25 d’ag. 2015

dona i guerra


“El medico musulmán es un hombre bajo, de piel lívida, lleva una túnica  extraña y ridícula, con las mangas un poco cortas, como las de un niño que ha crecido. La cabeza calva  está surcada de venas que se hinchan mientras habla y parecen serpientes prisioneras. Asiente, se abotona los puños de la camisa. Aska tiene alguna fractura calcificada y un tímpano perforado. Por lo demás, no tiene lesiones internas, ni siquiera en el bazo. Es una mujer fuerte. El medico baja la mirada, los orificios tardaran su tiempo en cerrarse, como después de un parto.
No quiere dinero, le aparta la mano a Diego, baja la cabeza. Una pátina de sudor reluce en ese cráneo oscuro, surcado por grandes venas. Dice: “Dios no perdonará a nadie”. Se avergüenza de pertenecer a la raza humana. Cuando le comunica que Aska está embarazada, Diego no lo entiende, tiene que repetírselo.
Lleva un carrete en el bolsillo y lo busca. Lo aprieta con fuerza con la mano sudada.
Diego no sabe nada de mujeres usadas como trincheras en las que clavar el fusil. El medico lo sabe. Es una práctica de la guerra, fecundar los campos de semillas malignas.
Aska está embarazada de cinco meses, no puede abortar.
El medico musulmán dice: “Dios no perdonará ni siquiera a los niños”.”

La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.506

“Ziba recuerda como el peor momento de su vida aquel en que una docena de milicianos serbios borrachos entraron en el gimnasio en el que un centenar de jóvenes mujeres musulmanas permanecían prisioneras junto a sus hijos pequeños. "Entraron con fusiles y granadas", recuerda Emira, una amiga de Ziba. "Los chetniks gritaban: 'Mira cuántos niños tenéis. Ahora vais a tener a nuestros niños. Vais a tener a nuestros pequeños chetniks'. Y decían que no estaban interesados en mujeres embarazadas porque no podrían preñarlas".
Ziba, de 26 años y madre de dos hijos, fue una de las 12 primeras mujeres y niñas que eligieron los serbios en el campo de Kalinovik. "Nos llamaron putas, y uno de ellos me apuntó", dice Ziba. "Mis dos hijos se agarraban a mí, y fui obligada a dejarles "Ziba y otras 11 jóvenes -Sanela, la más pequeña, sólo tenía 16 años- fueron conducidas al hotel de Kalinovik. "Nos obligaron a limpiar los cuartos y fregar los suelos", recuerda Ziba. "Estaba todo planeado. Ya no gritaba nadie. Nos dieron carne, pan y agua Después de la comida nos ordenaron subir a los cuartos. Dos chetniks me llevaron arriba Ambos estaban borrachos y sucios. Sus barbas eran asquerosas. Les pregunté si podría ver a mis niños de nuevo, y uno de ellos dijo que sí. Me aterrorizaba la posibilidad de que los mataran mientras yo estaba en el hotel. Entonces uno de los chetniks me dijo que me desnudara. Añadió que si no hacía lo que decían, me cortarían el pescuezo. Le creí. Los dos me violaron, uno tras otro. Todo duró media hora. Entonces me reuní con las que ya habían salido de los cuartos. Nos obligaron a limpiar de nuevo el hotel y luego nos llevaron al gimnasio. Desde ese día ya no pararon. Las violaciones continuaron día y noche durante un mes". Era el 2 de agosto. Durante 26 días seguidos, sólo 10 de las 105 prisioneras del gimnasio escaparon a las violaciones colectivas, en algunos casos hasta por siete hombres. El mismo sufrimiento fue soportado por miles de mujeres musulmanas durante los meses de agosto y septiembre del año pasado, cuando las fuerzas serbias limpiaron étnicamente los pueblos musulmanes del este y el oeste de Bosnia.
El caso de Kalinovik destaca por el extraordinario número de detalles que emergen ahora. El ginecólogo Senad Saric que ya ha practicado siete abortos entre las supervivientes, mantiene un registro completo de los nombres y edades de todas las mujeres violadas junto a los de cinco niñas que fueron raptadas por los serbios y, aparentemente, obligadas a prostituirse.
Las supervivientes, que viven ahora en edificios semidestruidos en Jablanica o en la ruinosa ciudad de Mostar, junto al río Neretva, anotaron los nombres de varios hombres brutalmente asesinados, en su presencia y del trágico destino de al menos 71 mujeres que fueron acribilladas a balazos en un pueblo cercano. Aseguran que el jefe serbio de la policía local de Kalinovik conocía las violaciones y asesinatos pero no hizo nada por impedirlos.
Al menos una de las internas de Kalinovik guardó un diario secreto en el que anotó diariamente las humillaciones a que eran sometidas las mujeres musulmanas. Además, las mujeres han podido identificar a algunos de sus captores, todos ellos miembros de las Águilas Blancas, que dirige Vojislav Seselj considerado internacionalmente como un criminal de guerra, pero cuyo Partido Radical Serbio obtuvo un gran éxito en las elecciones celebradas en diciembre en Serbia.
Muchos de los niños que permanecieron retenidos en Kalinovik siguen traumatizados por la experiencia. Varios de ellos, de cuatro y cinco años fueron tendidos sobre mesas y amenazados con cuchillos sobre sus gargantas para que sus madres entregaran todas sus joyas y dinero. Hasan, el hijo mayor de Emira, todavía tiembla cada vez que su madre habla del campo de internamiento.
Los horrores de la guerra comenzaron en junio y julio del año pasado, cuando las fuerzas serbias empezaron a arrestar a hombres jóvenes en la región de Gracko. "Supimos que algo terrible iba a suceder cuando asistimos a los primeros crímenes", recuerda una víctima de las violaciones; "un día detuvieron a 120 hombres y segaron la garganta de 10 de ellos ante nosotras".
Los musulmanes constituían un 37% de los 10.000 habitantes de la región. Muchos huyeron hacia Kosovo o Macedonia, desde donde se les permitió volver a las zonas de Bosnia controladas por los musulmanes a través de Bulgaria, Hungría o Rumania. Emira y el centenar de mujeres que fueron internadas en Kalinovik huían hacia Konjic cuando fueron detenidas y trasladadas al gimnasio.
Al principio las mujeres no eran maltratadas. Emira recuerda a una joven serbia que acudía a Kalinovik para vender leche fresca. La comida era buena, y los guardianes les hablaban amistosamente, pero aquello no duró mucho. "Todo cambió el 2 de agosto", dice Emira. "Los guardias fueron remplazados por hombres de Seselj. Eran sucios y nos gritaban obscenidades. Apareció una mujer con largos cabellos castaños que decía ser de las Águilas Blancas y aseguraba que las cosas iban a cambiar para nosotras. Nos pidió que bajáramos los pantalones de los niños para comprobar si habían sido circuncidados. Los hombres empezaron a hablar de preñarnos. Esa noche empezaron las violaciones".
ROBERT FISK 
El País/ The Independent

11 de febrero de 1993

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