie Books, 2023

192 páginas

por Carlos Pardo
El País
2 de septembre 2023

Otaberra: crisis de realidad

    Elisa Victoria vuelve al costumbrismo generacional para narrar en una novela que gana en el detalle la historia de una chica que se culpa de la muerte de un amigo

    "Renata, la protagonista y narradora (tras múltiples máscaras) de Otaberra padece una disonancia en su percepción del tiempo que es a la vez una incapacidad y, como en algunos superhéroes, un don: no puede percibir el tiempo presente. Se vive a sí misma desconectada del instante, sin “sentir verdadero contacto con algo”, pero con un “piloto automático”, una “memoria muscular” que ejecuta por ella buena parte de la vida cotidiana. Así, en el primer capítulo de esta novela, mientras da una conferencia de bioquímica, su especialidad, Renata se disocia: “Todo está ocurriendo menos la charla. Las palabras salen de su boca y su conciencia enterrada las percibe con asombro, casi con incredulidad, ¿cómo puede ser que el mecanismo siga funcionando, quién hay al volante?” No obstante esta conciencia, libre en un presente sin asidero, pero inconmensurable (incapaz de percibir la realidad como un objeto acabado), se mueve a sus anchas por el tiempo: de una manera obsesiva regresa a un evento traumático del año 1989, también se proyecta hacia el futuro e inventa voces desde las que hablar. E incluso regresa al pasado para revertirlo, para inventar lo que no sucedió. No se me ocurre una mejor definición de las cualidades y condenas de ser escritora. Tampoco de la capacidad de la literatura para curar esa profunda desconexión con el presente (y con nuestro sentido de la realidad) con que vivimos el tiempo. En este sentido, y perdón por la pasión “filosófica”, puede entenderse Otaberra como un libro sobre las encrucijadas (cualidades y daños) de las que es capaz la literatura hoy, en un tiempo de sobreexposición de la intimidad.

    Otaberra es la tercera novela de Elisa Victoria (Sevilla, 28 años), después de su maravilloso debut Vozdevieja (2019) y de El evangelio (2021). Y también aquí están presentes algunas cualidades de Victoria que nos ayudan a aterrizar un poco esta reseña: personajes con un indudable aire tardoinfantil, inacabado, con una capacidad de distanciamiento de su entorno que los vuelve sagaces; y un gusto por recuperar ciertas épocas de la España reciente desde una perspectiva entre generacional y abiertamente costumbrista: la Sevilla post-92 en Vozdevieja; y el tránsito de finales de los ochenta al comienzo de los noventa en Otaberra.

    La diferencia respecto a las anteriores es que los indudables méritos de este libro como sucesión de momentos de buena escritura se justifican torpemente como novela unitaria. En cierto sentido, Otaberra es peor “novela” respecto a las anteriores, porque quizá sus materiales no necesitaban serlo: de manera fragmentada contiene algunos de los mejores momentos de especulación y frescura de Victoria. Hay incluso un gusto por la dispersión (en los personajes y en las tramas) que hubiera resultado más convincente en un libro más abierto. Y es que la principal dificultad de Otaberra está en la estrategia unificadora: un relato emotivo, un singular pastiche emocional, parece justificar psicológicamente el “bloqueo” de Renata. En 1989 su mejor amigo, Eusebio, murió en circunstancias complejas de las que Renata se culpa. Están en los últimos años del instituto. Todo el pueblo de Otaberra rechaza a Eusebio, incluidos sus padres: es demasiado luminoso y sensible. No sigue el camino del resto. Sólo Renata es su amiga, aunque a veces se avergüenza de que los vean juntos. Entonces, volviendo una noche a casa después de beber en un bar lejos del pueblo, Eusebio le declara a Renata su amor. Ella se avergüenza: cómo van a estar juntos si todo el pueblo sabe que es “maricón”. Se separaran a mitad de camino, junto a una carretera. Esa misma noche, Eusebio muere. Para Renata será el fin de su sentido de la realidad: “La última vez que llore así, que experimente un sentimiento verdadero y tangible”.

    Otaberra se decanta en su núcleo argumental por una obvia lectura psicologista: la desconexión de Renata nace de un trauma profundo, un único origen. Y se emparenta tanto emotiva como estructuralmente con el reconocible mundo de las series de televisión de target juvenil: los adolescentes que repudian “al chico más interesante del pueblo, el más atormentado”.

