Hombres justos
Ivan Jablonka
traducción: Agustina Blanco
Anagrama, 11/2020
464 páginas
Sinopsis:
“Un ensayo necesario que indaga en cómo deben superarse las masculinidades tóxicas mediante nuevos modelos no basados en la virilidad y la violencia.
Patriarcado, revolución feminista, sociedad igualitaria: he aquí los conceptos en los que se centra este ambicioso ensayo de Ivan Jablonka. Si en la impactante crónica Laëtitia o el fin de los hombres el autor exponía un caso extremo de hasta dónde puede conducir la masculinidad tóxica, aquí analiza ampliamente este tema desde las perspectivas histórica, sociológica y cultural.
Aborda en el libro los orígenes del patriarcado en las sociedades y en las religiones, basados en el hecho de que, al no tener la capacidad de procrear, el hombre optó por apropiarse del control de la sociedad. Esto da lugar a masculinidades tóxicas, que deben superarse mediante la asunción de unos nuevos modelos no basados en la virilidad y la violencia. Es el camino hacia una verdadera sociedad igualitaria, con justicia de género, que deje atrás el modelo patriarcal. Y esta redefinición de la masculinidad viene acompañada de la emancipación de la mujer en materias como la amorosa y conquistas como la autosatisfacción y el consentimiento explícito.
Un libro brillante y necesario, que aborda un tema de candente actualidad con mirada larga y sin dogmatismos.”
Ivan Jablonka: “El patriarcado nos envenena tanto como a las mujeres”
Tras ‘Laëtitia o el fin de los hombres’, el escritor francés recorre la historia de la dominación masculina en ‘Hombres justos’, donde propone refundar la virilidad para hacerla compatible con la igualdad de género.
por Álex Vicente
El País/Babelia
05/12/2020
“Ivan Jablonka (París, 1973) es un macho beta. “Desde que era pequeño, me sentí incómodo con el modelo de virilidad obligatorio”, relata en el comedor de su domicilio en París, en la octava planta de una torre vetusta del barrio de Belleville. “Me gustaban cosas de chicas: los dibujos animados de niñas, la poesía, las confidencias. A los 16 o 17 años, empecé a recibir insultos homófobos, pese a creerme más bien heterosexual”, afirma el historiador y sociólogo francés, con su esposa y sus tres hijas en la habitación contigua. A finales de 2017, el acontecimiento del Me Too fue el cataclismo feliz que intensificó las epifanías de orden privado que él había experimentado en las últimas décadas. “Una serie de evoluciones afectivas e intelectuales me hicieron tomar conciencia de algo para lo que no tenía palabras: que existían mil maneras distintas de ser un hombre”, añade.
El resultado de esa reflexión fue Hombres justos (Anagrama / Libros del Zorzal), un ensayo sobre la historia de la dominación patriarcal en el que propone reinventar la noción de hombría “para reconciliarla con los derechos de las mujeres y la ambición democrática de nuestra sociedad”, afirma el autor, que saluda la reciente multiplicación de ensayos sobre la llamada nueva masculinidad, opuesta al ideal de virilidad, fortaleza y temple que ha imperado durante siglos. Teorizado en círculos universitarios anglosajones desde los ochenta, este contramodelo protagoniza un sinfín de ensayos a la luz del caso Weinstein y sus corolarios, siempre bajo sospecha de cierto oportunismo. En el caso de Jablonka, sin embargo, la reflexión viene de lejos. El origen de este nuevo ensayo se encuentra en Laëtitia o el fin de los hombres, la exitosa crónica del asesinato y descuartizamiento de una adolescente de 18 años que tuvo lugar en 2011.
En las páginas del libro, Jablonka lo describía como un estudio sobre “el espectro de las masculinidades descarriadas del siglo XXI, tiranías de machos, paternidades deformadas, el patriarcado que no termina de morir”. Era un volumen sobre “las corrupciones viriles” que le hizo sentir, por primera vez, vergüenza de su propio género. “El subtítulo del libro lo dejaba claro: fue un primer intento de reflexión sobre lo masculino, sobre una masculinidad patológica y perversa. Ante ese modelo criminal, ¿qué podemos hacer? Quise darle una continuación más positiva y luminosa”, afirma el autor, que opina que la supuesta crisis de la masculinidad es una suerte, porque permitirá “quebrar el monolito” y refundar un modelo caduco. “Una vez diagnosticado el fin de los hombres, podemos hacerlos renacer con rasgos de hombres justos. Todavía no hay que tirar a los hombres a la basura. Hay esperanza para el cambio”.
