“Escribió George Orwell que el único crítico literario válido es el tiempo. Y
ese único crítico literario de fiar, los años, es el que ha bendecido con
creces a Stoner. Esta novela, del
estadounidense John Williams, que en
su día ganó el National Book Award pero que murió en 1994 sin verse consagrado
como un escritor memorable, se publicó en 1965. Pero ha sido este año, medio
siglo después, cuando ha encontrado cientos de miles de lectores en todo el
mundo. Es un extraño fenómeno que se ha venido fraguando desde hace tiempo: en
la primera década de este milenio, Stoner apenas había vendido 5.000
ejemplares. Pero 2013, medio siglo después de que el autor le explicara a su
agente que para él era consuelo suficiente haber presenciado cómo su tipógrafa
lloraba de emoción mientras tecleaba el capítulo número 15, fue su año: entre
junio y noviembre, por ejemplo, vendió casi 150.000 ejemplares en EE UU.
Dicen los especialistas que en
un país en el que el autobombo marca el ritmo del progreso y del éxito es
extraño que funcione una novela sobre un tipo que representa precisamente la
renuncia a lo espectacular y en cierto modo el conformismo (que, incluso, elude
ir a la guerra), pero es que en Europa ha explotado aún más. Desde que triunfó
en Francia en 2011, ha vendido unas 200.000 copias en Holanda y unas 80.000 en
Italia.
Sin embargo el primer país
europeo donde se editó es precisamente donde el fenómeno no ha terminado de
cuajar: España. A nuestras fronteras lo trajo Baile del Sol, una editorial tinerfeña que la ha seguido
reimprimiendo, mimando de cerca su progresión como se cuida a una mascota
querida. El editor Tito Expósito
recuerda que olió el boom: “En 2009, leyendo una entrevista a una autora
francesa a la que admiro, Anna Gavalda,
decía que había leído una novela que le había gustado mucho y que le había
propuesto a su editor que comprara los derechos para publicarla en Francia y
ella se encargaría de traducirla. Me dije que si a Gavalda le gustaba esta
novela y a mí me gustaba Gavalda, seguramente me gustaría también Stoner.
Después de contactar con la editorial norteamericana que la había reeditado,
pudimos hacernos con los derechos para castellano. Nuestra primera edición
salió en diciembre de 2010, por lo tanto fuimos los primeros en editarla en
Europa”.
Así, el libro fue la primera
promoción a gran escala de Expósito. Stoner se vio inmersa en el carrusel promocional,
rodeada de otros ejemplares de promoción ensobrados que se acumulan como torres
de Watts en las mesas de los periodistas y los brotes fueron naciendo pronto:
una reseña de Rodrigo Fresán la dio
a conocer al público. Después de que Enrique
Vila-Matas publicara otra en EL PAÍS,
el libro llegó a los 20.000 lectores.
“La gente está deseando que le
recomienden libros que no procedan del marketing que lo domina todo",
recuerda ahora Vila-Matas. "Fue raro que gustara tanto Stoner, pues a fin
de cuentas narra una existencia inmóvil y sin colorido. Pero su éxito viene del
eficaz estilo de John Williams, que, por ejemplo, satiriza con genio la
sordidez del mundo universitario o transforma una mínima disputa conyugal en
tragedia. Todo lo anodino cobra el sabor de los viejos mitos”.
Sin embargo, esas cifras son
llamativamente inferiores a las de otros países. ¿Es una cuestión cultural?
Puede, pero Stoner está triunfando en Europa y América a la vez. ¿Es una
cuestión de tiempo? “Creemos que seguirán sus ventas y seguirá ampliándose su
número de lectores", comenta Expósito. "No se trata de un libro de
consumo inmediato y temporal sino, como toda obra maestra, un libro que se va
conociendo gracias al boca a boca y al gran número de fans que va adquiriendo.
