2 d’oct. 2019

las lecturas de la maga -stoner 2-




Esta es una historia triste, profundamente triste y desoladora de un antihéroe que vive la épica de la vida diaria, de la medianía, de la vida gris de un profesor de literatura universitario. Y esa fatalidad que parece rodear al personaje es el tema de la novela: la fatalidad como guía de la vida de Stoner, frente al libre albedrio, la libre elección; una fatalidad que le hace recluirse dentro de la “piedra” que le rodea y le aísla del mundo exterior.  

Así, nuestro profesor, asiste al desarrollo de su vida como un mero espectador desconcertado, confuso, incluso cuando descubre el amor.

La técnica de Williams, narrando en tercera persona los devenires vitales de Stoner de forma lineal y a un ritmo pausado pero constante que mantiene el tono a lo largo de toda la obra, nos atrapa desde la primera línea, adentrándonos en la tremenda densidad psicológica y emocional del relato.

La Maga

“A veces, en la somnolencia perezosa que seguía a sus actos amorosos, permanecía en lo que le parecía un flujo lento y agradable de sensaciones y apacibles pensamientos, y en aquel flujo casi no sabía si hablaba en voz alta o meramente reconocía las palabras en las que acababa convirtiendo dichas sensaciones y pensamientos.

Soñaba con perfecciones, mundos en los que siempre estarían juntos y casi creía en la posibilidad de lo que soñaba. «Qué», dijo, «pasaría sí», y continuaba construyendo una opción casi más atractiva que aquélla en la que ambos existían. Poseían un lenguaje inarticulado en el que las posibilidades que imaginaban y elaboraban eran gestos de amor y celebración de la vida que ahora gozaban.

Ninguno de ellos había realmente imaginado la vida que tenían juntos. Pasaban de pasión a deseo y a una profunda sensualidad que se renovaba a sí misma por momentos.

«Deseo y aprendizaje», dijo una vez Katherine. «En realidad eso es todo, ¿verdad?».

Y a Stoner le parecía que aquello era perfectamente verdad, que ésa era una de las cosas que había aprendido. Porque en la vida que compartieron aquel verano no fue todo hacer el amor y conversar. Aprendieron a estar juntos sin hablar y se habituaron al reposo. Stoner traía libros al apartamento de Katherine y los dejaba allí, hasta que al final tuvieron que montar una estantería adicional. En los días que pasaban juntos Stoner retornaba a los estudios que había abandonado del todo, y Katherine continuaba trabajando en el libro que habría de ser su disertación. Durante horas se sentaba en el pequeño escritorio contra la pared, con la cabeza inclinada, intensamente concentrada en libros y papeles, con su pálido y delgado cuello curvándose y emergiendo de la bata oscura que llevaba habitualmente. Stoner se repantingaba en la silla o se tumbaba en la cama con idéntica concentración.

A veces levantaban los ojos de sus estudios, se sonreían, y volvían a la lectura. Eventualmente Stoner alzaba la vista de su libro y dejaba que su mirada se posara sobre la graciosa curva de la espalda de Katherine y el esbelto cuello sobre el que siempre caía un mechón de cabello. Luego un lento, sencillo deseo, le poseía despacio y se levantaba, quedándose tras ella y dejando que sus brazos descansaran suavemente sobre sus hombros. Ella se estiraba y dejaba caer la cabeza hacia atrás sobre su pecho, extendiendo él las manos hacia delante dentro de la bata suelta, tocando con delicadeza sus senos. Luego hacían el amor, yacían tranquilos un rato y regresaban al estudio como si amor y aprendizaje fuesen un único proceso.

Esto fue uno de los especímenes de los que ellos llamaban «opinión generalizada» que aprendieron aquel verano. Habían sido criados en una tradición que les decía, de una manera u otra, que la vida mental y la vida de los sentidos eran distintas y, de hecho, contrapuestas. Habían creído, sin ni siquiera haberlo meditado realmente, que una tenía que ser elegida a expensas de la otra. Nunca se les había ocurrido que una pudiera dar intensidad a la otra, y como la encarnación vino antes que el reconocimiento de la verdad, fue un descubrimiento que les pertenecía a ellos solos. Empezaron a coleccionar especímenes de la «opinión generalizada» y los acumularon como si fueran tesoros; les ayudó a aislarse de un mundo que les proporcionaría tales opiniones y contribuyó a unirlos sin prisa pero sin pausa.”


Stoner
John Williams
traducción de Antonio Díez Fernández
Baile del Sol, 2012
Pág- 174-175


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