Benito Pérez
Galdós presidiendo una manifestación anticlerical en Madrid
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“Siento
alegría indecible al verme de nuevo en esta ciudad incomparable, gala de España
y del mundo; ciudad que con los esplendores de su belleza y su cultura trae a
mi espíritu la evocación de amistades inolvidables y de los afectos más puros
de mi vida literaria. Siento además orgullo y emoción al verme frente al pueblo
de Barcelona, vigoroso y consciente cual ninguno, por su percepción clara del
derecho, por la entereza grave con que se apresta a cumplirlo y a pedir su cumplimiento
a los Poderes Públicos. Poseéis fuerza anímica porque sois trabajadores: el
trabajo es el primer auxiliar de la inteligencia y el estímulo de toda energía.
De los holgazanes y distraídos no ha obtenido jamás la Humanidad beneficio
alguno.
Nuevo en la
política activa el que ahora os habla, habréis de permitirle que deje a un lado
historias recientes, y que prescinda de motes, denominaciones o marcas
políticas para apreciar los hechos en su estado presente y en su actualidad
viva. Bien podéis decir que os encontráis en vuestras posiciones propias, y que
en ellas sabréis manteneros con la sola virtud de vuestra perseverancia en los
ideales que antes os movían. Triunfaréis con la eficacia del viejo programa
arrancado de las entrañas de la Nación dolorida, programa elemental, uno y santo,
nacido del secular sufrimiento y alimentado por la infinita ansiedad de
existencia más gloriosa y fecunda. Vuestro programa sencillísimo es la voz
clamante del alma nacional que os dice: ‘No quiero morir. Renovad mi vida con
generaciones robustas, ricas de sangre, de pensamiento y voluntad’.
En su
continua evolución moral y física, Barcelona, hiriente de actividad, nos ofrece
nuevos aspectos dignos de admiración, y otros que nos mueven a profunda
tristeza. De algún tiempo acá han soplado aquí furibundos vientos de discordia;
criminales hechos han turbado la conciencia pública; locas intransigencias y
aberraciones del espiritualismo han alterado profundamente la paz de las almas.
En días lejanos, el circuito de vuestra noble ciudad se componía tan sólo de
severas construcciones industriales. Hoy tenéis en derredor de vuestro caserío un
cerco apretado de baluartes, que son fábricas de fanatismo y talleres de
superstición.
Ese cordón
que os rodea, como curva hilera de comensales satisfechos sentados en tomo a la
mesa de un festín, os dice claramente que a todos los problemas políticos se ha
de anteponer el de la instrucción teórica, pesada y asfixiante tutela que nos
imposibilita para toda función vital, desde el pensamiento a la respiración.
Esta injerencia se manifiesta entrometida y perseguidora hasta en los actos más
distantes de la vida espiritual; con sutileza tenaz penetra en la vida
afectiva; se apodera de las resoluciones del hombre por el corazón y la piedad
irreflexiva de la mujer; fomenta el raquitismo intelectual en la educación del
niño y a todos cierra el camino para la libertad confesional. Si renegáis de su
dominación absorbente, trata de quitaros el agua y el fuego, os aísla, os
maldice, amarga vuestros esparcimientos y os prohíbe las más honestas
diversiones; enturbia, en fin, las fuentes de la vida, para que, muertos de
sed, extenuados por la miseria y el embrutecimiento, os rindáis al poder
orgulloso que desde un trono lejano quiere afianzar aquí su dominio,
imponiéndonos leyes inquisitoriales, como ésta del terrorismo, contra la cual,
airada, se levanta España entera.
En vuestra
hermosa ciudad, elementos egoístas, atentos sólo a rodearse de comodidad para
cultivar con descanso sus intereses y quitar todo estorbo al manejo caciquil,
dieron los primeros martillazos en la forja de esta ley nefanda. A vosotros,
republicanos catalanes, os corresponde ser los más enérgicos en condenarla, los
más ejecutivos en desbaratar esa máquina de tormento y hacerla polvo.
Contra el
bárbaro engendro desplegad toda vuestra pujanza; no empleéis la violencia, que,
en realidad, ha de ser innecesaria. El figurón teocrático, inspirador de esta
ley, es menos terrible de lo que a primera vista parece por la negrura de su
aparato externo y por los tortuosos procederes de su gestión y propaganda.
Bastará, creo yo, la actitud, siempre que ésta sea firme, perseverante y sin
ningún desmayo. Mostraos inflexibles, derechos, poniendo delante de la ira la
severidad y delante de la severidad la razón. Obligad a los Gobiernos, cualesquiera
que sean, a levantar un valladar fuerte entre las pretensiones teocráticas y la
vida nacional.
Libertad,
decid, libertad para todos, no para ellos solos. Clamad porque la enseñanza en
todos sus órdenes pase de las manos de la ciencia muerta a las de la ciencia
viva. Sean desatadas las conciencias, con lo que la misma fe religiosa
levantará su vuelo a mayor altura. Si esta política de defensión no bastase, y
nuestros enemigos nos burlaran prolongando por vías tenebrosas su acción
absorbente, no vaciléis en emplear la política del despejo. Desechad todo
escrúpulo; nada temáis; como no tropezaréis con derechos de ciudadanía, podréis
legalmente aplicar a la teocracia intrusa, con muchísimo respeto, el trato de
invasión extranjera.
Esta obra
podrá ser realizada por vosotros, quizá por algún Gobierno monárquico; que no
es aventurado suponer la súbita precipitación de los acontecimientos. De la
eficacia del despejo, como función política, nos dieron ejemplo admirable un
monarca absoluto y un valeroso ministro. La memoria de aquel Rey y de su
consejero debemos enaltecer aquí, proclamando por bocas republicanas los
nombres de Carlos III y del conde de Aranda.
Considerad
esto, finalmente, como un nuevo tributo y homenaje a la Independencia Nacional,
porque el ejército invasor, con su cabeza y miembros principales en país
extranjero, pretende afianzar y perpetrar en el nuestro el dominio de las almas
y del territorio. Defendamos nuestro suelo, defendamos nuestras almas. Declaremos
intangibles la tierra y el cielo de España: es decir, el pan y la conciencia. “
Leído
por Galdós en un mitin celebrado en Barcelona.
El Cantábrico, 16 de junio de 1908
En “Galdós demócrata y republicano (escritos y discursos 1907-1913)”
Víctor Fuentes
publicado por el Secretariado de publicaciones de la
Universidad de La Laguna y el Cabildo Insular de Gran Canaria, 1982 , (pág. 65-67)
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