25 d’oct. 2015

misericordia, prefacio del autor

"Abatimiento", Isidre Nonell (1905)
óleo sobre lienzxo(81x100cm)
MNAC, Barcelona
Escrito de Benito Pérez Galdós para la edición francesa de Misericordia

“Escribí Misericordia en la primavera de 1897, cuando termino el litigio arbitral en que los Tribunales me reconocieron la propiedad integra de todas mis obras. Anteriores a Misericordia son mis Novelas Contemporáneas, desde Dona Perfecta hasta Nazarín, y las dos primeras series de Episodios Nacionales; posteriores, las novelas El abuelo, Casandra y El caballero encantado, más la tercera, cuarta y quinta serie de Episodios, esta no terminada todavía.
En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección. Para esto hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los populosos barrios del sur de Madrid. Acompañado de policías escudriñé las ‘casas de dormir’ de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene Municipal.

No me bastaba esto para observar los espectáculos más tristes de la degradación humana, y solicitando la amistad de algunos administradores de las casas que aquí llamarnos ‘de corredor’, donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en las capitales populosas. Años antes de este estudio había yo visitado en Londres los barrios de Whitechapel, Minories, y otros del remoto este, próximos al Támesis. Entre aquella miseria y la del bajo Madrid, no sé cuál me parece peor. La de aquí es indudablemente más alegre por el espléndido sol que la ilumina.

El moro Almudena, Mordejai, que parte tan principal tiene en la acción de Misericordia, fue arrancado del natural por una feliz coincidencia. Un amigo, que como yo acostumbraba a flanear de calle en calle observando escenas y tipos, díjome que en el oratorio del Caballero de Gracia pedía limosna un ciego andrajoso, que por su facha y lenguaje parecía de estirpe agarena. Acudí a verle y quedé maravillado de la salvaje rudeza de aquel infeliz, que en español aljamiado interrumpido a cada instante por juramentos terroríficos, me prometió contarme su romántica historia a cambio de un modesto socorro. Le llevé conmigo por las calles céntricas de Madrid, con escala en varias tabernas donde le invite a confortar su desmayado cuerpo con libaciones contrarias a las leyes de su raza. De este modo adquirí ese tipo interesantísimo, que los lectores de Misericordia han encontrado tan real. Toda la verdad del pintoresco Mordejai es obra de él mismo, pues poca parte tuve yo en la descripción de esta figura. El afán de estudiarla intensamente me llevo al barrio de las Injurias, polvoriento y desolado. En sus miserables casuchas, cercanas a la fábrica del gas, se alberga la pobretería más lastimosa. Desde allí, me lancé a las Cambroneras, lugar de relativa amenidad a orillas del río Manzanares, donde tiene su asiento la población gitanesca, compuesta de personas y borricos en divertida sociedad, no exenta de peligros para el visitante. Las Cambroneras, la estación de las Pulgas, la puente segoviana, la opuesta orilla del Manzanares hasta la casa llamada de Goya, donde el famoso pintor tuvo su taller, completaron mi estudio del bajo Madrid, inmenso filón de elementos pintorescos y de riqueza de lenguaje.

El tipo de señá Benina, la criada filantrópica, del más puro carácter evangélico, procede de la documentación laboriosa que reuní para componer los cuatro tomos de Fortunata y Jacinta. De la misma procedencia son doña Paca y su hija, tipos de la burguesía tronada, y el elegante menesteroso Frasquito Ponte, que acaba sus días comiendo una triste ración de caracoles en el figón de Boto —calle del Ave María—. Diferentes figuras vinieron a este tomo de los anteriores, El amigo Manso, Miau, los Torquemadas, etc., y del mismo modo, del contingente de Misericordia pasaron otras a los tomos que escribí después: es el sistema que he seguido siempre de formar un mundo complejo, heterogéneo y variadísimo, para dar idea de la muchedumbre social en un periodo determinado de la Historia.

Algo debo decir de la traducción francesa de Misericordia. Un Caballero parisién de alta posición en los negocios y en la banca, Maurice Vixio, consejero del comité central de los Ferrocarriles del Norte de España, que había residido en Madrid años anteriores y conocía muy bien nuestro idioma, me hizo el honor de verter al francés las páginas de esta obra. Afligido de una irreparable desgracia de familia, Vixio abandono los negocios, trasladándose a una casa de campo que poseía en Versalles, y en aquella soledad apacible, sin otra sociedad que la de Ernesto Renán, que en una casita próxima moraba, entretenían sus ocios leyendo libros españoles. Entre ellos cayó en sus manos la novela Misericordia; la leyó, fue muy de su agrado, y no halló mejor esparcimiento para su soledad que traducirla. Por cierto que en el curso de su trabajo, muy a menudo me escribía consultándome las dificultades del léxico que a cada paso encontraba, porque en esta obra, como vera el que leyere, prodigo sin tasa el lenguaje popular salpicado de idiotismos, elipsis y solecismos, tan donosos como pintorescos. Contestábale yo satisfaciendo sus dudas en lo posible, no en todos los casos, pues yo mismo ignoro el sentir de algunos decires que de continuo inventan y ponen en circulación las bocas madrileñas.

La traducción de Misericordia fue acogida por el gran periódico parisién Le Temps, que la público en su folletín, dándole la difusión propia de un periódico de circulación mundial. De Le Temps pasó Misericordia a la casa Hachette, que la edito con un prólogo de Morel Fatio, el más famoso y grande de los hispanófilos de Francia. Con esto termino el historial de la novela que hoy incluye la Casa Nelson en su colección de obras españolas.”


Madrid, febrero 1913

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