"En la infancia de las chicas, no hay elemento estructurante. Todo es pérdida, ausencia de puntos de referencia. La historia de Laëtitia y Jessica está marcada por los golpes, los shocks, las conmociones, los porrazos de los cuales solo se levantan para volver a caerse.
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En su estudio sobre los servicios sociales del departamento de Eure, Geneviève Besson cita el testimonio de un adulto maltratado a lo largo de su infancia: «Para destruir a un niño, no hace falta arrojarlo contra una pared. […] El biberón se deja en la cama, el niño se lo bebe solito, nadie lo mira, nadie le habla, y el niño no existe. […] Algo en él se va a “romper” para siempre».
Todos los educadores y psicólogos de Laëtitia subrayaron su dificultad para verbalizar. Jessica añade: Laëtitia decía que no se acordaba de nada.
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Por ende, la pregunta en forma de reto es la siguiente: ¿qué fisuras definitivas provocó la primera infancia en ella, teniendo en cuenta que carecía de los recursos para decirlo, en razón de su edad y de los propios traumas? ¿Qué pensamientos hay detrás de la «ausencia de verbalización», detrás de la inhibición y el olvido?
Leí algunos libros. Siguiendo los pasos de John Bowlby, fundador de la teoría del apego a finales de la década de 1960, el psicólogo infantil Maurice Berger escribe que un niño necesita trabar un vínculo con una figura de adulto «estable, confiable, previsible, accesible, capaz de comprender sus necesidades y de aplacar sus tensiones». Sin ese caregiver (o «cuidador»), no hay seguridad afectiva, no hay confianza, no hay punto de anclaje y, por consiguiente, no hay disponibilidad para salir a descubrir el mundo. Se observó que un niño pequeño que es testigo de violencia intrafamiliar es susceptible de desarrollar manifestaciones de ansiedad o de agresividad, trastornos enuréticos, síndrome de estrés postraumático, así como deficiencias verbales e intelectuales. La vulnerabilidad se instala muy temprano.
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¿Cuántas veces habrá sentido Laëtitia un vacío a su alrededor, debajo de ella, en ella? Decir que su vida es un campo de ruinas sería inexacto, ya que, para tener ruinas, primero hay que haber construido algo. Y Laëtitia no pudo construir nada: se lo impidieron de manera sistemática. A los bebés les gusta derribar los cubos de colores que uno apila delante de ellos. En el caso de Laëtitia, eran los adultos los que destruían la pequeña torre. Se las ingeniaron una y otra vez para hacer tabula rasa. Al final, seguía sin haber nada de pie, y Laëtitia abandonó.”
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