    Renata, como hemos comentado, usa múltiples máscaras y salta en el tiempo. Inventa a dos narradoras que sobrevuelan muchas de las escenas como dos ángeles burlones: Beatriz y Rita, la prima adolescente de Renata y su mejor amiga. Son dos ficciones de la mente de Renata, que se atreve a narrar el futuro de una Beatriz cuarentona en un hermoso capítulo. Además, se nos muestran otros capítulos dispersos de la trama familiar: Renata con su madre en los años noventa e incluso con un “novio”, en un capítulo tan divertido como desconectado del resto. Inventa también Elisa Victoria (o quizá la narradora Renata) un gozoso y poco verosímil tono para unos ficticios diarios de Eusebio, donde la narradora es la propia Renata: una muestra de amor y un juego de espejos. E incluso, como he comentado, regresa al pasado para desrealizarlo. Una frescura estructural que Victoria, por si acaso, explica al lector poco atento cuando tiene ocasión.

    ¿No late detrás de toda esta dispersión, también formal, una excelente pregunta por la identidad que no necesita del pegamento psicologista? Renata se despersonaliza cuando descubre los diarios que Eusebio escribe como si fuera ella. Asimismo, su desequilibrio se acentúa “en público”, y estalla cuando es captada por el objetivo de una cámara. Cuando es fijada como imagen. Este es el tiempo que nos ha tocado vivir: existimos en tanto fijados por un público “objetivo”. Una sabiduría que está en la propia novela sin necesidad de inventarse una trama melodramática. Que es incluso más actual en su fracasada tentativa de unidad: el puro escribir reúne."

21 de gen. 2025

elisa victoria, obra 5

 

El quicio

Elisa Victoria


Bruguera, 2021

160 páginas

por Daniel Renedo
El templo de las mil puertas
Mayo 2022

    "«A los trece años casi todas las opciones son malas», pero ¿quién hubiera imaginado que el paso a primero de la ESO, y en especial los trece, sería una época tan complicada? ¿Quién hubiera pensado que, una vez te empiezas a distanciar de las personas, no hay forma de comprenderlas ni de saber cómo funcionan?

    ¿Será la imposibilidad de ocultar las emociones el verdadero problema?

    Sobre el quicio de una ventana, que se clava en las costillas y que la piel parece poco a poco absorber, una chica espera, impaciente, que pasen a buscarla mientras se pregunta: si la vida ahora es así, ¿cómo será más adelante?

    El quicio, «iluminado» por Mireia Pérez, es una novela ilustrada, la primera de Elisa Victoria, y podría decirse que también es —aunque no haya sido catalogado como tal— su primera novela para público juvenil. Por su corta extensión, recuerda casi a un cuento con reminiscencias de Cinco horas con Mario de Delibes, pero desde la perspectiva de una preadolescente que está pasando el peor año de su vida.

    Esta obra, a diferencia de nuestro adorada Vozdevieja (también protagonizada por otra preadolescente), es apta para todos los públicos; no solo porque el pensamiento de aquella era mucho más adulto, sino porque la voz de la protagonista de El quicio —de quien no llegamos a conocer el nombre— destila más sencillez tanto en el léxico como en la sintaxis. Pero el bombardeo de preguntas que se hace a sí misma es similar al de Marina en Vozdevieja.

    Desde la primera línea de El quicio, el lector se ve inmerso en el flujo de conciencia de la protagonista, dentro del que «nada está claro si se piensa dos o tres veces» y donde una nueva paranoia siempre está dispuesta a hacer acto de presencia. Durante sus tormentosos trece, no solo ha de tratar de mantenerse a flote, sino que ha de navegar el mar de contradicciones de los adultos; la relación madre-hija se torna central, y la madre se vuelve la persona con la que la protagonista es más injusta, porque es la única sobre la que tiene poder.

    Así pues, El quicio es un relato de esa época en la que la percepción de una misma se desfigura por las complejísimas relaciones humanas, pero también sobre el viaje que se ha de hacer hasta encontrar un lugar donde cobijarse. Y, cerca del final, lanza una pregunta que resuena sobre todas las demás: ¿se puede hallar belleza en el dolor?"

20 de gen. 2025

despedida

 

río Gargantiel (Ciudad Real)

 Hoy nos ha dejado Agapito, padre de Emi, amiga y compañera del grupo.

