“¿Quién eres? Cuántas veces me lo habré preguntado. Cuántas veces
te habré mirado con recelo. Ríes como reía Diego, como ríen los chicos. Eres
tonto e inteligente, inofensivo y peligroso. Eres una posibilidad entre varios
millones. Un muchacho de 2008, nacido a finales de diciembre de 1992 en
Sarajevo. Eres uno de los primeros hijos de las violaciones étnicas. (…)
¿De cuántos fragmentos se compone un cuerpo? El
pliegue del que pende una oreja. El dibujo
de un puño. Un ojo con sus cejas, que se mueven.
El hueso de la rodilla. Los pelos, como hierba marchita.
Miro los fragmentos que conforman a mi
hijo. Quizá siempre lo supe,
esta es la verdad. Y nunca quise saberlo. `Eres libre —debería decirle—, no
eres su hijo. Eres hijo de un punado de diablos embriagados por el odio.´(…)
Aska se ha
quedado bajo la pérgola, no ha tenido el valor de acercarse. Se ha lavado el
pelo y está dejando que se seque con el aire. La he mirado mientras se movía, ponía
la mesa y se agachaba a recoger un juguete de su hija. Una mujer como yo.
Ahora nos
mira mientras nos dirigimos hacia ella.
Durante la
guerra muchas mujeres mataron a estos hijos, las madres ayudaron a sus hijas a
deshacerse de ellos. Mujeres tranquilas se transformaron en asesinas
desesperadas. Aska acudió a uno de esos centros de ayuda a mujeres víctimas de
la guerra, pero solo cuando nació su hija, cuando su cuerpo se abrió por
segunda vez y Gojko y ella lloraron a lágrima viva, aferrados uno al otro,
sintió que el odio se separaba de ella como la bolsa inútil de la placenta.
Aska agacha
la cabeza y se toca el pelo húmedo con una mano.
Mientras me
acerco, veo ese gesto que repite, veo su rostro que se demuda, la boca que se
abre y se cierra.
Pietro no
aparta la mirada del teléfono móvil y le doy un golpe suave.
—Ella es
Aska, la mujer de Gojko.
Pietro alza
sus ojos azules. Sonríe, frunce las mejillas descarnadas y le tiende una mano.
—Hola, soy
Pietro.
Aska le coge
la mano y es incapaz de soltarla.
Entonces
Pietro se inclina hacia delante, con la cabeza. Le da dos besos en las mejillas
y ella abre los brazos y lo estrecha.
Veo ese
destino que se cierra.
Se da la
vuelta y dice que va a buscar los vasos.
La encuentro
en la cocina, de espaldas a la pared. Llora, inmóvil. Cuando me ve, sonríe.
Se tapa la
boca y la nariz con una mano y respira en ella.
Gojko se
acerca y la abraza con todo su gran cuerpo ruidoso.
Gojko ha
preparado la parrilla, se afana en torno a las brasas en el viento que sopla
desde el mar. Comemos pescado con las escamas quemadas, que se caen como
cortezas, y dejan una carne blanca y aromática, impregnada con su sabor. Esta
noche, comemos mar.
Pietro me
pregunta si puede beber un poco de vino, y Gojko le llena el vaso antes de que
pueda decir sí. Pietro ríe y exclama: `Me quedaría toda la vida aquí´.
Aska lo mira.
Ha comido despacito, como una criada, como una monja. No le ha quitado los ojos
de encima, aunque en realidad apenas ha alzado la vista. La ha posado en los
vasos, en los platós, en su vida. Como si no quisiera causar trastorno alguno
en la mía.
Quizá se
avergüenza. Durante años la ha acosado la vergüenza y tal vez sean estos sus
últimos embates. Parece sentirse desplazada, como si fuera una intrusa, una
ladrona. Es un pequeño dolor en esta noche dulce; sin embargo no puedo hacer
nada. Cada uno de nosotros lo lleva en su interior. Luchar para perder es el
estúpido espíritu agónico de las almas.
El viento
aviva las brasas, que parecen apagarse y nunca lo hacen. Pietro habla con
Sebina, escriben palabras en servilletas de papel, juegan con el pan.
Gojko decide
participar en su juego, les pregunta: `¿Cuál es la palabra más hermosa del
mundo?´.
Sebina dice `mar´.
Pietro duda
entre `libertad´ y `tenis´.
El cielo está
cuajado de estrellas. Las estrellas de siempre, las cercanas y las lejanas. Las
que hacen que nos rindamos.
Los ojos de
Gojko son los de un guerrero que ha sido derrotado. De un poeta borracho. Mira
a Pietro y dice:
—Para mí la
palabra más hermosa del mundo es `gracias´.
