“Mi
abuela tomaba rapé de una tabaquera negra con adornos de plata, y de cuando en
cuando sorbía un polvito. Todo su aspecto tenía algo sombrío; pero de su
interior, por los ojos, irradiaba una serenidad inextinguible, fervorosa y
alegre. Era cargada de espaldas, casi jorobada, y a pesar de todo estaba muy
entera; pero se movía con suavidad y con soltura, como una gata grande, y
además, era tan suave como este amable animal. Antes de su llegada, yo había dormido, por decirlo así, en la sombra; pero su
aparición me despertó, me trajo a la luz, ligó cuanto me rodeaba con un hilo
irrompible, y lo trenzó en una telaraña policroma; desde el primer momento, me
fue cara para toda la vida, y se me adentró en el corazón como nadie en el
mundo; era para mí tan íntima, tan comprensible como ninguna otra persona. Su altruista
amor al mundo me hizo rico, me dio fuerzas y reciedumbre para la lucha por la
vida.”
Días de infancia
Máximo Gorki
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