30 d’ag. 2015

ponts

pont reconstruït de Mostar
“Aquí la guerra pasó con sus águilas y sus tigres, con los viejos ultras del Estrella Roja de Belgrado encapuchados como verdugos.
Pasaban y quemaban los pueblos, asesinaban a los hombres y violaban a las mujeres. Solo quedaban filas de supervivientes que huían por carreteras que conducían a otros pueblos que habían corrido la misma suerte. La muerte avanzaba así, como el viento que sopla del mar.
Gojko nos cuenta lo que han hecho los supervivientes durante estos años. Han esperado que los llamaran para hacer el reconocimiento. Se han puesto en fila frente a una mesa a mirar fragmentes de hueso, gafas rotas, zapatillas Adidas, jirones de vaqueros Rifle o Levi's, relojes Swatch.
—Porque son muertos de nuestro tiempo, y llevaban las mismas marcas que nosotros ahora.
Pietro deja de sacar fotografías.
¿Cuánto tiempo va a tener que pasar para purgar una tierra donde el mal ha echado unas raíces tan profundas?
Apenas han pasado dieciséis años, la edad de mi hijo, de la joven nuca sentada ante mí.
Su padre decía que la nuca conserva el olor del nacimiento, del aire que trajo la semilla. Como un surco en la tierra.
Paramos en Mostar. Pietro quiere fotografiar el famoso puente. Recorremos los caminos sembrados de guijarros plantados en la arcilla. Reina un ambiente alegre, de turistas que pasean en sandalias, de pequeñas tiendas de recuerdos.
La ciudad es este puente, lo llamaban “el viejo”, y se referían a un viejo amigo, un dorso de piedra blanca que unía ambas partes de la ciudad, la cristiana y la musulmana. “El viejo” vivió durante casi cinco siglos, y fue destruido en pocos minutos.
Pietro no entiende por qué combatieron cristianos contra musulmanes.
—Pero si al principio se unieron contra los serbios...
Gojko le explica que el odio se extiende fácilmente, como un reguero de pólvora.
—Al final también lucharon musulmanes contra musulmanes.
Estamos sentados en un restaurante frente al puente, hemos pedido huevos duros y
una ensalada de tomate y pepino.
Pietro está hablando del paintlball, de ese lugar al que va de vez en cuando con sus amigos, donde juegan a la guerra, con cascos y todo, pero disparan bolas de pintura.
—¿Jugais por equipos?
—Sí, pero a veces también todos contra todos.
—Como nosotros al final.
Pietro ríe.
Este puente es una obra maestra de las reconstrucciones de la Unesco, ya que se construyó de nuevo con un único arco y con las mismas piedras que el antiguo. Pero sin la misma intención.
Los puentes unen los pasos de los hombres, sus pensamientos. En cambio, el nuevo puente solo lo cruzan los turistas. Ellos, los ciudadanos de esta ciudad dividida, permanecen cada uno en su lado. EI puente es el esqueleto blanco de una ilusión de paz.”
La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.470-471


“Barlés se detuvo a veinte metros del puente: una distancia prudencial desde la que podía distinguir los cajones de pentrita adosados a los pilares, y las botellas de butano que reforzaban el explosivo. Los cables detonadores bajaban por el talud hasta la linde del bosque, donde habían visto retirarse a los zapadores jáveos después de instalar las cargas. No podía verlos pero estaban allí, esperando el momento de hacerlo saltar. En el cuartel general de Cerno Polje, a pesar de su renuencia a pronunciar la palabra retirada, un comandante le había explicado lo básico del asunto:
-Sobre todo no crucen el puente. Se exponen a quedarse al otro lado.
Era lo que ellos llamaban territorio comanche en jerga del oficio. Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta. El lugar donde los caminos están desiertos y las casas son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras esta siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti.
Barlés observo de nuevo el otro lado del río, los árboles que ocultaban Bijelo Polje, y se preguntó qué tipo de blanco ofrecía en ese momento, y para quién. En cuanto asomase tras la curva el primer tanque o los primeros soldados de la Armija, los zapadores del bosque bajarían la palanca detonadora antes de salir corriendo. La idea, supuso, era mantener el puente hasta el último momento, por si alguno de los desgraciados que resistían en el pueblo alcanzaba el río. Aún se les oía disparar los últimos cartuchos entre los tejados en llamas. Por un momento los imagino rompiendo tabiques para huir de una casa a otra, arrastrando heridos que dejaban rastros de sangre sobre el yeso desmenuzado y los escombres del suelo. Enloquecidos por el miedo y la desesperación, Según el Sony ICF de onda corta y la BBC, en un pueblo vecino la Armija había descubierto una fosa con cincuenta y dos cadáveres de musulmanes maniatados. Y cincuenta y dos cadáveres puestos en fila hacen una fila muy larga. Además, tienen familia: hermanos, hijos, primos. Tienen gente que los echa de menos y al verlos allí, uno detrás de otro y recién desenterrados, se lo toma a mal. Por eso en Bijelo Polje la Armija perdía poco tiempo en hacer prisioneros. Barlés soltó una risita atravesada y lúgubre, para sus adentros. Quien hubiera bautizado aquello corno limpieza étnica, no tenía la menor idea. La limpieza étnica podía considerarse cualquier cosa menos limpia.”
Territorio comanche
Arturo Pérez-Reverte
RBA, 1997

pág: 16-18

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