"Cuando noté su puño supe que era el fin".
El testimonio de una menor maltratada
S. L. M., con 15 años, fue agredida psicológica y físicamente por su pareja durante tres años. Su relato sirve de alerta ante futuros casos de violencia de género en la adolescencia.
por Alba Ortega
El Confidencial
07/07/2021
"“La mayoría de las veces me callaba. Al principio discutía con él. Soy una persona con mucho carácter, pero acabó comiéndome y llegó un momento en el que me hice muy pequeña y débil”. Quien habla es S. L. M. (ha pedido utilizar sus iniciales para salvaguardar su identidad), una madrileña que con tan solo 15 años sufrió diversas agresiones por parte de su pareja, con la que estuvo tres años. Según un estudio realizado por la Secretaría de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, las situaciones de violencia en el ámbito de la pareja que viven con más frecuencia las chicas adolescentes son las de abuso emocional, control abusivo general y control a través del móvil.
Además, según los diversos estudios recogidos desde fuentes del Ministerio de igualdad y del Observatorio de la Juventud, la media de un adolescente menor de edad que sufre este tipo de agresiones se sitúa en los 15,8 años. “En ocasiones comienza a partir de los 12 años”, asegura la directora de las líneas de ayuda de la Fundación ANAR, Diana Díaz. Él tenía por aquel entonces 17 años y su relación duró tres. Tres años de sufrimiento. “Creo que tampoco era consciente de la gravedad. Yo me dejé llevar por él, tenía fijación, creo que no era ni enamoramiento. En esos momentos no pensaba en nada más que en él, ni siquiera pensaba en mí”.
"Supongo que él ya era así, pero tenía otra cara no visible, y yo no lo noté" Díaz señala que la falta de conciencia es un factor de vulnerabilidad que sufren muchas mujeres cuando están expuestas a este tipo de relaciones. “El adolescente en muchas ocasiones no tiene suficiente perspectiva de riesgo o de experiencia vital para entender que estas situaciones le van a hacer daño y pueden tener consecuencias, por ello va tolerando esa violencia, y finalmente esa violencia va a más”. En el año 2015 la falta de conciencia se situaba en un 35,8%. En 2020 pegamos un giro. La toma de conciencia ascendió hasta un 64,4%. “Digamos que ahora hay un mayor conocimiento, aunque sigue habiendo mucho por hacer”, sostiene la directora de ANAR.
S. L. M cuenta que al principio todo era muy bonito, pero poco a poco él iba cambiando su forma de ser. “Supongo que él ya era así, pero tenía otra cara no visible y yo no lo noté. Luego fui dándome cuenta de que no era la persona que me había mostrado”. La víctima sostiene que llegó un momento en el que todo eran discusiones llenas de gritos e insultos, montaba escenas en la calle y tergiversaba las peleas para llevar siempre la razón. “No entendía por qué quería buscar conflicto todo el rato y tampoco entendía por qué me hacía sentir tan mal con ciertos comentarios o insultos que me decía”.
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EFE
Loca, hija de puta o zorra eran los insultos que más recibía. Sin embargo, el agresor se mostraba encantador delante de su circulo de amistades. Aparentaba ser una persona normal, aunque la víctima reconoce que era un chico conflictivo, que en ocasiones consumía drogas y no andaba con buenas compañías. “A mis amigas nunca les gustó para mí”, relata la joven, “pero bueno, al final era mi pareja y supongo que no les quedaba otra que aceptarlo”. Y su familia fue completamente ajena a la espiral de violencia en la que vivía la joven: “Mis padres le conocían del barrio, pero no personalmente, ellos tampoco sabían cómo estaba yo con él ni los problemas que había, porque nunca conté nada hasta el final”. S. L. M. aguantó hasta el final para contarlo, y lo contó porque no podía más. “Yo quería convencerme de que él en el fondo era bueno. Estaba ciega con él y no quería darme cuenta de cómo era realmente. Quería ahorrarles un sufrimiento y un enfado a mis padres. Sabía que, si les contaba todo eso, ellos no lo iban a permitir y me iban a intentar separar de él”. "Buscaba cualquier discusión para que yo no disfrutase cuando salía con amigas" La víctima sostiene que era tan dependiente de él que hasta su estado de ánimo cambiaba con una simple discusión con su pareja: “Cualquier discusión me hacía estar mal en todos los sentidos, tanto con mi familia como con mis amigos. Cambiaba mi estado de ánimo y mi carácter también”. La psicóloga Diana Díaz alerta de la importancia de las señales ante las que los adultos tienen que estar atentos. “Los adultos somos los encargados de salir al paso de ciertas señales de riesgo que pueden causar un cambio brusco en el comportamiento de la víctima”. La especialista recalca que el aislamiento es otra alerta y el estado anímico de la persona que sufre este tipo de maltratos también. En el caso de la joven con la que hablamos, ella no sufrió un aislamiento, de hecho, sostiene que, cuando salía con sus amigas, a ella nunca le prohibió nada, sin embargo, el carácter del agresor si cambiaba. “Yo sabía que no le gustaba que saliese. Siempre que salía acabábamos discutiendo, se encargaba de buscar una disputa con el fin de que yo no disfrutase de la fiesta”, asegura ella.
