La palabra más
hermosa
"Venuto al mondo"
Margaret
Mazzantini
Traducció: Roberto Falcó Miramontes
Lumen
Barcelona, 2009
Presentació del llibre a la contraportada:
“Es de noche en Roma, todos duermen, pero el teléfono suena de repente…
Una voz que llega de lejos invita a Gemma a un
viaje a Sarajevo, la ciudad donde nacieron y murieron las emociones más hondas de su vida.
Allí, entre los estallidos de una guerra cruel
e inútil, hace dieciséis años nació Pietro, un niño que ahora la llama mamá y
es tan hermoso, sano y egoísta como cualquier otro adolescente. Pietro no
conoce bien su origen y no sabe que en las calles estrechas de aquella ciudad
sitiada Gemma vivió una historia de amor de esas que se te pegan a los huesos y
te cambian para siempre.
Ahora, de vuelta a aquellas tierras, madre e hijo tendrán que enfrentarse a
un pasado que esconde secretos, a unos cuerpos que aún llevan las huellas de un
dolor antiguo, pero a lo largo del viaje también aprenderán palabras nuevas,
esas que nos sirven para dar un sentido a nuestros errores y seguir apostando
por un nuevo comienzo para todos.”
un petit fragment que narra el succés que va ser el germen del llibre de Galloway:
"Era inevitable hacer cola. Para el
agua, para el pan, para los medicamentos…La gente se jugaba el pellejo cuando se
amontonaba en el mismo lugar, como palomas, pero era un día de confianza, de
mujeres que hablaban en la acera, de niños que corrían entre las piernas.
Brillaba el sol. La calle era Vase Miskina, donde ahora hay una de las rosas más
grandes. También existe todavía la pequeña puerta, ya no venden pan pero continúa
ahí.
La lista de nombres, pequeños y ordenados, se encuentra junto a la
estrella y la luna musulmana, junto a un versículo del Coràn.
Había mujeres, hombres y niños que jugaban... Y no sabían que sus
nombres iban a quedar grabados en la pared, a ser fotografiados por los teléfonos
móviles de los turistas hasta el infinito. Era la cola para el pan, olía muy
bien. Era finales de mayo, las golondrinas picoteaban las migas dejadas por la
gente que desmenuzaba el pan en la calle. Hubo algunos afortunados. Gente mas rápida,
con un mayor don de la oportunidad, que había empezado a hacer cola antes,
antes que los demás, y se había ido con su barra de pan o una de aquellas
hogazas sin levadura ni sal. Pero también hubo alguno que se quedo por
casualidad, que se puso a charlar, a bromear con un conocido. Cayeron tres
granadas, dos en la calle y una en el mercado de enfrente. Y todos los que
estaban allí salieron despedidos, entre salpicaduras. La plaza se convirtió en
un escenario teatral, con harapos ensangrentados por doquier. Esa escena
repugnante iba a dar la vuelta al mundo. Ese pan empapado de sangre.
—No me podía
creer que un niño tuviera un cerebro tan grande —dijo un anciano aferrado a un
bastón—. Aquello no paraba de rezumar.
Una mujer sentada en un muro bajo no lloraba; abrazaba a sus dos
hijos muertos, uno a cada lado. Otra intentaba recuperar su pierna, se
arrastraba por el suelo con los codos para alcanzarla. Había un hombre que tenía
un aspecto más macabro que los demás. Estaba boca arriba como uno de esos
guantes que la gente encuentra por la calle y deja apoyado en una valla, por si
acaso quien lo ha perdido vuelve a pasar por allí. Guantes desparejados,
tristes, sucios de barro. Ese hombre estaba ahí como un guante apoyado en uno
de aquellos tubos de hierro que dividen las calles. Pero no tenía barriga. Solo
un gran agujero circular, algo deshilachado. Por detrás se veía huir a la
gente, las camillas, y el seguía allí como si fuera un adorno extravagante.
Ese dia Gojko pareció enloquecer, se dirigió rápidamente hacia el
lugar de la explosión, gritaba a los periodistas para que grabaran...
—i Así ahora la gente se dará cuenta de lo que pasa aquí!
Cogió una hogaza de pan y la abrió; la miga estaba empapada de sangre,
como si fuera una salsa. Se la ofreció a los periodistas. —Tomad y comed todos,
esta es nuestra sangre...
Luego se fue, desesperado como un Judas que va a ahorcarse.
Mas tarde la
ciudad callaba. Había sido un día de confianza. Habían llegado aquellos jóvenes
con los uniformes iguales y los cascos azules como el cielo... La gente se
había ilusionado con que fueran ángeles custodios, con que la guerra hubiera
acabado. Pero ahora el hospital estaba lleno de carne que esperaba sutura.
También la montaña callaba. Las televisiones del mundo no hacían mas que emitir
una y otra vez aquella cinta truculenta. Y los animales de allí arriba habían
regresado a su guarida para beber rakija y celebrar su fama.
Nos fuimos al
cabo de dos días. Había vuelto la luz, todas las lavadoras de Sarajevo empezaron
a funcionar aquella misma noche. Me pareció una buena señal. Llegamos a 'Zagreb
en un autocar que incluso tenia aire acondicionado; era uno de los que
acostumbraba a llevar a los peregrinos a Medjugorje. En la capital croata
pudimos coger un avión tranquilamente. Quería decirle muchas cosas a Diego, pero
voy y le pregunto:
— ¿Qué tal un plató de espaguetis?
Diego sonrió.
Tenía los ojos rojos. Había que llevarlo a un medico y era lo
primero que pensaba hacer. Ahora pensaba que Dios no iba a lavarnos los ojos
nunca más.”
Pàgines: 323-325
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