STONER: “La novela
perfecta”
por Manuel
Nuño
artículo publicado en Maldita Cultura, el 26 de julio de 2019
“El crítico literario Morris Dickstein se decantó por la
solemnidad del adjetivo más inalcanzable para describir la penúltima novela de John Williams. El epíteto tajante y
definitivo fue plasmado en una reseña publicada por The New York Times que allá por 2006 anunciaba sin mayor aspaviento
que dicha obra se sumaba al ecléctico catálogo de NYRB (New York Review Books). Aquella reimpresión podría
considerarse como el enésimo intento de rescatar del frío olvido a una novela
que todavía hoy críticos y expertos siguen preguntándose cómo puede ser tan
desconocida. “De lo único que estoy seguro es de que es una buena novela; con
el tiempo incluso podría considerarse como una gran novela”, le decía el autor
a su agente literario poco antes de que fuera publicada. Esa primera edición
apenas alcanzó las 2000 copias, pero lentamente, a la velocidad incierta del
boca a boca, y tras varias décadas de inconstantes reediciones, el tiempo del
que antes hablaba, aunque tarde, le acabó dando la razón.
John Edward Williams (1922-1994) fue un escritor estadounidense de
pocas novelas. Cuatro para ser más exacto. Profesor universitario y Doctor en
Literatura por la Universidad de Misuri. Un tipo que alternaba sus clases con
una pasión y un amor desmedido por el arte de las letras. Fue poeta, novelista
y uno de los principales miembros del programa de escritura creativa de la
Universidad de Denver, donde estuvo enseñando por más de tres décadas. El hijo de César (1972), la número
cuatro y última de sus obras narrativas, obtuvo el prestigioso National Book Award. Fue gracias a este
reconocimiento que otra novela anterior (Stoner,
1965) comenzó a adquirir un tímido estatus de novela de culto. Eso hizo que
cada cierto tiempo se reeditara y que el número de lectores fuese aumentando
tibiamente. Después llegó a Europa y en 2012, casi cincuenta años después de su
publicación, la cadena de librerías inglesa Waterstones la convirtió en Libro del Año. Sus ventas aumentaron de
manera considerable, aunque quedando todavía muy lejos de convertirse en un
bestseller. En España apareció un par de años antes de mano de la editorial
tinerfeña Baile de Sol, cuya última
edición impresa corresponde a 2018. Dickstein la definió así en su reseña:
“Stoner es algo más que una gran novela. Es una novela perfecta, bien narrada y
bellamente escrita, tan conmovedora que te deja sin aliento”. Si entendemos la
idea de perfección como una emoción surgida a raíz del deleite que produce la
contemplación de un conjunto armónico en todos los sentidos, hemos de reconocer
que, a pesar de la subjetividad inevitable y de su inabarcable amplitud, el
crítico usa el término adecuado. Aunque cargar una obra con semejante atributo
es depositar una enorme losa sobre ella, ya que queda en juego la posible decepción
de que, aun siendo buena, no consiga responder a tan alta expectativa. Sin
entrar en el terreno de los gustos o las preferencias de cada uno, lo cierto es
que la novela de John Williams
contiene las suficientes virtudes y aciertos como para situarse muy cerca de
esa idea un tanto superficial que es la perfección.
Tom Hanks, el actor, recomendaba así su lectura: “Se trata
simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte
en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he
encontrado”. Y es que Stoner,
básicamente, es eso. William Stoner, hijo de agricultores nacido a finales del
XIX, acude a la universidad para cursar los estudios del programa de la nueva
Facultad de Agricultura. Allí descubre su vocación literaria y acaba
doctorándose en Filosofía. Decide convertirse en profesor y ejerce como tal
hasta el día de su muerte. John Williams
nos da todo el argumento de Stoner en las primeras veinticinco líneas de la
novela. Dos párrafos en los que a modo de introducción se cuenta lo que va a
acontecer en las casi trescientas páginas restantes. Pero nada estropea la
fiesta porque, al igual que en la vida, los grandes acontecimientos solo son
referentes en la distancia, el peso de la existencia se encuentra en la niebla
que queda entre ellos. Y es ahí donde Stoner revela su potencial. Una historia
simple contada de forma sencilla, con una prosa bella, fría e increíblemente
precisa.
John Williams fue nieto de campesinos, estudió y se doctoró en la
Universidad de Misuri, dio clases como profesor, se casó, tuvo descendencia y
dio rienda suelta a sus inquietudes literarias hasta el día de su muerte. Los
paralelismos entre la vida del escritor y la del protagonista de su obra,
William Stoner, nos incitan a pensar que la novela posee una carga biográfica
considerable, por más que el autor insista en que “es una obra de ficción” y
que “ningún personaje retratado en ella está basado en ninguna persona viva o
muerta”, así como “ningún acontecimiento”, nos reitera. Especulaciones aparte, Stoner logra transmitir una realidad
pesimista desde la sobriedad descorazonadora de una escritura limpia que
consigue ser al mismo tiempo tierna y despiadada. Se nos describe una
existencia en la que los momentos felices escasean y los malos acechan y
perduran. La vida misma en una época atravesada a fuego por dos guerras mundiales
de las que, como curiosidad, sabemos que el autor se alistó para combatir en la
segunda, mientras que su personaje protagonista rechazó hacerlo en la primera.
Biográfica o no, lo cierto es que entre sus páginas se retrata algo real,
reconocible y no pocas veces desalentador. No es una historia sobre hechos
extraordinarios ni imposibles, el esfuerzo no siempre se ve recompensado ni las
metas son necesariamente alcanzadas. Tampoco es un pozo oscuro de impotencia y
depresión; algunas veces, pocas, las cosas salen como uno quiere, o incluso
mejor de lo que había planeado. En definitiva, es el relato de una suma
desigual de decepciones y satisfacciones que en su desproporción encuentra un
perfecto equilibrio.
Antes de que Stoner fuese publicada por primera vez
Williams trasladó a su agente el temor de que la novela hiciera su entrada en
el circuito comercial bajo la etiqueta de novela académica. Sospechó que
aquella clasificación iría, como probablemente fue, en detrimento de las
ventas. Pero lo cierto es que no es fácil encajar en un género específico una
novela como Stoner. Pongamos que es
una novela académica, al menos técnicamente, puesto que personajes, trama y
argumento pertenecen o suceden en la profundidad del entorno universitario. Lo
que ocurre es que hay algo más que una historia sobre rivalidades entre
profesores, méritos y burocracia administrativa. Aunque la universidad funcione
como escenario principal por donde transitan los hechos que construyen la
historia, el concepto va más allá de lo tangible para situarse en un entorno
filosófico que supura existencialismo mediante la dignificación del fracaso y
el valor de la integridad moral y del esfuerzo. “Es para gente como nosotros
por lo que existe la universidad, para los desposeídos del mundo”, le dice
David Masters, personaje secundario de aparición muy breve pero cuya influencia
es un eco constante que resuena por toda la novela, a Stoner, en un mordaz y
brillante diálogo en el que con mucha ironía reflexionan sobre cuál es el
sentido de ese gran templo del saber. Esa es la idea que se mantiene y rige en
todo momento las acciones de Stoner. Y esa es la esencia que predomina, más
allá de la perfección, en esta carta de amor con forma de novela. La literatura
como salvación y la universidad como refugio.”
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