1975
“Tiempo atrás, en 1939, cuando tenía veinte
años, estudié durante un tiempo en uno de los talleres de relatos de Whit
Burnett, en Columbia. Déjenme decirles que aquel fue un año muy instructivo y
provechoso para mí en casi todo. Con simpleza y conocimiento, Mr Burnett
dirigía el taller sin jamás permanecer neutral con respecto a uno. Cualesquiera
sean las razones que tuviese para estar allí, él básicamente no tenía
intenciones de usar la ficción como sostén de sí mismo en la jerarquía de las
revistas cuatrimestrales o en la academia. Generalmente llegaba tarde a clase,
disculpándose, y se las arreglaba para escaparse temprano. A menudo tengo dudas
acerca de lo que humanamente debe ser un buen y consciente guía de talleres de
ficción. Mr Burnett lo era. Tengo algunas nociones de cómo y por qué lo era,
pero esencialmente parece que sólo es necesario mencionar la pasión que tenía
por el relato corto. Para nosotros estaba claro que le encantaba echar mano a
cualquier relato excelente, ya sea de Bunin, Saroyan, Maupassant, Dean Fales,
Tess Slessinger, Hemingway, como también de Dorothy Parker y Clarence Day, sin adaptaciones
ni prejuicios ostentosos. Allí estaba él, inequívocamente, y por apestoso que
seguramente pueda sonar, al servicio del Relato Corto. Pero no quisiera pedirle
a Mr Burnett que cargue ya con mis roncas plegarias. Al menos, no de la misma
manera. Esto es algo que se ha quedado atascado en mi cabeza durante
veinticinco años. En clase, una noche, Mr. Burnett se sintió con ganas de leer
“That Evening Sun Go Down” de Faulkner en voz alta; se lanzó y lo hizo. Una
lectura rápida, en un indescriptible y singularísimo tono grave. En efecto, él
era mucho menos leyendo la historia en voz alta que atravesando cada palabra,
muy concienzudamente, con apenas el veinticinco por ciento de su voz. Cualquier
persona elegida al azar en la multitud de un subterráneo podría dar una versión
más dramática o de “mejor rendimiento”. Pero ése es el punto. Mr. Burnett se
abstenía deliberadamente de leer bien. Era como si se hubiese puesto bajo una
lámpara de lectura y su voz hubiese pasado a ser tinta y papel. En suma, dejaba
en tus manos averiguar cómo es que los personajes decían lo que decían.
Recibías el relato de Faulkner, sin intermediario alguno. Nunca antes yo había
escuchado a un lector hacerle tantas instintivas y sentidas concesiones a una
página parida por un escritor. Lamentablemente, nunca conocí a Faulkner, pero
siempre tengo presente enviarle una carta sobre esta manera única de leer su
prosa que tenía Mr Burnett. En esta loca y explosiva era, la gente que lee
relatos maravillosamente está por todos lados grabando discos, registrándose,
enalteciéndose en televisión o en la radio; yo quiero contarle a Faulkner, que
posiblemente ha oído innumerables buenas interpretaciones de su trabajo, que
Burnett, a lo largo de toda la lectura, no se interpuso ni una sola vez entre
el autor y su amado lector silencioso. Si ha vuelto a hacerlo realmente no lo
sé, pero el contento de cualquiera que haya alguna vez querido alcanzar algo,
sabe que la forma del relato corto debe quedarse en casa, intacta, lograda.
Saludos a Whit Burnett, Hallie Burnett y todos los lectores y colaboradores de
Story.”
“Introduction”
Fiction Writer’s Handbook
Hallie and Whit Burnett, New York:
Harper and Row, 1975
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