5 de març 2014

tiempos difíciles



Tiempos difíciles, novela de 1854,  es una obra de madurez de Dickens y una de las mejores que escribió.  La novela es una crítica contra la industrialización, el materialismo y la educación.

Reproducimos un fragmento:


”—¡Cuánto me gustaría ser como vos, señorita Luisa! —le dijo una noche, después que esta última procuro aclararle las dudas que tenía acerca de la lección del día siguiente.
— ¿De veras?
—¡Sabría tantas cosas,  señorita Luisa...! Todo lo que ahora me resulta difícil, sería entonces muy sencillo para mí.
—Acaso no salieses ganando nada con ello, Ceci.
Ceci se aventuró a decir, después de una ligera vacilación:
—Pero tampoco perdería nada, señorita Luisa.
A lo que esta contesto:
—No lo sé.
Eran las dos casi extrañas la una a la otra, porque se habían tratado muy poco; la vida en el Palacio de Piedra giraba monótonamente lo mismo que una máquina, y Ceci tenía prohibido hablar de su vida pasada. Por eso la muchacha se quedó mirando a Luisa con ojos interrogadores, no sabiendo si agregar algo más o quedarse callada. Luisa prosiguió:
—Tú sabes ser más servicial para mi madre que yo, y más agradable con ella que lo que yo acierto a ser.
—Pero, por favor, señorita Luisa —dijo Ceci, excusàndose—. ¡Soy..., soy tan ignorante...!
Luisa dejó escapar una risa más alegre de lo que era habitual en ella, y le dijo que poco a poco se iría haciendo más instruida.
—Es que no sabéis lo tonta que soy —exclamo Ceci, casi llorando—. En la escuela no hago más que equivocarme. El señor y la señora M'Choakumchild me hacen poner una y otra vez en pie, nada más que para que cometa errores. No lo puedo remediar. Parece que me brotan espontáneamente.
—Supongo que el señor y la señora M'Choakumchild no se equivocaran nunca, ¿verdad, Ceci?
—¡Jamás! —contestó Ceci, con mucha seriedad—. Ellos lo saben todo.
—Cuéntame algunas de tus equivocaciones.
—Me da casi vergüenza —contesto la muchacha con cierta repugnancia—. Hoy, por ejemplo, nos explicaba el señor M'Choakumchild la teoría de la Prosperidad natural.
—Supongo que quieres decir la Prosperidad nacional —apunto Luisa.
—Sí..., eso... Pero ¿no es lo mismo? —interrogo Ceci tímidamente.
—Puesto que él dijo nacional, es mejor que tú también lo digas así —contesto Luisa con sequedad reservada.
—La Prosperidad nacional. Y nos dijo: «Mirad: suponed que esta escuela es la nación y que en esta nación hay cincuenta millones en dinero. ¿es o no una nación próspera? Niña número veinte, ¿es o no una nación próspera esta, y estáis o no estáis vos nadando en prosperidad?»
—¿Y qué contestaste? —le pregunto Luisa.
—Señorita Luisa, le contesté que no lo sabía. Me pareció que no estaba en condiciones de afirmar si la nación era o no era próspera y si yo estaba nadando en prosperidad, mientras no supiese en qué manos estaba el dinero y si me correspondía a mí una parte. Pero esto era salirse de la cuestión. No podía representarse con números —dijo Ceci, enjugándose las lágrimas.
—Cometiste un gran error —sentencio Luisa.
—Ahora ya lo sé, señorita Luisa; ahora ya lo sé. El señor M'Choakumchild me dijo a continuación que me lo presentaría de otra manera, y se expresó de este modo: «La sala de esta escuela es una ciudad inmensa en la que vive un millón de habitantes, y de ese millón de habitantes, solamente se mueren de hambre en la calle, al año, veinticinco. ¿Qué os parece esta prosperidad?» Lo mejor que se me ocurrió contestarle fue que para los que se morían de hambre era lo mismo que la ciudad tuviese un millón que un millón de millones de habitantes. Y también en esto me equivoqué.
—¡Naturalmente que sí!
-El señor M'Choakumchild dijo que iba a probarme otra vez, y empezó: «Tengo aquí un cuaderno de asmatísticas...»
—Estadísticas — corrigió Luisa.
—Eso es, señorita Luisa...; siempre me hacen pensar en los pobres asmáticos... De estadísticas de accidentes marítimos. «Según ellas (dijo el señor M'Choakumchild), cien mil personas se embarcaren en un año para travesías marítimas largas, y tan solo quinientas se ahogaron o perecieron entre llamas. ¿Qué tanto por ciento resulta?» Y yo le contesté... que ninguno —y al decir esto, Ceci sollozó, como si aquel error, el mayor de los suyos, le inspirase viva contrición.
—¿Cómo que ninguno, Ceci?
—Ningún tanto por ciento representa para los parientes y amigos de los que perecieron. No acabaré jamás de aprender —dijo Ceci—, y lo peor de todo es que, si bien mi padre deseaba tan ardientemente que yo aprendiese, y yo deseo muy de veras aprender, precisamente porque él lo deseaba, sospecho mucho que el aprender no es cosa de mi gusto.
Luisa se quedó mirando aquella cabeza tan modesta, cuando Ceci la inclino avergonzada. Cuando esta volvió a levantarla y la miro a la cara, ella le pregunto:
-¿Es tu padre muy ilustrado, Ceci, ya que desea tanto que tú lo seas?
Ceci vaciló antes de contestar y dejó traslucir claramente que comprendía que iban a entrar en un terreno prohibido, por lo que Luisa agrego:
—Nadie nos escucha; y si alguien nos escuchase, estoy segura de que no encontraría ningún mal en una pregunta tan inocente.
-No es ilustrado, señorita Luisa -contesto Ceci al verse animada de este modo, y cabeceó negativamente—. Es muy poquita cosa lo que sabe. A duras penas si sabe escribir, y no son muchos los que comprenden su escritura. Aunque para mi es clarísima.
-¿Y tu madre?
—Dice mi padre que era muy instruida. Murió cuando yo nací. Era... —Ceci hizo, nerviosa, la terrible confesión—, era bailarina.”

Tiempos difíciles
Charles Dickens
RBA, 1982
Pág: 70 a 73



Tiempos modernos (Modern Times), es una película del año 1936 con dirección, guion y música de  Charles Chaplin. Interpretada por Charles Chaplin, Paulette Goddard, Henry Bergman, Chester Conklin, Stanley Stanford, Hank Mann, Louis Natheaux, Allan Garcia, la película muestra a un obrero (Charles Chaplin) extenuado por el frenético ritmo de una cadena de montaje. El obrero acaba perdiendo la razón. Después de recuperarse en un hospital, sale y es encarcelado por participar en una manifestación en la que se encontraba por casualidad. En la cárcel, también sin pretenderlo, ayuda a controlar un motín, gracias a lo cual queda en libertad. Una vez fuera, reemprende la lucha por la supervivencia en compañía de una joven huérfana a la que conoce en la calle



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