El libro de Aurora
Aurora Bernárdez
Alfagura
2017
Páginas: 288
“Aurora
Bernárdez (Buenos Aires, 1920-París, 2014) era como de papel, frágil, y era
de una potencia increíble, dotada de una
memoria implacable. Ese fue su espíritu
de traductora: ni una palabra ni un dato fuera de lugar. Ella decía que estaba
hecha “de papel”, pero era también de hierro. Descendiente de emigrantes gallegos, en 1952
conoció a Julio Cortázar, un joven
larguirucho de aspecto adolescente con el que hablaba de libros y de gente en
el London bonaerense. Se casaron un año
más tarde y se separaron en 1968, pero
regresó a su lado y hasta su último suspiro vivió junto a él.
Aurora Bernárdez acompañó a Julio Cortázar en
excursiones profesionales —eran traductores de la ONU— por todo el mundo y fue
su musa. No fue La Maga de Rayuela; La Maga, en realidad, parece que fue mucha
gente. Pero sí fue, por ejemplo, la
mujer que le dijo en la India que hay escaleras que solo sirven para bajar, y esa ocurrencia dio de sí el relato Instrucciones para subir una escalera,
incluido en Historias de cronopios y de
famas. En 1968, ella volvió a Buenos
Aires, pero regresó pronto a París, su centro del mundo. Volvió junto al escritor
cuando este cayó enfermo y se quedó solo —había muerto el último amor del autor
de Rayuela, la escritora y fotógrafa Carol
Dunlop—. Lo acompañó en ese dolor final. Era 1984. Luego se convirtió en su
albacea.
Aurora nunca habló en público, ni de Cortázar ni
de nada que sintiera que era secreto. Acudía a homenajes al escritor bonaerense
—como el que se celebró para relanzar su obra en la Fundación March de Madrid
en 1993— y permanecía silenciosa, como una efigie. En privado, era un torrente de memoria y
datos. Hizo una excepción a aquel
silencio público: mantuvo una larga conversación con su amigo Philippe Fénelon, músico y cineasta, su
amigo desde principios de los años ochenta.
Ella conocía el trabajo de Fénelon. La admiración por lo que este había hecho, en el cine y en la música, la llevaron a
ponerse ante la cámara para una charla insólita que se realizó entre 2004 y
2005 y que ahora forma el núcleo de El
libro de Aurora, que publica Alfaguara, editado por Fénelon y por Julia
Saltzmann, la editora argentina que durante años ha sido la responsable de la
edición de las obras de Cortázar.
En la película La vuelta al día, de
Philippe Fénelon, Aurora Bernárdez llora
por la muerte de Julio Cortázar. Ella
decía que la separación le había afectado mucho, que había sido un error, y que cuando él se
fue, pensó que quizá podrían haber
seguido viviendo de otra manera. Fénelon le pregunta en la cinta por la palabra
que define a Cortázar. Bernárdez opta por “generosidad”. Y cuando le cuestiona
sobre las obras que elegiría, cita
textos fragmentarios. El éxito de Rayuela
había suscitado en ella más emoción que en Julio. ¿Por qué no la nombra?
“Rayuela marcó una época, pero creo que quizá le gustaban otros textos más
sutiles de Julio que este gran trabajo”.
Bernárdez decía que a ella nunca le fue mal.
Fénelon titula así su entrevista. “Retrata su carácter”, dice en el libro. “En
realidad, muchas cosas le fueron mal, como en la vida de todo el mundo, pero
ella se mantuvo como la joven que nunca dejó de ser: sonriente, elegante,
literaria, conversadora… pero también secreta, para adentro”.
Aurora Bernárdez escondió su literatura en vida.
“Se abstenía de publicar por una decisión heroica: para que hubiera un solo
escritor en la familia”, dijo el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa sobre ese silencio. “Sí, esa sombra de Julio,
hizo que ella no se atreviera a publicar”, explica ahora Fénelon desde París.
El cineasta encontró suficiente material que ahora
junta en la casa parisiense de Aurora, la misma en la que Cortázar escribió
Rayuela. Ahí había, también, “una
especie de diario que ella había empezado en los años cincuenta; estaba escrito
en distintos cuadernos, algunos de escritura casi inexistente porque ella había
utilizado unos lápices verdes que se fueron difuminando con el paso del
tiempo”.
Esa casa, histórica también por haber sido
vivienda de Rayuela, sufrió un gran desorden, dice Fénelon, en la década previa
a la muerte de Aurora, en 2014 en París. “Y fue muy complicado recomponer las
decenas de versiones que había sobre un mismo texto”.
Al final, ha recuperado para El libro de Aurora
esos escritos descompuestos, las poesías —“que no están nada mal”— y los
diarios, algunos de los cuales se refieren a vivencias con Cortázar o a
discusiones que suscitaba la personalidad del autor.
“Escribía sus sueños, sus lecturas y sus agendas
diarias”. Destruyó agendas anteriores al año 1979. ¿Por qué? “Por la misma
razón por la que destruyó las cartas de Julio cuando se separaron: eran 60
cartas. Luego se arrepintió”.
Al final, volvieron juntos en circunstancias
dramáticas para Cortázar. “En realidad, nunca hubo una separación oficial; ella regresó a Buenos Aires y se reinstaló con
una relación previa, que siguió sin funcionar. Y volvió. Como trabajaba en la
Unesco, como Julio, se seguían viendo”, señala Fénelon.
Tras una conversación en la que ella está con Octavio Paz y otras personas
relacionadas con la cultura, se habla de la personalidad de Cortázar, Aurora anota: “Las virtudes personales de
Julio, bien conocidas por quienes lo estimaban e ignoradas por los demás, no
son lo importante: lo que cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién puede meterse a decir, con
certeza, cómo era un hombre? En el caso
de Julio, sus actos fueron a veces
contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No es el caso de convertirlo
en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que hablar es de la obra. Para
lo demás: silencio”.
Ella no quería hablar de todo lo que había pasado
en su relación. Imagino que fue muy triste para los dos, seguro. Se liaron con problemas de los que ella no
quería hablar.
El libro
de Aurora es lo más lejos que ha
estado esa mujer tan privada y tan hacia adentro de mostrarse también como una
mujer para afuera.”
Juan Cruz
El Pais, 15/06/2017
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