29 d’oct. 2020

música i literatura, 14

 


Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 23/12/881 – San Juan, Puerto Rico, 29/05/1958, estudió en la Universidad de Sevilla, pero abandona Derecho y Pintura para dedicarse a la literatura influenciado por Rubén Darío y los simbolistas franceses.

Tiene varias crisis de neurosis depresiva y permanece ingresado en Francia y en Madrid; en esta ciudad se instala definitivamente.

Realiza viajes a Francia y a Estados Unidos, donde se casa en 1916 con Zenobia Camprubí.

En 1936, al estallar la Guerra Civil, se exilia a Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico. En este último país recibe la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1956.

 

La crítica suele dividir su trayectoria poética en tres etapas:

Etapa sensitiva (1898-1915): marcada por la influencia de Bécquer, el Simbolismo y el Modernismo. En ella predominan las descripciones del paisaje, los sentimientos vagos, la melancolía, la música y el color, los recuerdos y ensueños amorosos. Se trata de una poesía emotiva y sentimental donde se trasluce la sensibilidad del poeta a través del perfeccionismo de la estructura formal.

Etapa intelectual (1916-1936): descubrimiento del mar como motivo trascendente. El mar simboliza la vida, la soledad, el gozo, el eterno tiempo presente. Se inicia, asimismo, una evolución espiritual que lo lleva a buscar la trascendencia. En su deseo de salvarse ante la muerte se esfuerza por alcanzar la eternidad a través de la belleza y la depuración poética.

Etapa verdadera (1937-1958): todo lo escrito durante su exilio americano.

Fuente: Instituto Cervantes




Primavera y sentimiento

(poema completo) 

Estos crepúsculos tibios

son tan azules, que el alma

quiere perderse en las brisas

y embriagarse con la vaga

tinta inefable que el cielo

por los espacios derrama,

fundiéndola en las esencias

que todas las flores alzan

para perfumar las frentes

de las estrellas tempranas.

 

Los pétalos melancólicos

de la rosa de mi alma,

tiemblan, y su dulce aroma

(recuerdos, amor, nostalgia),

se eleva al azul tranquilo,

a desleirse en su mágica

suavidad, cual se deslíe

en un sonreír la lágrima

del que sufriendo acaricia

una remota esperanza.

 

Está desierto el jardín;

las avenidas se alargan

entre la incierta penumbra

de la arboleda lejana.

Ha consumado el crepúsculo

su holocausto de escarlata,

y de las fuentes del cielo

(fuentes de fresca fragancia),

las brisas de los países

del sueño, a la tierra bajan

un olor de flores nuevas

y un frescor de tenues ráfagas…

Los árboles no se mueven,

y es tan medrosa su calma,

que así parecen mas vivos

que cuando agitan las ramas;

y en la onda transparente

del cielo verdoso, vagan

misticismos de suspiros

y perfumes de plegarias.

 

¡Qué triste es amarlo todo

sin saber lo que se ama!

Parece que las estrellas

compadecidas me hablan;

pero como están tan lejos,

no comprendo sus palabras.

¡Qué triste es tener sin flores

el santo jardín del alma,

soñar con almas floridas,

soñar con sonrisas plácidas,

con ojos dulces, con tardes

de primaveras fantásticas!…

¡Qué triste es llorar, sin ojos

que contesten nuestras lágrimas!

Ha entrado la noche; el aire

trae un perfume de acacias

y de rosas; el jardín

duerme sus flores… Mañana,

cuando la luna se esconda

y la serena alborada

dé al mundo el beso tranquilo

de sus lirios y sus auras,

se inundarán de alegría

estas sendas solitarias;

vendrán los novios por rosas

para sus enamoradas;

y los niños y los pájaros

jugarán dichosos… ¡Almas

de oro que no ven la vida

tras las nubes de las lágrimas!

 

¡Quién pudiera desleirse

en esa tinta tan vaga

que inunda el espacio de ondas

puras, fragantes y pálidas!

¡Ah, si el mundo fuera siempre

una tarde perfumada,

yo lo elevaría al cielo

en el cáliz de mi alma!

 

  Rimas (1902)

 

“Este largo romance, que Juan Ramón escribió en el retiro de Burdeos, para su composición, escoge el momento cambiante del crepúsculo («Ha consumado el crepúsculo / su holocausto de escarlata»), vinculado al rito sacrificial en que la sangre aparece como vehículo de la vida. Visto así el poema, hay un tránsito de la tristeza («¡Qué triste es amarlo todo / sin saber lo que se ama!») a la esperanza («¡Ah, si el mundo fuera siempre / una tarde perfumada, / yo lo elevaría al cielo / en el cáliz de mi alma!»), de la muerte a la inmortalidad. Valiéndose del romance octosilábico, el poeta crea un ambiente elegiaco y misterioso («Está desierto el jardín»), donde el yo lírico se siente dominado por una infinita tristeza, tal vez debida a la imposibilidad del amor, en la que se refugia para afirmar su singularidad. La tristeza deviene así soledad creadora, cuya naturaleza efímera nos hace renunciar a lo inmediato para buscar lo esencial. A la hora de componer el romance, Juan Ramón tuvo en cuenta los poemas «Está la noche serena», de Espronceda; «Sobre el corazón la mano», de Bécquer; y «Primaveral», de Rubén Darío, en los que se percibe el deseo de un amor juvenil y su imposible realización, de manera que los recursos utilizados por el poeta andaluz, como la marca subjetiva de la exclamación a partir de un mismo núcleo oracional («¡Qué triste es») o el carácter explicativo del paréntesis, «(fuentes de fresca fragancia)»; el valor determinativo de los adjetivos («crepúsculos tibios», «vaga tinta inefable», «pétalos melancólicos», «dulce aroma», «mágica suavidad», «remota esperanza», «incierta penumbra», «tenues ráfagas», «cielo verdoso», «almas floridas», «primaveras fantásticas», «beso tranquilo», «sendas solitarias», «ondas puras, fragantes y pálidas», «tarde perfumada»), que alteran la significación del sustantivo y ponen de relieve una cualidad escogida por el hablante; y los símbolos de la rosa («la rosa de mi alma»), el jardín («el santo jardín del alma») y el cáliz («el cáliz de mi alma»), que inciden en una misma realidad anímica, confieren todos ellos un tono melancólico al poema, expresión de la ausencia de un ideal a realizar, pues el melancólico se refugia en su yo para ver realizados sus sueños. Lejos de hundirse en la desesperanza, signo de aceptada resignación, el melancólico se funde aquí con el paisaje y su alma, elevándose hasta el azul, deja entrever una armonía plena del sentimiento amoroso. En este sentido, la verdadera melancolía es activa, pues busca liberarse del pasado («recuerdos, amor, nostalgia») para construir un futuro mejor («se inundarán de alegría / estas sendas solitarias»). Sólo el individuo fundido con la naturaleza («una tarde perfumada») puede acceder a la inmortalidad («¡Almas / de oro que no ven la vida / tras las nubes de las lágrimas!»), realizar el sueño del amor completo. Para superar la melancolía amorosa, es necesario abrirse a los demás, lograr la armonía universal sin renunciar a lo privado.”

 

Análisis del poema a cargo de 

Armando López Castro

Universidad de León


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