Su difusión se comporta como la humedad, que va penetrando poco a poco pero
termina abarcando lo inimaginable, en el fondo, se ha convertido en un producto
de transmisión viral”.
Vila-Matas es más pesimista:
“Es, además, una discreta oda al trabajo bien hecho. Stoner lo han comprado
20.000 personas en nuestro país”, explica Vila-Matas, “Que amen el trabajo bien
y hecho y sepan leer de verdad debe de haber 30.000 personas en todo el país.
Las demás, ramonean por las praderas. Por eso estamos tan mal”.
John Williams le dijo a su
agente que no quería que vendieran su libro como una “novela de campus” más.
Sin embargo, en las novelas de campus todo tiene una lógica interna que las
vuelve irresistibles. El azar cómico puede derivar en tragedia (como cuando en La mancha humana, de Philip Roth, el profesor se refiere a
dos alumnos ausentes con el término spook,
que sirve tanto para hablar de fantasmas como para menospreciar a los
afroamericanos) y la cadencia vital más monótona puede resultar tronchante,
como en Decadencia y caída, de Evelyn Waugh, o como en La suerte de Jim, de Kingsley Amis (en el que el profesor en
cuestión acaba sufriendo un colapso nervioso que lo empuja a decir en público,
tras encadenar demasiadas resacas, que la Vieja Inglaterra, tema de la
asignatura que imparte, sólo interesa a los “aficionados a la cerámica
artesanal, a la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto…”).
Sin embargo no hay distancia
irónica ni vocación de chanza en Stoner más allá de lo paradójico del nombre
del protagonista. Si Stoner podría sonar a personaje de película de Cheech
y Chong (en la acepción de fumador de marihuana), en realidad él sólo
quiere vivir una vida convencional de reposo y estudio, de educación y
descanso, que se ve saboteada una y otra vez por las maniobras pasivoagresivas
y altamente arteras de su esposa infeliz. “El autor condensa con verdadero
genio, en 400 páginas, sesenta años de vida, sin olvidarse de ningún
personaje”, apunta Vila-Matas.
William Stoner vive así: “Cuando
no estudiaba ni escribía preparaba clases, corregía ejercicios o leía tesis”.
Una vida tan anodina como la de otra novela que salió publicada a
contracorriente, en el momento de la algarada de la beat generation: El hombre del
traje gris, de Sloan Wilson.
Allí, en una casa también en ruinas, el matrimonio protagonista porfiaba por su
porvenir y solo cosechaba interrogantes: “Tom y Betsy, de rodillas, se afanaron
en revocar la grieta y repintaron toda la pared; pero cuando la pintura estuvo
seca la gran escotadura junto al suelo quedó perfectamente visible y arrancando
de ella el trozo curvado que subía hasta el techo dibujaba un signo de
interrogación”.
Un signo de interrogación con el
que arranca, también, Stoner. Cuando vive su epifanía, William mira el cielo
gris del campus que ya no lo oprime, “como si viera una posibilidad que no
sabía nombrar” (aunque, como se apunta en otra novela de formación, Las tribulaciones del estudiante Törless:
“Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que hemos
descubierto en una gruta maravillosos tesoros y cuando volvemos a la luz del
día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio”).
En esa incógnita crece una
historia en la que el hombre humilde que salva su futuro por la vía del
humanismo pronto ve cómo se aleja de sus padres más primarios (una mezcla de
desapego tierno, de empatía penosa y a contrapelo, similar a la que siente John Fante por sus progenitores
italoamericanos en novelas como Llenos
de vida). Stoner plantea una paleta de personajes increíblemente mezquinos
que presentan como favores las peores tretas. Un libro en el que cada gesto
cuenta, del mismo modo que una fotografía robada a alguien cuando no posa
explica mucho más de esa persona que una confesión católica o una
autobiografía.”
¿Por qué el fenómeno literario de los últimos años no llega a España?
por Miqui Otero
ICON, 8 de junio de
2014
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