No sé dónde está el bien y dónde está el mal, Elías. Sé que las
generaciones que vengan nos juzgarán y no serán benévolas con nosotros. ¿Por
qué habrán de serlo? ¿Acaso somos merecedores de su perdón, de su piedad?
¿Acaso la necesitamos? Sí, al menos yo sí. Perdí a mi hija, la repudié por ti,
por una memoria inventada que te mantuviera a salvo. Pudiste ser un buen
hombre, Elías. Y tal vez yo pude ser una buena mujer. Hicimos méritos y esfuerzos,
¿verdad? Soportamos más de lo que nuestros hijos jamás entenderán. Llegamos al
límite del sufrimiento y resistimos. Pero lo cierto es que en alguna parte
perdimos la brújula, extraviamos el camino y no supimos volver a él.
Llega el tiempo del escarnio, de la justicia y del rencor. Nos odiará tu
hijo, que tanto me preocupé por proteger de ti mismo, nos odiará nuestra hija,
nos odiarán nuestros camaradas de lucha, nuestras víctimas; nos odiará el
Tiempo y nos odiará la Historia.
Pero quién sabe, con el tiempo nuestros nombres se llenarán de polvo,
nuestro hijo envejecerá y tal vez les hable a nuestros nietos de nosotros sin
rencor. Para el mundo seremos olvido. Una
gota entre un millón de gotas, nos fundiremos en esa inmensidad llamada
humanidad.
Porque eso, ahora lo entiendo, es lo que siempre fuimos. No héroes, no
villanos. Solo hombres y mujeres. Y vivimos.
Bien sabe Dios que vivimos donde muchos perecieron.
Un millón de gotas
Víctor del Árbol
Destino, Barcelona 2014
pág: 665
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