2 d’oct. 2020

la extraña desaparición de Esme Lennox, i quatre

 

Calle principal de North Berwick

“Y caminan las dos, Esme detrás de la niña, Iris, sin perder de vista los tacones de sus zapatos rojos, que desaparecen, asoman, desaparecen de nuevo mientras andan por la acera de North Berwick. La joven le ha dicho que vuelven al coche, y ella está deseando subir al vehículo y arrellanarse en el asiento, porque a lo mejor vuelve a poner la radio para oír música durante el trayecto. 

Mientras anda piensa en aquella discusión con su padre, una noche justo antes de acostarse, cuando el fuego ya languidecía y Kitty, su madre y su abuela estaban ocupadas con lo que ellas llamaban «sus labores», y su madre acababa de preguntarle dónde estaba el bordado que le había dado. Y Esme no podía contestar que lo había escondido en su habitación, que estaba metido detrás de los cojines de la butaca. 

—Deja ya el libro, Esme —ordenó su madre—. Ya has leído bastante por hoy. 

Pero ella no podía, porque los personajes y la situación en que estaban la tenían absorta, pero entonces su padre apareció y le arrebató el libro, cerrándolo sin marcar la página, y de pronto el mundo quedó reducido otra vez a la habitación en que ella se encontraba.

 —Obedece a tu madre —le espetó—. ¡Por Dios bendito! 

Ella se incorporó arrebatada de furia, y en lugar de decir: Por favor, devuélveme el libro, soltó: Quiero seguir en el colegio. 

Se le había escapado, sabía que no era el momento para sacar el tema, que no llegaría a ninguna parte, pero aquel deseo le hacía daño por dentro, y no pudo contenerse. Pero las palabras salieron solas de su escondite. Sentía las manos extrañas e inútiles sin el libro, y la necesidad de seguir en el colegio se había alzado y había salido de su boca sin que ella lo decidiera. 

Hubo un silencio. Su abuela se volvió hacia su hijo. Kitty miró un momento a su madre antes de centrarse en su labor. ¿Qué era lo que hacía? Un ridículo paño de encaje y cintas para su «ajuar», como ella lo llamaba, con aquel afectado acento francés que a Esme la enfurecía tanto que le daban ganas de gritar. La doncella había dicho hacía poco: Primero tendrás que buscarte un marido, y Kitty se disgustó tanto que salió corriendo de la sala, así que Esme sabía que era mejor no criticar aquel creciente montón de encaje y seda que se acumulaba en el armario. 

—Ni hablar —dijo su padre. 

—Por favor. —Esme se levantó, agarrándose las manos para contener su temblor—. La señorita Murray dice que podría conseguir una beca, y luego tal vez ir a la universidad y... 

—No serviría de nada —declaró su padre, al tiempo que se acomodaba en su butaca—. Mis hijas no trabajarán. 

Ella dio una patada en el suelo, y con ello se sintió mejor, aunque sabía que era un gesto absurdo que empeoraría las cosas. 

—¿Y por qué no? —gritó, porque últimamente notaba que algo se cernía sobre ella. No soportaba la idea de que en pocos meses estaría allí, entre esas cuatro paredes, sin ninguna razón para salir de la casa, vigilada todo el día por su madre y su abuela. Kitty se marcharía pronto, llevándose sus encajes y cintas. Y no habría alivio, no podría escapar de su habitación ni de su familia, hasta que se casara, y la idea del matrimonio era igual de agobiante, si no peor.”

La extraña desaparición de Esme Lennox

Maggie O’Farell

Salamandra, 2009

Pág. 132-134

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