pont reconstruït de Mostar |
“Aquí la guerra pasó con sus águilas y sus tigres, con los viejos
ultras del Estrella Roja de Belgrado encapuchados como verdugos.
Pasaban y quemaban los pueblos, asesinaban a los hombres y violaban
a las mujeres. Solo quedaban filas de supervivientes que huían por carreteras
que conducían a otros pueblos que habían corrido la misma suerte. La muerte
avanzaba así, como el viento que sopla del mar.
Gojko nos cuenta lo que han hecho los supervivientes durante estos
años. Han esperado que los llamaran para hacer el reconocimiento. Se han puesto
en fila frente a una mesa a mirar fragmentes de hueso, gafas rotas, zapatillas
Adidas, jirones de vaqueros Rifle o Levi's, relojes Swatch.
—Porque son muertos de nuestro tiempo, y llevaban las mismas
marcas que nosotros ahora.
Pietro deja de sacar fotografías.
¿Cuánto tiempo va a tener que pasar para purgar una tierra donde
el mal ha echado unas raíces tan profundas?
Apenas han pasado dieciséis años, la edad de mi hijo, de la joven
nuca sentada ante mí.
Su padre decía que la nuca conserva el olor del nacimiento, del
aire que trajo la semilla. Como un surco en la tierra.
Paramos en Mostar. Pietro quiere fotografiar el famoso puente.
Recorremos los caminos sembrados de guijarros plantados en la arcilla. Reina un
ambiente alegre, de turistas que pasean en sandalias, de pequeñas tiendas de
recuerdos.
La ciudad es este puente, lo llamaban “el viejo”, y se referían a
un viejo amigo, un dorso de piedra blanca que unía ambas partes de la ciudad, la
cristiana y la musulmana. “El viejo” vivió durante casi cinco siglos, y fue
destruido en pocos minutos.
Pietro no entiende por qué combatieron cristianos contra musulmanes.
—Pero si al principio se unieron contra los serbios...
Gojko le explica que el odio se extiende fácilmente, como un reguero
de pólvora.
—Al final también lucharon musulmanes contra musulmanes.
Estamos sentados en un restaurante frente al puente, hemos pedido
huevos duros y
una ensalada
de tomate y pepino.
Pietro está hablando del paintlball,
de ese lugar al que va de vez en cuando con sus amigos, donde juegan a la
guerra, con cascos y todo, pero disparan bolas de pintura.
—¿Jugais por equipos?
—Sí, pero a veces también todos contra todos.
—Como nosotros al final.
Pietro ríe.
Este puente es una obra maestra de las reconstrucciones de la Unesco,
ya que se construyó de nuevo con un único arco y con las mismas piedras que el
antiguo. Pero sin la misma intención.
Los puentes unen los pasos de los hombres, sus pensamientos. En
cambio, el nuevo puente solo lo cruzan los turistas. Ellos, los ciudadanos de
esta ciudad dividida, permanecen cada uno en su lado. EI puente es el esqueleto
blanco de una ilusión de paz.”
La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.470-471
“Barlés se detuvo a veinte metros del puente: una distancia
prudencial desde la que podía distinguir los cajones de pentrita adosados a los
pilares, y las botellas de butano que reforzaban el explosivo. Los cables detonadores
bajaban por el talud hasta la linde del bosque, donde habían visto retirarse a
los zapadores jáveos después de instalar las cargas. No podía verlos pero
estaban allí, esperando el momento de hacerlo saltar. En el cuartel general de
Cerno Polje, a pesar de su renuencia a pronunciar la palabra retirada, un
comandante le había explicado lo básico del asunto:
-Sobre todo no crucen el puente. Se exponen a quedarse al otro
lado.
Era lo que ellos llamaban territorio comanche en jerga del oficio.
Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que
pares el coche y des media vuelta. El lugar donde los caminos están desiertos y
las casas son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a punto de anochecer y
caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras
escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las
guerras esta siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí
donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están
mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti.
Barlés observo de nuevo el otro lado del río, los árboles que
ocultaban Bijelo Polje, y se preguntó qué tipo de blanco ofrecía en ese
momento, y para quién. En cuanto asomase tras la curva el primer tanque o los
primeros soldados de la Armija, los zapadores del bosque bajarían la palanca
detonadora antes de salir corriendo. La idea, supuso, era mantener el puente
hasta el último momento, por si alguno de los desgraciados que resistían en el
pueblo alcanzaba el río. Aún se les oía disparar los últimos cartuchos entre
los tejados en llamas. Por un momento los imagino rompiendo tabiques para huir
de una casa a otra, arrastrando heridos que dejaban rastros de sangre sobre el
yeso desmenuzado y los escombres del suelo. Enloquecidos por el miedo y la
desesperación, Según el Sony ICF de onda corta y la BBC, en un pueblo vecino la
Armija había descubierto una fosa con cincuenta y dos cadáveres de musulmanes
maniatados. Y cincuenta y dos cadáveres puestos en fila hacen una fila muy
larga. Además, tienen familia: hermanos, hijos, primos. Tienen gente que los
echa de menos y al verlos allí, uno detrás de otro y recién desenterrados, se
lo toma a mal. Por eso en Bijelo Polje la Armija perdía poco tiempo en hacer
prisioneros. Barlés soltó una risita atravesada y lúgubre, para sus adentros.
Quien hubiera bautizado aquello corno limpieza étnica, no tenía la menor idea.
La limpieza étnica podía considerarse cualquier cosa menos limpia.”
Territorio
comanche
Arturo
Pérez-Reverte
RBA, 1997
pág: 16-18
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