Si uno apunta a sus acentos utópicos, en la vida como en el libro, Jablonka no se lo toma mal. “Necesitamos utopías en este mundo triste, realista. Los grandes cambios del siglo pasado surgieron de utopías. Los del siglo XXI, como la lucha contra el cambio climático, la reforma del capitalismo y la justicia de género, también lo son”, responde. “Los hombres justos aún no existen, porque la estructura social nos encarcela. El patriarcado nos envenena a todos, a los hombres tanto como a las mujeres”, añade el autor, que en su libro propone una “redistribución de género”, similar a la que se realiza con la riqueza. Hombres justos también es un tratado sobre la noción de “contramasculinidad”, un contrapoder que permita luchar contra la hipertrofia de lo masculino. “La experiencia del hombre blanco heterosexual no es universal, no representa a la humanidad entera. El hombre debe colocarse en el lugar que le pertenece y ceder espacio y poder a los demás”.
En el recorrido histórico que propone Jablonka sobresale una “ultraminoría” de hombres que lucharon por la igualdad. El resto prefirió mantenerse al margen de un debate residual, pero existente. “¿Prudencia, indiferencia, ceguera, desprecio, misoginia, miedo de traicionar el orden del género?”, se pregunta el autor. Con excepciones notables como Condorcet en Francia o John Stuart Mill en Inglaterra, pocos tomaron partido por esta causa. Karl Marx no era proletario, William Garrison no fue esclavo y André Gide no trabajó a la fuerza en las plantaciones del Congo, lo que no impidió que se implicaran en la lucha de clases, el abolicionismo y el desmantelamiento del régimen colonial. “En la cuestión de los derechos de las mujeres, la mayoría se contentó con el statu quo”, señala Jablonka, que hace un llamamiento a un “4 de agosto de 1789” de la igualdad, la fecha en que la Asamblea Constituyente abolió el sistema feudal en Francia. Un guiño a la Revolución Francesa que le valió alguna crítica cuando el libro se publicó en su país, donde sus impulsores acabaron guillotinando a Olympe de Gouges y traicionando al resto de mujeres que aspiraban a beneficiarse del fin de los privilegios.
Otro ataque puntual consistió en tratarlo como uno de esos aliados que se ponen debajo de los focos mediáticos hasta acabar eclipsando a las propias mujeres a las que querían defender. Jablonka se defiende oponiéndose a “la biologización del feminismo”. “Se trata de un pensamiento crítico que busca maximizar los derechos de las mujeres en un contexto de violencia y discriminación. Nada impide a un hombre adueñarse de ese combate. Lo que sería ridículo es que me presentara como un héroe del feminismo, pero no es el caso: solo quiero contribuir a redefinir la masculinidad. Por lo demás, estoy en contra del debate sobre la apropiación: se puede ser egiptólogo sin haber conocido a Cleopatra”, rebate el autor. “El mayor riesgo que corren los hombres es quedarse callados, descolgarse del paso al que avanza la historia. Hoy la modernidad política la encarnan las mujeres y los hombres se están quedando rezagados. Ellas ya no se parecen a sus madres. Nosotros, en cambio, seguimos pareciéndonos a nuestros abuelos”.
Masculinidad disidente
Uno de los aspectos más apasionantes del ensayo es la genealogía histórica que propone para esta masculinidad disidente. Jablonka acude a buscar modelos alternativos al hegemónico y los encuentra en “los subhombres”. En “el judío, el negro y el homosexual”. En el hombre sin cualificación viril y el varón sufriente. En la cultura asquenazí previa a la fundación de Israel, que permitía proyectarse en la masculinidad “como intelectual y flacucho, no como atleta ni como macho”. En los hombres débiles de la Biblia, en Abraham estéril e Isaac ciego. En los judíos de la era romana, que preferían filosofar antes que pelear. En los primeros cristianos, que heredaron “esa debilidad deseada”, un signo distintivo que los separaba de la brutalidad de Roma. Y así hasta llegar a los obreros desclasados del siglo XX o incluso a Charlie Chaplin, su modelo absoluto: el hombre desvirilizado, sin trabajo ni dinero, en guerra abierta con la masculinidad de los poderosos. “En esa actitud hay un potencial feminista”, sospecha el escritor.
Toda obsesión suele esconder una herida. Jablonka procede de una familia tradicional, donde el padre trabajaba y la madre se ocupaba del hogar. “A la vez, esa configuración a la antigua se veía perturbada por el hecho de que mi padre era huérfano del Holocausto, una figura de fragilidad y vulnerabilidad masculina”, relata. “Yo sigo viviendo entre dos masculinidades: soy blanco, burgués y heterosexual, pero también un hombre angustiado, un intelectual y un judío, lo que me conecta con modelos masculinos degradados. Cuando era adolescente me hacía sufrir. Ahora creo que fue una suerte”. De repente, Jablonka se levanta y sale al balcón para señalar, entre las callejuelas que rodean su modesto rascacielos, el lugar preciso donde sus abuelos, judíos polacos exterminados en Auschwitz, fueron arrestados durante la guerra. No lo dice en el libro, aunque tampoco hace falta: la llave que da acceso a esta nueva masculinidad podría ser la capacidad de entender la opresión y la exclusión de los demás porque uno las ha vivido en sus carnes.”
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