12 de maig 2022

corazón de ulises, fragment 3

 

Ruïnes Biblioteca de Pèrgam (Turquia)



"Continué camino el día después, rumbo al norte. La siguiente etapa de mi viaje griego era Çanakkale, al borde del estrecho de los Dardanelos, la ciudad más próxima a las ruinas de la legendaria Troya homérica. Pero antes quería detenerme en Bergama, la Pérgamo de griegos y romanos, donde se guardó durante siglos una de las bibliotecas más importantes del mundo antiguo. La imponente librería de Pérgamo rivalizó con las de Constantinopla y Alejandría, y como las otras, desapareció en los saqueos y en el fuego. La humanidad ha perdido grandes cosas en su largo viaje de siglos a caballo de la intransigencia, el odio, la guerra y el fundamentalismo. Pero la pérdida peor de todas puede que no sea otra que la de las bibliotecas de las culturas griega y romana. Quemar libros, por otra parte, ha sido una de las pasiones favoritas de los hombres atacados por la fe ciega, fuesen bárbaros, árabes o cristianos. Y también de aquellos que han detentado un poder político sostenido sobre el pensamiento único, como los nazis, que hicieron pira en Berlín, poco antes de la II Guerra Mundial, con los libros que consideraban dañinos para su ideología. Y aún arden libros en el mundo cuando el atroz nacionalismo decide imponer la razón suprema de la sangre por encima del impulso de libertad.

La literatura es siempre el gran enemigo de la intransigencia religiosa, el absolutismo político y la barbarie nacionalista. Peor que los ejércitos del adversario, más dañina para un tirano que un bombardeo atómico. Por eso, la literatura tiene algo de redentora, es quien nutre el alma de fe en la libertad y la justicia. Ninguna ideología, ninguna religión, ni siquiera el mejor de los sistemas políticos, pueden usurpar a la literatura su hegemonía liberadora. Porque a menudo abre para los hombres caminos impensados por donde escapar del caos, del horror y del desánimo. Grecia fue su literatura, sobre todas las cosas: por eso la amamos, por eso nos asombra. En el milenio que asoma, como un abismo de incertidumbres delante de nuestros pies, la literatura puede decirnos de nuevo que no debemos aceptar que el hombre ha muerto, como proclamaba William Faulkner. Y puede que nos ayude a sortear los abismos volver otra vez el rostro hacia atrás y repensar en griego.

Camino de Pérgamo, me senté en el autobús al lado de un joven turco que, cosa extraña en el país, no lucía bigote, y que hablaba un buen inglés, cosa rara también. Se llamaba Ahmed, había vivido un año en Inglaterra y estudiaba para convertirse en recepcionista de hotel. "El turismo tiene mucho futuro en mi país, ¿sabe?" Iba hasta Çanakkale, donde habría de cumplir un año de servicio militar obligatorio. No parecía alentar muchos deseos de vestir de uniforme. "He tenido suerte: si me hubiesen destinado al sureste, habría tenido que pelear contra los kurdos; allí hay guerra, aunque los periódicos hablen poco de ello. En cambio, por aquí está todo tranquilo..., aunque nunca se sabe con los griegos."

Me acordé del muchacho griego que, una decena de días atrás, conocí en el barco que me llevaba a Kastellorizon. Al igual que Ahmed, era estudiante, consideraba un fastidio perder dos años de su vida en el ejército y miraba con esperanzas su futuro como ingeniero. ¿Tendrían alguna vez que enfrentarse a tiros aquellos dos buenos chavales por una razón tan absurda como el rencor histórico?"

Corazón de Ulises
Javier Reverte
Círculo de Lectores, 1999
Página 169-171

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