8 d’ag. 2022

temes de debat, 3

 

La nueva masculinidad de siempre

Capitalismo, deseo y falofobias

Antonio J. Rodríguez

Anagrama, 09/2020

240 páginas

 

Sinopsis:

La última era del feminismo viral o los debates en torno de género y desigualdad o deseo y consentimiento han transformado la masculinidad y sus modelos: mientras por un lado surgen respuestas reaccionarias que contraatacan con violencia ante el cuestionamiento de los privilegios masculinos, por el otro despierta una sentimentalidad aparentemente nueva y comprometida con las reivindicaciones feministas, gracias a las cuales, paradójicamente, el hombre puede asegurar su supervivencia y dominio.

En paralelo, la proliferación de relatos de género y de diálogos entre subjetividades masculinas y femeninas cuestiona nuestras ideas sobre el deseo: ¿de qué hablamos cuando hablamos de heterosexualidad? ¿Tiene sentido seguir hablando de ella? ¿Cómo se construye nuestro lenguaje alrededor del amor, cómo dificulta o modela nuestra manera de relacionarnos con los otros?

Entre el ensayo, el reporterismo y las memorias, La nueva masculinidad de siempre explora los modos en que la experiencia masculina busca dar respuesta a los desafíos que convenientemente la discuten en nuestro tiempo. Atravesando territorios como la política, el deporte, la cultura, la moda o la economía, el libro busca explicaciones y alternativas a los rasgos que modelan la subjetividad masculina, entre los que se encuentran un estado de guerra permanente o la colonización del cuerpo de las mujeres.




Más solas, mejor acompañadas

Antonio J. Rodríguez consolida la escritura milenial en torno a la masculinidad y sus variadas estrategias para conservar posiciones de poder en tiempos de feminismo viral.

por Ángela Molina
Babelia/El País, 
03/10/2020.

“El artista inglés Grayson Perry (60 años) tiene un alter ego llamado Claire, personaje ridículo, una antibarbie de los suburbios que le sirve para criticar prácticamente todo, desde el abuso sexual, las guerras y el capitalismo, incluido el mundo del arte. Poseedor de un Premio Turner (2003) que recogió vestido de mujer, Perry es miembro de la Royal Academy of Arts y de la Orden del Imperio Británico, está casado con la aclamada psicoanalista —especializada en bipolaridad— Philippa Fairclough (su apellido de soltera), unos años mayor que él y con la que tiene una hija, Flo. Suelen asistir a las recepciones de Buckingham Palace donde los cotilleos toman el relevo de los asuntos de Estado y allí hacen declaraciones del tipo “cuando dejas ir las obsesiones, es mucho mejor que el fútbol”. Fairclough sostiene que estar casada con un trannie (travesti) “es fenomenal, me hace sentir una mujer fantástica”. Una situación típicamente inglesa que desborda lo kitsch y que podemos ver incluso más exagerada en contextos menos guasones como el último cine francés o el italiano. Almodóvar la habría imaginado más claustrofóbica, en un confesionario, un convento, la capilla de una plaza de toros. España es espectacularmente rancia, como lo son las estancias de la Corona británica, la costra protege nuestras fantasías más desquiciantes, y luego está el diván, y el arte, para hacer de ellas un cuento bien contado.

El ejemplo de los Perry ilustra hasta dónde se propaga esa “nueva masculinidad”, deriva mejor aceptada —y aconsejada— de la corrección política y la condescendencia institucional hacia más de la mitad de la población mundial. Hombres, fundamentalmente artistas y escritores, que se interrogan sobre su papel en un mundo en el que el feminismo ha acabado siendo el eje de muchos debates sociales, desde la ecología hasta la lucha contra todo tipo de violencia y desigualdad económica, racial y de género. Lo que hace Perry lo hicieron antes Marcel Duchamp y Andy Warhol —quiénes si no—, pero sin tantos aspavientos y seguramente más convencidos de su ambigüedad y contraculturalidad.

Si algo es el feminismo es revolucionario y factible. Cuando todos los ismos que propugnaban la igualdad entre los seres humanos han fracasado con estrépito, el único que ha demostrado una ingenua fortaleza contra el patriarcado (del capital, de todas las religiones, sin excepción) ha sido la lucha de las mujeres y las transexuales (muy pocos hombres transexuales y gais están interesados en cambiar las cosas). En los últimos años, la escritura milenial (autores nacidos entre los ochenta y noventa) comparece con ensayos que revisan la historia del arte —algunos son simple oportunismo, pero en la lucha feminista todo cuestionamiento del statu quo es una buena noticia— y novelas que revierten el canon o impugnan las diferentes formas que adopta el liderazgo masculino para conservar posiciones de poder. Citaremos los más recientes: Peio H. Riaño (Las invisibles, Capitán Swing), Víctor Parkas (Game Boy, Caballo de Troya), Alberto Marcos (Hombres de verdad, Páginas de Espuma) y el último y más solvente, del periodista y escritor Antonio J. Rodríguez (La nueva masculinidad de siempre, Anagrama).

Autor de Exhumación (escrito con su pareja, Luna Miguel), Fresy Cool, Vidas perfectas y Candidato, su última entrega encaja dentro de esa nueva categoría de ensayo autobiográfico y sentimental que se interroga y nos interroga sobre conceptos y territorios de privilegio: la heterosexualidad, el amor romántico, la conquista del cuerpo femenino (“el presunto conflicto de la infidelidad radica en la obsesión colonial por el territorio, primer rasgo de la subjetividad heteropatriarcal”) en el deporte, la literatura, las redes sociales, la música (hip-hop, gangsta rap, punk, rap queer), la economía y el terrorismo, que podrían parecer desactivados y que sin embargo están más vigentes que nunca, solo que travestidos en algo nuevo (o quién sabe si ya viejo a causa de la pandemia actual).

Para Antonio J. Rodríguez, no se trataría sólo de boicotear el canon masculino. Los casos de Woody Allen, Kevin Spacey, Mario Testino, Louis C. K. o Michael Jackson “implican una situación de trasfondo absurdamente cristiano, o sea, tratar de autoconvencerse de que desprecias algo que en realidad admiras”. Y señala que extinguir la cosificación de la mujer es la única forma de desbloquear la incapacidad del hombre, emparedado entre la abstinencia y la depredación. Así, todo pasaría por derribar la muralla más inexpugnable del planeta, más larga aún que la de la frontera china: la codificación del falo, que el hombre nunca reconoce fuera de él. Los presidentes Donald Trump y Emmanuel Macron son dos polos de la misma esfera masculinizante: “Trophy wife versus Lolito, depredación sexual versus conciencia feminista pero de una coquetería que raya lo estrafalario”.

La lista puede ser interminable: Berlusconi y Aznar, por un lado; Justin Trudeau y Barack Obama, en el opuesto. Estos últimos serían una evolución mejorada de las expectativas depositadas en la idea de ser hombre que se resiste a perder su hegemonía. ¿Será la nueva masculinidad la clonación de un fiasco? Más allá de una parte del cuerpo, el falo es un dolmen que conecta al individuo (hombres y también mujeres, como Marine Le Pen, Cayetana Álvarez de Toledo) con sus miedos más irracionales. Rodríguez avisa: “Mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá”.

Tras la lectura de estas páginas, la conclusión es que las mujeres estamos cada vez más solas, pero, paradójicamente, mejor acompañadas."



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