“La jubilación. Hermann Tertsch solía mencionarla con lengua insegura
hacia el tercer whisky, cuando su ordenador portátil ya había transmitido por
línea telefónica la crónica que publicaría El País a la mañana siguiente.
Hermann acababa de escribir un libro explicando la guerra en la ex Yugoslavia y
lo habían ascendido a jefe de Opinión del diario, lo que significaba jubilarse
de los viajes y la acción después de muchos años como reportero en Europa central.
Era un fulano de la escuela austrohúngara, como Ricardo Estarriol, de La
Vanguardia, y el maestro de maestros,
Francisco Eguiagaray, a quien todos los
taxistas de todos los hoteles de todo el este europeo saludaban con un
elocuente champán, chicas, factura, no problema. Generoso como un gran señor,
entrañable, nostálgico del Imperio y capaz de verter lágrimas con la Marcha de
Radetzky, Paco Eguiagaray era el gran especialista de la zona, y sus crónicas
para televisión, ferozmente antiserbias en los primeros momentos de la guerra,
le costaron una jubilación anticipada. Sin embargo, el tiempo le daba la razón.
Con Estarriol y Tertsch llego a predecir, al pie de la letra, lo que se
avecinaba en los Balcanes:
-Esos imbéciles de las cancillerías europeas no leen historia.
Solía referirse al tema mientras invitaba a champaña helado en Viena, Zagreb
o Budapest a los colegas más jóvenes, que acudían a él en busca de doctrina y experiencia.
Acudían todos salvo la Niña Rodicio, que después de solo dos años de periodismo
activo se había transformado directamente de modosa becaria en pozo de experiencia,
y no necesitaba doctrina de nadie, ni siquiera cuando confundía los calibres,
hablaba de los B-52 bombardeando en picado, o permitía que Márquez y los cámaras
que trabajaban con ella le sacaran las castañas del fuego. Quizá por eso la Niña
Rodicio hablaba mal de Paco Eguiagaray, de Alfonso Rojo, de Hermann y de todo
el mundo, y trataba a patadas a la gente de su equipo. Como decían Miguel de la
Fuente, Fermín, Alvaro Benavent y los que tuvieron el privilegio de vivir de
cerca el asunto, trabajar con ella era igualito que hacerlo con Ava Gardner.
En cuanto a los fulanos de las cancillerías citados por Paco Eguiagaray
al predecir el negro futuro de los Balcanes, estaban demasiado ocupados
ensayando sonrisitas de autocomplacencia y posturas ante el espejo como para
hacerle caso. "Vemos la crisis con razonable optimismo", había dicho
el ministro español de Exteriores días antes de que los serbios atacaran Vukovar.
"Habrá que hacer algo un día de estos", declararon sus colegas
europeos cuando la segunda parte empezó en Sarajevo. Entre pitos y flautas
habían tardado tres años en reaccionar, y lo hicieron chantajeando a los
musulmanes bosnios para que aceptasen el hecho consumado de la partición del
país; cuando ya nada podía devolver la virginidad a las niñas violadas, ni la
vida a las decenas de miles de muertos. Hemos parado la guerra, decían ahora
que todo parecía cerca de acabar, y se empujaban unos a otros para salir en la
foto, presentándose en el cementerio a pintar de azul las cruces. Cuarenta y
ocho de esas cruces correspondían a reporteros, muchos de ellos viejos amigos
de Márquez y Barlés. Y ojalá los ministros y los generales y los gobiernos
hubiesen hecho su trabajo como todos ellos: con el mismo pundonor y con la
misma vergüenza.”
Territorio Comanche
Arturo Pérez-Reverte
Ollero&Ramos editores, SL
Barcelona, 1994
Págs: 66-68
Arturo
Pérez-Reverte cubrió como reportero de TVE la guerra de Bosnia
“Territorio Comanche”
Director: Gerardo Herrero
Intérpretes: Imanol Arias, Carmelo Gómez,
Cecilia Dopazo, Gastón Pauls, Bruno Todeschini
Coproducción: Alemania, España, Francia
Año: 1997.
Guion: Salvador García Ruiz, Arturo Pérez
Reverte
Montaje: Carmen Frías
Fotografía: Alfredo Mayo
Música: Ivan Wyszogrod
Dirección artística: Luis Valles
Basada en
la novela de Arturo Pérez Reverte, la
película narra la historia de Laura (Cecilia Dopazo), una periodista con mucho
éxito y con muy pocos escrúpulos que viaja a Sarajevo durante el brutal cerco
al que se vio sometida la ciudad durante la horrible guerra de Bosnia. Laura
quiere ascender en su carrera periodística con sus crónicas sobre el asedio.
Allí conoce al español Mikel (Imanol Arias), un reportero experimentado de
vuelta de todo y con firmes convicciones, y a José (Carmelo Gómez), su cámara.
Este último está totalmente obsesionado con filmar la voladura de un puente, al
tiempo que intenta superar la dureza del día a día de la guerra. El viaje al horror de las bombas y francotiradores
cambiará la mentalidad de Laura.
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