“— ¡Por los
camaradas, y por la causa, haría cualquier cosa! Y mataría. Incluso si se
tratara de mi propio hijo…
—
¡Oh, Andriusha! — exclamó en voz baja la madre.
Él sonrió y
dijo:
—
¡No hay más remedio! ¡La visa es así!
— ¡Sí...!
—dijo lentamente Pável, extendiendo el monosílabo—. La vida es así...
Repentinamente
excitado y obedeciendo a un impulso que le venía de dentro, Andréi se levantó, agitó las manos y empezó a decir:
— ¿Qué podemos
hacer? No queda más que odiar al hombre para que, cuanto antes, llegue el momento en que sólo
podamos admirar a las personas. Es
preciso aniquilar a aquel que entorpezca el curso de la vida, al que vende a los hombres por dinero, para con él comprar su paz o distinción. ¡Si en el camino de los justos se cruza un
Judas, que va a traicionarlos, yo sería Judas, si no lo aniquilara! ¿Acaso no tengo derecho a hacerlo? ¿Y ellos, nuestros amos, tienen derecho a rodearse de
soldados y verdugos, de burdeles y
cárceles, presidios y todo tipo de
instituciones ruines que les proporcionan paz y comodidad? A veces no me queda
más remedio que coger su palo. ¿Acaso hay otra salida? Y lo cogeré, no
renunciaré. Ellos están matando a
decenas y centenares de los nuestros, y eso me da derecho a alzar la mano para
ponerla sobre una de las cabezas del enemigo; al enemigo que más cerca se ha puesto de mí y
que resulta más pernicioso para la causa de mi vida. La vida es así. Yo voy en contra de eso, porque no lo deseo. ¡Sé que nada se conseguirá con la sangre del
enemigo; ésta no es fecunda...! La
verdad crece cuando es nuestra sangre la que rocía la tierra en forma de lluvia
intensa, porque la suya, podrida, desaparece sin dejar huella. ¡Yo lo sé! Pero
asumiré mi pecado, y mataría si fuera necesario. Pero yo sólo hablo de mí. Mi pecado moriría conmigo y no caería como una
mancha en el futuro, no mancillará a nadie; ¡a nadie más que a mí!
Andréi iba y
venía por la habitación, agitando las
manos delante de su rostro, y parecía
enteramente estar cortando algo en el aire, apartándolo de sí. La madre le miraba triste y alarmada,
sintiendo que algo se había quebrado en su interior y le producía dolor. Las
ideas oscuras y peligrosas del asesinato la detuvieron: «Si no le había matado
Vésovshikov, ningún otro compañero de Pável pudo hacerlo» —pensaba ella. Pável,
con la cabeza gacha escuchaba al ucraniano, mientras que aquél, obstinado y
firme, decía:
—No te queda
más que ir recto hacia delante y en contra de ti mismo. Es preciso saber entregarlo todo, todo tu corazón. Donar la vida y morir por la
causa. ¡Es sencillo! Debes entregar lo
más posible, y dar aquello que más quieres; entonces, con más fuerza, renacerá
en ti lo que te es más preciado: ¡tú verdad...!
Se detuvo en
medio de la habitación, pálido, con los ojos semiabiertos, y con la mano levantada pronunció triunfalmente
su promesa:
— ¡Sé que
llegará el día en que las personas se admirarán los unos a los otros; y cada cual brillará como una estrella para el
otro! Caminarán por la tierra hombres libres, grandes por su libertad, todos tendrán sus corazones abiertos, y el de cada uno estará libre de envidia, y
nadie tendrá malicia. Entonces, la vida ya no será vida, sino servicio al hombre, y su imagen se elevará a las alturas; para los hombres libres todas las cimas son
alcanzables. Entonces se vivirá en la
verdad y la libertad para la belleza, y serán mejores aquellos que con más
generosidad abracen el corazón del mundo, quienes lo amen más profundamente; los más
libres serán los mejores, habrá más belleza en ellos. ¡Serán grandes los
hombres de ese mundo...!
Se quedó
callado, se enderezó y, con una voz que le salía del pecho, dijo con
estridencia:
—Así es; por
una vida así, sería capaz de todo...”
La madre
Maksim Gorki
traducción de Bela
Martinova
Cátedra, 2005
Página 196-197
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