“Las dos mujeres se habían levantado y estaban recogiendo a toda prisa, aunque con gestos armoniosos, sus cuadernos y carpetas, y metiéndolos en una bolsa grande de lona. Pero ni aun ahora aquellos rostros, por los que empezaba a resbalar la lluvia, daban muestras de cansancio, contrariedad o apuro, sino que parecían, más bien, iluminados por un resplandor interno de serenidad.
Recibieron con afectuoso alborozo la llegada de aquellos dos ayudantes espontáneos, entre los cuatro despejaron rápidamente las mesas y enseguida emprendieron regreso a paso vivo hacia la zona cubierta del chiringuito. Ellas iban las primeras, tapándose la cabeza cada cual con su chaqueta, sonriendo, atentas a los bultos que porteaban.
De una de las carpetas, mal cerrada, se escapó un folio y salió volando en remolinos. Paquito, que escoltaba el grupo, dejó en el suelo una bandeja con tazas y vasos que traía, y salió corriendo por las escaleras que bajaban a la playa en persecución de aquel papel fugitivo, azotado por la lluvia.
Lo repescó, bastante sucio ya y mojadísimo, al borde del último escalón, tras dos intentos fallidos de ponerle el pie encima.
Estaba recién escrito y la tinta se había desteñido sobre una de las palabras en letra mayúscula. No eran más que dos. La primera, NUBOSIDAD, casi no se leía.”
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