En su memoria, Emi, un recuerdo de Vespres Literaris.

EL TIEMPO

Cuando éramos niños
medíamos el tiempo
con un reloj de sol
en días luminosos.

Luego, ya adolescentes,
teníamos al tiempo
rendido a nuestros pies
y sin orillas.

La juventud nos puso
reloj al corazón
y al sueño no habitado.
y ahora, en esta edad
en la que el tiempo
casi no se detiene a contemplarnos,
le vamos dando vueltas
en un reloj de arena inaprensible.

Y ahora ya sabemos
que aquí donde se funden
nuestro tiempo y espacio,
aquí, existimos.

María del Carmen Matute Rodero
Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real)

elisa victoria, obra 4

 


Elisa Victoria: 
“No echo de menos, en absoluto, la juventud”

Blackie Books publica «El Evangelio», la nueva novela de la autora sevillana

por Bruno Padilla del Valle
Revista Mercurio
7 abril 2021

    “Si ya Vozdevieja (2019) nos agarró por sorpresa, pese a su sonada aparición en el panorama literario, y rompió nuestras expectativas con un relato narrado desde el punto de vista de una niña de nueve años, que resultó ser mucho menos amable y más agudo de lo que cabía esperar, con El Evangelio (2021), su nueva novela, la escritora Elisa Victoria (Sevilla, 1985) sigue indagando en la pérdida de la inocencia y el desencanto, a la Panero, de hacerse adulta. Una historia que transcurre en tres meses de los años 2006-2007 en la capital sevillana, donde Lali, una joven estudiante de Magisterio de Educación Infantil, se ve obligada por el destino y su propio descuido a hacer sus prácticas en una escuela religiosa y privada: la peor pesadilla de alguien que compara el cristianismo con «las sectas más espeluznantes de la Historia». La autora juega a provocar, pero sobre todo habla de una crisis de fe en el sistema educativo y también en sí misma.

    Elisa Victoria admite su perfil de escritora antisistema, consciente de no gustarle a este modelo de sociedad, casi tan poco como algunas esencias de la infancia que la educación trata de arrancar de cuajo. Si en Vozdevieja concluía que en la inadaptación hay dolor, pero que a veces asoma cierto orgullo, la juventud que refleja en El Evangelio se decanta hacia el primero: «Tenemos veinte años y ya hay partes de nosotras que están muertas, perdidas para siempre, enterradas». La autora hispalense sigue en la senda del costumbrismo hardcore, pero aquí el contraste entre lo tierno y lo crudísimo es aún mayor, más bestia. Su nueva novela, lanzada oportunamente en la semana de Pasión, la semana grande de Sevilla, habla con honestidad descarnada de la presión social y de los miedos irreversibles que esta instala en nuestras cabezas cuando aún no estamos preparados para ello.

    El Evangelio según Elisa Victoria es lo que todo el mundo te dice que es la vida, lo que se supone que es, lo que todos hacen y aprueban, lo que te marca desde joven por presencia o ausencia. Es el sistema y no queda otra que abrazarlo mientras sufrimos en silencio y alguien lo cuenta.

Dedicas tu libro «a todos los niños muertos». ¿Fue con tu propia experiencia en Magisterio cuando empezaste a pensar que la educación formal suponía la muerte de las mejores cualidades de la infancia?

    Yo creo que eso ya lo intuía cuando era una alumna de primaria… incluso preescolar [ríe]. Me daba cuenta de que el intento de inclusión en el sistema que supone el sistema educativo, y que en cierto modo te prepara para integrarte después en el mundo, era tedioso, repetitivo, adoctrinador en algunos aspectos, para encajar en normas sociales a las que ya en aquel momento no les veía sentido. Era algo que me agobiaba desde niña, y me angustió a lo largo de toda la adolescencia también. Aunque era una muchacha con buenas notas y capaz de adaptarme, no estaba de acuerdo con muchos de los aspectos que se trataban allí ni de la forma en que se abordaban. Me parecía aburridísimo y creía que era una forma de transmitir la información muy poco elaborada, así que acabé en Magisterio con esas preocupaciones. En parte, creo que eso pasa a menudo con las carreras, que tienes grandes expectativas y luego resulta ser una realidad bastante más simple. También me hacía mucha ilusión ver esas bambalinas de la enseñanza desde dentro, que resultaron incluso menos interesantes de lo que había podido imaginar.

