Iglesia de San Sebastián (Madrid) |
“La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida
prematuramente, era, además de nueva,
temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos
largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o
almas caritativas que la socorrieran. Respondía al nombre de la señá Benina (de lo cual se infiere que
Benigna se llamaba), y era la más callada y humilde de la comunidad, si así
puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisión
a la divina voluntad. Jamás importunaba a los parroquianos que entraban o
salían; en los repartos, aun siendo leoninos, nunca formuló protesta, ni se la
vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demagógica de la
Burlada. Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido;
trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y únicamente se
permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia,
con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no diré más sino que es
árabe, del Sus, tres días de jornada más allá de Marrakesh. Fijarse bien.
María Fernanda D'ocón
caracterizada como Benina
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Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto
finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia
interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas
perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros,
apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su
nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos
y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos
como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra
bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y
vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio
y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas,
parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltábanle
sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse que hacía las
veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado
como a media pulgada más arriba del entrecejo.”
Misericordia
Benito Pérez Galdós
RAE, 2013 (pág. 17-18)
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