“Pocos escritores españoles de las nuevas hornadas
zarandean tan emocional y psicológicamente a sus personajes, los diseccionan
tan sin contemplaciones, bajo una atmósfera más o menos cargada de thriller,
que Víctor del Árbol. Es su excelente marca de agua: escribe con las
vísceras y es pura visceralidad literaria. Por ello no ha de sorprender que Paola, mujer
de clase alta, llegue huyendo de sí misma y de su pasado turbulento y se cruce
con otros personajes también en carne viva en la Costa da Morte y que de ese
encuentro ninguno salga indemne de ello. Fiel pues a sí mismo, el escritor catalán hace protagonista a Paola
de La víspera de casi todo, novela con la que el autor de la exitosa Un millón de gotas se alzó ayer con el
72º premio Nadal, el galardón decano de las letras españolas que convoca la
editorial Destino. (…)
Reconocido por la crítica como una de las mejores
cosas que le han ocurrido recientemente al thriller literario español junto a Carlos Zafón y Dolores Redondo, Del Árbol
se ha hecho un notable lugar bajo el sol
en el género de la novela negra, especialmente en Francia, donde ha logrado
varios galardones, el último hace cuatro meses, quizá el más prestigioso: el
Gran Premio de la Literatura Policiaca a la mejor novela extranjera.
Pero Del Árbol, ambicioso como cada una de las
cuatro novelas que ha publicado hasta ahora, aspira a más, como demuestra el premio Nadal, el primer gran galardón de su carrera en
España y que va más allá del género. “No hago novela negra sino una mezcolanza de
géneros; acepto la etiqueta para ganar lectores pero lo importante es tener una
voz narrativa fuerte”, asegura. Un
tono que sale del interior de sus personajes, como en la obra ganadora. “Se da una confluencia de gente que sufre un
dolor, viven la contradicción tan humana de lo que somos y de lo que queremos ser”,
afirmó ayer. La confluencia de esos
seres heridos impedirá que ninguno de ellos pueda quedar moralmente a
resguardo, marcados a partes iguales por el miedo y el dolor, ambos a veces no
exentos de rabia.
Mezclando de nuevo géneros, Del Árbol concentra entre la noche y la
madrugada de un solo día la vida de personas que son “como árboles con raíces
en el agua”. ¿Conclusión? “No se puede escapar de uno mismo”. “Voy a
arañar siempre el alma del lector”, resume Del Árbol una trayectoria alimentada en buena parte por las
lecturas de su admirados Manuel Vázquez
Montalbán y Juan Marsé, especialmente este último, de quien admite que
aprendió que “la buena literatura se
puede hacer desde la emoción”, como reconoció ayer que él mismo hablaba.
Ese influjo, más una devoción por Albert Camus y una lectura atenta de
los clásicos rusos han ido forjando el poso de un autor que no ha parado de
sumar seguidores desde que se dio a conocer con El peso de los muertos (2006), que ya ganó un premio, el Tiflos. Le siguió La
tristeza del samurái (2011) y que significó su salto definitivo: Premio
Prix du Polar Européen del Festival de Novela Negra de Lyon y traducida a 14
idiomas.
Respirar
por la herida (2013) y Un millón de gotas (2014) han
ratificado una trayectoria donde los personajes pesan cada vez tanto o más que
la trama. Al paulatino éxito de Del
Árbol tampoco ha sido ajena su propia biografía. Primogénito de seis hermanos de una familia
humilde en el barrio obrero barcelonés de Torrebaró, la madre les dejaba
aparcados en la biblioteca, donde el único que se quedaba leyendo era él.
Influido por un sacerdote obrero, se hizo seminarista hasta que se le cruzó el
duelo entre dogma y fe y la que sería su primera esposa; quizá el afán de
justicia y de ayudar a los demás justificó su siguiente paso a Mosso
d'Esquadra. Su tradición de dejar un ejemplar dedicado de su último libro a un
lector anónimo en las cuevas cercanas al monasterio de Montserrat ha alimentado
un aura mística del escritor. “No tengo
una dimensión religiosa pero sí una idea trascendente de la vida”. También
la tiene de la literatura.”
Carles Geli
El País, 07/01/2016
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