Entiendo entonces que la vocación de maestra la perdiste pronto por ese desencanto que refleja El Evangelio, ¿no?

    Es que yo diría que nunca tuve vocación de maestra, la verdad. Nunca fue mi interés. Podría decirse que mi primera vocación fue la medicina [ríe], que no ha tenido absolutamente nada que ver con mi trayectoria, pero de niña yo me imaginaba siendo doctora de mayor, porque me gustaba muchísimo la materia y me parecía una profesión bonita en muchos aspectos. Magisterio no fue mi primera carrera, antes estuve en Filosofía, que quizá en aquella época era algo más vocacional, aunque tampoco fui capaz de adaptarme bien a sus estudios formales. A Magisterio llegué tratando de encontrar un lugar que sí tuviera sentido para mí, pero tampoco funcionó. Llegó un momento en que me di cuenta de que tampoco me sentía cómoda en ese entorno tal y como estaba concebido, aunque me encantaran los niños y me gustase su compañía a tantos niveles. Fue una mezcla de decepción y fracaso [ríe]. Sentí que no era mi camino aquel, tenía que seguir buscando a tientas durante un tiempo.

¿Cuál dirías que es para ti un pecado imperdonable en un maestro o maestra infantil?

    Llamarlo pecado ya es traicionero de entrada [ríe]. Hay muchas cosas que a cualquiera se le pueden ocurrir, como ser especialmente duro o represor con los niños. A mí me escuece especialmente cuando, con la intención de que cumplan con el cometido que tienen encomendado en ese momento, los deberes —cualesquiera que sean—, se les vaya castigando su espontaneidad o su instinto de comunicarse o de expresarse en ese momento. Me da pena que se reprima tanto lo que al niño le sale como para irlo conduciendo, ya de entrada, por el camino este del deber, de cumplir con la obligación. Lo de hablarles mal y cosas así son obviedades, creo que a nadie le sienta bien ver que se castiga a un niño o que se le trata con dureza. Pero que un niño haga un chiste fresco y gracioso y que no tiene maldad, y se le diga «fulanito, qué mal te estás portando, ¡acaba ya la tarea!», eso me duele en particular porque estás desvalorizando por completo su ingenio y su creatividad. Lo estás machacando haciéndole creer que lo único que vale en este mundo es que acabe a tiempo con una labor que muchas veces no es importantísima ni un gran deber en el que esté aprendiendo algo que le vaya a cambiar la vida. Me parece que hay que encontrar un equilibrio en el hecho de que cumplan con unas actividades propuestas y vayan avanzando en ese camino, pero sin la intención de irlos convirtiendo en robots que responden a órdenes.

En la novela hablas a menudo de un sistema (en principio educativo, pero en muchos casos aplicable a la sociedad en que vivimos) al que se califica de «necio y opresivo». ¿Te consideras a ti misma una escritora antisistema, aunque el término tenga tan mala prensa?

    [Ríe] Y además es un poco ambiguo, porque ser anti-loquesea no te define demasiado. Pero sí que me considero antisistema, lo reconozco. Es verdad que en el libro se critica el sistema educativo pero también se critica la incomodidad en el sistema general, el hecho de que haya que cumplir con unos patrones que son muy limitados y, si no, quedas excluido con unas consecuencias fatales. Es muy difícil tomar la decisión de tener que adaptarse a estos pocos patrones que se me ofrecen, o de lo contrario voy a ser castigada con la pobreza y la exclusión. Estar fuera del sistema es durísimo, y me parece que el sistema nos ofrece demasiado poco y nos exige mucho. Tal y como está montado, lo asumimos desde pequeños porque nos lo explican así, incluso siendo a esa edad muy maleables y vulnerables a la nueva información. A los niños les suele extrañar el concepto de dinero, no es tan fácil de asimilar en realidad: ¿por qué este intercambio extraño? Necesito emplear mi tiempo a cambio de este dinero que me va a dar la capacidad de adquirir ciertos recursos básicos, ¿por qué? No se entiende bien. ¿Por qué cuesta papeles mi supervivencia? Esas cuestiones básicas me preocupan y me molestan. Estoy en contra.

