7 d’oct. 2020

música i literatura, 3

 


La proposta de l'Andrés:

El nueve de abril de 1821 nació el que sería uno de los poetas malditos en la Francia del siglo XIX, y uno de los más importantes en la historia de la literatura: Charles Pierre Baudelaire.

Su trabajo marcó el desarrollo del futuro movimiento simbolista francés con la obra "Las flores del mal", un poemario que reúne su producción poética desde 1840.  La publicación causo un enorme revuelo literario y, especialmente, social; calificada como "Un hospital abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón", Baudelaire se vio obligado a comparecer en el  juzgado por delito de ofensa contra la moral pública.

La primera edición de “La flores del mal” data del año 1857, sin embargo, la edición definitiva se publicó once años más tarde, en 1868, porque de la primera fueron censurados al menos seis poemas por ultraje a la moral pública. La de 1868 incluye 151 poemas que rápidamente fueron todo un modelo a seguir para las futuras generaciones de escritores.

 El poemario bebe de las principales ideas románticas: la búsqueda del ideal de la belleza, la afirmación del yo, la libertad, la huida de la realidad cotidiana, la rebeldía, el malditismo o el gusto por lo morboso y oscuro; todo ello tratado con una gran libertad compositiva.



Y esta es la versión original:

La musique 

La musique souvent me prend comme une mer!

Vers ma pâle étoile,

Sous un plafond de brume ou dans un vaste éther,

Je mets à la voile;

 

La poitrine en avant et les poumons gonflés

Comme de la toile

J'escalade le dos des flots amoncelés

Que la nuit me voile;

 

Je sens vibrer en moi toutes les passions

D'un vaisseau qui souffre;

Le bon vent, la tempête et ses convulsions

 

Sur l'immense gouffre

Me bercent. D'autres fois, calme plat, grand miroir

De mon désespoir!


En este poema, la imagen del mar expresa, para la voz poética, la idea de infinito, es decir, de espacio; por eso su imagen es apropiada para la música. La música da idea de espacio, pero no es que al escuchar música uno piense en el espacio sino que uno siente el espacio en la música.

Charles Baudelaire, en el libro conocido como Los pequeños poemas en prosa, y también como El spleen de París,  nos dice,  en el titulado “El confíteor del artista”: 

“¡Qué penetrante es el final de los días de otoño! ¡Ah, penetrante hasta el dolor! Pues hay ciertas sensaciones deliciosas cuya vaguedad no excluye la intensidad; y no hay punta más acerada que la del Infinito. 

 ¡Gran delicia la de ahogar la mirada en la inmensidad del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, incomparable castidad del azur!, una pequeña vela que se estremece en el horizonte y que por su pequeñez y su aislamiento imita mi irremediable existencia, la melodía monótona del oleaje; todas esas cosas piensan por mí, o yo por ellas (¡pues en la grandeza del ensueño el yo se pierde rápido!); esas cosas piensan, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. 

 No obstante, esas ideas, ya salgan de mí o broten de las cosas, enseguida se tornan demasiado intensas. La energía en la voluptuosidad crea un malestar y un sufrimiento positivos. Mis nervios, demasiado tensos, no producen más que vibraciones estridentes y dolorosas. 

 Y ahora, la profundidad del cielo me consterna, su limpidez me exaspera. La insensibilidad del mar, la inmutabilidad del espectáculo me sublevan… ¡Ah! ¿Habrá que sufrir eternamente, o eternamente huir de lo bello? 

 Naturaleza, hechicera despiadada, rival siempre victoriosa, ¡déjame! ¡Ya no tientes mis deseos y mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en el que el artista grita de espanto antes de ser vencido.” 

Baudelaire admiraba la obra de Beethoven, especialmente sus sonatas, y, como dijo en una frase famosa: “La música excava el cielo”.


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