“… me reencuentro con Ana y Mladjo. Zoran fue capturado por uno de
los grupos paramilitares y murió mientras cavaba trincheras en el monte Zuc. Se
ríen porque Zoran era un intelectual que huía del trabajo físico como un gato
del agua, y les divierte imaginárselo allí, con la pala en la mano y hasta las
rodillas de barro.
—Además —dice Ana—, las lágrimas ahogan a los muertos, y las
carcajadas los mantienen con vida.
Lleva un par de Levi's 501 y una camiseta negra; conserva toda su
belleza a pesar de tener los dientes más oscuros.
— ¿Qué haces todavía aquí? —me pregunta.
Mladjo me quiere enseñar su última obra. Nos dirigimos a un edificio
de estilo austrohúngaro donde había una escuela primaria. El interior está
destruido, pero la fachada aún se tiene en pie. Y ha rociado esa pared, solitaria
como una tela colgada en la nada, con poliuretano expandido, ha creado la
perspectiva de una clase... una inmensa formación de niños extraños. Reconozco
muchas caras, Ana, Gojko y Zoran con su rostro picado de viruelas. Ha puesto a
toda la gente que conoce en Sarajevo, a todos sus amigos, a los vivos y a los
muertos.
¿Qué recuerdo del último mes? A Sebina con un gorro rojo de Papá
Noel, que Gojko logró que le regalará un cámara irlandés. Iba con la madre a
una fiesta en casa de una prima, Mirna tenía una bandeja de dulces, el pelo
bien peinado y los labios pintados. Pasamos junto al Zemaljski Muzej, y lanzó
una mirada a los antiguos stecci
bogomilos acribillados por los disparos. Pero Sebina no parecía darse cuenta de
esa profanación, y continuaba saltando entre los sacos de tierra de las
trincheras. Era feliz porque su maestro había logrado organizar una pequeña
clase en su apartamento, así no iba a perder el año escolar.
La guerra rezumaba dentro de mí a través de las mismas grietas por
las que tiempo atrás había fluido el amor, y ahora se había depositado en mis
vísceras, en lo más profundo de mi ser. De noche solo la luz de los proyectiles
trazadores atravesaba la oscuridad. Pensaba en ese vientre que crecía, hinchado
y cándido; ahora sabía que ese vientre era Sarajevo.”
La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.385-386
Metralla contra una embarazada en Sarajevo
per Francesc Relea, Sarajevo. 26 de gener de 1993
“La
granada cayó en el jardín de la casa, a escasos metros de donde Mirzeta Fejzic
estaba lavando la ropa. Las esquirlas de metralla hicieron impacto en el cuerpo
de la mujer. Fue trasladada urgentemente al hospital Kosevo, de Sarajevo, donde
fue intervenida durante dos horas. Mirzeta, de 28 años, se salvará
probablemente, pero el feto llegó muerto al quirófano. Estaba embarazada de
ocho meses y medio. Ocurrió a las cinco de la tarde del lunes, una tarde
cualquiera de Sarajevo, con la única particularidad que esta vez el artillero
decidió apuntar con su mortero asesino hacia el barrio de Grdonj. Mirzeta se
enteró ayer por la mañana de que había perdido el hijo por una de las mujeres
de la limpieza del hospital. Nadie quiere decirle que el bebé le salvó la vida.
Soñaba con tener una niña y había decidido ya el nombre que le pondría: Amina.
Tras la operación preguntaba insistentemente a la comadrona si era niña.
"Todavía no lo sabemos, tenemos que comprobarlo", le respondían. No
sabe que el bebé que llevaba en el vientre era un niño.
"Nunca
había estado en el hospital ni había sido atacada. Quisiera que esto acabara
ya, pero me temo que sólo es el principio. Esto no tiene fin", susurra
Mirzeta en la cama de una improvisada sala de cuidados intensivos del hospital
Kosevo. Hay otras dos mujeres ingresadas en la misma instancia. Mirzeta habla
con un hilo de voz, pero con una lucidez impresionante.
La
comadrona y las enfermeras escuchan con atención sus palabras. Recuerda que su
hijo de seis años nació en Bijeljina, una de las primeras ciudades bosnias
ocupadas por las fuerzas serbias cuando desencadenaron la guerra. "Cuando
se produjo la famosa masacre, mi hijo estaba en Bijeljina. Tuve muchos
problemas para traerlo a Sarajevo. Siempre habíamos vivido juntos serbios y
musulmanes. Me sentía una ciudadana de Bosnia", dice.
"Espero
recuperarme, espero", repite. Los médicos son moderadamente optimistas.
"Ha perdido mucha sangre y puede haber complicaciones. Tenemos que esperar
unos siete días para ver cómo evoluciona", explica el doctor Alimo Kapetanovic,
quien practicó la operación. "La granada afectó seriamente el estómago,
que presentaba un agujero de unos 10 centímetros. Encontramos varias piezas de
metralla. La mujer estaba bajo estado de choque. Tuvimos que extirparle el
útero y aplicar numerosas suturas en los intestinos. El mayor riesgo ahora son
las infecciones".
El
doctor Kapetanovic no tiene ninguna duda de que si Mirzeta no hubiera estado
embarazada ahora estaría muerta, perjura que nunca se lo dirá. "En vez de
matarla a ella, la metraIla encontró al bebé. Fue su coraza", señala.
"Esto
no ha ocurrido en ninguna guerra", claman varios médicos del equipo del
doctor Kapetanovic, quien asegura que nunca en su carrera profesional, desde el
inicio de la guerra, había tenido un caso similar entre sus manos. "Un
colega mío atendió hace tres meses a una mujer embarazada de seis meses que
resultó herida por una granada. Perdió el niño y debió amputársele una pierna.
A
las dos de la tarde, el marido de Mirzeta sólo ha podido hacer una visita fugaz
al hospital. Es combatiente y debe acudir a una posición de la defensa de
Sarajevo.
Ayer
fue un día especialmente tenso en la ciudad. Han caído varias granadas de
mortero y los francotiradores se muestran muy activos en su práctica de disparar
contra todo aquello que se mueve. Uno de los proyectiles ha estallado cerca del
cuartel general de los cascos azules. Un civil muerto y seis heridos. El pánico
vuelve a reinar en la ciudad. No se ven colas de gente para comprar pan o
aguardando pacientemente con sus bidones para llenarlos de agua. Los viandantes
corren nerviosos por las calles a diferencia de las últimas semanas, en las que
parecían haber recuperado una cierta calma.”
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