“Volví a mirar a las tres brujas que tenía al
lado, mejor dicho, a la rubia. Para mirar a las otras dos había que echarle al
asunto mucho valor. La verdad es que lo hice muy bien, como el que no quiere la
cosa, muy frío y con mucho mundo, pero en cuanto ellas lo notaron empezaron a
reírse las tres como idiotas. Probablemente me consideraban demasiado joven
para ligar. ¿No te fastidia? NÍ que hubiera querido casarme con ellas. Debía
haberlas mandado a freír espárragos, pero no lo hice porque tenía muchas ganas
de bailar. Hay veces que no puedo resistir la tentación y esa era una de ellas.
Me incliné hacia las tres chicas y les dije:
—
¿Os gustaría bailar?
No lo pregunté de malos rnodos ni nada, al
contrario, estuve finísimo, pero no sé por qué aquello les hizo un efecto increíble.
Empezaron a reírse como locas, de verdad. Eran las tres unas cretinas
integrales.
—
Venga — les dije —, bailaré con las tres una detrás de otra, ¿de
acuerdo? ¿Qué os parece? Decid que sí.
Me moría de ganas de bailar. Al final, como
se notaba que a quien me dirigía era a ella, la rubia se levantó para bailar
conmigo y salimos a la pista. Mientras tanto, los otros dos esperpentos siguieron
riéndose como histéricas. Debía estar loco para molestarme siquiera por ellas.
Pero valió la pena. La rubia aquella bailaba
de miedo. He conocido a pocas mujeres que bailaran tan bien. A veces esas
estúpidas resultan unas bailarinas estupendas, mientras que las chicas
inteligentes, la mitad de las veces, o se empeñan en llevarte, o bailan tan mal
que lo mejor que puedes hacer es quedarte sentado en la mesa y emborracharte
con ellas.
—
Lo haces muy bien — le dije a la rubia aquella — .Deberías dedicarte a
bailarina, de verdad. Una vez bailé con una profesional y no era ni la mitad de
buena que tú. ¿Has oído hablar de Marco y Miranda?
—
¿Qué?
Ni
siquiera me escuchaba, Estaba mirando a las mesas.
—
He dicho que si has oído hablar de Marco y Miranda.
—
No sé. No. No sé quiénes son.
—
Son una pareja
de bailarines. Ella
no me gusta nada. Se sabe todos los pasos perfectamente, pero no baila
nada bien. ¿Quieres que te diga en qué
se nota cuando una mujer es una bailarina estupenda?
No
me escuchaba. No hacía más que mirar por toda la habitación.
—
He dicho que si sabes en qué se nota cuando una mujer es una bailarina
estupenda.
—
No...
—
Veras, yo pongo la mano en la espalda de mi pareja, ¿no? Pues si me da
la sensación de que más abajo de la mano no hay nada, ni trasero, ni piernas,
ni pies, ni nada, entonces es que la chica es una bailarina fenomenal.
Nada,
ni caso, así que dejé de hablarle un buen rato y me limité a bailar. ¡Jo! ¡Qué
bien lo hacía aquella idiota! Buddy Singer y su orquesta tocaban esa canción
que se llama Just one of those things,
y por muchos esfuerzos que hacían no lograban destrozarla del todo. Es una
canción preciosa. No intenté hacer ninguna exhibición ni nada porque me
revientan esos tíos que se ponen a hacer florituras en Ja pista, pero me moví
todo lo que quise y la rubia me seguía perfectamente. Lo más gracioso es que me
creía que ella se lo estaba pasando igual de bien que yo hasta que se descolgó
con una estupidez:
—
Anoche mis amigas y yo vimos a Peter Lorre en persona. El actor de
cine. Estaba comprando el periódico. Es un sol.
—
Tuvisteis suerte — le dije —. Mucha suerte, ¿sabes?
Era
una estúpida, pero qué bien bailaba.”
J.D. Salinger
El guardián
entre el centeno
Alianza, 1978
pág. 80-81
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