“En la
estrecha habitación nacía el sentimiento del parentesco espiritual de los
trabajadores del mundo entero. Ese sentimiento los hacía a todos sentirse
integrados en un alma toda, llegando
también a la madre; y aunque aquello era algo que le resultaba desconocido, sin
embargo, la hacía ir erguida, por su
fuerza, alegría y juventud, embriagada
de esperanza.
— ¡Hay que ver
cómo son ustedes! — le dijo ella en una ocasión al ucraniano—. ¡Todos son
compañeros de ustedes, los armenios, los judíos, los austriacos, y se alegran y
se compadecen de todos!
— ¡De todos,
madrecita mía, de todos! —exclamó el ucraniano—. P ara nosotros no hay
naciones, ni tribus, sino sólo compañeros y enemigos. Todos los trabajadores
son amigos nuestros, y todos los ricos y
dirigentes, enemigos. ¡Cuando contemplas
con ojos de bondad la tierra, cuando
observas cuántos somos los trabajadores y cuánta fuerza portamos, una enorme
alegría penetra el corazón y una inmensa felicidad invade el alma! ¡Y del mismo
modo, madrecita, lo siente el francés y el alemán cuando contemplan la vida!
¡Del mismo modo se alegra también el italiano!
¡Todos somos hijos
de la misma madre, de la invencible idea
de la fraternidad del pueblo obrero del mundo entero! Ella nos da calor y es el sol celeste de la
justicia, y este cielo —en el corazón del trabajador sea él quien fuere, y se
llame como se le llame, el socialista— será ahora, siempre, y por los siglos de los siglos, hermano nuestro, en espíritu.
Aquella
infantil pero sólida fe crecía cada vez más en ellos, elevándose y fortaleciéndose en su
inquebrantable potencia. Y cuando la madre lo contemplaba, involuntariamente sentía de verdad que en el
mundo había nacido algo grandioso y claro, semejante al sol que ella veía en el
cielo.”
La madre
Maksim Gorki
traducción de Bela Martinova
Cátedra, 2005
Página 99
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