“Se
levantaron y fueron Rambla abajo, el último tramo, la última soledad del poeta
y del marica que aún no se ha estrenado, la última soledad del puerto; por
favor, Méndez, vamos al viejo barrio, lléveme al Paralelo, a las sombras del
Victoria y de las mujeres que ya no existen, al silencio de las tres chimeneas
de la fábrica de electricidad que marcaron mis ojos de niño, las aceras del
Talía y el Arnau, del Condal y del América, de todos los cines que un día
existieron y en los que hubo sueños de barrio, chicas sencillas que te enviaban
la primera mirada, tías de bandera que salían de la pantalla y se quedaban
flotando en el aire. Acompáñeme a las calles de antes, Méndez, porque yo solo
no me atrevería, porque no sabría encontrarme cara a cara con el que un día
quise ser y ya no seré nunca. Y los dos haciendo bajo la noche el largo camino
del recuerdo, Méndez arrastrando ya los pies, ondia, la de tías con cachas y
con medias negras que había antes en el Cómico; la calle de Margarit envuelta
ya a estas horas en el silencio fósil de los coches. Mire, Méndez, el almacén
de Gabelli, que aún existe; aquí se alquilaban los carruajes de caballos para
ir a la iglesia de blanco o para ir al cementerio de negro, me contaba mi
padre. Qué bodas y qué entierros los de entonces, oiga,
Méndez, cuando había pompa de
verdad y no ceremonias clandestinas como ahora; cuando todo el mundo se
enteraba de que estrenabas virgo, cuando todo el mundo se enteraba de que estrenabas
tumba. Mire, y aquí al lado aún se mantiene en pie la vieja fuente, la de los botijos
anteriores a la invención del agua clorada, la de los chiquillos y los gatos,
la fuente incluso de algún pájaro perdido. A ver, Méndez, deje que beba un
momento, que me encuentre a mí mismo en el gesto ya olvidado, déjeme. Pero qué
risa, Méndez, casi no sé ni apretar bien para que salga el agua, qué risa. Y
Méndez que mira hacia otro sitio, Méndez que trata de no enterarse de nada,
porque lo que hace el Richard no es beber, porque lo que hace es mojarse la
cara para que no se note que está llorando, para que nadie sepa que el viejo
tiempo se ha despedido de él para siempre, dejando sólo un rumor de agua.”
Crónica sentimental en rojo
Francisco González Ledesma
Planeta, 2007
pág. 11
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