27 de març 2014

abel

“-Queridos Píp y compañero de Pip: No voy a contarles mi vida a manera de canción o novela. Para comenzar, con cuatro palabras tendré bastante. En la cárcel y fuera de ella... sí, en la cárcel y fuera de ella. Eso es todo. Tal fue mi vida hasta que me embarcaron después de aquellos días en que Pip me socorrió.
Lo he sufrido todo, excepto la horca. Me han tenido encerrado con tanto cuidado como una tetera de plata. He sido transportado de un lado a otro, me han echado de esta población, me han echado de aquella, me metieron en el cepo, me azotaron, torturaren y zarandearon. No tengo más idea que ustedes del lugar donde nací. Cuando empecé a darme cuenta de mi existencia, me hallaba en Essex, robando nabos para poder comer. Recuerdo que alguien me abandono; era un hombre, un calderero, y se llevó el fuego consigo y me dejó tiritando.
Sabía que me llamaba Magwitch y que mi nombre de pila era Abel. ¿Cómo lo sabía? Pues del mismo modo que sabía que los pájaros que veía en los setos se llamaban pinzón, tordo o gorrión. Podría haber creído que todo junto no era más que mentira, pero como resulto que los nombres de los pájaros eran verdaderos, supuse que el mío también lo era.
Por lo que recuerdo, no había nadie que al ver al pequeño Abel Magwitch, tan mal vestido como mal alimentado, no se asustara y lo ahuyentase o hiciese prender... Y tantas veces me metieron en la cárcel, que casi puedo decir que me crié entre rejas.
Y así, cuando aún no era más que una criatura harapienta, la más digna de lástima que yo haya visto (y no es que me hubiese mirado en el espejo, porque pocos interiores amueblados conocía}, tenía ya fama de ser un delincuente empedernido. "Este es de los más empedernidos", decían en la cárcel al presentarme a los visitantes. "Puede decirse que este chico ha pasado toda su vida en la prisión." Entonces los visitantes me miraban, y yo los miraba a ellos. Algunos me medían la cabeza, aunque habrían hecho mejor midiéndome el estómago, y otros me daban folletos que yo no sabía leer, o me soltaban discursos que no entendía. Y siempre acababan por hablarme del diablo.  Pero ¡qué diablos podía ser yo? Algo tenía que meter en mi estómago, ¿no es verdad? Pero me estoy poniendo vulgar y ya sé que no debo hacerlo. Queridos Pip y compañero de Pip, no teman que vuelva a caer en mis vulgaridades.
Vagabundeando, mendigando, robando, trabajando a veces, cuando podía (que no era muy a menudo, pues ustedes mismos dirán si habrían estado dispuestos a darme trabajo), actuando un poco de cazador furtivo, un poco de labrador, un poco de carretero, un poco de segador, un poco de buhonero y un poco de muchas cosas de las que no dan beneficios y lo meten a uno en dificultades, me convertí finalmente en hombre. Un soldado desertor que encontré en una estación, escondido bajo un montón de patatas, me enseñó a leer, y un gigante vagabundo que solo escribía su nombre  por un penique,  me ensenó a escribir. Ya no me encerraban tan a menudo como antes, pero de vez en cuando notaba el hierro en mis piernas.

Grandes esperanzas
Charles Dickens
pág. 471-472




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