Esta es una
historia triste, profundamente triste y desoladora de un antihéroe que vive la
épica de la vida diaria, de la medianía, de la vida gris de un profesor de
literatura universitario. Y esa fatalidad que parece rodear al personaje es el
tema de la novela: la fatalidad como guía de la vida de Stoner, frente al libre
albedrio, la libre elección; una fatalidad que le hace recluirse dentro de la “piedra”
que le rodea y le aísla del mundo exterior.
Así, nuestro
profesor, asiste al desarrollo de su vida como un mero espectador
desconcertado, confuso, incluso cuando descubre el amor.
La técnica de
Williams, narrando en tercera persona los devenires vitales de Stoner de forma
lineal y a un ritmo pausado pero constante que mantiene el tono a lo largo de
toda la obra, nos atrapa desde la primera línea, adentrándonos en la tremenda
densidad psicológica y emocional del relato.
La Maga
“A veces, en la somnolencia
perezosa que seguía a sus actos amorosos, permanecía en lo que le parecía un
flujo lento y agradable de sensaciones y apacibles pensamientos, y en aquel
flujo casi no sabía si hablaba en voz alta o meramente reconocía las palabras
en las que acababa convirtiendo dichas sensaciones y pensamientos.
Soñaba con perfecciones, mundos
en los que siempre estarían juntos y casi creía en la posibilidad de lo que
soñaba. «Qué», dijo, «pasaría sí», y continuaba construyendo una opción casi
más atractiva que aquélla en la que ambos existían. Poseían un lenguaje
inarticulado en el que las posibilidades que imaginaban y elaboraban eran
gestos de amor y celebración de la vida que ahora gozaban.
Ninguno de ellos había realmente
imaginado la vida que tenían juntos. Pasaban de pasión a deseo y a una profunda
sensualidad que se renovaba a sí misma por momentos.
«Deseo y aprendizaje», dijo una
vez Katherine. «En realidad eso es todo, ¿verdad?».
Y a Stoner le parecía que
aquello era perfectamente verdad, que ésa era una de las cosas que había
aprendido. Porque en la vida que compartieron aquel verano no fue todo hacer el
amor y conversar. Aprendieron a estar juntos sin hablar y se habituaron al
reposo. Stoner traía libros al apartamento de Katherine y los dejaba allí, hasta
que al final tuvieron que montar una estantería adicional. En los días que
pasaban juntos Stoner retornaba a los estudios que había abandonado del todo, y
Katherine continuaba trabajando en el libro que habría de ser su disertación.
Durante horas se sentaba en el pequeño escritorio contra la pared, con la
cabeza inclinada, intensamente concentrada en libros y papeles, con su pálido y
delgado cuello curvándose y emergiendo de la bata oscura que llevaba habitualmente.
Stoner se repantingaba en la silla o se tumbaba en la cama con idéntica
concentración.
A veces levantaban los ojos de
sus estudios, se sonreían, y volvían a la lectura. Eventualmente Stoner alzaba
la vista de su libro y dejaba que su mirada se posara sobre la graciosa curva
de la espalda de Katherine y el esbelto cuello sobre el que siempre caía un
mechón de cabello. Luego un lento, sencillo deseo, le poseía despacio y se
levantaba, quedándose tras ella y dejando que sus brazos descansaran suavemente
sobre sus hombros. Ella se estiraba y dejaba caer la cabeza hacia atrás sobre
su pecho, extendiendo él las manos hacia delante dentro de la bata suelta,
tocando con delicadeza sus senos. Luego hacían el amor, yacían tranquilos un
rato y regresaban al estudio como si amor y aprendizaje fuesen un único
proceso.
Esto fue uno de los especímenes
de los que ellos llamaban «opinión generalizada» que aprendieron aquel verano.
Habían sido criados en una tradición que les decía, de una manera u otra, que
la vida mental y la vida de los sentidos eran distintas y, de hecho,
contrapuestas. Habían creído, sin ni siquiera haberlo meditado realmente, que
una tenía que ser elegida a expensas de la otra. Nunca se les había ocurrido
que una pudiera dar intensidad a la otra, y como la encarnación vino antes que
el reconocimiento de la verdad, fue un descubrimiento que les pertenecía a
ellos solos. Empezaron a coleccionar especímenes de la «opinión generalizada» y
los acumularon como si fueran tesoros; les ayudó a aislarse de un mundo que les
proporcionaría tales opiniones y contribuyó a unirlos sin prisa pero sin pausa.”
Stoner
John Williams
traducción de Antonio
Díez Fernández
Baile del Sol, 2012
Pág- 174-175
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