“En la década de 1860 entra una nueva palabra en el vocabulario
económico y político del mundo: “capitalismo”. (…) Y es que el triunfo mundial
del capitalismo es el tema más importante de la historia en las décadas posteriores
a 1848. Era el triunfo de una sociedad que creía que el desarrollo económico
radicaba en la empresa privada competitiva y en el éxito de comprarlo todo en
el mercado más barato (incluida la mano de obra) para venderlo luego en el más
caro. Se consideraba que una economía de tal fundamento, y por lo mismo
descansando de modo natural en las sólidas bases de una burguesía compuesta de
aquellos a quienes la energía, el mérito y la inteligencia habían aupado y mantenido
en su actual posición, no solo crearía un mundo de abundancia convenientemente distribuida,
sino de ilustración, razonamiento v oportunidad humana siempre crecientes, un
progreso de las ciencias y las artes, en resumen: un mundo de continuo y
acelerado avance material y moral. Los pocos obstáculos que permanecieran en el
camino del claro desarrollo de la empresa privada serían barridos. Las instituciones
del mundo, o más bien de aquellas partes del mundo no entorpecidas aún por la tiranía de la
tradición y la superstición por la desgracia de no tener la piel blanca (es decir,
las regiones ubicadas preferentemente en la Europa central y noroccidental), se
aproximarían de manera gradual al modelo internacional de una “nación-estado” territorialmente
definida, con una constitución garantizadora de la propiedad y los derechos
civiles, asambleas de representantes elegidos y gobiernos responsables ante
ellas, y, donde conviniera, participación del pueblo común en la política
dentro de límites tales como la garantía del orden social burgués y la
evitación del riesgo de su derrocamiento.(…)
Los años que van de 1789 a 1848 estuvieron dominados por una doble
revolución: la transformación industrial iniciada en Gran Bretaña y muy
restringida a esta nación, y la transformación política asociada y muy limitada
a Francia. Ambas transformaciones
implicaban el triunfo de una nueva sociedad, pero por lo visto sus contemporáneos
tuvieron más dudas aún que nosotros respecto a si iba a ser la sociedad del capitalismo
liberal la triunfante, o lo que un historiador francés ha denominado “la burguesía
conquistadora”. Detrás de los burgueses ideólogos políticos se hallaban las
masas, siempre dispuestas a convertir en sociales las moderadas revoluciones
liberales. Debajo y alrededor de los empresarios capitalistas se agitaban y
movían los descontentes y desplazados “pobres trabajadores” (…)
Con la revolución de 1848 se
quiebra la anterior simetría y cambia la forma. Retrocede la revolución política y avanza la
revolución industrial. El año 1848, la famosa “primavera de los pueblos”, fue
la primera y la última revolución europea en el sentido (casi) literal, la
realización momentánea de los sueños de la izquierda, las pesadillas de la
derecha, el derrocamiento virtualmente simultáneo de los viejos regímenes
existentes en la mayor parte de la Europa continental y el oeste de los imperios
ruso y turco, de Copenhague a Palermo, de Brasov a Barcelona. Se la había
esperado y predicho. Parecía ser la culminación y la consecuencia lógica de la
era de la doble revolución.
Pero fracasó universal, rápida y definitivamente, si bien este último
extremo no fue comprendido durante muchos años por los refugiados políticos. En
adelante no se daría ninguna revolución social general del tipo que se había
vislumbrado antes de 1848 en los países “avanzados” del mundo. (…)
La revolución industrial (británica) se había tragado a la
revolución política (francesa) “
La era del capitalismo
E.J.Hobsbawm
Labor
pág: 7-8
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