casa natal de Galdós, calle Cano 2 y 6 Las Palmas de Gran Canaria |
“Podría formarse un libro verde, o amarillo o colorado, como esos
en que encuaderna la diplomacia sus garbullos internacionales, con las cartas y
notas que han mediado entre el novelista insigne que va a ser objeto de mi
cuento y... el que suscribe.
Uno de los datos biográficos de más sustancia que he podido
sonsacarle a Pérez Galdós es... que él, tan amigo de contar historias, no
quiere contar la suya. No tiene inconveniente en suponer que su Araceli, y su Salvador Monsalud y su Amigo
Manso, por ejemplo, son tan poco recatados que nos relatan en tomos y más
tomos su propia vida... y la ajena; pero él, Galdós, tan comunicativo cuando se
trata de los hijos de su fantasía, apenas sabe si se llama Pedro, cuando hay
que hablar del padre que engendró tanta
criatura literaria, del pater Orchamus
de ese gran pueblo que pulula en cuarenta y dos tomos de invención romancesca.
Tal vez lo principal, a lo menos la mayor parte, de la historia de
Pérez Galdós, está en sus libros, que son la historia de su trabajo y de su
fantasía. El hombre que en veinte años ha escrito cuarenta y dos tomos de
novelas, muy pensadas las más, sin contar algunos otros trabajos sueltos,
apenas ha tenido tiempo hábil para hacer otra cosa, fuera de las que no merecen
ser referidas por venir a ser iguales en todos los humanos, grandes y chicos.
Aunque hay algunas excepciones, los escritores muy fecundos suelen llevar vida
sedentaria y tranquila, de pocos accidentes; son grandes trabajadores y
necesitan ser avaros del tiempo y desconfiar de las pasiones, vanidades del
mundo y otros ladrones de las horas. Si Lope de Vega tanto fue y vino en su
juventud, ya no se movió tanto cuando se puso a escribir de firme. Víctor Hugo,
a pesar de su situación romántica en la historia de su pueblo, hizo mucho menos
que dijo, y en su casa o en el destierro siempre fue un jornalero
aplicadísimo... Pero este y otros muchos ejemplos y razones que podrían citarse
no demuestran, ni a eso los encamino, que Pérez Galdós no tenga más historia
que la de sus creaciones de artista.(…)
Se ha dicho, en general con razón, que la novela es
la épica del siglo, y entre las clases varias
de novela, ninguna tan épica, tan impersonal como esta narrativa y de
costumbres que Galdós cultiva, y que es hasta ahora la que ha producido más
obras maestras y a la que se han consagrado principalmente los más grandes
novelistas. El que lo es de este género es... todo lo contrario de un Lord
Byron, el cual como se ha dicho hasta la saciedad, y con razón en conjunto,
viene a hablar de sí mismo en casi todas sus obras, y es, según frase de
un crítico, como un torrente profundo que borre entre altas paredes de
peñascos, en un cauce estrecho. Se ha dicho también que el gran arte es, en
suma, crear almas, y se puede añadir: para el novelista propiamente épico, crear almas... pero no a
su imagen y semejanza. Adán se parece a Jehová Eloím demasiado, o tal vez más exactamente,
Jehová se parece demasiado a Adán; aquí hay lirismo. En la novela como la
escribe casi siempre Balzac, o Zola, o Daudet, y aun Tolstoi, o Gogol... o
Dickens (aunque este es más lírico), o Galdós, por muy sutil que sea el
análisis que se aplica a encontrar el alma del autor, en la de los personajes,
hay que reconocer que los más de estos nada tienen que ver con la realidad psicológica del que los inventó.
Cierto es que el artista, aun el más épico, siempre saca mucho de sí, se copia, se recuerda, pero también
existe el altruismo artístico, la facultad de trasportar
la fantasía con toda fuerza, con todo amor, a creaciones por completo
trascendentales, que representan tipos diferentes, en cuanto cabe diferencia,
del que al autor pudiera representar más aproximadamente. Esta facultad, que es
de las más preciosas en grandes novelistas de este género, en los poetas épicos,
en los grandes historiadores, y en los grandes pensadores y políticos, esta
facultad la posee Galdós en grado que alcanzan pocos, y es, con la gran
imparcialidad de su espíritu sereno (en cuanto cabe) lo que más contribuirá a
dar larga vida a sus obras.
Por todo lo cual, no es posible, sin grandes temeridades,
inducir por los libros de nuestro autor mucho de lo que pudo haber sido en su
infancia... y más adelante. Sólo diré en este punto, que acaso en los juegos de
Araceli en la Caleta de Cádiz, en los arranques de Celipín, en la hija de
Bringas y sus jaquecas llenas de fantasías, en las visiones de Miau mínimo y en
otros fenómenos y personajes semejantes, de los 42 tomos de novela escritos por
Galdós, se podría, rebuscando, y aventurando hipótesis y trasportando circunstancias, encontrar algo de la
niñez del que es hoy don
Benito para sus íntimos.
De lo que no hay ni rastros en sus novelas es del sol de su
patria; ni del sol, ni del suelo, ni de los horizontes; para Galdós, novelista,
como si el mar se hubiera tragado las Afortunadas. Este poeta que ha cantado al mismísimo arroyo Abroñigal, y que
se queda extasiado -yo le he visto- ante el panorama que se observa desde las
Vistillas; que cree grandioso el Guadarrama nevado (como D. Francisco Giner)...
jamás ha escrito nada que pueda hablarnos de los paisajes de su patria; no
sueña con el sol de sus islas... a lo menos en sus libros. Jamás ha colocado la
acción de sus novelas en su tierra, ni hay un solo episodio o digresión que
allá nos lleve; es en este punto Galdós todo lo contrario de Pereda, su gran
amigo, que se parece al Shah de Persia en lo de llevar siempre consigo tierra
de su patria. Aun sin trasladar a las Afortunadas a sus personajes, podría
Galdós decirnos algo de las impresiones que conserva, como poeta que de
fijo fue en sus soledades y contemplaciones de adolescente, de los paisajes de
la patria: pero como es el escritor más opuesto, en todos sentidos, a lo que
llamamos el lirismo, en la
acepción más lata y psicológica; como en vez de hacer que sus personajes se le
parezcan pone todos sus conatos en olvidarse de sí por ellos y ser, por
momentos, lo que ellos son (siguiendo en esto el buen ejemplo de Dickens que
hasta imitaba, ensayándose al espejo, las facciones y gestos de sus criaturas); no hay ocasión en
ninguna de las obras de nuestro novelista para esos saltos de la fantasía por
encima de los mares y de los recuerdos, Galdós, en suma, es en sus obras
completamente peninsular. La patria de este artista es Madrid; lo es por
adopción, por tendencia de su carácter estético, y hasta me parece... por
agradecimiento. Él es el primer novelista de verdad, entre los modernos, que ha
sacado de la corte de España un venero de observación y de materia romancesca,
en el sentido propiamente realista, como tantos otros lo han sacado de París,
por ejemplo. Es el primero y hasta ahora el único. A Madrid debe Galdós sus
mejores cuadros, y muchas de sus mejores escenas y aun muchos de sus mejores
personajes. Si los novelistas se dividieran como los predios, se podría decir
que era nuestro autor novelista urbano.”
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