28 de gen. 2016

barcelona literaria, 6



“De paso, (…) examinaría el final de las obras de la plaza del Padró, la milagrosa restitución de la plaza a la geometría de su infancia. Mutilada para dejar paso a la barbarie automovilística, de pronto los ángeles justicieros de la democracia se habían apiadado de la honda melancolía de Carvalho y habían ganado espacio a los viales, habían vuelto a adosar la plaza a la base de la capilla románica y de los viejos caserones que unen las calles del Hospital y del Carmen, habían creado promesa del arbolado naciente de alcorques, redondos como las galletas de los mantecados lúdicos de los años cuarenta.
(…)
 ... cruzó Carvalho la calle del Hospital, recorrió la acera de la derecha, se detuvo como siempre ante la ortopedia y el cuchillero, mágicos establecimientos, y salió al esplendor recuperado de la plaza del Padró, ágora del barrio, con la Semana Trágica por delante en la quema del convento de las Jerónimas, sustituido por la modernista iglesia del Carmen actual y una capilla románica disfrazada de estanco y sastrería durante siglos, adosados sus lomos al antiguo hospital de San Lázaro, luego lavadero público para compensar la mucha lepra que se había podrido entre sus muros. La plaza del Padró olía a infancia y a otoño, intrépidos sus alcorques recién abiertos, vieja la fuente trasladada a la proa, con sus carotas de piedra carcomida por la humedad y las miradas impresionadas de los niños, sobrecogidos ante el misterio de las cabezas de piedra de las que manaba el agua y, arriba, una santa Eulalia franquista, reentronizada bajo el franquismo como acto de desagravio al descendimiento perpetrado por los anarquistas durante la guerra civil. Carvalho tenía el pecho lleno de gratitud y se sintió solidario con los pobladores de la plaza. Un metro que se recuperara de una acera, de una plaza, era inmediatamente ocupado por niños, viejos y perros, los tres mejores tipos de animales domésticos que existen....
(…)


Dobló por la calle del Hospital, por la acera de las putas derruidas y los payeses colorados que disimulaban su busca fingiéndose interesados por los escaparates. Pasó ante las estribaciones de la Boquería y llegó al portalón que da entrada a los jardines del antiguo hospital de la Santa Cruz, romanticismo de luces y sombras prefabricado por el gótico y el neogótico, viejos en los bancos y madres jóvenes con niños todavía vegetales de cintura para abajo, estudiantes de paso entre dos calles o entre dos escuelas o entre la biblioteca de Catalunya y la escuela de Artes y Oficios Massana. Luz de claustro, rumor de claustro, un paraíso prefabricado bajo la bóveda de un cielo excelente de otoño.
(…)

Salió a las Ramblas y se dejó llevar por la tendencia de los peatones, hacia el sur, en busca del puerto. Sus pasos se desviaron hacia la derecha y al llegar a las Reales Atarazanas se quedó contemplando la perspectiva de la calle Peracamps, una apertura en el tejido gris del Barrio Chino. (...) Siguió calle arriba, atravesó Conde del Asalto y se introdujo en las entrañas grises de la Barcelona de la busca barata. Fue a parar a la calle Robadors y las miradas de los hombres merodeantes la expulsaron calle arriba, hacia la del Hospital y el escenario del primer encuentro con Carvalho en los jardines. Tenía el coche aparcado en el parking de la Gardunya, una isla cementerio de coches a la espera de la nueva animación del mercado de la Boquería al caer de la tarde. Ambiente de pestilencia de las basuras acumuladas en los contenedores y el poso de los desperdicios enganchados al asfalto y a las aceras como una historicidad podrida. Cuatro hombres viejos, rotos, sucios habían encendido una hoguera y hacían recuento de lo que habían obtenido en su meticulosa búsqueda por los grandes cubos de basura de los vendedores del mercado. Una barra de pan, hojas sucias y ajadas de lechuga, un tomate blando, algunas manzanas, un cuello de gallina, un frasco de perfume casi vacío que uno de los hombres olisqueaba y ofrecía a sus compañeros para que participaran en la breve, gratuita maravilla guardada en el último fondo de la botella.”

Manuel Vázquez Montalbán
Los pájaros de Bangkok

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