11 de gen. 2020

los besos en el pan




Los besos en el pan es una novela coral, llena de noticias del aquí y ahora, que, como en un gran fresco, pinta un año en la vida de estas gentes que se reparten en tres generaciones, ofreciendo así el contraste del tiempo. En su mayoría pertenecen a las clases medias y populares, con predominio de las figuras femeninas y perfiles que permiten a la autora desarrollar sucesos o situaciones representativas: el hambre infantil en las aulas desde la maestra Sofía Salgado, el desmantelamiento de la sanidad pública desde la ginecóloga Diana y sus compañeros, las estafas bancarias (hipotecas o preferentes) desde la abogada Marita y los afectados-víctmas, la burbuja inmobiliaria desde el arquitecto técnico Sebastián o el joven Toni, la amenaza de las competidoras chinas explotadas por las mafias desde la peluquera Amalia, la tentación yihadista de Ahmed desde la miseria y la desesperación en que vive su familia… Hay además periodistas, policías, emigrantes de variada procedencia, adolescentes combativos, universitarios, amas de casa, una asistenta, parados de larga duración… La ligazón entre las numerosas piezas de este puzle está muy bien resuelta a partir de los lazos familiares, la amistad, las relaciones laborales o la frecuentación de espacios como el bar, la peluquería o el edificio ocupado, si bien más de un percance o situación se fía en exceso a la casualidad y la coincidencia.

Como es una novela que avanza en superficie, ramificándose, la ley del suma y sigue rige un relato donde no todas las ramas tienen el mismo alcance ni similar peso. En rigor no hay personajes, sólo tipos representativos; y algunos sólo están para añadir otra nota a un friso más vasto que profundo. De los enfocados en primer plano, eso sí, sabemos bastante, porque en Los besos en el pan predomina lo contado frente a lo representado o propiamente novelado. Es ante todo el narrador quien nos explica las pulsiones, problemas, caprichos, gustos, rencillas, afectos, temores… de estas figuras. Y aunque hay bastantes escenas dialogadas, falta tensión en el lenguaje y variedad de registros. La crítica o denuncia se apoya más en la descalificación directa y el exabrupto, el melodrama y el énfasis, que en otros posibles recursos, no necesariamente más complejos, pero sí más elaborados y sutiles. Por otra parte, la voluntad de trasladar al relato una referencia moral y una función social paga su tributo al maniqueísmo. Casi todos los “protagonistas” son buena gente, muy comprometida; perversos como el corrupto Juan Francisco González entran en la escena sólo de refilón; y los que no resultan demasiado ejemplares (un viejo militar, una burguesita ociosa, cotilla y compradora compulsiva) acaban por tomar conciencia y enmendarse, de acuerdo con una línea narrativa y un discurso donde el mensaje es siempre palmario.”


Ana Rodríguez Fischer
El País
19/11/2015

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