En la novela el sistema es también la religión, o la educación religiosa, pero supongo que, como yo mismo, mucha gente podría pensar por su propia experiencia que en el fondo no está tan mal este tipo de educación aun cuando no seas creyente o practicante, aunque la realidad es que hay una carga ideológica inevitable.

    Creo que es verdad que se puede sobrevolar ese aspecto y que no acabe teniendo un gran impacto en la persona, pero aun así me parece peliagudo, de entrada, transmitir una doctrina religiosa de esa manera porque los efectos sí que pueden ser enormes en otros casos y lo veo muy arriesgado. De hecho, en los colegios laicos y públicos también se da la asignatura de religión y me parece extrañísimo que exista esa hora semanal donde los contenidos son los mismos, solo que más resumidos o más escasos. No lo acabo de entender.

¿Crees que esta historia de conmoción y desencanto podría tener lugar en una escuela laica y/o pública, o la idea de que fuese un colegio católico y privado era básica desde que empezaste a concebirla?

    Sin duda, la novela podría localizarse en una escuela laica y pública; la crítica abarca el sistema educativo al completo. Depende también mucho del maestro, los hay buenísimos que consiguen hacer malabares con los recursos que les dan, pero el sistema en sí sigue siendo pobre y rígido. También es cierto que la educación religiosa puede tener algunos valores positivos, que son bellos y dan lugar a mensajes de paz y de bondad, pero me resulta tramposo que tengan que venir transmitidos a través de todo este relato y esta imaginería que se da por verdadera. Si alguien en la adultez elige el camino de la religión, ya tiene la capacidad de discernir lo que prefiera, pero no me parece buena idea que a niños de estas edades se les dé cómo válida toda esta historia cuando es una cuestión de fe. La mente de los niños a esa edad lo absorbe todo: si les dices que los dinosaurios existieron, se lo creen, y si les dices que no existieron, pues se lo creen. Me parece que ese ámbito de lo religioso debería dejarse para una etapa donde haya más formación y en donde la persona elija, de forma independiente, lo que siente. Escogí este entorno para el libro porque le añadía complicación a la idea del sistema educativo y se hacía más intenso el choque de perspectivas.

Me interesa también un asunto que aparece en El Evangelio, aunque sea de forma residual, y es aquello que se denomina aquí «mafia» de las editoriales cristianas. Es una realidad existente y que no solo afecta a la educación religiosa, ¿la conocías por tu experiencia directa?

    Bueno, hubo una parte de descubrimiento en mi juventud. Hay gente que tiene mucho contacto con esa industria editorial de libros de texto y que está absolutamente familiarizada con esa realidad, pero cuando te enteras resulta sorprendente. Yo ya conocía el tema, aunque al escribir el libro investigué un poco más para reflejarlo de una forma más fidedigna. Y en fin, es… ¿no te choca a ti?

    Sí, sí, muchísimo, por eso te preguntaba. Algunos profesores me han hablado de ello y lo que me llama la atención es que no sean muy conocidos (o no me lo parece) esos grandes intereses económicos, que a la vez serán ideológicos, depositados en los libros de texto que usan centros, en muchos casos, públicos, y ese enorme negocio que se hace con la educación.

    Sí, también abarca la pública y, como otros grandes monopolios, desde dentro del sistema esa realidad está muy asumida, ni llama la atención. Pero cuando se recibe por primera vez esa información, resulta casi inverosímil, una se pregunta «¿esto qué es, una conspiranoia?». Pero no, qué va.

Precisamente pensando sobre tu trayectoria se me ocurrió que tu próxima novela bien podría hablar sobre la entrada en el mundo editorial, que igual es tan descorazonadora (y hasta cierto punto oscura) como otras etapas de la vida que ya has descrito.

    [Ríe] No sé si tanto, tampoco yo he conocido la industria de los libros de texto tan de cerca, aunque estos datos sí que son bastante desconcertantes. Sobre la industria literaria que yo he conocido, quizá no he accedido a zonas donde sí que pueda ser chocante a ese nivel. Estoy todavía en un territorio más independiente, más familiar. Me encuentro en una editorial con grandes recursos, con una buena distribución, que se mueve y funciona muy bien, pero no he tenido la sensación de estar participando en ninguna industria oscura. No sé si en algunos de esos gigantes editoriales la sensación sería diferente, no lo he descubierto todavía.

