“- Antes de
que el fuego se apague, Joe, quisiera decirte algo.-
¿De veras, Pip?
-repuso él al mismo tiempo que acercaba a la fragua el banco de herrar-. ¿De qué
se trata?
-Joe -dije, agarrándome
a la manga de su camisa y retorciéndola con mi pulgar y mi índice-, ¿recuerdas
todo lo que he explicado de la casa de miss Havisham?
-¡Claro que
lo recuerdo! -contestó-. Y lo encuentro maravilloso.
-Hay una cosa
terrible, Joe, y es que lo que he contado no es cierto.
-¿Qué dices,
Pip? -exclamo, perplejo-. No querrás decir que es...
-Sí, que es mentira.
-Pero no
todo, ¿verdad? Porque no vas a decirme ahora que no había tal coche de terciope...,
¿De modo que...? -dijo interrumpiendo su primera frase al ver que yo sacudía la
cabeza-. ¿No había coche? Pero por lo menos debía de haber perros, aunque no
hubiese chuletas.
-No, Joe.
-¿Un perro
solo; un cachorro, quizá?
-No, Joe, no
había nada de todo eso.
Cuando lo
miré fijamente con tristeza, Joe se mostró muy apesadumbrado.
— ¡Pip,
chico! ¡Muy mal hecho, querido! Por este camino ¿adónde vas a parar?
-Es
terrible, Joe, ¿verdad?
— ¿Terrible?
-exclamo-. ¡Espantoso! ¿Por qué lo hiciste?
-No lo sé
-contesté, soltando la manga de su camisa y sentándome a sus pies sobre las
cenizas de la forja, con la cabeza baja-. Pero quisiera que me hubieses enseñado
más juegos de cartas y que mis botas no fuesen tan ordinarias y mis manos
callosas.
Y entonces
confesé a Joe que me consideraba muy desdichado, y que no me había atrevido a
exponer la verdad a mi hermana y a Pumblechook, porque éstos me trataban brutalmente.
Le dije también que en casa de miss Havisham había una hermosa joven muy arrogante
que me dijo que yo era un patán, un tipo
rústico; y que yo sabía que era vulgar, y no quería serio, y que de todo eso
habían nacido las mentiras que dije no sé cómo ni por qué.
Nos hallábamos
ante un caso de metafísica, tan difícil de resolver para Joe como para mí. Pero
él dejó de lado el aspecto metafísico y de esa manera consiguió dominarlo.
-Hay una
cosa de la cual puedes estar seguro, Pip -dijo después de reflexionar por un
momento-. Las mentiras siempre son mentiras. No me hables más con embustes,
Pip. No es mintiendo como se consigue dejar de ser un rústico. En cuanto a
esto, no acabo de entenderlo, amiguito. En algunos casos eres extraordinario, a
pesar de ser pequeño.
-No, Joe; soy
un ignorante.
-¿Ignorante
dices? Si lo fueras no habrías escrito la carta que escribiste anoche. ¡Escrita
hasta en letra de molde! He visto cartas de verdaderos señores, y puedo jurar
que no estaban escritas en letras de imprenta como la tuya...
-No he
aprendido casi nada, Joe. Dices eso porque me quieres demasiado.
-En fin,
Pip. Creo que hay que ser un estudiante ordinario antes de convertirse en un
estudiante extraordinario. El rey en su trono y con su corona en la cabeza, no
puede escribir Ieyes del Parlamento en letra de molde, sin haber empezado por
el alfabeto cuando no era más que un príncipe... ¡Ah! -siguió, con un ademán
significativo-, y sin haber empezado por la a y seguido todas las letras hasta
la zeta. Sé perfectamente lo que es esto, aunque no puedo decir que lo haya
aprendido.
Había en sus
palabras algo alentador, y de inmediato me sentí un poco más animado.
-Si los
rústicos -prosiguió- estarían o no mejor, por su posición, entre los de su
clase, en vez de ir a jugar con los distinguidos, esto me hace pensar que quizá
hubiese una bandera.
-No, Joe.
-Lamento que
no hubiese una bandera, Pip. Si habría sido mejor o no, es cosa que no se puede
discutir ahora sin alborotar a tu hermana, lo cual hemos de guardarnos de
hacer, al menos intencionadamente. Oye, Pip, lo que te dice un amigo verdadero:
si no puedes dejar de ser ordinario siguiendo el buen camino, nunca lo lograrás
siguiendo uno malo. De manera que no has de decir más mentiras, y así podrás
vivir feliz hasta la muerte.
-¿No estás
enfadado conmigo, Joe?
-No,
querido. Pero considerando que tus embustes han sido sorprendentes y atrevidos
(y me refiero particularmente a aquello de las chuletas de ternera por las que
se peleaban los perros), un buen amigo sincero, que te desea el bien, te
aconseja que, al hacer examen de conciencia a la hora de acostarte, pienses en
la falta que has cometido. Nada más, muchacho. No vuelvas a hacerlo.
Cuando subí
a mi cuarto y recé mis oraciones, no olvidé la recomendación de Joe. Pero aun
así mi alma joven se hallaba en un estado tal de turbación e ingratitud, que
durante largo rato, después de acostarme, estuve pensando que a Estella, Joe le parecería un herrero vulgar con botas
ordinarias y manos callosas. Pensé en Joe y en mi hermana, que en aquellos
momentos estaban sentados en la cocina, y en Estella, que nunca se sentaba en
la cocina sino que, como miss Havisham,
estaba muy por encima de esas costumbres poco distinguidas. Me dormí recordando
lo que había hecho en casa de Miss Havisham, como si hubiese permanecido allí
algunas semanas o meses enteros en lugar de unas horas, y como si todo aquello
fuese cosa de mucho tiempo atrás en vez de haber ocurrido aquel mismo día. Fue
aquella una fecha memorable para mí, pues a ella debí grandes cambios en mi existencia.
Pero en la vida de todos sucede lo mismo. Suponed que se suprime de ella un día
determinado, y pensad cuan distinto habría sido. Los que estáis leyendo esto
meditad por un instante sobre la larga cadena de hierro o de oro, de espinas o
de flores, que nunca os habría sujetado de no haber sido por un primer eslabón
que se formó en un día memorable.”
Grandes esperanzas
Charles Dickens
pág. 102-106
G. K. Chesterton
1874-1936
escritor británic
|
"Grandes esperanzas,
obra de madurez de Dickens, atesora calidad,
una fina ironía e incluso una cierta tristeza, lo que la singulariza del resto
de su obra. En ningún momento pudo Dickens posiblemente ser llamado cínico, tenía
demasiada vitalidad, pero en comparación con sus otros libros, este es cínico,
pero tiene el cinismo suave y gentil de la vejez, no el duro cinismo de la
juventud. Dickens, que había sido romántico y sentimental en su juventud, podía permitirse el lujo de “imprimir” un
toque de ambigüedad y duda en su obra de madurez. (…)
Se trata de
un estudio de la debilidad humana y de su lenta rendición. En él se describe la
facilidad con que se puede hacer que un muchacho, libre, de instintos frescos y decentes, pase a preocuparse más por el rango y el
orgullo y los grados de nuestra sociedad estratificada que por el viejo afecto
y el honor. (…)
La mejor
manera de definir el cambio que este libro marca en la obra de Dickens se puede
resumir en una frase: en este libro, por
primera vez en la obra de Dickens, el
héroe desaparece. "
Apreciaciones y críticas a las obras de Charles Dickens
G. K. Chesterton
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