La fotografía que ilustra esta entrada es del fotógrafo
Yusuf Beyazit Nacido en Bursa, Turquía,
en 1960, emigró a Berlín en 1995, donde trabajó como fotógrafo de naturaleza y
teatro. En 2010 se dedicó cada vez más a la fotografía social. Hoy su trabajo pivota entre el grupo berlinés "Fotógrafos solidarios", y la fotografía de la naturaleza.
Refugiados en marcha en
Alemania
Un grupo de refugiados atraviesa Alemania a pie para protestar por sus
condiciones de vida
por Rafael Poch
La Vanguardia 14/10/2012
“A la Oranienplatz del barrio berlinés de Kreuzberg
acaba de llegar una marcha de refugiados. Durante un mes ha recorrido Alemania
a pie, desde Würzburg hasta Berlín, 600 kilómetros, para protestar por las
condiciones a las que están sometidos. Jóvenes solidarios locales y refugiados
levantan tiendas de campaña. Se cocina comida caliente. Los emigrantes y
refugiados son los héroes anónimos de la Europa actual, gente que lleva en su
biografía historias increíbles. Su marcha de protesta en Alemania es ilegal y
no tiene precedentes.
Con 18 años Bashirollaj Safi se fue de Afganistán a
Grecia. Le acompañaba su hermano de 9 años. “La vida en Grecia se ha hecho
imposible”, explica. Los emigrantes no se atreven a salir de casa por temor a
ser atacados por fascistas y policías que trabajan al unísono, dice. Un día, un
grupo persiguió por la calle a su hermano que volvía de la escuela, le tumbó le
rompió un brazo. “Yo fui golpeado varias veces, un amigo fue arrollado por una
moto y mientras estaba en el suelo otra volvió a pasar por encima. Murió dos
horas después”.
Bashirrollaj y su hermano estuvieron seis semanas en
la cárcel por ilegales, les hicieron firmar un papel y los entregaron en la
puerta de la cárcel a un grupo que esperaba en un coche. Resultaron ser
secuestradores que pretendían pedir rescate por ellos. Nueve días después
lograron fugarse, denunciaron el hecho a la policía, pero volvieron a
encarcelarlos por doce días. “Entre 2008 y 2010 pude trabajar, luego la
situación se complicó demasiado”. “Últimamente he pensado en el suicidio”, dice
el joven afgano, que ha logrado llegar a Alemania. Pero aquí la situación no es
ninguna broma.
El suicidio no es raro en las residencias y campos
de internamiento alemanes para refugiados. En el de Weiden (Baviera) dos
jóvenes de 22 y 24 años lo intentaron recientemente. A principios de año se
suicidó el refugiado Mohamad Rajsepar y el 4 de septiembre fue el joven iraní
de 27 años, Samir Hashemi, en Kirchheim unter Teck, en el centro de Alemania.
Llevaba diez meses en Alemania y todavía no le habían hecho la “entrevista”,
requisito para alcanzar el estatuto de refugiado.
Más que “estatuto” se trata de un infierno. El
refugiado tiene prohibido buscar trabajo autónomamente y está condenado a vivir
de la asistencia social, 300 euros al mes que en muchos casos se quedan en 40
euros, siendo el resto cheques canjeables por comida en un establecimiento
concreto, explica Bernard, camerunés de 28 años y que lleva un año en Alemania.
Los primeros tres meses se pasan en una “residencia
de acogida”, luego tras la llamada “entrevista” en la que se rellena un gran
cuestionario, pasas a otra residencia que es como una especie de limbo. No se
puede abandonar el distrito de asignación sin permiso, ni pernoctar fuera de la
residencia.ç
“Tienen a la gente en habitaciones minúsculas,
nuestra residencia es para 300 personas y somos 700, hay una sola ducha para
300 y un ambiente estresante en el que en cualquier momento te pueden deportar,
viene la policía a llevarse a alguien a la fuerza por la noche, oyes gritos....
La policía te dice, “vuelve a tu país aquí no te necesitamos”. “En las
localidades es como si se formara a la gente para el racismo. En el hospital,
en el comercio eres atendido el último aunque hayas llegado el primero”.
Muchas residencias son campos en medio del bosque o
en zonas rurales aisladas, dice. “Salir a pasear por el pueblo significa
enfrentarse constantemente a los controles policiales”, explica Bernard. “Los
agentes te conocen perfectamente, pero es una forma de presión psicológica, una
vez uno de ellos me dijo, “es mejor que no salgáis porque cuando hay demasiados
negros fuera ensuciáis la calle”. “¿Los neonazis?, te insultan y te tiran
piedras. En el hospital no se ocupan de ti, si te duele la barriga te dan paracetamol.
Con los funcionarios, si hablas inglés te dicen, “hable alemán, no le
entiendo”, pero no tenemos posibilidad de estudiar alemán porque no tenemos
libertad de circulación”, explica el camerunés, que habla tres lenguas europeas
y otras tres de su país, de las que su compañero Patrice habla nueve.
“Imagínese el estado de ánimo de la gente”.
De la residencia de Bernard una treintena se han
sumado a la marcha de protesta. Es una transgresión porque no te puedes
ausentar así, pero de momento no ha habido detenciones ni represalias. “Quien
no se arriesga no cambia nada”, dice.
“Pedimos la abolición de la prohibición de abandonar
la residencia asignada, poder trabajar y acceder a cursos de alemán, la
aceleración de los procedimientos de asilo, permisos de residencia, que la
policía deje de practicar controles racistas selectivos, que cierren los campos
para refugiados aislados en los bosques y la abolición de las deportaciones”
¿Solidaridades?: “siempre hay una minoría que nos apoya. En Potsdam una mujer
nos trajo flores. Otra nos dio agua, algunos han aplaudido a nuestro paso...”
En Alemania hay unos 130.000 solicitantes de asilo,
de los que unos 40.000 están forzados a vivir en campos. En relación a su
población, Alemania ocupa una posición intermedia por el número de refugiados
que acoge. Catorce países europeos tienen más refugiados. Cada año centenares
de hombres, mujeres y niños mueren intentando alcanzar territorio europeo.”
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