Un inspector de barrio
por Daniel Vázquez Sallés
“El inspector Méndez apareció
por primera vez en 1983. Lo hizo con la brevedad de un secundario en la novela Expediente Barcelona, y no sería hasta
un año más tarde cuando Francisco
González Ledesma le dio las riendas de su laureada novela Crónica sentimental en rojo, un legado
que tendría continuación en las novelas detectivescas Las calles de nuestros padres, La dama de Cachemira, Historia de un
Dios en una esquina, El pecado o algo parecido, Cinco mujeres y media, Méndez,
Una novela de barrio, No hay que morir dos veces y Peores maneras de morir.
Méndez, el hijo mayor de Paco, porque para los amigos era Paco y
lo seguirá siendo mientras pervivan sus amigos, es un detective, dicen, atípico
aunque sus características no le alejen tanto de los detectives que han dejado
huella en la literatura. Tiene más de 60 años, es solitario, de aspecto deshilachado,
rebelde con el poder y devorador de libros. Un detective atípico dentro de lo
típico, pero tan barcelonés que es difícil saber si Barcelona sería la misma
ciudad sin esos detectives que la recorren con el bisturí de la memoria en las
manos. Como otros detectives, llámese Carvalho,
Romano o Jaritos, la relación con la ciudad, su ciudad, es de amor y odio
por todo aquello que pudo ser y no fue.
No sabemos si a Méndez alguien le habrá dicho que fue uno de los
pioneros de la novela negra en España, pero de saberlo, le importará un bledo.
Él, un hijo de la prole, criado en el Poble Sec, barrio fronterizo de aquella
Avenida del Paralelo en la que sonaban los cuplés cantados por la Bella Dorita,
es un tipo demasiado curtido en la calle para dedicarse a sí mismo medio minuto
de gloria. Méndez, viejo de nacimiento por obra y gracia de su creador, se
considera arcaico para ser policía, pero como comisario jamás dejará de husmear
por el asfalto manchado de orines y vómito en busca de justicia para los desheredados
sociales. Los seres humanos que han crecido con las pupilas iluminadas por las
luces de las pantallas de los cines de barrio saben que se debe morir con las
botas puestas como definitivo, o casi único, sentido de la vida.
Méndez es un detective que trabaja en una comisaría del Raval,
nombre posmoderno con el que se bautizó al antiguo Barrio Chino, muy cerca de
donde nació. Como hombre de barrio y sin otras ambiciones que vivir y dejar
vivir, lo que en su código significa ser compasivo con los delincuentes de poca
monta e implacable con los estetas de la codicia, Méndez es un rebelde dentro
de un cuerpo policial demasiado viciado por los antojos del poder. Méndez
empezó su andadura como inspector en los años duros del franquismo y ese es un
estigma que nunca se olvida.
Como a tantos otros detectives coetáneos, Méndez nunca afirmará
que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque el presente sea tan ignominioso
que uno busque en el pasado la ilusión perdida. Ese tiempo pretérito le ha
convertido en un hombre poco confiado, sabedor de que el hedor de las cloacas
del poder siempre termina por envenenarlo todo. Méndez es, como la mayoría de
sus colegas, un comisario más de deducción que de acción, característica que le
acerca más a los detectives mediterráneos que a los nórdicos o anglosajones,
pero con un rasgo distintivo que le aleja de sus colegas del gremio llegados de
barrios colindantes al suyo, o de ciudades foráneas como Marsella, o de islas
como Sicilia, o de países en crisis como Grecia. Méndez es un pésimo
gastrónomo. Mal cocinero y mal gourmet; la culpa, como reconoció González
Ledesma, es suya, tan poco dotado para la cocina. Busquen el peor bar, y frente
a un plato de oreja de cerdo mal cocinada y un vaso de vino a punto de volverse
rancio encontrarán al inspector.
La última vez que tuvimos noticias de Méndez fue en la novela Peores maneras de morir y se había
convertido en un hombre más sentimental para extrañeza de sus lectores. Cosas
de la edad, como dirían otros sentimentales tardíos. Un caso de trata de
blancas internacional en una ciudad convertida en el escaparate del turismo 2.0
tampoco invita a la felicidad y a la confianza en el futuro.
Paco González Ledesma ha muerto, pero su detective seguirá vivo
mientras sus lectores lo deseen. La memoria de la Barcelona que cabalgó entre
dos milenios y sus gentes sobrevivirá al paso del tiempo gracias, entre otros,
a Méndez.”
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