26 de set. 2019

nuestro stoner

“Escribió George Orwell que el único crítico literario válido es el tiempo. Y ese único crítico literario de fiar, los años, es el que ha bendecido con creces a Stoner. Esta novela, del estadounidense John Williams, que en su día ganó el National Book Award pero que murió en 1994 sin verse consagrado como un escritor memorable, se publicó en 1965. Pero ha sido este año, medio siglo después, cuando ha encontrado cientos de miles de lectores en todo el mundo. Es un extraño fenómeno que se ha venido fraguando desde hace tiempo: en la primera década de este milenio, Stoner apenas había vendido 5.000 ejemplares. Pero 2013, medio siglo después de que el autor le explicara a su agente que para él era consuelo suficiente haber presenciado cómo su tipógrafa lloraba de emoción mientras tecleaba el capítulo número 15, fue su año: entre junio y noviembre, por ejemplo, vendió casi 150.000 ejemplares en EE UU.

Dicen los especialistas que en un país en el que el autobombo marca el ritmo del progreso y del éxito es extraño que funcione una novela sobre un tipo que representa precisamente la renuncia a lo espectacular y en cierto modo el conformismo (que, incluso, elude ir a la guerra), pero es que en Europa ha explotado aún más. Desde que triunfó en Francia en 2011, ha vendido unas 200.000 copias en Holanda y unas 80.000 en Italia.

Sin embargo el primer país europeo donde se editó es precisamente donde el fenómeno no ha terminado de cuajar: España. A nuestras fronteras lo trajo Baile del Sol, una editorial tinerfeña que la ha seguido reimprimiendo, mimando de cerca su progresión como se cuida a una mascota querida. El editor Tito Expósito recuerda que olió el boom: “En 2009, leyendo una entrevista a una autora francesa a la que admiro, Anna Gavalda, decía que había leído una novela que le había gustado mucho y que le había propuesto a su editor que comprara los derechos para publicarla en Francia y ella se encargaría de traducirla. Me dije que si a Gavalda le gustaba esta novela y a mí me gustaba Gavalda, seguramente me gustaría también Stoner. Después de contactar con la editorial norteamericana que la había reeditado, pudimos hacernos con los derechos para castellano. Nuestra primera edición salió en diciembre de 2010, por lo tanto fuimos los primeros en editarla en Europa”.

Así, el libro fue la primera promoción a gran escala de Expósito. Stoner se vio inmersa en el carrusel promocional, rodeada de otros ejemplares de promoción ensobrados que se acumulan como torres de Watts en las mesas de los periodistas y los brotes fueron naciendo pronto: una reseña de Rodrigo Fresán la dio a conocer al público. Después de que Enrique Vila-Matas publicara otra en EL PAÍS, el libro llegó a los 20.000 lectores.

“La gente está deseando que le recomienden libros que no procedan del marketing que lo domina todo", recuerda ahora Vila-Matas. "Fue raro que gustara tanto Stoner, pues a fin de cuentas narra una existencia inmóvil y sin colorido. Pero su éxito viene del eficaz estilo de John Williams, que, por ejemplo, satiriza con genio la sordidez del mundo universitario o transforma una mínima disputa conyugal en tragedia. Todo lo anodino cobra el sabor de los viejos mitos”.

Sin embargo, esas cifras son llamativamente inferiores a las de otros países. ¿Es una cuestión cultural? Puede, pero Stoner está triunfando en Europa y América a la vez. ¿Es una cuestión de tiempo? “Creemos que seguirán sus ventas y seguirá ampliándose su número de lectores", comenta Expósito. "No se trata de un libro de consumo inmediato y temporal sino, como toda obra maestra, un libro que se va conociendo gracias al boca a boca y al gran número de fans que va adquiriendo. Su difusión se comporta como la humedad, que va penetrando poco a poco pero termina abarcando lo inimaginable, en el fondo, se ha convertido en un producto de transmisión viral”.
Vila-Matas es más pesimista: “Es, además, una discreta oda al trabajo bien hecho. Stoner lo han comprado 20.000 personas en nuestro país”, explica Vila-Matas, “Que amen el trabajo bien y hecho y sepan leer de verdad debe de haber 30.000 personas en todo el país. Las demás, ramonean por las praderas. Por eso estamos tan mal”.

John Williams le dijo a su agente que no quería que vendieran su libro como una “novela de campus” más. Sin embargo, en las novelas de campus todo tiene una lógica interna que las vuelve irresistibles. El azar cómico puede derivar en tragedia (como cuando en La mancha humana, de Philip Roth, el profesor se refiere a dos alumnos ausentes con el término spook, que sirve tanto para hablar de fantasmas como para menospreciar a los afroamericanos) y la cadencia vital más monótona puede resultar tronchante, como en Decadencia y caída, de Evelyn Waugh, o como en La suerte de Jim, de Kingsley Amis (en el que el profesor en cuestión acaba sufriendo un colapso nervioso que lo empuja a decir en público, tras encadenar demasiadas resacas, que la Vieja Inglaterra, tema de la asignatura que imparte, sólo interesa a los “aficionados a la cerámica artesanal, a la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto…”).

Sin embargo no hay distancia irónica ni vocación de chanza en Stoner más allá de lo paradójico del nombre del protagonista. Si Stoner podría sonar a personaje de película de Cheech y Chong (en la acepción de fumador de marihuana), en realidad él sólo quiere vivir una vida convencional de reposo y estudio, de educación y descanso, que se ve saboteada una y otra vez por las maniobras pasivoagresivas y altamente arteras de su esposa infeliz. “El autor condensa con verdadero genio, en 400 páginas, sesenta años de vida, sin olvidarse de ningún personaje”, apunta Vila-Matas.

William Stoner vive así: “Cuando no estudiaba ni escribía preparaba clases, corregía ejercicios o leía tesis”. Una vida tan anodina como la de otra novela que salió publicada a contracorriente, en el momento de la algarada de la beat generation: El hombre del traje gris, de Sloan Wilson. Allí, en una casa también en ruinas, el matrimonio protagonista porfiaba por su porvenir y solo cosechaba interrogantes: “Tom y Betsy, de rodillas, se afanaron en revocar la grieta y repintaron toda la pared; pero cuando la pintura estuvo seca la gran escotadura junto al suelo quedó perfectamente visible y arrancando de ella el trozo curvado que subía hasta el techo dibujaba un signo de interrogación”.

Un signo de interrogación con el que arranca, también, Stoner. Cuando vive su epifanía, William mira el cielo gris del campus que ya no lo oprime, “como si viera una posibilidad que no sabía nombrar” (aunque, como se apunta en otra novela de formación, Las tribulaciones del estudiante Törless: “Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosos tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio”).

En esa incógnita crece una historia en la que el hombre humilde que salva su futuro por la vía del humanismo pronto ve cómo se aleja de sus padres más primarios (una mezcla de desapego tierno, de empatía penosa y a contrapelo, similar a la que siente John Fante por sus progenitores italoamericanos en novelas como Llenos de vida). Stoner plantea una paleta de personajes increíblemente mezquinos que presentan como favores las peores tretas. Un libro en el que cada gesto cuenta, del mismo modo que una fotografía robada a alguien cuando no posa explica mucho más de esa persona que una confesión católica o una autobiografía.”

¿Por qué el fenómeno literario de los últimos años no llega a España?
por Miqui Otero
ICON, 8 de junio de 2014

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