La agresión física
Según el Observatorio de la Juventud, un 18,7% de los jóvenes reconoce haber sido agredido, maltratado o intimidado, y de este porcentaje, un 6,6% sostiene que ha recibido violencia física por parte de su pareja. Este tipo de agresiones han aumentado dos puntos desde 2016. Y, de los jóvenes entre 15 y 17 años, un 9,2% se ha negado a contestar si ha recibido agresiones físicas. Para la suerte y desgracia de S. L. M. solo hubo una agresión física. Fue la primera y la última. “Yo le había dejado unos días antes porque ya me había dado cuenta de que no era un chico para mí. A los pocos días nos vimos para devolvernos algunas cosas que teníamos el uno del otro. Él empezó a reprocharme cosas, a insultarme y poco a poco la discusión se fue saliendo de tono”.
La entonces ya expareja se encontraba en la calle con él. La víctima recuerda que eran aproximadamente las siete u ocho de la tarde. Como ya era habitual, montó una escena en medio de la calle porque no quería aceptar que había perdido a su pareja. “Yo solo le decía que no quería estar más con él, que era lo mejor para los dos… Bueno, lo que sueles decir cuando acabas una relación. Yo no quería hacerle daño porque le quería a pesar de todo. Siempre recuerdas las cosas buenas, así que le dije que simplemente me había dado cuenta de que no podíamos estar juntos porque no éramos compatibles”. Los comportamientos violentos por parte de él comenzaron a aumentar y los insultos volvieron a salir por su boca. Aunque para la víctima eran los habituales en cualquier discusión. Sin embargo, la víctima no se esperaba encontrarse con lo siguiente: “Me empujó contra la pared y me puso el puño en la tripa apretándolo hacia mí mientras me decía que yo no le iba a dejar. Yo me empecé a asustar, le dije que por favor se tranquilizase y que me dejase en paz, que no me tocase. Creo que ahí ya realmente se dio cuenta de hasta dónde había llegado. Me soltó y pegó un puñetazo a la pared al lado de mi cara”. En ese momento, la víctima supo que había llegado el fin de su relación.
Son varios los psicólogos especializados en violencia de género los que sostienen que cuando un hombre golpea la pared lo hace por su incapacidad de poder lidiar con sus emociones. “No pueden manejar la situación y llega un momento en el que no les vale con las palabras. La única escapatoria que tienen para descargar su ira es actuando violentamente con patadas, puñetazos o rompiendo cosas”. Sin embargo, no era la primera vez que el agresor de la joven reaccionaba con golpes al discutir con su pareja. “No lo hacía solo conmigo. A lo mejor había discutido con alguien y me llegaba con los nudillos sangrando”, asegura ella.
El perdón
La Fundación ANAR asegura que el agresor siempre va a volver a intentar rescatar esa relación haciendo alusión a todas las emociones o situaciones románticas, y que puede que esas relaciones vuelvan a vincularse hasta que haya otro episodio. Patricia Medina, abogada, coincide con Díaz en que la fase de arrepentimiento forma parte del ciclo de la violencia de género: “El hombre ejerce sus facultades de manipulación sobre la mujer mostrando un tipo de afecto para recuperar la confianza de la víctima. El agresor se muestra arrepentido y se realizan falsas promesas sobre que no volverá a suceder lo mismo. La mujer lo perdona, se reconcilian y, cuando el hombre vuelve a acumular tensión, vuelve a comenzar el ciclo descrito”. “Cuando se alejó de mí, se dio cuenta de que había traspasado la línea y comenzó a recular. Empezó a pedirme perdón, a decirme que se le había ido la cabeza, que lo sentía, que no iba a volver a pasar, que me quería mucho y no podía perderme”, asegura la víctima.
