8 de set. 2015

literatura en el món àrab, 2

l'escriptor Sonallah Ibrahim
“Hasta su muerte en 2006, el escritor egipcio Naguib Mahfuz fue considerado el mejor escritor del mundo árabe, un hecho reconocido a nivel internacional al serle otorgado el Premio Nobel. Sin embargo, su fama entre los lectores árabes no era igual a la que tenía entre los que conocían sus obras a través de traducciones, en parte debido al tiempo que tardaron sus obras en ser traducidas y a la larga duración de su carrera como escritor. Entre sus coetáneos, Mahfuz era respetado como escritor moderno, si bien quizá no como escritor contemporáneo, al menos desde comienzos de los años setenta en adelante, cuando los miembros de la generación más joven, en particular los miembros de la “generación de los sesenta” comenzaron a publicar sus obras. Lo mismo le sucedió a su competidor y coetáneo, el autor de relatos cortos, dramaturgo y periodista, Yusuf Idris, cuya carrera como escritor, representada por colecciones de relatos cortos publicados en los años 50 y 60, se interrumpió en gran parte en los años 70. Idris fue el autor de algunos de los mejores relatos cortos que se hayan escrito en lengua árabe y de varias obras teatrales reconocidas. Sin embargo, aunque sólo vivió hasta 1992, durante las últimas décadas de su vida se había convertido, como le sucedió a Mahfuz, en una especie de autoridad respetada dentro de la literatura árabe.

A lo largo de su carrera, Mahfuz utilizó la herencia de sus predecesores, incluidos Taha Husein (1889-1973), intelectual y ensayista, conocido como el “Decano de la literatura árabe”; el novelista y dramaturgo Tawfiq al-Hakim (1898-1987), que como Husein fue un firme aspirante al Premio Nobel, y el crítico y escritor de relatos cortos Yahya Haqqi (1905-1992). Estos escritores, junto con otros, han sido a veces descritos como los “pioneros” de la literatura árabe moderna. En sus novelas más importantes, las que conforman la Trilogía de El Cairo y sus novelas más cortas de los años sesenta –novelas de suspense en las que explora las formas de alienación que sufren los individuos en la sociedad moderna–, Mahfuz empleó prosa narrativa tanto para contar la historia de su propia sociedad, al modo de los grandes realistas europeos del siglo XIX, como para analizar las vidas de los personajes más importantes, en el caso de la Trilogía de El Cairo la familia de Ahmad Abd al-Gawad durante más de tres generaciones.

En sus novelas más cortas de los años sesenta, la visión de Mahfuz se vuelve más introspectiva donde los protagonistas viven en un estado de tensión constante con la sociedad que los rodea en lugar de desarrollarse en paralelo a las principales tendencias de dicha sociedad. Al menos en los primeros volúmenes de la Trilogía de El Cairo, la política, representada en forma de lucha contra el colonialismo británico, y las aspiraciones personales para conseguir una mayor libertad se habían imaginado como complementarias una de la otra.

Sin embargo, a pesar de un tardío estallido de creatividad que vio a Mahfuz regresar al material literario premoderno en obras como Rihlat Ibn Fattuma (El viaje del hijo de Fattuma, 1983), que toma como modelo cuentos de Las mil y una noches, o Malhamat al-harafish (La Epopeya de Harafish, 1977), una variación moderna sobre una forma literaria tradicional, desde los años setenta en adelante Mahfuz fue eclipsado en cierto modo por sus colegas más jóvenes. Algunos de ellos, como los escritores egipcios Sonallah Ibrahim y Edwar al-Kharrat, continuaron trabajando dentro de un marco ampliamente realista, aunque en su caso profundizado mediante una continua experimentación; mientras que otros, como Gamal al-Ghitani o Yahia al-Taher Abdullah, también egipcios, explotaron el patrimonio literario árabe premoderno para obtener material de un modo que podría denominarse neotradicionalismo.

Este esquema, en el caso de al-Ghitani se puso de manifiesto en Awraq shabb asha mundu alf am (Crónicas de un joven que vivió hace mil años, 1969), una colección de relatos cortos, y se plasmó en al-Zayni Barakat (1974), la que probablemente sigue siendo su novela mejor conocida, que cuenta los acontecimientos que rodearon a la conquista de Egipto por los otomanos en 1517 empleando el estilo de la época y usándolo para hacer comentarios sobre acontecimientos contemporáneos. En el caso de Abdullah, autor de un reducido grupo de obras pero de calidad excepcional, significó estudiar la literatura oral tradicional de su nativo alto Egipto, reprocesándola en forma escrita.
Las elecciones hechas por estos autores, ya sean las de un realismo ampliado con nuevas funciones o las de una reapropiación crítica de formas premodernas más antiguas, eran parte del fermento de la experimentación asociada a la generación de escritores de los sesenta, que ahora se considera que formaban una especie de escuela, si bien una caracterizada más por la experimentación que por el cumplimiento de un programa en particular.

Lo que caracteriza a estos escritores incluso más que su compromiso compartido por experimentar quizá sea su visión de la autonomía de la narrativa, expresada más crudamente por Ibrahim en el epígrafe de su primera novela Tilka al-Raiha (Ese olor, 1966). Tomado del Retrato del artista adolescente de James Joyce, esto indica que el escritor árabe, igual que el irlandés, se debe en primer lugar a su trabajo, aunque al mismo tiempo reconoce que la subjetividad es un producto de la sociedad. “Soy un producto de esta raza y de este país –dice en el epígrafe– y tengo que expresarme tal como soy.” Con esta concepción del papel del creador literario, el escritor es independiente del tipo de proyectos, ya sean el nacionalismo o el socialismo árabes que predominaron en todo el mundo árabe al menos hasta los años setenta, así como de las reformas de mercado que los siguieron. Ibrahim ha sido capaz de mostrar una rica vena satírica en novelas como al-Lagna (El comité, 1981) y Dat (Zat, 1992), donde proyecta la vida política y económica del mundo árabe actual. Muchos miembros de la generación de los sesenta fueron encarcelados por sus ideas y la mayoría han sufrido algún tipo de censura.
David Tresilian
en “Culturas”
revista digital de análisis y debate
sobre Oriente Próximo y el Mediterráneo

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