Levanta el
vaso, hace un brindis con la botella, luego lo alza al cielo, a una estrella y
dice:
-
Gracias
El mal ha muerto esta noche”
La palabra más hermosa
Margaret Mazzantini
Lumen, 2009
pág.516-521
El drama de los “hijos
invisibles”
“Alen Muhic, abandonado por su madre,
una musulmana violada por un militar serbio durante la guerra de Bosnia (1992-1995),
busca, 22 años después, a sus padres biológicos.
Es el héroe
de una conmovedora película realizada con el objetivo de romper el tabú sobre
estos “hijos invisibles” de los conflictos.
“Lo único que
quiero es saber la verdad, descubrir quiénes son, por qué ella me abandonó y
por qué él hizo lo que hizo. Porque su acto es un crimen de guerra”, explica
Alen , unos días después de la presentación en Bosnia del documental-ficción “Trampa del hijo invisible”.
Este joven
fuerte de ojos verdes, enfermero en un hospital en Gorazde (este), el mismo
donde nació hace 22 años, en la misma ciudad donde fue adoptado por una familia
musulmana, es la primera persona nacida tras una violación durante el conflicto
que ha tenido el valor de contar públicamente su historia.
Este filme
realizado por el bosnio Semsudin Gegic,
muestra el desgarro y el drama de Alen en la búsqueda de sus orígenes. El filme
se centra en su “doble identidad, genética y adoptiva”, explica el cineasta.
“Estos niños
son considerados como ‘invisibles'. He decidido hacer una película en la que
Alen se hace visible”, dice el director, que recuerda que Alen es “uno de los
miles de niños concebidos por la violencia sexual en los conflictos en todo el
mundo”.
Más de 20,000
mujeres, esencialmente musulmanas, fueron violadas durante la guerra de Bosnia,
un conflicto que dejó 100.000 muertos y donde al menos nacieron unos 60 niños
fruto de estas violaciones. La mayoría fueron abandonados por sus madres.
Al inicio del
conflicto, la madre de Alen, de unos treinta años, fue violada en Miljevina
(este). Expulsada de su pueblo por las fuerzas serbias por ello, se ha negado
hasta ahora a ver al bebé que dio a luz en 1993.
Después, se
refugió en Estados Unidos donde fundó una familia y tuvo otros dos hijos, según
Gegic.
Su identidad
no se ha desvelado porque era testigo protegido en el proceso por crímenes de
guerra contra su verdugo, el padre biológico de su hijo.
Alen fue
adoptado a los siete meses por el conserje del hospital de Gorazde, Muharem
Muhic, y su esposa Advija, que tenían dos hijas.
“Me adoptó
una familia magnífica. Me han criado como si fuera su propio hijo y me han dado
todo su amor”, cuenta.
A los diez años,
en una pelea en el colegio, un compañero le dijo para vengarse lo que todo el
mundo sabía, pero que Alen ignoraba: Muharem y Advija no son sus padres
biológicos. Fue su primer trauma.
“Entonces me
contaron la verdad. Me enfadé, pero ahora sé que querían protegerme”, explica.
En una
sociedad desgarrada por el odio entre sus tres comunidades (musulmana, serbia y
croata) que se hicieron la guerra, muchos estaban en contra de la adopción de
este tipo de niños.
“Tiene sangre
serbia, le decían a mis padres. Cuando crezca os va a degollar. He participado
en la película para demostrar lo contrario”, explica Alen.
Sin embargo,
no ha logrado encontrarse con sus padres biológicos, su padre lo evitó.
“Su madre,
sin embargo, ha dado un primer paso tras el estreno del filme y desea
encontrarse con Alen, incluso delante de la cámara”, dice el director.
Alen, que
estaba furioso por la decisión de su madre de abandonarlo ha cambiado de
opinión.
“No es su
culpa. Quizá no podía soportar un dolor así. Fue un enorme trauma para ella, un
shock”, dice antes de agregar que la “ha perdonado”.
En cambio, no
tiene piedad por su padre biológico, Radmilo Vukovic.
“Nadie lo
obligó a hacerlo. No se le puede perdonar”, dice.
Radmilo
Vukovic, de 62 años, fue condenado en 2007 por un tribunal de crímenes de
guerra de Sarajevo a cinco años y medio de cárcel. Pero fue absuelto en un
proceso de apelación en 2008 debido a las declaraciones “contradictorias” de
los testigos.
Sin embargo,
pruebas de ADN realizadas durante el proceso han demostrado que es el padre
biológico de Alen.”
Agencía France Presse
Gorazde
29/03/2015
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