Según diversos especialistas ya mencionados, este tipo de patrón se repite en la mayoría de las víctimas que reciben violencia por parte del agresor. El perfil de los maltratadores sigue una serie de parámetros que se suelen cumplir casi siempre: la primera fase es la acumulación de tensiones, que viene seguida de un estallido de violencia, donde el agresor libera su ira y tensión contra la víctima. Posteriormente, viene la tercera fase, que es la resiliencia de la víctima (esta asume el maltrato mientras que lo supone), y por último, la reconciliación, donde el agresor intenta por todos los medios que su pareja le perdone. “Él pocas veces se disculpaba conmigo, solo cuando veía la relación peligrar. Lo dejamos varias veces y, cuando era yo la que rompía la relación, algunas veces me pedía perdón y me decía que iba a cambiar”, afirma S. L. M. "No denuncié porque no quería problemas. Solo quería que él no me los causase a mí" Sin duda alguna, este comportamiento del agresor funciona en varias ocasiones: “Yo le perdonaba porque le quería y confiaba en que no volviese a tratarme así”. Finalmente, hubo una última vez. Ya no volvió a perdonarle y a día de hoy dice que “sé muy poco de su vida y no he vuelto a tener contacto con el nunca más, le bloqueé de todos lados”. Ella nunca llegó a denunciar. “Yo no quería causarle problemas, solo quería que él dejase de causármelos a mí y tuve la suerte de que nunca más supe de él. Si hubiese sido diferente estoy segura de que sí hubiese tomado medidas, por suerte se quedó ahí”, sostiene la víctima.
“Para no volver a caer en el mismo error de volver con él, intentaba imaginarme historias horribles, me imaginaba en mi cabeza un final trágico y luego me preguntaba: ¿esto es lo que quieres? Pues aléjate, no le hables, no tengas contacto con él”, se repetía a ella misma constantemente. Lo que sí reconoce es que ha recibido durante estos dos años ayuda psicológica de especialistas. “A día de hoy puedo decir que estoy bien, he reconstruido mi vida con otra persona y mi psicóloga me ayuda a llevar una relación sana. Muchas veces pagas el daño que te ha hecho esa persona con otras relaciones y sin querer las puedes hacer tóxicas”.
Ella, ahora fuerte como un roble, hace un llamamiento a todas las mujeres que hayan pasado por su misma situación: “Que no les dé miedo hablar con un profesional, ellos siempre van a saber asesorarte mejor que nadie y te ayudarán a reconstruirte”. El caso de esta joven valiente es uno entre millones. Pero queda mucho por hacer. Desde el año 2009, de acuerdo con el Ministerio de Igualdad y la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, la Fundación ANAR ha registrado 176.301 llamadas relacionadas con menores. Se han multiplicado por 10 los casos recibidos de violencia. En 2018, había 1868 casos. En 2020, la cifra subió hasta 2.301. El insulto y el control son los principales signos de violencia en parejas El insulto y el control sobre su vida son los principales signos de violencia en parejas según un informe de la Delegación de Gobierno sobre la Violencia de Género. Además, el 11,1% reconoce que se “ha sentido presionada para situaciones de tipo sexual en las que no quería participar”, el 9,6% que le han hecho “sentir miedo”, el 8,7% que le han dicho que “no valía para nada” y el 8% que el chico que la maltrató “presumía de dichas conductas”. Al preguntar por la relación que tenía con el agresor, el 16,9% reconoce que es su pareja actual y el porcentaje de chicos que reconoce haber ejercido situaciones así es menor al porcentaje de chicas que asegura haberlas sufrido. “No es un problema que esté erradicado”, sostiene Diana Díaz, “necesitamos una sociedad que avance sobre los estereotipos de género y el modelo dominio-sumisión”. Aún hay que hacer énfasis sobre lo que es una relación sana y concienciar sobre este tipo de conductas. Hay una responsabilidad general de poner límites a estos sucesos para mantener una relación sana."
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