“El medico musulmán es un hombre bajo, de piel lívida, lleva una
túnica extraña y ridícula, con las
mangas un poco cortas, como las de un niño que ha crecido. La cabeza calva está surcada de venas que se hinchan mientras
habla y parecen serpientes prisioneras. Asiente, se abotona los puños de la
camisa. Aska tiene alguna fractura calcificada y un tímpano perforado. Por lo demás,
no tiene lesiones internas, ni siquiera en el bazo. Es una mujer fuerte. El
medico baja la mirada, los orificios tardaran su tiempo en cerrarse, como
después de un parto.
No quiere dinero, le aparta la mano a Diego, baja la cabeza. Una pátina
de sudor reluce en ese cráneo oscuro, surcado por grandes venas. Dice: “Dios no
perdonará a nadie”. Se avergüenza de pertenecer a la raza humana. Cuando le
comunica que Aska está embarazada, Diego no lo entiende, tiene que repetírselo.
Lleva un carrete en el bolsillo y lo busca. Lo aprieta con fuerza
con la mano sudada.
Diego no sabe nada de mujeres usadas como trincheras en las que
clavar el fusil. El medico lo sabe. Es una práctica de la guerra, fecundar los
campos de semillas malignas.
Aska está embarazada de cinco meses, no puede abortar.
El medico musulmán dice: “Dios no perdonará ni siquiera a los niños”.”
La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.506
“Ziba recuerda como el peor momento de su vida aquel en que una
docena de milicianos serbios borrachos entraron en el gimnasio en el que un
centenar de jóvenes mujeres musulmanas permanecían prisioneras junto a sus
hijos pequeños. "Entraron con fusiles y granadas", recuerda Emira,
una amiga de Ziba. "Los chetniks gritaban: 'Mira cuántos niños tenéis.
Ahora vais a tener a nuestros niños. Vais a tener a nuestros pequeños
chetniks'. Y decían que no estaban interesados en mujeres embarazadas porque no
podrían preñarlas".
Ziba, de 26 años y madre de dos hijos, fue una de las 12 primeras
mujeres y niñas que eligieron los serbios en el campo de Kalinovik. "Nos
llamaron putas, y uno de ellos me apuntó", dice Ziba. "Mis dos hijos
se agarraban a mí, y fui obligada a dejarles "Ziba y otras 11 jóvenes
-Sanela, la más pequeña, sólo tenía 16 años- fueron conducidas al hotel de
Kalinovik. "Nos obligaron a limpiar los cuartos y fregar los suelos",
recuerda Ziba. "Estaba todo planeado. Ya no gritaba nadie. Nos dieron
carne, pan y agua Después de la comida nos ordenaron subir a los cuartos. Dos
chetniks me llevaron arriba Ambos estaban borrachos y sucios. Sus barbas eran
asquerosas. Les pregunté si podría ver a mis niños de nuevo, y uno de ellos
dijo que sí. Me aterrorizaba la posibilidad de que los mataran mientras yo
estaba en el hotel. Entonces uno de los chetniks me dijo que me desnudara. Añadió
que si no hacía lo que decían, me cortarían el pescuezo. Le creí. Los dos me
violaron, uno tras otro. Todo duró media hora. Entonces me reuní con las que ya
habían salido de los cuartos. Nos obligaron a limpiar de nuevo el hotel y luego
nos llevaron al gimnasio. Desde ese día ya no pararon. Las violaciones
continuaron día y noche durante un mes". Era el 2 de agosto. Durante 26
días seguidos, sólo 10 de las 105 prisioneras del gimnasio escaparon a las
violaciones colectivas, en algunos casos hasta por siete hombres. El mismo
sufrimiento fue soportado por miles de mujeres musulmanas durante los meses de
agosto y septiembre del año pasado, cuando las fuerzas serbias limpiaron
étnicamente los pueblos musulmanes del este y el oeste de Bosnia.
El caso de Kalinovik destaca por el extraordinario número de
detalles que emergen ahora. El ginecólogo Senad Saric que ya ha practicado
siete abortos entre las supervivientes, mantiene un registro completo de los
nombres y edades de todas las mujeres violadas junto a los de cinco niñas que
fueron raptadas por los serbios y, aparentemente, obligadas a prostituirse.
Las supervivientes, que viven ahora en edificios semidestruidos en
Jablanica o en la ruinosa ciudad de Mostar, junto al río Neretva, anotaron los
nombres de varios hombres brutalmente asesinados, en su presencia y del trágico
destino de al menos 71 mujeres que fueron acribilladas a balazos en un pueblo
cercano. Aseguran que el jefe serbio de la policía local de Kalinovik conocía
las violaciones y asesinatos pero no hizo nada por impedirlos.
Al menos una de las internas de Kalinovik guardó un diario secreto
en el que anotó diariamente las humillaciones a que eran sometidas las mujeres
musulmanas. Además, las mujeres han podido identificar a algunos de sus
captores, todos ellos miembros de las Águilas Blancas, que dirige Vojislav
Seselj considerado internacionalmente como un criminal de guerra, pero cuyo Partido
Radical Serbio obtuvo un gran éxito en las elecciones celebradas en diciembre
en Serbia.
Muchos de los niños que permanecieron retenidos en Kalinovik
siguen traumatizados por la experiencia. Varios de ellos, de cuatro y cinco
años fueron tendidos sobre mesas y amenazados con cuchillos sobre sus gargantas
para que sus madres entregaran todas sus joyas y dinero. Hasan, el hijo mayor
de Emira, todavía tiembla cada vez que su madre habla del campo de
internamiento.
Los horrores de la guerra comenzaron en junio y julio del año
pasado, cuando las fuerzas serbias empezaron a arrestar a hombres jóvenes en la
región de Gracko. "Supimos que algo terrible iba a suceder cuando
asistimos a los primeros crímenes", recuerda una víctima de las violaciones;
"un día detuvieron a 120 hombres y segaron la garganta de 10 de ellos ante
nosotras".
Los musulmanes constituían un 37% de los 10.000 habitantes de la
región. Muchos huyeron hacia Kosovo o Macedonia, desde donde se les permitió
volver a las zonas de Bosnia controladas por los musulmanes a través de
Bulgaria, Hungría o Rumania. Emira y el centenar de mujeres que fueron
internadas en Kalinovik huían hacia Konjic cuando fueron detenidas y
trasladadas al gimnasio.
Al principio las mujeres no eran maltratadas. Emira recuerda a una
joven serbia que acudía a Kalinovik para vender leche fresca. La comida era
buena, y los guardianes les hablaban amistosamente, pero aquello no duró mucho.
"Todo cambió el 2 de agosto", dice Emira. "Los guardias fueron
remplazados por hombres de Seselj. Eran sucios y nos gritaban obscenidades.
Apareció una mujer con largos cabellos castaños que decía ser de las Águilas
Blancas y aseguraba que las cosas iban a cambiar para nosotras. Nos pidió que bajáramos
los pantalones de los niños para comprobar si habían sido circuncidados. Los
hombres empezaron a hablar de preñarnos. Esa noche empezaron las
violaciones".
ROBERT FISK
El País/ The Independent
11 de febrero de 1993
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