Manual de la
oscuridad
Enrique de Hériz
Edhasa, 2013
Páginas, 566
Sinopsis:
Víctor Losa, heredero de una
larga tradición de ilusionistas, ha aprendido y practicado el arte de la
desaparición durante años, hasta llegar a ser el mejor mago de su tiempo. La
magia es su vida. Sin embargo, el azar le depara una sorpresa contra la que
nada podrá su talento: de pronto el mundo se empeña en desaparecer de su vista.
El mago deberá entonces iniciar un viaje a las profundidades de sí mismo,
convertirse en un nuevo Víctor Losa, aprender otro modo de relacionarse con la
vida y aceptar que esta vez la magia no bastará para sacarlo del apuro.
fragmento:
Quedan pocos
escalones para llegar a la puerta verde, once o doce. Hay poca luz para
contarlos. Víctor Losa se detiene, respira hondo, piensa que es el momento más
feliz de su vida. No tuvo la misma sensación la semana pasada, cuando lo
nombraron mejor mago del mundo tras su exhibición en el Festival Internacional
de Lisboa. Tampoco va a conservarla dentro de unos segundos, cuando llegue al
rellano, abra la puerta verde, entre en la sala y reciba la ovación de los
magos profesionales de Barcelona, reunidos por Mario Galván, su viejo maestro,
para rendirle homenaje. Sabe que sólo es un remanso de la vida, una pausa, un
mirador que le ofrece el tiempo.
No va a dar
saltos de alegría, ni subirá deprisa para regodearse en el clamor que le
espera. Al contrario, quiere flotar, permanecer, sobrevolar este instante. Tiene
su lógica: todo empezó aquí. Hace veintidós años, tras la primera clase con
Galván, oyó de sus labios un ambiguo y extraño pronóstico: «Este desgraciado será
un mago de puta madre». Ocurrió en esta escalera, quién sabe si incluso era
este mismo el escalón en que entonces se quedó paralizado, atento a los
murmullos que arriba, detrás de la puerta, emitía el maestro sin saber que él
lo estaba oyendo. Es fácil entender que ahora se detenga a medio ascenso,
reviva lo que sintió al oír aquella predicción apenas mascullada entre dientes
y celebre, con los pulmones dilatados, la serie de sucesivos éxitos que se han
ido sumando para traerlo hasta aquí.
A punto de
reemprender el ascenso, levanta la cabeza y se lleva un susto de muerte: la
puerta verde no está. Está, claro, tiene que estar; pero no la ve. En su lugar
hay una mancha lechosa, un halo blanco, como si un velo se interpusiera en su
mirada. Se quita las gafas y se frota los párpados. Cuando vuelve a mirar, la
ve ahí delante, vieja, mal pintada, como siempre. Las cosas desaparecen y
vuelven a aparecer de maneras imprevisibles. Nadie sabe tanto de eso como él.
Ha sido un
efecto visual, fácil de atribuir al cansancio acumulado en los últimos días y a
ciertos excesos en la celebración. Además, sólo ha durado unos segundos. No
puede tratarse de nada grave, ni justifica en modo alguno el miedo desatado que
atenaza de pronto a Víctor y lo deja pegado al escalón, como si todo el aire
que lo impulsaba a flotar hace apenas un instante se hubiera llenado de
cemento.
Debería estar
pletórico. Debería subir de dos en dos los escalones, abrir de un empujón la
puerta, entrar en la sala y abrazar a Mario Galván con todas sus fuerzas .Al
fin y al cabo, ambos llevan años esperando este momento, pero también, aunque
nunca se atrevieran a decirlo en voz alta, han temido alguna vez que no
llegara. O que llegara tarde, tarde para Galván, que ya debe de rondar los
ochenta .Víctor nunca ha sabido la edad exacta del maestro, pero ya era mayor
cuando lo conoció. Y lleva muchos años enfermo.”
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