10 de maig 2022

corazón de ulises, fragment 1

 

“Con su acostumbrada lucidez, Werner Jaeger ha definido mejor que nadie los ideales de la cultura griega. Su libro Paideia apareció en 1933 y, en mi opinión, no ha sido superado por ningún otro. Su magnífico estudio del espíritu griego establece en el concepto areté, tan empleado por Homero y de cuyo plural nace el término "aristocracia", el íntimo ideal de los aqueos que acabaría por transformarse, con más amplios contenidos, en el ideal de la cultura clásica.

Areté podría significar "virtud", pero en un sentido desprovisto de matices morales de índole religiosa. La areté sería una virtud meramente laica, que incluía el heroísmo en el combate y también una conducta cortesana. El ideal caballeresco de los aqueos era patrimonio de los nobles guerreros, pero tras la invasión doria el pueblo lo hizo suyo y siguió transmitiéndolo a las siguientes generaciones de griegos. La areté suponía fuerza y vigor físicos, modos de comportamiento, educación en los mitos de la Antigüedad y, desde luego, retórica. Con el paso del tiempo, también llegó a significar prudencia y astucia. Así, mientras el héroe homérico Aquiles se distinguía, sobre todo, por su fuerza y valor, el otro gran héroe de los poemas de Homero, el itacense Odiseo, basaría su areté en su enorme ingenio y su capacidad para encontrar recursos con que eludir situaciones difíciles. La areté de Aquiles se cifra en el heroísmo en el combate; la de Ulises puede llegar a ser, incluso, la capacidad para engañar cuando es el caso. No hay que olvidar que los criterios morales de los griegos no se parecían en absoluto a los nuestros, heredados en su mayoría del mundo cristiano. Sus dioses, entre otras cosas, no eran infinitamente buenos e infinitamente justos, como el dios cristiano, sino infinitamente malignos e infinitamente caprichosos. En la Antigüedad clásica, del último que podías fiarte era de un dios.

Para un noble de la aristocracia aquea, el culto al valor y al heroísmo se sobreponían a cualquier otro valor, y el sentido del deber debía regir su conducta a lo largo de toda su vida. La victoria no era tanto vencer en el combate como mantener la norma de conducta. Era preferible morir en la lucha que huir atenazado por el miedo y ser derrotado por la cobardía. Además de poseer coraje, el noble debía conocer la historia de los héroes antiguos para poder emularlos, y ser capaz de emplear una bella retórica con la que cantar sus propias gestas y hacer oír sus criterios en la asamblea de los notables. Aquiles, a quien su padre Peleo confió al prudente y sabio centauro Quirón para que se encargara de su instrucción, fue educado en la norma de "pronunciar palabras y realizar acciones", según se recoge en la Ilíada.

La principal ambición de aquellos guerreros aristócratas era ganar fama y honor; por eso eran, al tiempo, soberbios y magnánimos. Buscaban el reconocimiento social con todo desparpajo. Ellos poseían la areté como un tesoro espiritual negado a los hombres ordinarios. Y necesitaban de ese reconocimiento social.

De modo que, desprovistos de un código moral tal y como hoy consideramos ese concepto, y atados a una norma de conducta cuyos objetivos eran la gloria y la fama, los aqueos alumbraron un ideal propiamente estético. Su propósito era convertirse en almas selectas, un anhelo que sobrevivió, con otras formas, en los pensamientos de la gran filosofía griega, en Platón y Aristóteles, y una aspiración griega transmitida al mundo desde los textos de Homero. Había que ser noble para ser bello, y sin belleza no podía existir nada que fuese noble.

En los siglos posteriores al nacimiento de los poemas homéricos, la civilización griega amplió los dominios de sus aspiraciones morales y estéticas, sobre el campo de valores trazados por los aqueos. No hay que olvidar que los jóvenes atenienses de los siglos VI y V, y también el joven Alejandro Magno, un siglo después, se educaron aprendiendo los versos de la Ilíada y la Odisea, lo que suponía la comprensión y aceptación de un mundo de valores determinados por el impulso de llegar a convertirse en almas selectas.

Grecia construyó su ambición de inmortalidad al margen de los dioses, más acá de la muerte. "Apropiarse de la belleza" era la norma aristotélica. Y la aspiración a la belleza surgía como el fruto de una selección: la búsqueda del equilibrio, la armonía de las formas, el esfuerzo de los escritores por crear obras inmortales, la lucha por establecer un definitivo canon para todas las artes; la fama, en fin, lograda a través del rigor estético.

Puede no ser otra la razón por la que el alma griega ha saltado en el tiempo y llegado hasta nosotros viva y plena de juventud. Quizá es por ello por lo que sus obras no acaban nunca de decir todo lo que tienen que decirnos. Los códigos morales se diluyen en los siglos, pero la aspiración a la belleza, al honor y al coraje vuelve una y otra vez a convertirse en un anhelo humano que es imperecedero.

"Más vale morir de pie que vivir de rodillas", gritaba la Pasionaria en el Madrid cercado por el fascismo en 1936. ¿No es acaso un grito casi estético que hubiera hecho suyo el propio Aquiles? "Un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado", escribía Hemingway en El viejo y el mar. ¿No firmaría tan romántico aserto un héroe homérico del talante de Héctor o de Áyax? ¿Y qué decir de la fama que buscaba lograr nuestro admirado y querido Don Quijote?

Los leones de la puerta del palacio de Micenas siguen en el lugar donde fueron colocados por los artistas aqueos. Pero sus cabezas han volado en busca del aire. Y aún planean sobre los infinitos espacios del alma perpleja de los hombres. "¡Ah, cuando yo era niño", clamaba el poeta Antonio Machado, citado por Manuel Fernández-Galiano,"... y soñaba con los héroes de la Ilíada!".”

Corazón de Ulises
Javier Reverte
Círculo de Lectores, 1999
Página 34-36

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