Lo que parece claro es que te interesan las etapas de transición. En Vozdevieja hablabas de la infancia como un proceso de «adiestramiento». ¿Cómo definirías la juventud, o siendo más específicos, los años de formación y primeros empleos en los que se halla Lali en El Evangelio?

    Claro, en El Evangelio trato otro periodo de tránsito, que es el de salir ya de esa adolescencia tardía y entrar en la primera juventud y en el mundo adulto por primera vez. Mi experiencia y lo que a mí me interesaba reflejar era esa decepción absoluta, esas expectativas rotas. A lo largo de la infancia y de la adolescencia se atraviesan varios hitos de este tipo y piensas que, de alguna manera, cuando sí que seas mayor todo se va a volver más cómodo; te dices «todavía no soy mayor de edad» o «todavía no estoy en mi lugar» o «cuando sea mayor voy a hacer lo que quiera»… Los niños y los adolescentes tienen la esperanza de pasarlo bien, de tener experiencias interesantes o de que la universidad sea un sitio lleno de aprendizaje y aventura. Creo que hay gente para la que esto es así, pero en mi caso no tuvo nada que ver y conozco a mucha gente para la que también fue decepcionante, así que mi retrato tenía que ir por ahí, el de las ilusiones rotas y un terror que incluso se ha magnificado: no solo no se han cumplido las promesas que fuiste labrando durante los años previos, sino que tienes más miedo todavía. Esperabas que todo se fuese volviendo más cómodo y es más incómodo que nunca, porque ahora estás en el mundo adulto, estás en el sistema oficialmente, la red de seguridad es cada vez más fina, tienes que empezar a buscarte la vida, tienes pocos recursos.

De hecho, las desigualdades de clase también están muy presentes en tu obra. En El Evangelio leemos: «No da tanto miedo ser pobre como la forma en que la gente trata a los pobres».

    Escribo desde el punto de vista de una clase social con unos recursos limitados y desde cierta precariedad que condiciona también toda la historia. Quizá, con veinte años, si los recursos de tu familia son otros, aspiras a muchas más aventuras, pero mi recuerdo y mi concepción de la juventud es de un terror muy profundo que se suma a varias decepciones seguidas y que supone ya casi la definitiva. En la que ya ves que ninguno de tus sueños se ha cumplido, que no va a pasar, el mundo es hostil, la carrera no es tan interesante… un montón de aspectos que resultan difíciles. Creo que también adaptarse a las normas del mundo, y ver cómo llega el castigo del juicio social si no cumples con ellas, es muy duro. Además, la juventud tal como la vive este personaje, que se ve obligada a estudiar y trabajar, es una etapa de mucho cansancio y mucha incertidumbre. No echo de menos, en absoluto, la juventud. Hay gente que la recuerda como sus años dorados; en mi caso no quisiera volver. Siempre había sido una niña ansiosa pero en aquella época la ansiedad se volvió, buah, intensísima.

Ahí se incluye ese paso dentro del vía crucis de la adultez que es la entrada al mercado laboral; en el caso de Lali no solo en la enseñanza, sino en el Telepizza, como tú misma. Algo que se refleja muy bien en la novela es que ciertos trabajos precarios enseñan más sobre el mundo que cualquier escuela.

    Claro, son trabajos de supervivencia y se aprende más de lo que esperas en un sitio como ese en el que de entrada crees que vas a llegar, cumplir con tu labor e irte. Pero te vas dando cuenta de que es un sitio donde tienes una capacidad de observación importante y aprendes mucho sobre el género humano, sobre cómo eres percibida desde ese punto de vista y cómo cambia la forma en que te perciben cuando te quitas el uniforme. Aprendes a interpretar miradas, aprendes cómo te sientes cuando eres despreciado de una manera tan bruta, porque hay clientes que te tratan directamente como basura, y estás viendo cómo a tu compañera la tratan como basura también. Y luego te haces consciente de que hay clientes que eligen darse cuenta de que tu situación no es la más amable para un sábado noche y son educadísimos, y te tratan con el mayor respeto, y cómo de repente ese detalle suelto te empapa de calidez y te inspira y dices «ah, yo soy capaz también de consolar a alguien que está en esta situación, tengo que ser más educada». Yo misma, siendo adolescente, en las tiendas de ropa no me preocupaba de ser tan amabilísima con las dependientas o de dejar el probador recogido, y después de pasar por aquel trabajo mis modales mejoraron mucho. Tu empatía se agudiza y no quieres darles más problemas a esa gente que está trabajando tanto y por muy poco dinero, además.

