31 d’ag. 2012

literatura i Sarajevo


La palabra más hermosa
"Venuto al mondo"
Margaret Mazzantini
Traducció: Roberto Falcó Miramontes 
Lumen
Barcelona, 2009

Presentació del llibre a la contraportada:

“Es de noche en Roma, todos duermen, pero el teléfono suena de repente… Una voz que llega de lejos invita a Gemma a un viaje a Sarajevo, la ciudad donde nacieron y murieron las emociones más hondas de su vida.
Allí, entre los estallidos de una guerra cruel e inútil, hace dieciséis años nació Pietro, un niño que ahora la llama mamá y es tan hermoso, sano y egoísta como cualquier otro adolescente. Pietro no conoce bien su origen y no sabe que en las calles estrechas de aquella ciudad sitiada Gemma vivió una historia de amor de esas que se te pegan a los huesos y te cambian para siempre.
Ahora, de vuelta a aquellas tierras, madre e hijo tendrán que enfrentarse a un pasado que esconde secretos, a unos cuerpos que aún llevan las huellas de un dolor antiguo, pero a lo largo del viaje también aprenderán palabras nuevas, esas que nos sirven para dar un sentido a nuestros errores y seguir apostando por un nuevo comienzo para todos.”

un petit fragment que narra el succés que va ser el germen del llibre de Galloway:
       
       "Era inevitable hacer cola. Para el agua, para el pan, para los medicamentos…La gente se jugaba el pellejo cuando se amontonaba en el mismo lugar, como palomas, pero era un día de confianza, de mujeres que hablaban en la acera, de niños que corrían entre las piernas. Brillaba el sol. La calle era Vase Miskina, donde ahora hay una de las rosas más grandes. También existe todavía la pequeña puerta, ya no venden pan pero continúa ahí.
La lista de nombres, pequeños y ordenados, se encuentra junto a la estrella y la luna musulmana, junto a un versículo del Coràn.


Había mujeres, hombres y niños que jugaban... Y no sabían que sus nombres iban a quedar grabados en la pared, a ser fotografiados por los teléfonos móviles de los turistas hasta el infinito. Era la cola para el pan, olía muy bien. Era finales de mayo, las golondrinas picoteaban las migas dejadas por la gente que desmenuzaba el pan en la calle. Hubo algunos afortunados. Gente mas rápida, con un mayor don de la oportunidad, que había empezado a hacer cola antes, antes que los demás, y se había ido con su barra de pan o una de aquellas hogazas sin levadura ni sal. Pero también hubo alguno que se quedo por casualidad, que se puso a charlar, a bromear con un conocido. Cayeron tres granadas, dos en la calle y una en el mercado de enfrente. Y todos los que estaban allí salieron despedidos, entre salpicaduras. La plaza se convirtió en un escenario teatral, con harapos ensangrentados por doquier. Esa escena repugnante iba a dar la vuelta al mundo. Ese pan empapado de sangre.
—No me podía creer que un niño tuviera un cerebro tan grande —dijo un anciano aferrado a un bastón—. Aquello no paraba de rezumar.
Una mujer sentada en un muro bajo no lloraba; abrazaba a sus dos hijos muertos, uno a cada lado. Otra intentaba recuperar su pierna, se arrastraba por el suelo con los codos para alcanzarla. Había un hombre que tenía un aspecto más macabro que los demás. Estaba boca arriba como uno de esos guantes que la gente encuentra por la calle y deja apoyado en una valla, por si acaso quien lo ha perdido vuelve a pasar por allí. Guantes desparejados, tristes, sucios de barro. Ese hombre estaba ahí como un guante apoyado en uno de aquellos tubos de hierro que dividen las calles. Pero no tenía barriga. Solo un gran agujero circular, algo deshilachado. Por detrás se veía huir a la gente, las camillas, y el seguía allí como si fuera un adorno extravagante.
Ese dia Gojko pareció enloquecer, se dirigió rápidamente hacia el lugar de la explosión, gritaba a los periodistas para que grabaran...
—i Así ahora la gente se dará cuenta de lo que pasa aquí!
Cogió una hogaza de pan y la abrió; la miga estaba empapada de sangre, como si fuera una salsa. Se la ofreció a los periodistas. —Tomad y comed todos, esta es nuestra sangre...
Luego se fue, desesperado como un Judas que va a ahorcarse.
Mas tarde la ciudad callaba. Había sido un día de confianza. Habían llegado aquellos jóvenes con los uniformes iguales y los cascos azules como el cielo... La gente se había ilusionado con que fueran ángeles custodios, con que la guerra hubiera acabado. Pero ahora el hospital estaba lleno de carne que esperaba sutura. También la montaña callaba. Las televisiones del mundo no hacían mas que emitir una y otra vez aquella cinta truculenta. Y los animales de allí arriba habían regresado a su guarida para beber rakija y celebrar su fama.
Nos fuimos al cabo de dos días. Había vuelto la luz, todas las lavadoras de Sarajevo empezaron a funcionar aquella misma noche. Me pareció una buena señal. Llegamos a 'Zagreb en un autocar que incluso tenia aire acondicionado; era uno de los que acostumbraba a llevar a los peregrinos a Medjugorje. En la capital croata pudimos coger un avión tranquilamente. Quería decirle muchas cosas a Diego, pero voy y le pregunto:
— ¿Qué tal un plató de espaguetis?
Diego sonrió.
Tenía los ojos rojos. Había que llevarlo a un medico y era lo primero que pensaba hacer. Ahora pensaba que Dios no iba a lavarnos los ojos nunca más.”

Pàgines: 323-325

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