¡QUÉ BELLO
SERA VIVIR SIN CULTURA!: LA CULTURA COMO ANTIDOTO FRENTE A LOS PELIGROS DE LA
IDIOTIZACIÓN
Cesar
Antonio Molina
Editorial Destino, 2021
páginas: 432
"En El cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell cuenta una anécdota,
real o apócrifa, que le sucedió al escritor francés Paul Claudel cuando representaba diplomáticamente a su país en
Japón. Un día salió de su residencia en Tokio para acudir a una fiesta y cuando
regresaba contempló con estupor que su casa estaba siendo devorada por un gran
incendio. El poeta pensó inmediatamente en sus manuscritos y en su biblioteca,
repleta de joyas bibliográficas. Cuando alcanzó el jardín vio que un hombre salía
de entre las llamas llevando algo en sus brazos. Era el mayordomo que,
dirigiéndose a él, le informó muy orgulloso: « ¡No se alarme señor. He salvado
el único objeto de valor!». Ese objeto no era otro que su uniforme de gala.
Desde hace algún tiempo yo tengo una pesadilla semejante. Regreso a mi casa
como el personaje de John Cheever,
el nadador, después de haber recorrido, no las piscinas por las que él iba
nadando, sino las bibliotecas del mundo,
y me encuentro en la misma situación que el autor galo de El zapato de raso. A mi encuentro no acude ningún sirviente, sino
un ser indefinido que repite las mismas palabras que el mayordomo japonés y me
entrega un pendrive. Él añade que ahí no solo están todos mis libros
desaparecidos, sino que ha incluido los fondos de las principales instituciones
del mundo. Me quedo sorprendido, pero le digo que yo solo necesito mis libros
físicamente, aquellos que yo compré y me han acompañado toda la vida. Son mis
mejores amigos y no puedo prescindir de ellos. Él me responde muy seriamente
que eso no solo es ya imposible sino, además, una estupidez. «¿Para qué quiere
usted tantos volúmenes que le ocupan gran parte de su casa si los tiene todos
aquí, en este objeto más pequeño que el dedo de su mano?». Compruebo que la
discusión no lleva a ningún sitio y, entonces, despierto. Cuando lo hago, veo
que todo aún está en su caótico lugar. Por las mesillas, por las mesas y las
estanterías dobladas por el peso, aún reposan las miles de hojas impresas
protegidas por las portadas multicolores. Toco unos libros, abro otros y
recuerdo la historia de cada uno de ellos: su nacionalidad, su lengua, el peso
que arrastran desde el origen. Mi biblioteca está compuesta por cientos de
ciudades, miles de calles y otros tantos paisajes. Por estos espacios he
caminado con los autores y sus personajes. He vivido sus vidas a lo largo de
muchos siglos y cuando toco las páginas que estoy leyendo percibo sus lágrimas
o sus risas, sus olores, veo los colores del amanecer o del ocaso. Un libro
también es un objeto, una materia, una representación, un símbolo, una
dimensión.”
El mundo digital, las nuevas
tecnologías y las redes sociales están transformando nuestra vida cotidiana, y
estos cambios se reflejan en áreas tan importantes como el trabajo, la
enseñanza, las relaciones sociales o la economía. Cada vez vivimos más
conectados, lo que provoca que nos sintamos atados y vigilados y que el deseo
de consumir algoritmos aumente, mermando nuestro poder de decisión y nuestro espíritu
crítico. Al mismo tiempo, somos adictos a esta tecnología y sentimos angustia y
confusión cuando nos desconectamos del continuo torrente de estímulos e
información que recibimos a través de las pantallas.
¿Pero cómo podemos protegernos
de las redes sociales en la nueva realidad? Y en medio de esta gran
transformación social y cultural, ¿cuál es el papel del arte, la literatura, la
lectura, las bibliotecas, la escritura, las ideologías o las creencias? ¿Cómo
podemos saber la verdad cuando estamos rodeados de tantas noticias falsas, de
populismos políticos o de la ficticia sensación de libertad y felicidad que nos
proporciona internet? ¿Acaso estamos condenados a vivir en un mundo sin
cultura, sin pensamiento o reflexión, un mundo en el que la individualidad de
cada ser humano se disolverá en una masa informe?
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