Ahora que mencionas la capacidad de observación, tras leer estas dos novelas tuyas diría que tienes una memoria portentosa, o quizá sea una gran capacidad de evocación. Incluso el relato de algo tan prosaico como tu primer porro (en la revista Cáñamo) tiene vividez, pero entiendo que es tanto fruto de tu capacidad de percepción como de tu técnica como escritora. No sé si te es fácil revivir las sensaciones de hace tantos años, porque aunque hablemos de ficción algo de eso sí que hay, ¿no?

    Sí, sí lo hay, aunque sentirme lejos de las etapas es algo que me suele ayudar para ganar la perspectiva que necesito a la hora de representarlas, y haber abandonado la juventud, en el sentido más estricto de la palabra, me ha ayudado mucho para escribir El Evangelio. Luego hay una parte de investigación o de aplicar directamente ficción porque la historia lo requiere, pero para una narración de estas dimensiones me gusta que los cimientos tengan la solidez de mi propia experiencia, porque así puedo transmitir mucho mejor los sentimientos y la atmósfera. Creo que sí tengo buena memoria, pero también se puede potenciar. Todos podemos rodearnos de las cosas que nos interesaban en otro tiempo e invocar esa sensación. A cualquiera le pasa que si escucha una canción de hace veinte años, le brota una emoción, y si tiras de esos hilos, pues vienen más. También me gusta hablar del tema, mientras estoy construyendo la historia, con la gente que conozco, para que me transmitan su recuerdo. A veces te dan un dato en el que no habías pensado y eso te hace rememorar también un ambiente concreto o conceptos de la juventud que tenías un poco atrofiados. Y nada, así voy, entre invocar recuerdos, consultar a gente conocida e inventarme lo que falta [ríe] para la receta.

Lo que provoca tu estilo literario en el lector también tiene mucho que ver, creo, con lo sensorial y lo físico. En El Evangelio la protagonista se explota granos, se analiza el coño, se toca los coágulos de la regla, describe los horrores de la depilación… Por algún motivo he conectado eso con un curso literario que impartiste con la estética de la Nueva Carne de fondo. ¿Hasta qué punto te importa lo físico en la escritura?

    Pues la intención es reflejar cómo esas pequeñas cosas son importantes para la psicología, porque la relación con el cuerpo es constante. No eres una especie de fantasma que no hace la digestión o que siempre tiene la piel perfecta; esas pequeñas cosas te van acompañando y condicionando el día. A mí me interesa un poco el costumbrismo y el realismo sucio, y me interesa el punto de vista de la Nueva Carne en cuanto a ser explícita y explorar ese comportamiento orgánico y sus relaciones con la psicología. Creo que todas esas pequeñas cosas que nos pasan son igual de importantes: lo que has comido, cómo lo estás digiriendo, en qué momento del ciclo menstrual te encuentras, que en este caso es también un condicionante. A cualquiera le importa cómo se está comportando su pelo cada día. En este caso, además, estaba elaborando un personaje que tiene muchas manías, con ápices de un síndrome obsesivo-compulsivo, y estas pequeñas cosas le preocupan mucho. Eso hace que sea muy intensa observándose a sí misma y sacando conclusiones, algo que le afecta profundamente.

¿Te interesa ese estilo en otras autoras o autores que hayas leído?

    En este sentido, yo creo que destacaría a María Fernanda Ampuero, que tiene una escritura muy explícita, muy gráfica, muy expresiva. Me inspiran mucho las imágenes tan intensas que se desprenden de sus páginas y la importancia que tiene en su obra el comportamiento de los cuerpos y cómo ella lo describe. Cuando imparto el taller sobre la Nueva Carne trabajo sobre muchas referencias literarias, pero María Fernanda está entre ellas sin duda.

Qué bueno, porque justo cuando pensaba en este tema me acordé de Ampuero y también de otra autora, Mónica Ojeda, que comparten ese estilo, aunque quizás más tendentes al género de terror.

Yo es que siento una gran afinidad por el género de terror, por otra parte, así que me interesa muchísimo la escritura de esas autoras, sí.

De hecho, juraría que Carrie está mencionada tanto en Vozdevieja como en El Evangelio, ¿puede ser?

    Sí, sí, en los dos hay un pequeño homenaje y, bueno, fue una referencia para mí, tanto la película como el libro. La película me impactó mucho cuando la vi de niña. Más tarde, cuando leí el libro, se abrió un gran abanico de posibilidades literarias para mí, porque yo ya había leído muchos libros infantiles o también para adultos, medio a escondidas, pero cuando leí Carrie se prendió de pronto una gran chispa de voracidad por la literatura. La adrenalina que provocaba el género de terror me enganchó muchísimo y me dio ganas de escribir, porque el libro de Stephen King es una historia juvenil que explora un montón de aspectos negativos. Yo la leí con doce años, en un momento de tránsito como los que comentábamos antes, cuando estaba un poco preocupada por el futuro y el entorno se me hacía difícil. Pensé que había un campo de posibilidades a explorar también por mí en la intimidad de mi habitación. Empecé a escribir por gusto y a leer por las noches hasta que se hacía de día, y tengo que reconocerle ese mérito a Carrie, el que me hiciera darme cuenta de que la literatura podía ser divertida y emocionante. Cosas que yo ya había sentido antes, pero no de una forma que me apelara tanto. Además, su iconografía me encanta: el baño de sangre, el paseo por la ciudad… todas esas imágenes me impactaron mucho y las he llevado siempre conmigo.

Ya que comentas esa referencia, en El Evangelio se cita la Pavane pour un enfant défunt, de Leopoldo María Panero, al que ya has mencionado en alguna ocasión. Hay algo en su obra con lo que conectas profundamente, ¿no?

    Bueno, Panero me ayudó mucho también a reconectar con los sentimientos de la juventud, porque fue un poeta que exploré mucho en esa época y que, con algunos versos como los que aparecen en el libro, me traía la sensación de estar comprendida o acompañada, aunque fuera de una manera remota, porque hay en su obra una fascinación y una obsesión por la infancia. Es una constante, junto con esa constatación de cómo el sistema aniquila los instintos que los niños traen de entrada, y las ganas de jugar y de comunicarse de cierta manera, que al final en muchas ocasiones se acaba apagando para adaptarse a una especie de diálogo oficial que hay que mantener y del que, si sales, ya te consideran una persona rara y tienes que recibir miradas de rechazo, de extrañeza. Él estaba bastante obsesionado con Peter Pan que, claro, es una obra que se adentra mucho en el esplendor de la niñez; de hecho, le hizo una traducción muy interesante. Releer a Panero, después de muchos años, me trajo aquellas emociones de la preocupación por los niños y me ayudó a evocar y reconstruir esos sentimientos tan desgarrados que yo tenía por entonces. Muchos de sus versos me siguen pareciendo igual de bonitos, así que me parecía oportuno incluir esa influencia en el libro.

No hay muchos, pero he distinguido lo que al menos a mí me parecían sevillanismos (aunque igual son palabras que se usan en otros sitios): chorla, chícharo, cani, entacado, poyete, chaleco (en el sentido de jersey)… y tenía curiosidad por saber si eras consciente de esos giros locales al escribir —supongo que sí— y hasta qué punto te cortas a la hora de trasladar aún más las referencias a vocablos, lugares o realidades propias de Sevilla.

    Sí que lo hago de forma consciente, porque me parece que estoy reproduciendo una forma rica de hablar y hay un montón de expresiones que pueden ser locales, pero no creo que sean difíciles de entender. A mí personalmente me gusta cuando las leo en textos de otras personas, cuando aprendo expresiones o cuando se están representando coloquialismos que son interesantes y a los que no hubiera llegado de otra manera. Por otro lado, me siento orgullosa del habla que he adquirido y supongo que no tendría la necesidad de reivindicarla si no se castigara tanto, porque también he sufrido que me miren despectivamente por mantener el acento andaluz en algunos ambientes. Así que es una forma de mostrar la riqueza que tiene y creo que mi intención, de todas formas, es hacerlo accesible. Pienso que es moderado porque podría transcribirlo fonéticamente, que sería un ejercicio más experimental y es una opción que me planteo a veces, pero bueno, de momento quiero mantener ese equilibrio y quizá me reserve esa opción para algo más pequeño."